El famoso municipio de Schengen, en Luxemburgo, tuvo el jueves cuatro invitados. La vicepresidenta de la Comisión Europea al frente de Soberanía Tecnológica, Seguridad y Democracia, Henna Virkkunnen; el comisario europeo del Interior, Magnus Brunner, y los ministros del Interior de Luxemburgo y Polonia, Léon Golden y Tomasz Siemoniak, viajaron hasta este pequeño enclave para subirse al barco Princesa Marie-Astrid , en el que, hace cuarenta años, el 14 de junio de 1985, cinco países –Bélgica, Francia, Alemania, Luxemburgo y los Países Bajos– firmaron el acuerdo de Schengen.
Los controles fronterizos temporales son cada vez más comunes en el espacio de libre circulación de la UE
El famoso municipio de Schengen, en Luxemburgo, tuvo el jueves cuatro invitados. La vicepresidenta de la Comisión Europea al frente de Soberanía Tecnológica, Seguridad y Democracia, Henna Virkkunnen; el comisario europeo del Interior, Magnus Brunner, y los ministros del Interior de Luxemburgo y Polonia, Léon Golden y Tomasz Siemoniak, viajaron hasta este pequeño enclave para subirse al barco Princesa Marie-Astrid , en el que, hace cuarenta años, el 14 de junio de 1985, cinco países –Bélgica, Francia, Alemania, Luxemburgo y los Países Bajos– firmaron el acuerdo de Schengen.
A lo largo de los años, la zona Schengen se ha expandido en nueve ocasiones, la última, este 2025, cuando Bulgaria y Rumanía fueron los nuevos países en unirse al club. Hoy Schengen está compuesta de 29 países (25 estados miembros e Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein) y garantiza la libre circulación a más de 450 millones de ciudadanos y a cualquier otra persona de terceros países que se encuentre legalmente en la UE.
El año pasado Alemania conmocionó a Europa al introducir controles en todas sus fronteras
Sin embargo, pese a los festejos, la zona Schengen no llega a este aniversario con una salud de hierro. Más bien, con varias heridas que no llegan a cicatrizar. En un principio, el espacio Schengen permite controles temporales en circunstancias excepcionales, de emergencia, para evitar amenazas concretas a la seguridad interior o al orden público. Se impusieron durante la pandemia, después de grandes atentados terroristas o con motivo de grandes acontecimientos deportivos. A finales de mes, por ejemplo, España los introducirá con motivo de la 4.ª Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo de las Naciones Unidas.
La crisis migratoria y la presión de la extrema derecha han favorecido que cada vez sean más los gobiernos que imponen controles en sus fronteras. El último golpe a Schengen lo infligió esta misma semana el primer ministro polaco, Donald Tusk. En una declaración ante el Parlamento, anunció el miércoles que probablemente introducirá controles en su frontera con Alemania si el número de migrantes que llegan desde ese país continúa creciendo.
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Polonia no es una excepción. En el 2024 hubo más controles fronterizos que nunca desde que se estableció la zona Schengen. Uno de los más clamorosos tuvo lugar en septiembre del año pasado, cuando el gobierno alemán entonces liderado por el socialdemócrata Olaf Scholz, causó conmoción en Europa al introducir controles temporales en todas las fronteras terrestres del país para hacer frente al aumento de la inmigración irregular y reforzar la seguridad interior, tras unos ataques islamistas con cuchillo en Mannheim y en Solingen que causaron víctimas mortales.
“Schengen es uno de los mayores logros de la Unión Europea. No podemos permitir que las fronteras se restablezcan en la mente de las personas”, lamentó el mismo ministro luxemburgués en una reunión de titulares del ramo en diciembre. Casi al mismo tiempo,forzados por el ultraderechista Geert Wilders –que acaba de hacer saltar por los aires el ejecutivo neerlandés–, los Países Bajos implementaron vigilancia en los lindes de Alemania y Bélgica.
Hay muchos más casos. Por citar solo algunos, Austria implementa controles en las fronteras con Hungría, Eslovenia, Eslovaquia y la República Checa. Dinamarca lo hace en la frontera con Alemania alegando las amenazas a la seguridad pública puestas por las acciones de sabotaje de Rusia o los episodios terroristas. Italia lleva prorrogando los controles que efectúan en la frontera con Eslovenia, puerta de la ruta migratoria de los Balcanes.
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La Comisión Europea, como garante del acuerdo de Schengen, debe autorizar los controles temporales introducidos por los estados miembros. Y, pese a que tanto el Ejecutivo comunitario como el Parlamento Europeo han advertido repetidamente que los controles deben ser una excepción y solo se deben usar como último recurso, hasta el momento la Comisión ha optado por cerrar los ojos.
“La realidad es que esta Comisión no tiene la prioridad de castigar a los estados miembros que siguen estas políticas. Si lo hacen, sería muy fácil convertirse en víctima de los discursos de extrema derecha o euroescépticos”, opina Jacob Funk Kirkegaard, investigador del think tank Bruegel. “Para salvaguardar Schengen y que los estados miembros dejen de imponer controles internos, se debería completar Schengen y hacer que las fronteras exteriores de la Unión Europea sean una política completamente europea –continúa–. Esta será la única manera de que a largo plazo las fronteras internas entre los países dejen de estar vigiladas”.
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