A todas las familias católicas les gustan las vocaciones jóvenes para la vida contemplativa. Pero pocas acogen con alegría la noticia cuando quien decide entrar en el monasterio de clausura es su hija. Por lo menos inicialmente, parece más comprensible cuando se trata de una orden secular , dedicada a la educación, la asistencia sanitaria o vinculada con las misiones. O cuando el llamado es un hijo que anuncia su marcha al seminario . Pero la clausura sigue asustando incluso a quienes tienen la fe más asentada. Dudas, incomprensiones, enfados –incluso silencios prolongados– son más habituales de lo que los relatos piadosos sobre «vidas ejemplares» muestran sobre los procesos vocacionales.Esa realidad es la que también se encontró la directora vizcaína Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978) al documentarse para escribir el guion de ‘Los Domingos’ , la película ganadora de la Concha de Oro en San Sebastián que se estrenó este viernes. En ella narra el proceso vocacional de una joven de 17 años que anuncia su deseo de entrar en un monasterio de clausura y el conflicto que eso genera en su familia. Ruiz de Azúa se confiesa no creyente y de educación laica, pero la vivencia de un caso similar le rondaba la cabeza desde hacía dos décadas y decidió convertirla en su segundo largo, tras ‘Cinco lobitos’.Para dar forma a la historia emprendió un largo proceso de documentación. Habló con jóvenes inmersas en procesos vocacionales, con sus familias y amigos. De ese improvisado estudio sociológico de la España del siglo XXI le sorprendió «todo lo que se generaba cuando las chicas planteaban por primera vez en casa su vocación religiosa. En muchas ocasiones provocaba conflicto y rechazo , incluso en familias creyentes»Noticias relacionadas estandar Si Escuelas católicas Sin curas ni monjas en las aulas: las congregaciones dejan más de 600 colegios Beatriz L. Echazarreta estandar No Nuevos perfiles vocacionales Ni tímido ni anónimo: el seminarista es ahora joven, guapo y de éxito José Ramón Navarro-ParejaEn el caso de Marta, benedictina en el monasterio de la Santa Cruz de Sahagún (León), la experiencia fue distinta. Cuando les contó su decisión a sus padres, con poco más de 16 años, « se lo tomaron bastante bien, aunque es verdad que se quedaron un poco en shock ». Luego supo que ellos «también llevaron su proceso» para asumirlo, pero su respuesta inicial le allanó el camino. «Me dijeron que, si era lo que me hacía feliz, estaban encantados y me apoyaban», explica Marta a ABC. Con el tiempo ha comprendido que su caso no fue lo habitual. «Yo pensaba que lo mío era lo normal, pero conforme he ido conociendo otras vocaciones he visto que fue bastante excepcional».«A mis padres les conté mi decisión con 16 años. Se quedaron un poco en shock» Marta BenedictinaMarta sintió su primera llamada vocacional en un viaje familiar, el verano en que cumplía los 16 años. Junto a sus padres y sus dos hermanos –es la mayor– visitaron el monasterio de Leyre en Navarra. Fue allí donde sintió «una sensación muy agradable» . «Yo estaba en un proceso de búsqueda, pero normal y corriente, como cualquier joven de 16 años, pensando más en lo que quería estudiar y las optativas de Bachiller, pero allí noté que todo conectaba, que algo así es lo que yo quería para mi vida», explica. De aquella visita salió de la tienda del monasterio con un librito que contenía la regla de san Benito, en la que se inspira la clausura y rige aún hoy la vida de los monasterios. El texto se convirtió en su libro de cabecera y acudió a internet a conocer más sobre las congregaciones femeninas ( Leyre es un monasterio benedictino masculino) y finalmente dejó «un poco a la suerte o al Espíritu Santo» –nos dice entre risas– elegir el posible cenobio al que pedir más información. Así, escribió a la primera referencia que le devolvió el buscador para pedir más información sobre lo que estaba sintiendo, y su vida ya quedó ligada a Sahagún, aún desde aquellos primeros momentos en su Ciudad Real natal. Sin embargo, aunque a sus padres le fue contando ese discernimiento y acompañamiento vocacional que le llevaría al monasterio al cumplir los 18 años ( la normativa canónica marca la mayoría de edad para ingresar en un cenobio ), a sus amigos y familiares más lejanos tardó en contarles su decisión. «Precisamente para evitar comentarios o malos entendidos se lo dije muy tarde. Entré en agosto y al resto de la familia se lo dije en mayo, y a mis compañeros, un mes antes», añade.