Ha demostrado ya su potencial para cambiar la manera en que se hace la guerra. Y las empresas que más rápido la han adoptado multiplican su valor. Leer Ha demostrado ya su potencial para cambiar la manera en que se hace la guerra. Y las empresas que más rápido la han adoptado multiplican su valor. Leer
La mayor empresa de defensa del mundo se llama RTX. En 2024, facturó 80.740 millones de dólares (70.659 millones de euros) y tuvo un beneficio neto de 6.538 millones de dólares (5.723 millones de euros). Su valor en Bolsa, de 185.050 millones de dólares (150.570 millones de euros), la convierte en la empresa número 81 por valor bursátil del mundo.
RTX no es un nombre que suene, como el de Lockheed Martin o Northrop Grumman. O incluso Boeing que, pese a que se asocia a aviones de pasajeros, consigue alrededor de la cuarta parte de sus 58.100 millones de euros de facturación de ventas de material militar. Dicho sea de paso, de las diez mayores empresas de defensa del mundo, cinco son estadounidenses, dos chinas, una rusa, y tan solo hay una europea, que además es extracomunitaria: la británica BAE Systems.
Tampoco suena Anduril, una compañía con un nombre tomado de una espada de la novela ‘El señor de los Anillos’. Más conocida es Palantir, cuyo nombre también ha salido de esa novela. Ambas son las líderes del grupo de las nuevas compañías de defensa, que amenazan con comerles el mercado a los RTX, Lockheed Martin y compañía. Son empresas diferentes de los grandes gigantes industriales que han liderado el sector en todo el mundo durante un siglo. No se centran en la fabricación de ‘hardware’ (o sea, de «cosas») ni en la prestación de servicios, sino en equipos de comunicaciones, de selección de blancos, y de coordinación de operaciones a todos los niveles. Son start-ups y, como tales, mucho más ágiles que los grandes gigantes industriales. Eso se debe a que son más compañías de software que de ingeniería. Y su gran herramienta es la Inteligencia Artificial (IA).
La lista de esta nueva oleada de empresas es interminable. Sus capacidades, increíbles. La neoyorkina Distributed Spectrum ha desarrollado un sistema de detección de señales por IA que ya está siendo empleado en Ucrania. Shield AI, de San Diego, ha creado sistemas de IA que permiten a los drones volar por su cuenta como si estuvieran pilotados por seres humanos, incluso en entornos donde no hay GPS, lo que constituye un problema incluso para los aviones tripulados. Applied Intuition, en Silicon Valley, produce sensores que ‘aprenden’ gracias a la IA a conducir vehículos terrestres y drones aéreos y navales, como los que Ucrania ha empleado para diezmar a la flota rusa del Mar Negro. Una tercera empresa californiana, esta vez en Los Angeles, Epirus, tiene sistemas de IA que detectan amenazas y lanzan ondas que interfieren en sus sistemas electrónicos, mientras en el otro extremo del país, Rebellion Defense, se centra en exactamente lo contrario: el uso de la IA que sea capaz de analizar el campo de batalla manejando datos de tipo y, después, tomar, ella sola, decisiones.
Éstos son solo algunos ejemplos. La IA ya está en la guerra. Y desde hace mucho tiempo. La primera vez que las Fuerzas Armadas estadounidenses aplicaron esa tecnología fue hace nada menos que 34 años, en la guerra para expulsar a Irak de Kuwait. El sistema que usaron se llamaba DART, una tecnología desarrollada por cuatro empresas con la el apoyo tecnológico de DARPA, la agencia de innovación del Departamento de Defensa de EEUU a la que debemos, entre otras cosas, internet, los GPS (ésos que los drones de Shield AI ya no necesitan), los sistemas de reconocimiento facial de los teléfonos móviles, los asistentes virtuales que funcionan con la voz humana (Siri, Alexa, etcétera) y hasta el ratón de los ordenadores.
El DART, que había sido preparado para una guerra mundial en Europa, funcionó extraordinariamente en los desiertos de Mesopotamia y Arabia, organizando el abastecimiento de más de medio millón de soldados. En 2017, el Pentágono empezó a usar la IA de manera sistemática. En 2020, un mítico avión-espía U-2, famoso desde la Guerra Fría, hizo un vuelo dirigido por un sistema de IA, aunque el piloto siempre mantuvo el control de la nave. En enero de 2024, las Fuerzas Armadas de EEUU suministraron millones de datos a sus sistemas de Inteligencia Artificial para que seleccionaran y detectaran 85 blancos de milicias prorianíes en Siria e Irak, que fueron atacadas inmediatamente después.Que se sepa, fue la primera acción militar de la Historia en la que la IA jugó un papel clave.
La IA de la defensa no habría alcanzado sus dimensiones actuales de no haber sido por la invasión rusa de Ucrania, un conflicto que, en palabras de Erik Prince, fundador de la archifamosa (por su facilidad para matar civiles) empresa de mercenarios Blackwater y, ahora del fondo de private equity Frontier Resources, «ha acelerado el arte de la guerra de una manera masiva» como no habíamos visto «desde que Gengis Khan puso estribos a las sillas de montar». Los ucranianos tenían contactos en Silicon Valley y una naciente industria tecnológica, como revela, por ejemplo, el caso de la start-up de ese país Grammarly, que usa IA para ayudar a perfeccionar la redacción, y está valorada en más de 12.000 millones de euros a pesar de la guerra. Así que aprovecharon sus contactos para adquirir tecnología. El resultado es una combinación de IA made in Ukraine y en EEUU u otros países, que ha dado una autonomía enorme a Kiev a la hora de decidir qué ataca sin tener que pedirle permiso a nadie porque su tecnología es a menudo propia.
