La diplomática de Netflix posiblemente sea uno de los mejores ejemplos de la televisión de calidad de antes. Me refiero a esa televisión americana pensada para el público generalista, que no podía permitirse licencias violentas o sexuales, sin tratarlo como si fuera imbécil. Esa televisión que hacía que inteligencia y entretenimiento fueran palabras sinónimas y que también conciliaba los términos calidad y adulto con episodios estructurados para no perder el ritmo en ningún momento. Es la televisión de Urgencias, de David E. Kelley de Ally McBeal y E abogado, de El ala oeste de la Casa Blanca o que, ya en su época tardía, ofreció la extraordinaria The Good Wife.
La serie con Keri Russell y Rufus Sewell estrena la tercera temporada en Netflix
La diplomática de Netflix posiblemente sea uno de los mejores ejemplos de la televisión de calidad de antes. Me refiero a esa televisión americana pensada para el público generalista, que no podía permitirse licencias violentas o sexuales, sin tratarlo como si fuera imbécil. Esa televisión que hacía que inteligencia y entretenimiento fueran palabras sinónimas y que también conciliaba los términos calidad y adulto con episodios estructurados para no perder el ritmo en ningún momento. Es la televisión de Urgencias, de David E. Kelley de Ally McBeal y E abogado, de El ala oeste de la Casa Blanca o que, ya en su época tardía, ofreció la extraordinaria The Good Wife.
El argumento de la primera temporada contaba cómo Kate Wyler (Keri Russell), una experta en inteligencia, asumía el rol de embajadora de los Estados Unidos en el Reino Unido. La oferta de trabajo, que no le apasionaba porque le interesaba más Kabul que Londres, le llegaba justo cuando se planteaba abandonar a su marido Hal (Rufus Sewell). Podía respetarle y quererle, pero estaba harta de operar según los arrebatos de un marido que, hasta ese momento, siempre había estado mejor posicionado que ella. Y, con la diplomacia como coartada, Kate intentaba sacar proyectos más ambiciosos.

En la tercera temporada, esta premisa ya está más que superada. Kate, establecida como embajadora no convencional tanto para la Casa Blanca como para Downing Street, se encuentra en una situación complicada: la vicepresidenta Grace Penn (Allison Janney), a priori una enemiga, asume el rol de presidenta tras la muerte repentina del presidente. Kate, que había sonado como posible sustituta de Penn, se enfrenta al enésimo juego de poder, otra vez alentada por Hal, que ella ni tan siquiera tiene claro si quiere jugar.
La diplomática, después de una segunda temporada frustrante por la parálisis de las tramas personales (pero, eso sí, con mucho movimiento en política y terrorismo), se reencuentra a sí misma. De repente, no le interesa ser tan Homeland para volver a ser más The Good Wife. Se acuerda, por ejemplo, de hasta qué punto la serie funciona mejor si se centra en la dinámica entre Kate y Hal. Se muestran los matices de una relación adulta más allá del amor, con notas de ambición, de sintonía, de haber compartido la vida juntos, y cómo esta relación se puede transformar (hasta adoptar formas imprevisibles).

Eso sí, la guionista Deborah Cahn, precisamente con experiencia en Homeland y El ala oeste de la Casa Blanca, continúa arrastrando los problemas de siempre. La fijación por Kate a menudo deja en el limbo a los secundarios (Eidra y Stuart, literalmente, están allí esperando a que les hagan caso para poder evolucionar). Se echa en falta que, en vez de moverse tanto y priorizar los diálogos, La diplomática se atreva a un tratamiento más introspectivo de los personajes. Pero sobre todo le cuesta ofrecer una temporada sólida.
Es tan televisión de antes que parece una temporada de 24 episodios dividida en tramos. Si la primera temporada era la presentación, la segunda incluía episodios estériles para rellenar metraje hasta el cliffhanger de mitad de temporada y, con la tercera, por fin Cahn se atreve a jugar con tramas insinuadas al principio. Y, claro, no funciona igual una temporada de estas características siendo vista de septiembre a abril que repartida en tres años. Si tienes que producir temporadas cortas, toca adaptarse al formato acordado para así optimizarlo.
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