Raúl -nombre ficticio- reconoce que solo necesita «volver a tirar una moneda» para destruir su vida. Un euro basta para recaer en la espiral de la ruina. El sonido de la máquina tragaperras de fondo, mientras toma café en un bar, despierta ese demonio interno que es su enfermedad . Y con la que convivirá el resto de sus días. Es un jugador patológico, un adicto. «Me recuerdo jugando con mascarilla en el bar… –dice con cierta vergüenza–. Había conseguido dejarlo durante un año, pero, durante la pandemia, aunque era más difícil entrar al bar, recaí y me volví a enganchar al mismo o peor nivel». Casi pierde su trabajo, casi pierde a su familia: «Lo único que nunca llegué a tocar es el fondo común para los hijos». Suspira.Lo demás, lo quemaba. En febrero, este adicto de 52 años inició en Change.org una recogida de firmas interpelando al Gobierno y a la Generalitat –es de Lérida– para que en España se prohíban las máquinas tragaperras en los bares o que, al menos, se regulen de forma más estricta. Países Bajos, Francia, Portugal o Noruega vetan desde hace años estos juegos de azar fuera de los casinos y salones especializados , porque son muy peligrosos para jóvenes vulnerables y ludópatas.Terminó alcoholizadoTantas horas al lado de una barra de bar contribuyen también a otros problemas, como le pasó a Raúl: «Pedía cafés, pero acababa frenético. Así que empecé a pedirme cervezas. Como quería seguir jugando, un botellín más, y otro, y otro. Y, con el tiempo, la adicción al juego me llevó también a la adicción a la bebida».José Antonio Tamayo, psicólogo sanitario en Activa Psicología (Madrid), explica a ABC que las tragamonedas están diseñadas para activar los sistemas de recompensa del cerebro y ser muy adictivas: «Utilizan reforzamiento intermitente, es decir, las ganancias son impredecibles y no siguen un patrón fijo, lo que mantiene la expectativa y la motivación por seguir jugando. Además, incluyen estímulos sensoriales como luces, sonidos, animaciones, que generan excitación y asocian la experiencia con algo positivo». Todo está estudiado para atrapar al jugador, según explica el psicólogo Tamayo: «Incluso las pérdidas disfrazadas de ganancias, cuando se gana menos de lo apostado pero se celebra como un premio, refuerzan la conducta y dificultan que el jugador perciba la pérdida real».Noticia Relacionada estandar Si Adicto al juego, en rehabilitación: «Todos tenemos un casino a mano en el teléfono móvil» José María Aguilera Salomón era jugador de tenis y amañaba sus propios partidos hasta que lo expulsaron de la Federación: «Llegué a terapia por un intento de suicidio»Al tratarse de una conducta potencialmente adictiva tan accesible, el riesgo de convertirse en problema es alto. Así lo explica el psicólogo: «En el caso de las tragaperras, su presencia en bares o en internet facilita el juego frecuente y sin planificación, reduciendo la capacidad de autocontrol». Y añade: «La disponibilidad inmediata y la ausencia de barreras físicas o temporales incrementan la probabilidad de que una persona vulnerable pase de un consumo recreativo a un patrón adictivo». Barreras. Es precisamente lo que el adicto Raúl plantea al legislador. Su idea es la instalación de un dispositivo para lectura del DNI en las propias tragaperras para que el adicto con autoprohibición no pueda jugar. «Yo pedí que me prohibieran el acceso a salas de juego y apuestas, y así fue. Pero las tragaperras siguen estando ahí, en el bar de al lado de casa y en muchos más».La recogida de firmas de Raúl surge tras un viaje familiar al extranjero, donde se dio cuenta de que no había máquinas en los locales de hostelería. «A mí me daba igual el bar o el tipo de máquina, solo quería jugar. Iba del bar al cajero y del cajero al bar, una y otra vez. Y en esos paseos pensaba: ‘Si ahora en el bar no hubiese máquinas o yo no pudiera jugar, sería mi salvación’». Lleva nueve meses sin jugar.En