La población extranjera representa ya una parte esencial del mercado laboral andaluz, con un 14,7% de las contrataciones totales y una presencia que alcanza el 20% en provincias como Málaga, según el Observatorio Argos del SAE. El fenómeno se extiende por toda la comunidad: Almería lidera con un 32,4%, seguida de Huelva (18,4%), Granada (16,2%) y Sevilla (11,0%), lo que confirma una tendencia estructural. En julio se firmaron más de 41.800 contratos a extranjeros, y más de la mitad (56,9%) fueron indefinidos, señal de un mercado que no solo absorbe mano de obra, sino que la consolida.El peso de los trabajadores inmigrantes se concentra en hostelería y agricultura , seguidos de comercio , construcción y servicios auxiliares. En las costas andaluzas, de Almería a Cádiz, el turismo y la agroindustria sostienen buena parte de la demanda, mientras que en las áreas metropolitanas de Sevilla, Córdoba o Granada crece la presencia en servicios administrativos y cuidados . La diversidad también es notable: el 80% de los empleados proceden de países no comunitarios , con especial representación de África y América del Sur, dos orígenes que alimentan el relevo laboral en sectores donde escasea la mano de obra nacional.La aportación va más allá del empleo asalariado. Andalucía cuenta ahora con 67.555 autónomos extranjeros y un total de 588.746 afiliados al RETA , con mayor presencia en hostelería, comercio minorista y logística. La inmigración se ha convertido así en una pieza estructural del crecimiento andaluz: cubre vacantes, impulsa el emprendimiento y refuerza la convivencia en una comunidad que se proyecta como espacio de trabajo , diversidad y oportunidad .Mauricio Giovanni: «España es el hogar de mi corazón»En 2002, el corralito argentino dejó a Mauricio Giovanni con un sueño detenido y una decisión difícil: tenía el solar, los planos y la ilusión de abrir Messina en su Córdoba natal, pero la crisis financiera vació de certezas aquel futuro inmediato. Eligió entonces lo improbable: cruzar el Atlántico , pasar «seis meses» en España y regresar con más oficio. «Mi objetivo era crecer gastronómicamente», explica. Ese propósito marcó cada paso desde que aterrizó en la Costa del Sol con 33 años y un contacto en Marbella dispuesto a abrirle la puerta de una cocina.A los cuatro meses de trabajo, la idea del retorno empieza a desdibujarse. «Me quedo encantado con la ciudad , con la gente», comenta. Su doble nacionalidad italiana, también la de su esposa, le simplificó el papeleo, pero es la ambición lo que le empujó definitivamente. En apenas medio año encontró un pequeño local en el casco antiguo y decidió bautizarlo con el nombre del sueño que había dejado en pausa al otro lado del océano: Messina . Aquella primera carta es un homenaje a su historia familiar, con pastas y salsas de domingo, y un servicio que apostaba por la cercanía.Con el tiempo llegaron los cambios. Dos años y medio después, Giovanni trasladó el restaurante a un espacio más amplio y luminoso. Allí comenzó una transformación silenciosa que exigió método, lectura, prueba y error. La cocina se depuró; la técnica, siempre al servicio del sabor, ganó peso, y el cocinero dejó atrás la zona de confort de las recetas de infancia para crear un estilo propio , reconocible y sobrio. Las pastas quedaron como un guiño en los menús degustación: una pista de dónde venía y, sobre todo, de cuánto había avanzado.Mauricio Giovanni con la certificación estrella Michelín de su restaurante Messina ABCEse tránsito tuvo un peaje emocional. «El miedo es un gran compañero porque cuando estás con miedo te esfuerzas más», admite. Hubo galas en las que su nombre sonó sin premio, noches de incertidumbre y clientes que le pedían explicaciones como si el brillo ya debiera estar en la puerta. La persistencia obtuvo recompensa en 2016 con la estrella Michelin. «Nos compensa todos esos años de dedicación desde el minuto cero», afirma. Aquella noche recibió un consejo que convirtió en brújula: no hacer más, sino hacer lo mismo, afinado y con calma. «Yo no sufro la estrella , la disfruto », confiesa.Fuera de los fogones, lo más difícil fue aprender a vivir en una ciudad que cambia de piel con cada temporada. Marbella deslumbra y rota. «Es tan cosmopolita que al final los amigos están ahora, se van después y vuelven; ese círculo , en vez de ir creciendo, por ahí hasta se reduce », reconoce. Aun así, la balanza se inclinó del lado de la gratitud: colegas generosos, una clientela fiel y tres hijos españoles que anclaron el arraigo. A estas alturas, España es el hogar