Nadie quiere esto, para quienes pertenecen a la generación millennial, fue como ir por la calle y, de repente, perder la respiración al ver una persona deslumbrante. Era la comedia romántica por excelencia con Adam Brody y Kristen Bell, conocidos por series juveniles de los 2000 como OC y Veronica Mars, en los papeles protagonistas.
¿Hay historia que contar después de enamorarse?
Nadie quiere esto, para quienes pertenecen a la generación millennial, fue como ir por la calle y, de repente, perder la respiración al ver una persona deslumbrante. Era la comedia romántica por excelencia con Adam Brody y Kristen Bell, conocidos por series juveniles de los 2000 como OC y Veronica Mars, en los papeles protagonistas.
Él, un rabino moderno, comprometido con su comunidad, guapo y de buen corazón. Ella, una presentadora de podcast con problemas de compromiso, una tendencia a revelar todos sus secretos (también los sexuales) delante del micrófono y sin creencias firmes pero de educación cristiana. Un año después de su lanzamiento, habiendo logrado nominaciones al Emmy en las categorías de mejor comedia, actor y actriz, ya tiene lista su segunda temporada, que llega a Netflix el próximo jueves 23 de octubre.
Netflix y la creadora Erin Foster contrataron a dos showrunners para agilizar el proceso creativo y no desperdiciar el momento de la serie
La plataforma, en vez de entrar en interminables procesos de producción como sucede tan a menudo con las series americanas (véase Ginny y Georgia, Miércoles o Stranger Things), tuvo la determinación con la creadora Erin Foster de mantener el buen momento de Nadie quiere esto. Contrataron a Jenni Konner y Bruce Eric Kaplan, que habían trabajado en Girls, para ejercer de productores ejecutivos y showrunners.
Así Foster, que había pasado sin pena ni gloria por el mundo de la interpretación con papeles episódicos en OC o House, podía centrar toda su atención en la parte creativa. Ella planifica las tramas con el resto de profesionales de la sala de guionistas, escribe y supervisa los textos. Konner y Kaplan, en cambio, se dedican al resto de la logística.

El desafío artístico de los nuevos episodios está claro: mantener la chispa romántica y cómica tras consolidar la relación de Noah y Joanne, los polos opuestos, en el final de la primera temporada. Y es que, mientras en el cine la fórmula de la comedia romántica es cristalina y sencilla, el género se convierte en un campo de minas al trasladarse a la televisión, sobre todo en un proyecto pensado para más de una temporada.
Solo hay que ver cuántas series se resistieron a ofrecer un mínimo de estabilidad sentimental a los personajes protagonistas hasta llegar al final de la serie (desde Sexo en Nueva York a Lovesick o Ross y Rachel en Friends) y cuántas series perdieron interés al resolver la principal trama romántica (con Luz de Luna como el caso por antonomasia).
El argumento de la segunda temporada es previsible: Joanne y Noah quieren construir un futuro en común pero, como les recuerda el día a día o sus seres queridos, tienen diferencias que pueden ser insalvables. “El reto ya no es enamorarse contra todo pronóstico, sino seguir juntos a pesar de esto”, avisa Netflix.
Sin embargo, más allá de la chispa, hay otro elemento interesante en este regreso: la centralidad del judaísmo en las tramas en un momento en el que, debido al genocidio de Gaza, se confunde esta religión con el posicionamiento del gobierno de Israel. Para Foster la historia es personal: se inspira en su propia historia de amor con un hombre judío, el que hoy en día es su marido, y los conflictos surgidos a partir de sus distintos orígenes
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