«Mi madre pensó que era un ataque hacia ella»El caso de María se parece más a esa generalidad de la hablábamos al principio. Accede a hablar con ABC tras la autorización de la priora del Carmelo en el que va a entrar en un par de semanas , pero con la condición de que no aparezca su nombre real, ni el convento específico en el que comenzará su postulantado. No va a ser la primera vez que ingrese en un monasterio. Ahora supera la treintena, pero su primera llamada vocacional llegó cuando estaba acabando los estudios universitarios. Aunque aquella experiencia no cuajó, sí recuerda cómo vivió todo el proceso de contarlo a su familia.Como catequista, estaba muy vinculada a su parroquia y un compañero de de facultad le contó que tenía una hermana carmelita. Aquello desbocó el deseo que llevaba rumiando desde tiempo atrás. «Yo iba poco a poco viendo que el que Señor me estaba llevando para consagrarme a él. Le decía: ‘Señor, sea lo que tú quieras, pero a ver si con este chico que me gusta pasa algo’. Hasta que un día me decidí y le dije: ‘Lo que tú quieras, sea lo que sea de verdad, sin peros’ ». Fue a partir de ese momento cuando «empecé a desear la vida consagrada», nos explica. «El Señor es un caballero, supo esperar hasta que le dije que libremente fuera lo que él quisiera, para irrumpir en mi vida». Más difícil fue el momento de contarle a su familia la decisión, que implicaba además, dejar sus estudios universitarios en el último curso. «Fue un bombazo. Mis padres me dijeron que algo intuían porque veían que iba mucho a las cosas de la parroquia y los grupos de oración y que no les extrañaba que su hija pudiera ser consagrada, pero lo que no se podían imaginar es que fuera de clausura ». Quien peor lo tomó fue su madre, «que lo veía como un ataque» y le costaba entender, pese «que va a misa todos los domingos». Ahora, unos años después de aquel primer intento, tiene más asumida la decisión de su hija y le apoya en esta nueva entrada en el monasterio, ahora en el Carmelo.Normas menos estrictasLa petición de discreción a María habla a las claras de que, aún hoy, la clausura se sigue viviendo en el sentido estricto de la palabra, aunque algunas congregaciones han relajado las estrictas normas que apartaban del mundo a quienes ingresaban en el convento. Mientras que antes apenas salían para ir al médico o para votar y limitaban la visitas de familiares a amigos a unas pocas al año, en los últimos años la mayoría de las órdenes han abierto sus puertas , tanto físicas como virtuales, como en el caso de las benedictinas en las que profesó Marta, muy activa en las redes como «evangelizadora digital».Sólo en su cuenta de Instagram Marta ya tiene más de 145.000 seguidores, además de los que suma en otras redes sociales. En ellas habla de la vocación, da consejos sobre la vida de fe a sus seguidores y muestra el día a día en el convento. Ella tuvo que escribir una carta para conocer el monasterio, y ahora, de esta forma, las jóvenes que creen sentir esa llamada lo tienen más fácil . Desde luego, mucho más sencillo que cuando la única opción de conocer lo que allí se vivía era acercarse al torno. No es la única iniciativa que tienen para que las jóvenes conozcan la vida contemplativa. «En verano, cada semana, pueden venir hasta cinco chicas que realmente están definiendo su vocación y aquí les damos a conocer nuestra vida, sin muchos malabares, para que puedan ver si eso es lo que se están planteando, si es lo que realmente quieren vivir», nos explica. En 2023, la primera vez que realizaron esta experiencia fueron ocho las chicas que pasaron por allí, el año pasado 25 y este verano 14. Algunas de ellas han decidido dar el paso y se encuentran en distintas fases para entrar en el monasterio.Es un ejemplo, discreto pero significativo, de que la vida contemplativa