que ocupa su corazón . Entre un pan con tomate y jamón y una medialuna argentina, Giovanni demuestra que integrarse es también una forma de ascender.Sofía Casalla: «No es lo mismo migrar en avión que llegar en patera»Sofía Laura Casalla Hernando, argentina de 33 años, llegó a Sevilla hace más de siete con la vista puesta en seguir formándose y terminó construyendo aquí su vida . Se especializó, se colegió y levantó su propio proyecto : es politóloga, gestora administrativa y directora de PDE–Gestoría de Extranjería. Su día a día transcurre entre expedientes, citas y consultas que poco tienen que ver con la frialdad de un formulario. «La política migratoria no puede reducirse a un eslogan ni a una consigna de campaña», subraya.Con la experiencia aprendió que la extranjería se ha convertido en un campo de batalla ideológico que olvida a quienes ya forman parte de la sociedad: «personas que trabajan, cuidan, pagan impuestos y hacen comunidad», recuerda. Casalla conoce bien las grietas del sistema y denuncia una paradoja que atraviesa demasiadas vidas: «exige un contrato para residir legalmente, pero a la vez impide trabajar si no se tiene residencia». Ese círculo vicioso, sostiene, revela un régimen que excluye y confunde, especialmente cuando el debate público se llena de etiquetas sobre la llamada «migración ordenada», que en realidad determina quién tiene derecho a moverse y quién no. «Porque no es lo mismo migrar en avión que llegar en patera », añade, aludiendo a realidades muy distintas entre latinoamericanos, magrebíes o africanos.Su preocupación no es menor. «Lo que me da miedo es que detrás de las ideas políticas haya ideas de odio », admite. Por eso insiste en un debate con bases jurídicas claras y en una integración «desde un enfoque de derechos », no desde la utilidad coyuntural. A veces se ha sentido incómoda , como migrante, profesional y ciudadana, ante discursos que prometen «los mismos derechos para todos» mientras, en la práctica, exigen documentación distinta y empujan a trabajos diferentes. Su labor, explica, no consiste solo en tramitar papeles, sino en convertir la burocracia en un puente que evite que la desigualdad administrativa se convierta en desigualdad vital. «Llegué y me enamoré de Sevilla desde el primer día», revela la empresaria. Allí construyó hogar y oficio, y desde las redes sociales divulga una materia compleja con un propósito sencillo: que nadie se quede atrás por desconocer el camino.Germán Amaya: «Los inmigrantes no son delincuentes»El abogado peruano Germán Amaya llegó a Andalucía hace más de tres décadas y, desde entonces, ha echado raíces. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca y coordinador de los letrados de oficio del Tribunal de Instancia de Coria del Río, ha pasado media vida entre expedientes, salas y declaraciones judiciales. Habla con la serenidad de quien ha visto muchas historias en los juzgados y con la convicción de que la justicia no solo se ejerce, también se aprende cada día.Considera «un disparate » los discursos que criminalizan a los inmigrantes . « No son delincuentes y son necesarios porque realizan trabajos que no hacen los españoles», sostiene. Amaya conoce de cerca la realidad de muchos compatriotas y recuerda que detrás de cada caso hay esfuerzo y dignidad . Admite que « no se puede regularizar a todos », pero reclama «un poco de cobertura» para quienes ya viven en el país, muchos con títulos universitarios que tardan en homologarse o en encontrar su lugar.El abogado peruano Germán Amaya ABCAsegura que nunca se ha sentido discriminado, aunque entiende que otros sí lo perciban. Su conclusión, dice, es sencilla: «Integrar es dar oportunidades reales de contribuir ». Lo expresa sin alzar la voz, como quien lo ha comprobado con años de oficio y de convivencia. Amaya resume su experiencia con una certeza que también define a la nueva Andalucía: la que crece con todos los que un día decidieron quedarse.Los tres relatos llegan a la misma estación: entrar al mercado, aprender deprisa, asumir riesgos y subir el escalón. Giovanni ha afinado una cocina que hoy luce estrella; Casalla ha tejido una gestoría que transforma trámites en derechos; Amaya ha demostrado que la experiencia y el servicio público son un argumento contra el prejuicio . En un mercado laboral andaluz donde la contratación extranjera crece con fuerza, estas trayectorias prueban que el talento que llega no solo se adapta: también multiplica oportunidades . Andalucía gana diversidad y talento , y quienes llegan descubren en ella un lugar para crecer . La población extranjera representa ya una parte esencial del mercado laboral andaluz, con un 14,7% de las contrataciones totales y una presencia que alcanza el 20% en provincias como Málaga, según el Observatorio Argos del SAE. El fenómeno se extiende por toda la comunidad: Almería lidera con un 32,4%, seguida de Huelva (18,4%), Granada (16,2%) y Sevilla (11,0%), lo que confirma una tendencia estructural. En julio se firmaron más de 41.800 contratos a extranjeros, y más de la mitad (56,9%) fueron indefinidos, señal de un mercado que no solo absorbe mano de obra, sino que la consolida.El peso de los trabajadores inmigrantes se concentra en hostelería y agricultura , seguidos de comercio , construcción y servicios auxiliares. En las costas andaluzas, de Almería a Cádiz, el turismo y la agroindustria sostienen buena parte de la demanda, mientras que en las áreas metropolitanas de Sevilla, Córdoba o Granada crece la presencia en servicios administrativos y cuidados . La diversidad también es notable: el 80% de los empleados proceden de países no comunitarios , con especial representación de África y América del Sur, dos orígenes que alimentan el relevo laboral en sectores donde escasea la mano de obra nacional.La aportación va más allá del empleo asalariado. Andalucía cuenta ahora con 67.555 autónomos extranjeros y un total de 588.746 afiliados al RETA , con mayor presencia en hostelería, comercio minorista y logística. La inmigración se ha convertido así en una pieza estructural del crecimiento andaluz: cubre vacantes, impulsa el emprendimiento y refuerza la convivencia en una comunidad que se proyecta como espacio de trabajo , diversidad y oportunidad .Mauricio Giovanni: «España es el hogar de mi corazón»En 2002, el corralito argentino dejó a Mauricio Giovanni con un sueño detenido y una decisión difícil: tenía el solar, los planos y la ilusión de abrir Messina en su Córdoba natal, pero la crisis financiera vació de certezas aquel futuro inmediato. Eligió entonces lo improbable: cruzar el Atlántico , pasar «seis meses» en España y regresar con más oficio. «Mi objetivo era crecer gastronómicamente», explica. Ese propósito marcó cada paso desde que aterrizó en la Costa del Sol con 33 años y un contacto en Marbella dispuesto a abrirle la puerta de una cocina.A los cuatro meses de trabajo, la idea del retorno empieza a desdibujarse. «Me quedo encantado con la ciudad , con la gente», comenta. Su doble nacionalidad italiana, también la de su esposa, le simplificó el papeleo, pero es la ambición lo que le empujó definitivamente. En apenas medio año encontró un pequeño local en el casco antiguo y decidió bautizarlo con el nombre del sueño que había dejado en pausa al otro lado del océano: Messina . Aquella primera carta es un homenaje a su historia familiar, con pastas y salsas de domingo, y un servicio que apostaba por la cercanía.Con el tiempo llegaron los cambios. Dos años y medio después, Giovanni trasladó el restaurante a un espacio más amplio y luminoso. Allí comenzó una transformación silenciosa que exigió método, lectura, prueba y error. La cocina se depuró; la técnica, siempre al servicio del sabor, ganó peso, y el cocinero dejó atrás la zona de confort de las recetas de infancia para crear un estilo propio , reconocible y sobrio. Las pastas quedaron como un guiño en los menús degustación: una pista de dónde venía y, sobre todo, de cuánto había avanzado.Mauricio Giovanni con la certificación estrella Michelín de su restaurante Messina ABCEse tránsito tuvo un peaje emocional. «El miedo es un gran compañero porque cuando estás con miedo te esfuerzas más», admite. Hubo galas en las que su nombre sonó sin premio, noches de incertidumbre y clientes que le pedían explicaciones como si el brillo ya debiera estar en la puerta. La persistencia obtuvo recompensa en 2016 con la estrella Michelin. «Nos compensa todos esos años de dedicación desde el minuto cero», afirma. Aquella noche recibió un consejo que convirtió en brújula: no hacer más, sino hacer lo mismo, afinado y con calma. «Yo no sufro la estrella , la disfruto », confiesa.Fuera de los fogones, lo más difícil fue aprender a vivir en una ciudad que cambia de piel con cada temporada. Marbella deslumbra y rota. «Es tan cosmopolita que al final los amigos están ahora, se van después y vuelven; ese círculo , en vez de ir creciendo, por ahí hasta se reduce », reconoce. Aun así, la balanza se inclinó del lado de la gratitud: colegas generosos, una clientela fiel y tres hijos españoles que anclaron el arraigo. A estas alturas, España es el hogar