El dibujante que ganó el primer Pulitzer por un cómic inaugura el festival Kosmopolis de Barcelona. «Los cómics pueden ser cualquier cosa, una herramienta política, radicales o estúpidos», señala Leer El dibujante que ganó el primer Pulitzer por un cómic inaugura el festival Kosmopolis de Barcelona. «Los cómics pueden ser cualquier cosa, una herramienta política, radicales o estúpidos», señala Leer
Se pasea por Barcelona con un sombrero de pescador, sus gafas de pasta y ese chaleco negro al que ya ha acostumbrado a sus lectores desde Maus (1986-1991), cuando se autodibujó como un ratón, como todos los judíos (los nazis eran gatos; los polacos, cerdos y los americanos, perros). Lo único que ha cambiado en el autorretrato de Art Spiegelman es que ha sustituido el cigarrillo tradicional por un vaper. Afable y sonriente, está feliz de volver a Barcelona: «La primera vez fue en los 80 y era una ciudad completamente psicodélica. Franco ya no estaba y todo era peace & love, marihuana y comunas… Ese espíritu ya se estaba terminando en América, pero fue un placer sentir esa libertad en ese momento», recuerda.
Hace mucho que Barcelona dejó de ser psicodélica. Ya Spiegelman, la gran estrella del Festival Kosmopolis, se le recibe como a un héroe de carne y hueso, el que elevó el Cómic -así, en mayúscula- a categoría artística, con ese premio Pulitzer Especial de 1992. El jurado se inventó una nueva categoría porque no sabía muy bien donde colocar Maus, la novela gráfica sobre el Holocausto y que, a la vez, es la biografía del propio Art, que cuenta la historia de su padre, superviviente de Auschwitz, mientras sobrevuela el recuerdo de su madre, que se suicidó en 1968 (él tenía 20 años).
«Sí, ese Pulitzer marcó una gran diferencia. Pero el cambio comenzó antes, con toda la ola del cómic underground, que fue muy transgresor, un medio fuera de la ley y que abría unas fronteras nuevas y peligrosas», explica en el CCCB, donde participa en un diálogo con Max bajo el título El cómic se hizo literatura. Algo en lo que Spiegelman tuvo mucho que ver. No solo por el monumental Maus, sino por la cantera que supuso Raw, esa revista de cómic independiente que fundó en el comedor de su casa junto a su mujer, la francesa Françoise Mouly (en los 90 se convertiría en la mítica editora de arte de The New Yorker). Durante los once años que se editó, Raw introdujo a varios dibujantes europeos en Estados Unidos -de Mariscal a Joost Swarte– y descubrió a talentos como Chris Ware, que precisamente protagoniza una exquisita exposición en el CCCB (la mejor de la temporada barcelonesa, la que más ha dado que hablar).
«Creamos una especie de nueva tribu, una comunidad», sonríe Spiegelman y le da una calada al vaper. «Los cómics pueden ser cualquier cosa: una herramienta política o de reclutamiento para unirse al ejército, pueden convertirte en un republicano religioso, pueden ser radicales o estúpidos o tan inteligentes que nadie los lea», reflexiona en una referencia directa a su última obra, las tres páginas que ha coescrito junto a Joe Sacco bajo el título Never again (Nunca más) en las que se dibujan entre las ruinas de Gaza (Spiegelman cual ratón, como en Maus, que originalmente fue una tira de tres páginas, en 1971).
En esas brevísima historia (o conversación gráfica, como ellos la llaman), los dibujantes reflexionan sobre conceptos como holocausto, limpieza étnica y genocidio. Spiegelman escribe y repite en voz alta: «No quiero que Maus sea usado como una herramienta de reclutamiento para las fuerzas de defensa de Israel».
«Sentí que necesitaba hacer algo sobre lo que estaba pasando en Palestina. Porque, en realidad, nunca fui sionista», admite. Si esto fuera uno de sus cómics lo siguiente que vendría sería una viñeta con un paisaje de olivos, un flashback al Israel de los años 60, cuando sus padres le llevaron a un kibutz a plantar árboles. «Tenía 13 años y era la primera vez que salía de Estados Unidos. No me entusiasmó, pero fue exótico. Pude ver cómo funcionaba la vida entre los palestinos y los judíos israelíes en Tel Aviv. Me pareció muy incómodo, me recordaba a lo que sucedía con los negros en América pero ni de eso era tan consciente entonces…», explica. Tras narrar cómo era la vida en el kibutz, llega a esta conclusión: «Realmente soy un a-sionista, como un agnóstico. Es un prefijo diferente. Decidí genuinamente que Israel no es mi problema. Soy un hijo de la diáspora, no estoy interesado en la tierra prometida. Creo en sintetizar culturas y en vivir en las grietas entre ideologías».
Spiegelman es muy claro cuando habla. Y cuando dibuja. Otra muestra: «Ahora, vivir en América parece realmente espeluznante. Y es irónico que mis padres escaparan hacia la libertad en 1948 y ahora sea yo el que tenga que escapar a algún otro lugar, otra vez. Preferiría no hacerlo». Por eso ciertas escenas en las que se refería a Donald Trump en su documental Disaster is my Muse fueron eliminadas en Estados Unidos, lo que se suma a la retirada de Maus en las escuelas de Tennessee en 2022. «Que se censure Maus significa que el fascismo y el nazismo nunca murieron. Claramente, ahora tiene un aspecto de cuento, de advertencia», dice. «América tiene una nueva idea, que se llama fascismo. Creo que hubo un laboratorio para eso aquí en España, con Franco».
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