femenina sigue siendo una realidad en las jóvenes de este primer cuarto del siglo XXI. España sigue siendo uno de los países con más monasterios activos del mundo. La última memoria anual de actividades de la Conferencia Episcopal cifraba los cenobios en 703 y en 7.664 el total de monjes y monjas de clausura. No distinguía por sexos, pero más de 7.000 son mujeres . La última vez que dieron estos datos desglosados fue en 2020 y hablaban de 8.731 miembros de la vida contemplativa, de los que 8.273 eran mujeres y sólo 458 hombres.Aumentan las vocacionesEs cierto que la edad media de las monjas de clausura es elevada, pero fuentes eclesiales hablan, sin concretar datos, de un aumento en las vocaciones. Congregaciones como Iesu Communio, que se deriva de las clarisas aunque con una clausura más relajada, muestran siempre más de un centenar de chicas jóvenes vistiendo su peculiar hábito de tela vaquera . Otras, como las benedictinas del monasterio de Marta, viven un crecimiento más discreto, pero también significativo. Como Ainara, la joven idealista protagonista de ‘Los Domingos’, aún hoy no faltan chicas dispuestas a aceptar la llamada, y asumir la rebeldía que implica romper con el mundo y dedicar su vida sólo a Dios desde la clausura, incluso ante la incomprensión de sus familias y amigos. Es una respuesta sincera que ya san Benito recogía en la regla: «Nada anteponer al amor de Cristo» A todas las familias católicas les gustan las vocaciones jóvenes para la vida contemplativa. Pero pocas acogen con alegría la noticia cuando quien decide entrar en el monasterio de clausura es su hija. Por lo menos inicialmente, parece más comprensible cuando se trata de una orden secular , dedicada a la educación, la asistencia sanitaria o vinculada con las misiones. O cuando el llamado es un hijo que anuncia su marcha al seminario . Pero la clausura sigue asustando incluso a quienes tienen la fe más asentada. Dudas, incomprensiones, enfados –incluso silencios prolongados– son más habituales de lo que los relatos piadosos sobre «vidas ejemplares» muestran sobre los procesos vocacionales.Esa realidad es la que también se encontró la directora vizcaína Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978) al documentarse para escribir el guion de ‘Los Domingos’ , la película ganadora de la Concha de Oro en San Sebastián que se estrenó este viernes. En ella narra el proceso vocacional de una joven de 17 años que anuncia su deseo de entrar en un monasterio de clausura y el conflicto que eso genera en su familia. Ruiz de Azúa se confiesa no creyente y de educación laica, pero la vivencia de un caso similar le rondaba la cabeza desde hacía dos décadas y decidió convertirla en su segundo largo, tras ‘Cinco lobitos’.Para dar forma a la historia emprendió un largo proceso de documentación. Habló con jóvenes inmersas en procesos vocacionales, con sus familias y amigos. De ese improvisado estudio sociológico de la España del siglo XXI le sorprendió «todo lo que se generaba cuando las chicas planteaban por primera vez en casa su vocación religiosa. En muchas ocasiones provocaba conflicto y rechazo , incluso en familias creyentes»Noticias relacionadas estandar Si Escuelas católicas Sin curas ni monjas en las aulas: las congregaciones dejan más de 600 colegios Beatriz L. Echazarreta estandar No Nuevos perfiles vocacionales Ni tímido ni anónimo: el seminarista es ahora joven, guapo y de éxito José Ramón Navarro-ParejaEn el caso de Marta, benedictina en el monasterio de la Santa Cruz de Sahagún (León), la experiencia fue distinta. Cuando les contó su decisión a sus padres, con poco más de 16 años, « se lo tomaron bastante bien, aunque es verdad que se quedaron un poco en shock ». Luego supo que ellos «también llevaron su proceso» para asumirlo, pero su respuesta inicial le allanó el camino. «Me dijeron que, si era lo que me hacía feliz, estaban encantados y me apoyaban», explica Marta a ABC. Con el tiempo ha comprendido que su caso no fue lo habitual. «Yo pensaba que lo mío era lo normal, pero conforme he ido conociendo otras vocaciones he visto que fue bastante excepcional».