España están activas unas 183.000 máquinas tipo B (las máquinas tragaperras), de las cuales 152.000 están en bares, restaurantes y cafeterías. El resto, en casinos y locales, según responde a ABC la Dirección General de Ordenación del Juego del Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030. Cataluña es el territorio con más máquinas tipo B, con 33.317; luego, Andalucía, 30.642, y sigue Comunidad Valenciana, 24.162.El Ministerio no tiene planesLa regulación del juego depende de los gobiernos autonómicos y cada uno aprueba normativas diferentes. Por ejemplo, Navarra ya obliga a los hosteleros a controlar si menores o personas vulnerables al juego están haciendo uso de las máquinas tragamonedas y la Comunidad Valenciana prohíbe sus luces y sonidos si no están en uso y pide un control remoto para activarlas. Otras comunidades no tienen nada de esto. El ministerio de Pablo Bustinduy no trabaja en una propuesta que armonice las normativas autonómicas. Preguntados por si estudian alguna ley en este sentido, fuentes del departamento se limitan a responder así a ABC: «Hay que tener en cuenta que esta cuestión es competencia exclusiva de las comunidades autónomas y, por lo tanto, es a cada comunidad a quien corresponde tomar una decisión sobre ello». Raúl empezó de broma con los amigos a los 16 años. A veces caía algún premio y se animaba. Con los años se volvió un problema. «Empezaba a jugar a las 9 de la mañana y no paraba hasta la hora de comer porque tenía que ir a casa a cuidar de mi familia, pero estaba hasta cinco horas seguidas. Iba por la mañana, intentaba cambiar de bar y, si veía a algún conocido, me hacía el despistado y me iba a escondidas». Los adictos al juego consultados coinciden en que pedir ayuda les salvó la vida. Francisco, también nombre ficticio, es uno de los portavoces de Jugadores Anónimos. Él aprendió a cohabitar con las tragaperras gracias a su grupo de apoyo. Entró en Jugadores Anónimos (JA) en el 2000 y, aunque tuvo un par de recaídas, gracias a las reuniones no juega desde hace años. «Es una enfermedad muy grave e incurable, yo pensé en suicidarme porque no encontraba salida, pero aquí conoces personas que entienden tu problema, os dais apoyo y te vas recuperando, es muy importante entrar en un grupo, yo me agarré a JA como una tabla de salvación», explica.La terapia psicológica consiste en entrenar habilidades de autocontrol y manejo de impulsos, establecer límites, desarrollar alternativas saludables de gestión de emociones y ocio, implicar a la familia o a una red de apoyo para el cambio y trabajar en la prevención de recaídas, reconociendo los desencadenantes que podrían reactivar el juego, explica el psicólogo Tamayo. En ocasiones, también tratamiento farmacológico. Raúl -nombre ficticio- reconoce que solo necesita «volver a tirar una moneda» para destruir su vida. Un euro basta para recaer en la espiral de la ruina. El sonido de la máquina tragaperras de fondo, mientras toma café en un bar, despierta ese demonio interno que es su enfermedad . Y con la que convivirá el resto de sus días. Es un jugador patológico, un adicto. «Me recuerdo jugando con mascarilla en el bar… –dice con cierta vergüenza–. Había conseguido dejarlo durante un año, pero, durante la pandemia, aunque era más difícil entrar al bar, recaí y me volví a enganchar al mismo o peor nivel». Casi pierde su trabajo, casi pierde a su familia: «Lo único que nunca llegué a tocar es el fondo común para los hijos». Suspira.Lo demás, lo quemaba. En febrero, este adicto de 52 años inició en Change.org una recogida de firmas interpelando al Gobierno y a la Generalitat –es de Lérida– para que en España se prohíban las máquinas tragaperras en los bares o que, al menos, se regulen de forma más estricta. Países Bajos, Francia, Portugal o Noruega vetan desde hace años estos juegos de azar fuera de los casinos y salones especializados , porque son muy peligrosos