que ocupa su corazón . Entre un pan con tomate y jamón y una medialuna argentina, Giovanni demuestra que integrarse es también una forma de ascender.Sofía Casalla: «No es lo mismo migrar en avión que llegar en patera»Sofía Laura Casalla Hernando, argentina de 33 años, llegó a Sevilla hace más de siete con la vista puesta en seguir formándose y terminó construyendo aquí su vida . Se especializó, se colegió y levantó su propio proyecto : es politóloga, gestora administrativa y directora de PDE–Gestoría de Extranjería. Su día a día transcurre entre expedientes, citas y consultas que poco tienen que ver con la frialdad de un formulario. «La política migratoria no puede reducirse a un eslogan ni a una consigna de campaña», subraya.Con la experiencia aprendió que la extranjería se ha convertido en un campo de batalla ideológico que olvida a quienes ya forman parte de la sociedad: «personas que trabajan, cuidan, pagan impuestos y hacen comunidad», recuerda. Casalla conoce bien las grietas del sistema y denuncia una paradoja que atraviesa demasiadas vidas: «exige un contrato para residir legalmente, pero a la vez impide trabajar si no se tiene residencia». Ese círculo vicioso, sostiene, revela un régimen que excluye y confunde, especialmente cuando el debate público se llena de etiquetas sobre la llamada «migración ordenada», que en realidad determina quién tiene derecho a moverse y quién no. «Porque no es lo mismo migrar en avión que llegar en patera », añade, aludiendo a realidades muy distintas entre latinoamericanos, magrebíes o africanos.Su preocupación no es menor. «Lo que me da miedo es que detrás de las ideas políticas haya ideas de odio », admite. Por eso insiste en un debate con bases jurídicas claras y en una integración «desde un enfoque de derechos », no desde la utilidad coyuntural. A veces se ha sentido incómoda , como migrante, profesional y ciudadana, ante discursos que prometen «los mismos derechos para todos» mientras, en la práctica, exigen documentación distinta y empujan a trabajos diferentes. Su labor, explica, no consiste solo en tramitar papeles, sino en convertir la burocracia en un puente que evite que la desigualdad administrativa se convierta en desigualdad vital. «Llegué y me enamoré de Sevilla desde el primer día», revela la empresaria. Allí construyó hogar y oficio, y desde las redes sociales divulga una materia compleja con un propósito sencillo: que nadie se quede atrás por desconocer el camino.Germán Amaya: «Los inmigrantes no son delincuentes»El abogado peruano Germán Amaya llegó a Andalucía hace más de tres décadas y, desde entonces, ha echado raíces. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca y coordinador de los letrados de oficio del Tribunal de Instancia de Coria del Río, ha pasado media vida entre expedientes, salas y declaraciones judiciales. Habla con la serenidad de quien ha visto muchas historias en los juzgados y con la convicción de que la justicia no solo se ejerce, también se aprende cada día.Considera «un disparate » los discursos que criminalizan a los inmigrantes . « No son delincuentes y son necesarios porque realizan trabajos que no hacen los españoles», sostiene. Amaya conoce de cerca la realidad de muchos compatriotas y recuerda que detrás de cada caso hay esfuerzo y dignidad . Admite que « no se puede regularizar a todos », pero reclama «un poco de cobertura» para quienes ya viven en el país, muchos con títulos universitarios que tardan en homologarse o en encontrar su lugar.El abogado peruano Germán Amaya ABCAsegura que nunca se ha sentido discriminado, aunque entiende que otros sí lo perciban. Su conclusión, dice, es sencilla: «Integrar es dar oportunidades reales de contribuir ». Lo expresa sin alzar la voz, como quien lo ha comprobado con años de oficio y de convivencia. Amaya resume su experiencia con una certeza que también define a la nueva Andalucía: la que crece con todos los que un día decidieron quedarse.Los tres relatos llegan a la misma estación: entrar al mercado, aprender deprisa, asumir riesgos y subir el escalón. Giovanni ha afinado una cocina que hoy luce estrella; Casalla ha tejido una gestoría que transforma trámites en derechos; Amaya ha demostrado que la experiencia y el servicio público son un argumento contra el prejuicio . En un mercado laboral andaluz donde la contratación extranjera crece con fuerza, estas trayectorias prueban que el talento que llega no solo se adapta: también multiplica oportunidades . Andalucía gana diversidad y talento , y quienes llegan descubren en ella un lugar para crecer .