«A mis padres les conté mi decisión con 16 años. Se quedaron un poco en shock» Marta BenedictinaMarta sintió su primera llamada vocacional en un viaje familiar, el verano en que cumplía los 16 años. Junto a sus padres y sus dos hermanos –es la mayor– visitaron el monasterio de Leyre en Navarra. Fue allí donde sintió «una sensación muy agradable» . «Yo estaba en un proceso de búsqueda, pero normal y corriente, como cualquier joven de 16 años, pensando más en lo que quería estudiar y las optativas de Bachiller, pero allí noté que todo conectaba, que algo así es lo que yo quería para mi vida», explica. De aquella visita salió de la tienda del monasterio con un librito que contenía la regla de san Benito, en la que se inspira la clausura y rige aún hoy la vida de los monasterios. El texto se convirtió en su libro de cabecera y acudió a internet a conocer más sobre las congregaciones femeninas ( Leyre es un monasterio benedictino masculino) y finalmente dejó «un poco a la suerte o al Espíritu Santo» –nos dice entre risas– elegir el posible cenobio al que pedir más información. Así, escribió a la primera referencia que le devolvió el buscador para pedir más información sobre lo que estaba sintiendo, y su vida ya quedó ligada a Sahagún, aún desde aquellos primeros momentos en su Ciudad Real natal. Sin embargo, aunque a sus padres le fue contando ese discernimiento y acompañamiento vocacional que le llevaría al monasterio al cumplir los 18 años ( la normativa canónica marca la mayoría de edad para ingresar en un cenobio ), a sus amigos y familiares más lejanos tardó en contarles su decisión. «Precisamente para evitar comentarios o malos entendidos se lo dije muy tarde. Entré en agosto y al resto de la familia se lo dije en mayo, y a mis compañeros, un mes antes», añade.«Mi madre pensó que era un ataque hacia ella»El caso de María se parece más a esa generalidad de la hablábamos al principio. Accede a hablar con ABC tras la autorización de la priora del Carmelo en el que va a entrar en un par de semanas , pero con la condición de que no aparezca su nombre real, ni el convento específico en el que comenzará su postulantado. No va a ser la primera vez que ingrese en un monasterio. Ahora supera la treintena, pero su primera llamada vocacional llegó cuando estaba acabando los estudios universitarios. Aunque aquella experiencia no cuajó, sí recuerda cómo vivió todo el proceso de contarlo a su familia.Como catequista, estaba muy vinculada a su parroquia y un compañero de de facultad le contó que tenía una hermana carmelita. Aquello desbocó el deseo que llevaba rumiando desde tiempo atrás. «Yo iba poco a poco viendo que el que Señor me estaba llevando para consagrarme a él. Le decía: ‘Señor, sea lo que tú quieras, pero a ver si con este chico que me gusta pasa algo’. Hasta que un día me decidí y le dije: ‘Lo que tú quieras, sea lo que sea de verdad, sin peros’ ». Fue a partir de ese momento cuando «empecé a desear la vida consagrada», nos explica. «El Señor es un caballero, supo esperar hasta que le dije que libremente fuera lo que él quisiera, para irrumpir en mi vida». Más difícil fue el momento de contarle a su familia la decisión, que implicaba además, dejar sus estudios universitarios en el último curso. «Fue un bombazo. Mis padres me dijeron que algo intuían porque veían que iba mucho a las cosas de la parroquia y los grupos de oración y que no les extrañaba que su hija pudiera ser consagrada, pero lo que no se podían imaginar es que fuera de clausura ». Quien peor lo tomó fue su madre, «que lo veía como un ataque» y le costaba entender, pese «que va a misa todos los domingos». Ahora, unos años después de aquel primer intento, tiene más asumida la decisión de su hija y le apoya en esta nueva entrada en el monasterio, ahora en el Carmelo.Normas menos estrictasLa petición de discreción a María habla a las claras de que, aún hoy, la clausura se sigue viviendo en el sentido estricto de la palabra, aunque algunas congregaciones han relajado las estrictas normas que apartaban del mundo a quienes ingresaban en el convento. Mientras que antes apenas salían para ir al médico o para votar y limitaban la visitas de familiares a amigos a