para jóvenes vulnerables y ludópatas.Terminó alcoholizadoTantas horas al lado de una barra de bar contribuyen también a otros problemas, como le pasó a Raúl: «Pedía cafés, pero acababa frenético. Así que empecé a pedirme cervezas. Como quería seguir jugando, un botellín más, y otro, y otro. Y, con el tiempo, la adicción al juego me llevó también a la adicción a la bebida».José Antonio Tamayo, psicólogo sanitario en Activa Psicología (Madrid), explica a ABC que las tragamonedas están diseñadas para activar los sistemas de recompensa del cerebro y ser muy adictivas: «Utilizan reforzamiento intermitente, es decir, las ganancias son impredecibles y no siguen un patrón fijo, lo que mantiene la expectativa y la motivación por seguir jugando. Además, incluyen estímulos sensoriales como luces, sonidos, animaciones, que generan excitación y asocian la experiencia con algo positivo». Todo está estudiado para atrapar al jugador, según explica el psicólogo Tamayo: «Incluso las pérdidas disfrazadas de ganancias, cuando se gana menos de lo apostado pero se celebra como un premio, refuerzan la conducta y dificultan que el jugador perciba la pérdida real».Noticia Relacionada estandar Si Adicto al juego, en rehabilitación: «Todos tenemos un casino a mano en el teléfono móvil» José María Aguilera Salomón era jugador de tenis y amañaba sus propios partidos hasta que lo expulsaron de la Federación: «Llegué a terapia por un intento de suicidio»Al tratarse de una conducta potencialmente adictiva tan accesible, el riesgo de convertirse en problema es alto. Así lo explica el psicólogo: «En el caso de las tragaperras, su presencia en bares o en internet facilita el juego frecuente y sin planificación, reduciendo la capacidad de autocontrol». Y añade: «La disponibilidad inmediata y la ausencia de barreras físicas o temporales incrementan la probabilidad de que una persona vulnerable pase de un consumo recreativo a un patrón adictivo». Barreras. Es precisamente lo que el adicto Raúl plantea al legislador. Su idea es la instalación de un dispositivo para lectura del DNI en las propias tragaperras para que el adicto con autoprohibición no pueda jugar. «Yo pedí que me prohibieran el acceso a salas de juego y apuestas, y así fue. Pero las tragaperras siguen estando ahí, en el bar de al lado de casa y en muchos más».La recogida de firmas de Raúl surge tras un viaje familiar al extranjero, donde se dio cuenta de que no había máquinas en los locales de hostelería. «A mí me daba igual el bar o el tipo de máquina, solo quería jugar. Iba del bar al cajero y del cajero al bar, una y otra vez. Y en esos paseos pensaba: ‘Si ahora en el bar no hubiese máquinas o yo no pudiera jugar, sería mi salvación’». Lleva nueve meses sin jugar.En España están activas unas 183.000 máquinas tipo B (las máquinas tragaperras), de las cuales 152.000 están en bares, restaurantes y cafeterías. El resto, en casinos y locales, según responde a ABC la Dirección General de Ordenación del Juego del Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030. Cataluña es el territorio con más máquinas tipo B, con 33.317; luego, Andalucía, 30.642, y sigue Comunidad Valenciana, 24.162.El Ministerio no tiene planesLa regulación del juego depende de los gobiernos autonómicos y cada uno aprueba normativas diferentes. Por ejemplo, Navarra ya obliga a los hosteleros a controlar si menores o personas vulnerables al juego están haciendo uso de las máquinas tragamonedas y la Comunidad Valenciana prohíbe sus luces y sonidos si no están en uso y pide un control remoto para activarlas. Otras comunidades no tienen nada de esto. El ministerio de Pablo Bustinduy no trabaja en una propuesta que armonice las normativas autonómicas. Preguntados por si estudian alguna ley en este sentido, fuentes del departamento se limitan a responder así a ABC: «Hay que tener en cuenta que esta cuestión es competencia exclusiva de las comunidades