La población extranjera representa ya una parte esencial del mercado laboral andaluz, con un 14,7% de las contrataciones totales y una presencia que alcanza el 20% en provincias como Málaga, según el Observatorio Argos del SAE. El fenómeno se extiende por toda … la comunidad: Almería lidera con un 32,4%, seguida de Huelva (18,4%), Granada (16,2%) y Sevilla (11,0%), lo que confirma una tendencia estructural. En julio se firmaron más de 41.800 contratos a extranjeros, y más de la mitad (56,9%) fueron indefinidos, señal de un mercado que no solo absorbe mano de obra, sino que la consolida.
El peso de los trabajadores inmigrantes se concentra en hostelería y agricultura, seguidos de comercio, construcción y servicios auxiliares. En las costas andaluzas, de Almería a Cádiz, el turismo y la agroindustria sostienen buena parte de la demanda, mientras que en las áreas metropolitanas de Sevilla, Córdoba o Granada crece la presencia en servicios administrativos y cuidados. La diversidad también es notable: el 80% de los empleados proceden de países no comunitarios, con especial representación de África y América del Sur, dos orígenes que alimentan el relevo laboral en sectores donde escasea la mano de obra nacional.
La aportación va más allá del empleo asalariado. Andalucía cuenta ahora con 67.555 autónomos extranjeros y un total de 588.746 afiliados al RETA , con mayor presencia en hostelería, comercio minorista y logística. La inmigración se ha convertido así en una pieza estructural del crecimiento andaluz: cubre vacantes, impulsa el emprendimiento y refuerza la convivencia en una comunidad que se proyecta como espacio de trabajo, diversidad y oportunidad.
Mauricio Giovanni: «España es el hogar de mi corazón»
En 2002, el corralito argentino dejó a Mauricio Giovanni con un sueño detenido y una decisión difícil: tenía el solar, los planos y la ilusión de abrir Messina en su Córdoba natal, pero la crisis financiera vació de certezas aquel futuro inmediato. Eligió entonces lo improbable: cruzar el Atlántico, pasar «seis meses» en España y regresar con más oficio. «Mi objetivo era crecer gastronómicamente», explica. Ese propósito marcó cada paso desde que aterrizó en la Costa del Sol con 33 años y un contacto en Marbella dispuesto a abrirle la puerta de una cocina.
A los cuatro meses de trabajo, la idea del retorno empieza a desdibujarse. «Me quedo encantado con la ciudad, con la gente», comenta. Su doble nacionalidad italiana, también la de su esposa, le simplificó el papeleo, pero es la ambición lo que le empujó definitivamente. En apenas medio año encontró un pequeño local en el casco antiguo y decidió bautizarlo con el nombre del sueño que había dejado en pausa al otro lado del océano: Messina. Aquella primera carta es un homenaje a su historia familiar, con pastas y salsas de domingo, y un servicio que apostaba por la cercanía.
Con el tiempo llegaron los cambios. Dos años y medio después, Giovanni trasladó el restaurante a un espacio más amplio y luminoso. Allí comenzó una transformación silenciosa que exigió método, lectura, prueba y error. La cocina se depuró; la técnica, siempre al servicio del sabor, ganó peso, y el cocinero dejó atrás la zona de confort de las recetas de infancia para crear un estilo propio, reconocible y sobrio. Las pastas quedaron como un guiño en los menús degustación: una pista de dónde venía y, sobre todo, de cuánto había avanzado.
ABC
Ese tránsito tuvo un peaje emocional. «El miedo es un gran compañero porque cuando estás con miedo te esfuerzas más», admite. Hubo galas en las que su nombre sonó sin premio, noches de incertidumbre y clientes que le pedían explicaciones como si el brillo ya debiera estar en la puerta.
La persistencia obtuvo recompensa en 2016 con la estrella Michelin. «Nos compensa todos esos años de dedicación desde el minuto cero», afirma. Aquella noche recibió un consejo que convirtió en brújula: no hacer más, sino hacer lo mismo, afinado y con calma. «Yo no sufro la estrella, la disfruto», confiesa.
Fuera de los fogones, lo más difícil fue aprender a vivir en una ciudad que cambia de piel con cada temporada. Marbella deslumbra y rota. «Es tan cosmopolita que al final los amigos están ahora, se van después y vuelven; ese círculo, en vez de ir creciendo, por ahí hasta se reduce», reconoce.
