“Tío, qué complicada es esta tierra”. La frase le salió del corazón a uno de los cinco jugadores extranjeros del Bnei Sakhnin, el único equipo con una hinchada árabe de la Ligat (Premier) israelí, de una ciudad a solo veinte kilómetros de la frontera con el Líbano, en Galilea, cuyos entrenamientos son con frecuencia perturbados por las bombas de Hezbollah.
El equipo de los israelíes árabes sufre terribles presiones
“Tío, qué complicada es esta tierra”. La frase le salió del corazón a uno de los cinco jugadores extranjeros del Bnei Sakhnin, el único equipo con una hinchada árabe de la Ligat (Premier) israelí, de una ciudad a solo veinte kilómetros de la frontera con el Líbano, en Galilea, cuyos entrenamientos son con frecuencia perturbados por las bombas de Hezbollah.
Y no le falta razón. Ejemplo de integración hasta hace poco, ahora su mera supervivencia es casi un milagro y una razón para el optimismo en medio del horror. En su plantilla –además de los forasteros– hay jugadores tanto árabes como judíos, los primeros objeto de enormes presiones (políticas, sociales, familiares…) para defender a Hamas y criticar lo que Israel está haciendo en Gaza, y los segundos acusados de traidores por no abandonar el equipo y buscarse otro.
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La plantilla es una mezcla de árabes, extranjeros y judíos que conviven a base de humor y mucha diplomacia
Pero el Bnei Sakhnin ahí sigue, gracias a la enorme mano izquierda de sus directivos y a la personalidad de su entrenador, Slobodan Drapic, un judío serbio con pasaporte israelí, de 60 años, que habla perfectamente hebreo e inglés e intenta (aunque a algunos pueda parecerles un poco de mal gusto) mantener la armonía a base de humor. “¿Qué, has estado ocupado con tus amiguitos de Hamas?”, les dice a los jugadores árabes cuando llegan tarde al entrenamiento. Lo que durante mucho tiempo ha ocultado, por temor a que sus chicos se lo tomaran mal, es que su hijo es reservista del ejército en Gaza.
Un 21% de los ciudadanos israelíes son árabes (en esta tierra no hay nada sencillo, ni que sea blanco o negro), con derecho a votar y moverse libremente, y el Bnei Sakhnin es el equipo de muchos de ellos. Particularmente tensos son los enfrentamientos con el Beitar de Jerusalén, eterno rival asociado con la ultraderecha y los judíos más radicales, hasta el punto de que las respectivas hinchadas tienen prohibido acudir al estadio del rival.
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“Terroristas”, “Muerte a los árabes”, “Vamos a quemar vuestros pueblos”, fueron los cánticos que se oían en las gradas del Teddy Stadium de Jerusalén en el último enfrentamiento liguero, entre fotos gigantes de los rehenes de Hamas y de los soldados israelíes muertos en Gaza, y lazos amarillos por doquier. Paralelamente, y a pesar de los intentos de la directiva del Bnei Sakhnin para no calentar los ánimos, es inevitable que sus fans cuelguen en las redes sociales banderas palestinas o acusen de genocida al primer ministro Netanyahu. En un partido del campeonato, en campo del Hapoel Be’er Sheva, los jugadores árabes se pusieron de espaldas y se quedaron callados mientras sonaba el himno israelí (parte de la escenografía, como en los Estados Unidos), y ello dio pie a enfrentamientos en los que doce personas fueron detenidas. La policía impidió después la marcha por la solidaridad con las víctimas de Gaza en el centro de la localidad. Y el voluntario que anuncia las alineaciones y los cambios en el Doha Stadium (nombrado en honor a los benefactores qataríes del club) fue procesado por incitación a la violencia tras defender las acciones de Hamas y decir que estaba tratando con dignidad a las mujeres cautivas.
A pesar de todos los pesares, y de que la tensión se puede cortar con un cuchillo, la mayoría de los jugadores judíos que había en el equipo antes de la masacre del 7 de Octubre decidieron quedarse (Ido Vaier, Omer Abuhav, Ovadin Darwish…), y también extranjeros como el camerunés Kevin Soni y el ghanés Matthew Cudjoe, pero hacer fichajes le es cada vez más difícil al Bnei Sakhnin. En el Sabath y otras fiestas religiosas, todos –incluidos los árabes– encienden velas y rezan juntos, cada uno a su Dios. Y después a entrenar, meter goles e intentar huir del ruido exterior. “Tío, qué tierra tan complicada”.
Final feliz
El prototipo de lo que significa el Bnei Sakhnin es su centrocampista Gaby Joury, de familia árabe en una ciudad mixta, que de pequeño fue a una escuela judía, habla perfectamente el hebreo e incluso a sus amigos o jefes les resulta imposible saber si pertenece a una comunidad o a la otra. Porque pertenece a las dos. Gonen, una amiga de la infancia que se hizo bailarina, fue secuestrada por Hamas y Gaby temió lo peor. Cuál sería su alegría al ver su rostro en una de las liberaciones de rehenes negociadas por ambos bandos. Poco después el jugador contribuyó a que el equipo salvara la categoría en los playoffs de descenso.
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