unas pocas al año, en los últimos años la mayoría de las órdenes han abierto sus puertas , tanto físicas como virtuales, como en el caso de las benedictinas en las que profesó Marta, muy activa en las redes como «evangelizadora digital».Sólo en su cuenta de Instagram Marta ya tiene más de 145.000 seguidores, además de los que suma en otras redes sociales. En ellas habla de la vocación, da consejos sobre la vida de fe a sus seguidores y muestra el día a día en el convento. Ella tuvo que escribir una carta para conocer el monasterio, y ahora, de esta forma, las jóvenes que creen sentir esa llamada lo tienen más fácil . Desde luego, mucho más sencillo que cuando la única opción de conocer lo que allí se vivía era acercarse al torno. No es la única iniciativa que tienen para que las jóvenes conozcan la vida contemplativa. «En verano, cada semana, pueden venir hasta cinco chicas que realmente están definiendo su vocación y aquí les damos a conocer nuestra vida, sin muchos malabares, para que puedan ver si eso es lo que se están planteando, si es lo que realmente quieren vivir», nos explica. En 2023, la primera vez que realizaron esta experiencia fueron ocho las chicas que pasaron por allí, el año pasado 25 y este verano 14. Algunas de ellas han decidido dar el paso y se encuentran en distintas fases para entrar en el monasterio.Es un ejemplo, discreto pero significativo, de que la vida contemplativa femenina sigue siendo una realidad en las jóvenes de este primer cuarto del siglo XXI. España sigue siendo uno de los países con más monasterios activos del mundo. La última memoria anual de actividades de la Conferencia Episcopal cifraba los cenobios en 703 y en 7.664 el total de monjes y monjas de clausura. No distinguía por sexos, pero más de 7.000 son mujeres . La última vez que dieron estos datos desglosados fue en 2020 y hablaban de 8.731 miembros de la vida contemplativa, de los que 8.273 eran mujeres y sólo 458 hombres.Aumentan las vocacionesEs cierto que la edad media de las monjas de clausura es elevada, pero fuentes eclesiales hablan, sin concretar datos, de un aumento en las vocaciones. Congregaciones como Iesu Communio, que se deriva de las clarisas aunque con una clausura más relajada, muestran siempre más de un centenar de chicas jóvenes vistiendo su peculiar hábito de tela vaquera . Otras, como las benedictinas del monasterio de Marta, viven un crecimiento más discreto, pero también significativo. Como Ainara, la joven idealista protagonista de ‘Los Domingos’, aún hoy no faltan chicas dispuestas a aceptar la llamada, y asumir la rebeldía que implica romper con el mundo y dedicar su vida sólo a Dios desde la clausura, incluso ante la incomprensión de sus familias y amigos. Es una respuesta sincera que ya san Benito recogía en la regla: «Nada anteponer al amor de Cristo»
A todas las familias católicas les gustan las vocaciones jóvenes para la vida contemplativa. Pero pocas acogen con alegría la noticia cuando quien decide entrar en el monasterio de clausura es su hija. Por lo menos inicialmente, parece más comprensible cuando se trata de una … orden secular, dedicada a la educación, la asistencia sanitaria o vinculada con las misiones. O cuando el llamado es un hijo que anuncia su marcha al seminario. Pero la clausura sigue asustando incluso a quienes tienen la fe más asentada. Dudas, incomprensiones, enfados –incluso silencios prolongados– son más habituales de lo que los relatos piadosos sobre «vidas ejemplares» muestran sobre los procesos vocacionales.
Esa realidad es la que también se encontró la directora vizcaína Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978) al documentarse para escribir el guion de ‘Los Domingos’, la película ganadora de la Concha de Oro en San Sebastián que se estrenó este viernes. En ella narra el proceso vocacional de una joven de 17 años que anuncia su deseo de entrar en un monasterio de clausura y el conflicto que eso genera en su familia. Ruiz de Azúa se confiesa no creyente y de educación laica, pero la vivencia de un caso similar le rondaba la cabeza desde hacía dos décadas y decidió convertirla en su segundo largo, tras ‘Cinco lobitos’.
