Bolivia, con la victoria de Rodrigo Paz, pasa página de dos décadas de la vía socialista que lideró Evo Morales y cerró Luis Arce en medio de un crisis económica y de inflación galopante. Pero más que romper con el pasado, la victoria inesperada del hijo del expresidente Jaime Paz Zamora vuelve a recordar el peso del populismo y, también, del voto indígena, en un país donde todavía hay mucha desigualdad y un racismo muy arraigado.
Bolivia, con la victoria de Rodrigo Paz, pasa página de dos décadas de la vía socialista que lideró Evo Morales y cerró Luis Arce en medio de un crisis económica y de inflación galopante. Pero más que romper con el pasado, la victoria inesperada del hijo del expresidente Jaime Paz Zamora vuelve a recordar el peso del populismo y, también, del voto indígena, en un país donde todavía hay mucha desigualdad y un racismo muy arraigado.Seguir leyendo…
Bolivia, con la victoria de Rodrigo Paz, pasa página de dos décadas de la vía socialista que lideró Evo Morales y cerró Luis Arce en medio de un crisis económica y de inflación galopante. Pero más que romper con el pasado, la victoria inesperada del hijo del expresidente Jaime Paz Zamora vuelve a recordar el peso del populismo y, también, del voto indígena, en un país donde todavía hay mucha desigualdad y un racismo muy arraigado.
Las encuestas volvieron a equivocarse, como ocurrió en la primera vuelta electoral. Tuto Quiroga lideraba los sondeos, pero Rodrigo Paz, nacido en Santiago de Compostela por el exilio de su padre, cimentó su triunfo en las provincias de occidente, las regiones andinas, donde Evo Morales tenía su vivero de votos años atrás.
Paz se ha movido con ambigüedad calculada y ha ganado donde antes lo hacía Evo Morales
No es casualidad. Durante sus mandatos (2006-2019), Morales se subía casi cada día al avión presidencial para visitar algún pueblo boliviano y hablar cara a cara con la gente. Con sus propios medios, Rodrigo Paz empezó a recorrer Bolivia pueblo a pueblo en 2022 para conocer la realidad de un país diverso, plurinacional según su constitución, y profundamente dividido entre occidente y oriente, entre las regiones de la cordillera andina y los llanos agrícolas y ganaderos. Esa división se ha reflejado en el voto. Paz se ha llevado el occidente y Quiroga ha ganado en los departamentos de oriente, los territorios donde llegó a florecer un movimiento independentista cuando Evo Morales se convirtió en el primer jefe de Estado indígena.
Tuto Quiroga, que prometía el retorno a políticas neoliberales, era el candidato que quería eliminar cualquier herencia del masismo . Presidente entre 2001 y 2002 tras la dimisión de Hugo Banzer, Quiroga no pertenece a la extrema derecha que ahora se expande por todo el mundo, como el argentino Milei, pero sí al establishment del poder. Y Bolivia ha castigado duramente al masismo y sus intentos de reformularse, pero tampoco quería regresar a la situación anterior a Evo Morales.
Rodrigo Paz se ha movido con una ambigüedad calculada toda la campaña. Era un candidato de centro y derecha que reivindicaba el espíritu del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) que fundó su padre y que fue el primer intento de construir un proyecto socialdemócrata en Bolivia. De ahí su propuesta inespecífica de “capitalismo para todos” y de renunciar, a priori, a préstamos de organismos internacionales para enderezar la inestable situación económica del país.
Además, el líder del Partido Demócrata Cristiano incluyó en su ticket electoral a Edmand Lara, un expolicía populista que ha prometido una cruzada contra la corrupción. Capitán Lara, como se le conoce, logró sembrar las sospechas de racismo del candidato a vicepresidente de Quiroga, Juan Pablo Velasco, y eso puede haber resultado decisivo en el voto en occidente, de mayoría indígena.
Rodrigo Paz tiene ahora el reto de sanear la economía sin soliviantar a las clases populares, que históricamente han tenido una gran capacidad de movilización, pero también el de la reconciliación nacional y el de un nuevo alineamiento de Bolivia en el panorama internacional. Evo Morales siempre practicó una política más parecida a la de Lula da Silva en Brasil que a la de Nicolás Maduro en Venezuela, pero vivió de espaldas a Estados Unidos y erigió a China en socio preferente, al que entregó buena puerta de la obra pública de sus mandatos.
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