autónomas y, por lo tanto, es a cada comunidad a quien corresponde tomar una decisión sobre ello». Raúl empezó de broma con los amigos a los 16 años. A veces caía algún premio y se animaba. Con los años se volvió un problema. «Empezaba a jugar a las 9 de la mañana y no paraba hasta la hora de comer porque tenía que ir a casa a cuidar de mi familia, pero estaba hasta cinco horas seguidas. Iba por la mañana, intentaba cambiar de bar y, si veía a algún conocido, me hacía el despistado y me iba a escondidas». Los adictos al juego consultados coinciden en que pedir ayuda les salvó la vida. Francisco, también nombre ficticio, es uno de los portavoces de Jugadores Anónimos. Él aprendió a cohabitar con las tragaperras gracias a su grupo de apoyo. Entró en Jugadores Anónimos (JA) en el 2000 y, aunque tuvo un par de recaídas, gracias a las reuniones no juega desde hace años. «Es una enfermedad muy grave e incurable, yo pensé en suicidarme porque no encontraba salida, pero aquí conoces personas que entienden tu problema, os dais apoyo y te vas recuperando, es muy importante entrar en un grupo, yo me agarré a JA como una tabla de salvación», explica.La terapia psicológica consiste en entrenar habilidades de autocontrol y manejo de impulsos, establecer límites, desarrollar alternativas saludables de gestión de emociones y ocio, implicar a la familia o a una red de apoyo para el cambio y trabajar en la prevención de recaídas, reconociendo los desencadenantes que podrían reactivar el juego, explica el psicólogo Tamayo. En ocasiones, también tratamiento farmacológico.
Raúl -nombre ficticio- reconoce que solo necesita «volver a tirar una moneda» para destruir su vida. Un euro basta para recaer en la espiral de la ruina. El sonido de la máquina tragaperras de fondo, mientras toma café en un bar, despierta ese demonio interno … que es su enfermedad. Y con la que convivirá el resto de sus días. Es un jugador patológico, un adicto. «Me recuerdo jugando con mascarilla en el bar… –dice con cierta vergüenza–. Había conseguido dejarlo durante un año, pero, durante la pandemia, aunque era más difícil entrar al bar, recaí y me volví a enganchar al mismo o peor nivel». Casi pierde su trabajo, casi pierde a su familia: «Lo único que nunca llegué a tocar es el fondo común para los hijos». Suspira.
Lo demás, lo quemaba. En febrero, este adicto de 52 años inició en Change.org una recogida de firmas interpelando al Gobierno y a la Generalitat –es de Lérida– para que en España se prohíban las máquinas tragaperras en los bares o que, al menos, se regulen de forma más estricta. Países Bajos, Francia, Portugal o Noruega vetan desde hace años estos juegos de azar fuera de los casinos y salones especializados, porque son muy peligrosos para jóvenes vulnerables y ludópatas.
Terminó alcoholizado
Tantas horas al lado de una barra de bar contribuyen también a otros problemas, como le pasó a Raúl: «Pedía cafés, pero acababa frenético. Así que empecé a pedirme cervezas. Como quería seguir jugando, un botellín más, y otro, y otro. Y, con el tiempo, la adicción al juego me llevó también a la adicción a la bebida».
José Antonio Tamayo, psicólogo sanitario en Activa Psicología (Madrid), explica a ABC que las tragamonedas están diseñadas para activar los sistemas de recompensa del cerebro y ser muy adictivas: «Utilizan reforzamiento intermitente, es decir, las ganancias son impredecibles y no siguen un patrón fijo, lo que mantiene la expectativa y la motivación por seguir jugando. Además, incluyen estímulos sensoriales como luces, sonidos, animaciones, que generan excitación y asocian la experiencia con algo positivo». Todo está estudiado para atrapar al jugador, según explica el psicólogo Tamayo: «Incluso las pérdidas disfrazadas de ganancias, cuando se gana menos de lo apostado pero se celebra como un premio, refuerzan la conducta y dificultan que el jugador perciba la pérdida real».