Para dar forma a la historia emprendió un largo proceso de documentación. Habló con jóvenes inmersas en procesos vocacionales, con sus familias y amigos. De ese improvisado estudio sociológico de la España del siglo XXI le sorprendió «todo lo que se generaba cuando las chicas planteaban por primera vez en casa su vocación religiosa. En muchas ocasiones provocaba conflicto y rechazo, incluso en familias creyentes»
En el caso de Marta, benedictina en el monasterio de la Santa Cruz de Sahagún (León), la experiencia fue distinta. Cuando les contó su decisión a sus padres, con poco más de 16 años, «se lo tomaron bastante bien, aunque es verdad que se quedaron un poco en shock». Luego supo que ellos «también llevaron su proceso» para asumirlo, pero su respuesta inicial le allanó el camino. «Me dijeron que, si era lo que me hacía feliz, estaban encantados y me apoyaban», explica Marta a ABC. Con el tiempo ha comprendido que su caso no fue lo habitual. «Yo pensaba que lo mío era lo normal, pero conforme he ido conociendo otras vocaciones he visto que fue bastante excepcional».

«A mis padres les conté mi decisión con 16 años. Se quedaron un poco en shock»
Marta
Benedictina
Marta sintió su primera llamada vocacional en un viaje familiar, el verano en que cumplía los 16 años. Junto a sus padres y sus dos hermanos –es la mayor– visitaron el monasterio de Leyre en Navarra. Fue allí donde sintió «una sensación muy agradable». «Yo estaba en un proceso de búsqueda, pero normal y corriente, como cualquier joven de 16 años, pensando más en lo que quería estudiar y las optativas de Bachiller, pero allí noté que todo conectaba, que algo así es lo que yo quería para mi vida», explica. De aquella visita salió de la tienda del monasterio con un librito que contenía la regla de san Benito, en la que se inspira la clausura y rige aún hoy la vida de los monasterios.
El texto se convirtió en su libro de cabecera y acudió a internet a conocer más sobre las congregaciones femeninas (Leyre es un monasterio benedictino masculino) y finalmente dejó «un poco a la suerte o al Espíritu Santo» –nos dice entre risas– elegir el posible cenobio al que pedir más información. Así, escribió a la primera referencia que le devolvió el buscador para pedir más información sobre lo que estaba sintiendo, y su vida ya quedó ligada a Sahagún, aún desde aquellos primeros momentos en su Ciudad Real natal. Sin embargo, aunque a sus padres le fue contando ese discernimiento y acompañamiento vocacional que le llevaría al monasterio al cumplir los 18 años (la normativa canónica marca la mayoría de edad para ingresar en un cenobio), a sus amigos y familiares más lejanos tardó en contarles su decisión. «Precisamente para evitar comentarios o malos entendidos se lo dije muy tarde. Entré en agosto y al resto de la familia se lo dije en mayo, y a mis compañeros, un mes antes», añade.
«Mi madre pensó que era un ataque hacia ella»
El caso de María se parece más a esa generalidad de la hablábamos al principio. Accede a hablar con ABC tras la autorización de la priora del Carmelo en el que va a entrar en un par de semanas, pero con la condición de que no aparezca su nombre real, ni el convento específico en el que comenzará su postulantado. No va a ser la primera vez que ingrese en un monasterio. Ahora supera la treintena, pero su primera llamada vocacional llegó cuando estaba acabando los estudios universitarios. Aunque aquella experiencia no cuajó, sí recuerda cómo vivió todo el proceso de contarlo a su familia.
Como catequista, estaba muy vinculada a su parroquia y un compañero de de facultad le contó que tenía una hermana carmelita. Aquello desbocó el deseo que llevaba rumiando desde tiempo atrás. «Yo iba poco a poco viendo que el que Señor me estaba llevando para consagrarme a él. Le decía: ‘Señor, sea lo que tú quieras, pero a ver si con este chico que me gusta pasa algo’. Hasta que un día me decidí y le dije: ‘Lo que tú quieras, sea lo que sea de verdad, sin peros’».