Aun así, la balanza se inclinó del lado de la gratitud: colegas generosos, una clientela fiel y tres hijos españoles que anclaron el arraigo. A estas alturas, España es el hogar que ocupa su corazón. Entre un pan con tomate y jamón y una medialuna argentina, Giovanni demuestra que integrarse es también una forma de ascender.
Sofía Casalla: «No es lo mismo migrar en avión que llegar en patera»
Sofía Laura Casalla Hernando, argentina de 33 años, llegó a Sevilla hace más de siete con la vista puesta en seguir formándose y terminó construyendo aquí su vida. Se especializó, se colegió y levantó su propio proyecto: es politóloga, gestora administrativa y directora de PDE–Gestoría de Extranjería. Su día a día transcurre entre expedientes, citas y consultas que poco tienen que ver con la frialdad de un formulario. «La política migratoria no puede reducirse a un eslogan ni a una consigna de campaña», subraya.
Con la experiencia aprendió que la extranjería se ha convertido en un campo de batalla ideológico que olvida a quienes ya forman parte de la sociedad: «personas que trabajan, cuidan, pagan impuestos y hacen comunidad», recuerda. Casalla conoce bien las grietas del sistema y denuncia una paradoja que atraviesa demasiadas vidas: «exige un contrato para residir legalmente, pero a la vez impide trabajar si no se tiene residencia».
Ese círculo vicioso, sostiene, revela un régimen que excluye y confunde, especialmente cuando el debate público se llena de etiquetas sobre la llamada «migración ordenada», que en realidad determina quién tiene derecho a moverse y quién no. «Porque no es lo mismo migrar en avión que llegar en patera», añade, aludiendo a realidades muy distintas entre latinoamericanos, magrebíes o africanos.
Su preocupación no es menor. «Lo que me da miedo es que detrás de las ideas políticas haya ideas de odio», admite. Por eso insiste en un debate con bases jurídicas claras y en una integración «desde un enfoque de derechos», no desde la utilidad coyuntural. A veces se ha sentido incómoda, como migrante, profesional y ciudadana, ante discursos que prometen «los mismos derechos para todos» mientras, en la práctica, exigen documentación distinta y empujan a trabajos diferentes.
Su labor, explica, no consiste solo en tramitar papeles, sino en convertir la burocracia en un puente que evite que la desigualdad administrativa se convierta en desigualdad vital. «Llegué y me enamoré de Sevilla desde el primer día», revela la empresaria. Allí construyó hogar y oficio, y desde las redes sociales divulga una materia compleja con un propósito sencillo: que nadie se quede atrás por desconocer el camino.
Germán Amaya: «Los inmigrantes no son delincuentes»
El abogado peruano Germán Amaya llegó a Andalucía hace más de tres décadas y, desde entonces, ha echado raíces. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca y coordinador de los letrados de oficio del Tribunal de Instancia de Coria del Río, ha pasado media vida entre expedientes, salas y declaraciones judiciales. Habla con la serenidad de quien ha visto muchas historias en los juzgados y con la convicción de que la justicia no solo se ejerce, también se aprende cada día.
Considera «un disparate» los discursos que criminalizan a los inmigrantes. «No son delincuentes y son necesarios porque realizan trabajos que no hacen los españoles», sostiene. Amaya conoce de cerca la realidad de muchos compatriotas y recuerda que detrás de cada caso hay esfuerzo y dignidad. Admite que «no se puede regularizar a todos», pero reclama «un poco de cobertura» para quienes ya viven en el país, muchos con títulos universitarios que tardan en homologarse o en encontrar su lugar.
ABC
Asegura que nunca se ha sentido discriminado, aunque entiende que otros sí lo perciban. Su conclusión, dice, es sencilla: «Integrar es dar oportunidades reales de contribuir». Lo expresa sin alzar la voz, como quien lo ha comprobado con años de oficio y de convivencia. Amaya resume su experiencia con una certeza que también define a la nueva Andalucía: la que crece con todos los que un día decidieron quedarse.
Los tres relatos llegan a la misma estación: entrar al mercado, aprender deprisa, asumir riesgos y subir el escalón. Giovanni ha afinado una cocina que hoy luce estrella; Casalla ha tejido una gestoría que transforma trámites en derechos; Amaya ha demostrado que la experiencia y el servicio público son un argumento contra el prejuicio. En un mercado laboral andaluz donde la contratación extranjera crece con fuerza, estas trayectorias prueban que el talento que llega no solo se adapta: también multiplica oportunidades. Andalucía gana diversidad y talento, y quienes llegan descubren en ella un lugar para crecer.
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