Al tratarse de una conducta potencialmente adictiva tan accesible, el riesgo de convertirse en problema es alto. Así lo explica el psicólogo: «En el caso de las tragaperras, su presencia en bares o en internet facilita el juego frecuente y sin planificación, reduciendo la capacidad de autocontrol». Y añade: «La disponibilidad inmediata y la ausencia de barreras físicas o temporales incrementan la probabilidad de que una persona vulnerable pase de un consumo recreativo a un patrón adictivo».
Barreras. Es precisamente lo que el adicto Raúl plantea al legislador. Su idea es la instalación de un dispositivo para lectura del DNI en las propias tragaperras para que el adicto con autoprohibición no pueda jugar. «Yo pedí que me prohibieran el acceso a salas de juego y apuestas, y así fue. Pero las tragaperras siguen estando ahí, en el bar de al lado de casa y en muchos más».
La recogida de firmas de Raúl surge tras un viaje familiar al extranjero, donde se dio cuenta de que no había máquinas en los locales de hostelería. «A mí me daba igual el bar o el tipo de máquina, solo quería jugar. Iba del bar al cajero y del cajero al bar, una y otra vez. Y en esos paseos pensaba: ‘Si ahora en el bar no hubiese máquinas o yo no pudiera jugar, sería mi salvación’». Lleva nueve meses sin jugar.
En España están activas unas 183.000 máquinas tipo B (las máquinas tragaperras), de las cuales 152.000 están en bares, restaurantes y cafeterías. El resto, en casinos y locales, según responde a ABC la Dirección General de Ordenación del Juego del Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030. Cataluña es el territorio con más máquinas tipo B, con 33.317; luego, Andalucía, 30.642, y sigue Comunidad Valenciana, 24.162.
El Ministerio no tiene planes
La regulación del juego depende de los gobiernos autonómicos y cada uno aprueba normativas diferentes. Por ejemplo, Navarra ya obliga a los hosteleros a controlar si menores o personas vulnerables al juego están haciendo uso de las máquinas tragamonedas y la Comunidad Valenciana prohíbe sus luces y sonidos si no están en uso y pide un control remoto para activarlas. Otras comunidades no tienen nada de esto.
El ministerio de Pablo Bustinduy no trabaja en una propuesta que armonice las normativas autonómicas. Preguntados por si estudian alguna ley en este sentido, fuentes del departamento se limitan a responder así a ABC: «Hay que tener en cuenta que esta cuestión es competencia exclusiva de las comunidades autónomas y, por lo tanto, es a cada comunidad a quien corresponde tomar una decisión sobre ello».
Raúl empezó de broma con los amigos a los 16 años. A veces caía algún premio y se animaba. Con los años se volvió un problema. «Empezaba a jugar a las 9 de la mañana y no paraba hasta la hora de comer porque tenía que ir a casa a cuidar de mi familia, pero estaba hasta cinco horas seguidas. Iba por la mañana, intentaba cambiar de bar y, si veía a algún conocido, me hacía el despistado y me iba a escondidas».
Los adictos al juego consultados coinciden en que pedir ayuda les salvó la vida. Francisco, también nombre ficticio, es uno de los portavoces de Jugadores Anónimos. Él aprendió a cohabitar con las tragaperras gracias a su grupo de apoyo. Entró en Jugadores Anónimos (JA) en el 2000 y, aunque tuvo un par de recaídas, gracias a las reuniones no juega desde hace años. «Es una enfermedad muy grave e incurable, yo pensé en suicidarme porque no encontraba salida, pero aquí conoces personas que entienden tu problema, os dais apoyo y te vas recuperando, es muy importante entrar en un grupo, yo me agarré a JA como una tabla de salvación», explica.
La terapia psicológica consiste en entrenar habilidades de autocontrol y manejo de impulsos, establecer límites, desarrollar alternativas saludables de gestión de emociones y ocio, implicar a la familia o a una red de apoyo para el cambio y trabajar en la prevención de recaídas, reconociendo los desencadenantes que podrían reactivar el juego, explica el psicólogo Tamayo. En ocasiones, también tratamiento farmacológico.
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