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Del sorprendente resultado de la OPA del BBVA sobre el Sabadell hay cuestiones que han quedado al descubierto de forma evidente: el grado de aceptación quedó por debajo de lo que esperaban el banco opante y el opado; ni los inversores institucionales ni los profesionales ni, por supuesto, los minoritarios acudieron de forma mayoritaria a la oferta, y el grado de implicación del Gobierno para torpedear y dilatar la operación ha podido ser eficiente. Su rédito político también. Pero se ha analizado poco el aspecto comunicacional, donde dos modelos han chocado de frente.
La propuesta del BBVA está fundamentada en «el racional». Su relato, por llamarlo de alguna manera, ha huido de las emociones y se ha basado en las buenas proyecciones que, según sus promotores, hubiera implicado la absorción. Ésta contaba con el viento de cola europeo que proporcionaban los informes de Letta y Draghi en favor de entidades más grandes que pudieran competir con los gigantes norteamericanos. La defensa e impulso de la operación la ha encarnado el presidente, Carlos Torres, un ejecutivo que ha hecho del fair play y la caballerosidad la marca, hasta el punto de encajar más de un desaire en sus visitas constantes a Cataluña.
Al margen del dominio estratégico de los tiempos, el Sabadell ha apostado por una propuesta sentimental basada en la identidad. Si la OPA entroncaba con el signo de los tiempos en lo técnico, su rechazo lo hacía en lo emocional. «Què serà del Drac», preguntaba el banco vallesano a los catalanes en miles de carteles y anuncios, en apelación a uno de sus símbolos nacionales, el dragón de San Jorge. Frente a la exquisitez de Torres, el CEO rival, César González Bueno, ha adoptado un tono contundente. Al final, el proteccionismo de lo local frente a lo global se ha impuesto por goleada.
No se puede saber qué ha pesado más en las decisiones de los inversores institucionales, si las dudas sobre la rentabilidad de la oferta, el sabotaje del Gobierno y las autoridades autonómicas o cualquier otro factor. Sí que parece que en plena era de los populismos no se puede hablar simplemente al cerebro para tener un éxito en un proyecto tan complejo. O lo que es lo mismo: no se deben descuidar las tripas, a cuya influencia no son ajenas las élites, porque en ello les va la cuenta de resultados.
El tiempo dará o quitará razones a los inversores y a las cúpulas de los dos bancos implicados. Pero si de emociones es de lo que se habla, la imagen de González Bueno aclamado como Morante de la Puebla lo dice todo.
Actualidad Económica // elmundo