Fue a partir de ese momento cuando «empecé a desear la vida consagrada», nos explica. «El Señor es un caballero, supo esperar hasta que le dije que libremente fuera lo que él quisiera, para irrumpir en mi vida».
Más difícil fue el momento de contarle a su familia la decisión, que implicaba además, dejar sus estudios universitarios en el último curso. «Fue un bombazo. Mis padres me dijeron que algo intuían porque veían que iba mucho a las cosas de la parroquia y los grupos de oración y que no les extrañaba que su hija pudiera ser consagrada, pero lo que no se podían imaginar es que fuera de clausura». Quien peor lo tomó fue su madre, «que lo veía como un ataque» y le costaba entender, pese «que va a misa todos los domingos». Ahora, unos años después de aquel primer intento, tiene más asumida la decisión de su hija y le apoya en esta nueva entrada en el monasterio, ahora en el Carmelo.
Normas menos estrictas
La petición de discreción a María habla a las claras de que, aún hoy, la clausura se sigue viviendo en el sentido estricto de la palabra, aunque algunas congregaciones han relajado las estrictas normas que apartaban del mundo a quienes ingresaban en el convento. Mientras que antes apenas salían para ir al médico o para votar y limitaban la visitas de familiares a amigos a unas pocas al año, en los últimos años la mayoría de las órdenes han abierto sus puertas, tanto físicas como virtuales, como en el caso de las benedictinas en las que profesó Marta, muy activa en las redes como «evangelizadora digital».
Sólo en su cuenta de Instagram Marta ya tiene más de 145.000 seguidores, además de los que suma en otras redes sociales. En ellas habla de la vocación, da consejos sobre la vida de fe a sus seguidores y muestra el día a día en el convento. Ella tuvo que escribir una carta para conocer el monasterio, y ahora, de esta forma, las jóvenes que creen sentir esa llamada lo tienen más fácil. Desde luego, mucho más sencillo que cuando la única opción de conocer lo que allí se vivía era acercarse al torno.
No es la única iniciativa que tienen para que las jóvenes conozcan la vida contemplativa. «En verano, cada semana, pueden venir hasta cinco chicas que realmente están definiendo su vocación y aquí les damos a conocer nuestra vida, sin muchos malabares, para que puedan ver si eso es lo que se están planteando, si es lo que realmente quieren vivir», nos explica. En 2023, la primera vez que realizaron esta experiencia fueron ocho las chicas que pasaron por allí, el año pasado 25 y este verano 14. Algunas de ellas han decidido dar el paso y se encuentran en distintas fases para entrar en el monasterio.
Es un ejemplo, discreto pero significativo, de que la vida contemplativa femenina sigue siendo una realidad en las jóvenes de este primer cuarto del siglo XXI. España sigue siendo uno de los países con más monasterios activos del mundo. La última memoria anual de actividades de la Conferencia Episcopal cifraba los cenobios en 703 y en 7.664 el total de monjes y monjas de clausura. No distinguía por sexos, pero más de 7.000 son mujeres. La última vez que dieron estos datos desglosados fue en 2020 y hablaban de 8.731 miembros de la vida contemplativa, de los que 8.273 eran mujeres y sólo 458 hombres.
Aumentan las vocaciones
Es cierto que la edad media de las monjas de clausura es elevada, pero fuentes eclesiales hablan, sin concretar datos, de un aumento en las vocaciones. Congregaciones como Iesu Communio, que se deriva de las clarisas aunque con una clausura más relajada, muestran siempre más de un centenar de chicas jóvenes vistiendo su peculiar hábito de tela vaquera. Otras, como las benedictinas del monasterio de Marta, viven un crecimiento más discreto, pero también significativo.
Como Ainara, la joven idealista protagonista de ‘Los Domingos’, aún hoy no faltan chicas dispuestas a aceptar la llamada, y asumir la rebeldía que implica romper con el mundo y dedicar su vida sólo a Dios desde la clausura, incluso ante la incomprensión de sus familias y amigos. Es una respuesta sincera que ya san Benito recogía en la regla: «Nada anteponer al amor de Cristo»
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