La IA tiene el potencial de cambiar la manera en la que se hace la guerra porque sus áreas de influencia van mucho más allá que la recogida y análisis de datos, sino que también abarcan la toma de decisiones. Según las Fuerzas Armadas del Reino Unido, la Inteligencia Artificial en Defensa tiene nueve diferentes aplicaciones, que, tal vez por causalidad, han organizado de menos a más terroríficas: automatización de procesos organizativos; reconocimiento; operaciones remotas; ciberoperaciones; guerra electrónica; mando y decisiones; vehículos autónomos y robots militares; enjambres; y sistemas de armas autónomas letales. A medida que se va avanzando en esa lista, la adrenalina empieza a subir, hasta llegar a conceptos tirando a aterradores, como los «enjambres», que son oleadas de drones – aéreos, terrestres o acuáticos – que se conectan entre sí y actúan como lo que la palabra indica. Para quien lo vea muy de ciencia-ficción, baste recordarle que la estrategia que está diseñando el Pentágono para enfrentarse a una posible invasión china de Taiwán esta década son enjambres de drones coordinados con su nuevo bombardero pesado, el B-21 y, en el futuro, con su caza F-47. En cuanto a los sistemas de armas autónomas letales, ya hay baterías de defensa antiaérea que están guiadas por IA, aunque se supone que siempre están bajo el control de uno o varios operadores humanos. El robot-centinela-ametralladora fabricado por la empresa surcoreana Samsung SGR-A1, que está desplegado en la Zona Desmilitarizada que separa a ese país de Corea del Norte, es otro ejemplo de AI totalmente autónoma, que detecta objetivos, decide si éstos deben ser atacados y, en tal caso, dispara sin necesidad de ninguna intervención humana.
El Departamento de Defensa estadounidense, además, está encantado con estas empresas. Son start-ups, en su inmensa mayoría de menos de 15 años de existencia, cuyos gestores y propietarios no tienen la cautela de las grandes empresas de armas, están dispuestos a correr todos los riesgos que haga falta y, además, son muy rápidas a la hora de desarrollar sus productos. De hecho, desde 2023, el Pentágono ha reformado radicalmente sus sistema de compras para hacerlo más ágil y eficiente. ¿El sistema elegido para hacerlo? El modelo de IA Ark.ai, desarrollado por la empresa Govini.
Muchas de estas compañías, además, tienen un elemento en común con el actual Gobierno de Estados Unidos: son ‘trumpistas’. Es más: a algunos de sus fundadores no les gusta la democracia, y son activos seguidores de pensadores como Curtis Yarvin, que opina que la democracia está acabada y que hay que reemplazarla por una dictadura tecnológica, cosa que, lógicamente, a esos empresarios les parece muy bien, porque ellos serían los dictadores, o del francés ultraconservador René Giraud.
Peter Thiel, fundador de Palantir, es el máximo ejemplo de esa tendencia, dentro de la que también parece encontrarse Alex Karp, el consejero delegado de la compañía aunque este último se autocalifica de «marxista», en lo que parece una formidable tortilla ideológica que podría situarse dentro de lo que el creador de OpenAI, Samuel Altman, calificaría de «alucinación» si fuera un sistema de IA. Claro que no es menos curioso encontrar supuestos ultraliberales como Thiel o John Lonsdale que han creado empresas – Palantir y Epirus, respectivamente – que viven de los presupuestos de los Estados.
Lo cual lleva, de nuevo, a Anduril. Su fundador, Palmer Luckey, es otro seguidor de Yarvin, lo que le costó el despido de Facebook en 2017. Luckey es un pequeño genio, ya que entró en la compañía de Mark Zuckerberg cuando ésta compró en 2012 por 2.000 millones de dólares (casi 1.800 millones de euros) las gafas de realidad virtual ‘Oculus’, que han sido la base sobre la que la empresa ha creado su ‘metaverso’, en el que ha enterrado hasta la fecha 70.000 millones de dólares con pocos resultados. Pero en 2025 el mundo es diferente, y Facebook. Que ahora se llama Meta, ha firmado un acuerdo de cooperación con Anduril para integrar Realidad Virtual (VR) e IA. «La empresa ha cambiado mucho», dijo Luckey cuando le preguntaron por el giro de 180 grados de Zuckerberg.
El hecho de que Meta necesite a Anduril, y no al revés, es un signo del cambio cultural y empresarial de Silicon Valley al acercarse al mundo de la defensa. Cultural porque, en 2015, Google se enfrentó a una rebelión de sus ingenieros cuando trató de empezar a trabajar para el Pentágono. Hoy, nadie se asustaría por eso. Microsoft, una empresa que nunca tuvo el menor inconveniente en poner su IA al servicio de la defensa de EEUU – y que jugó un papel clave en la defensa de Ucrania en el primer día de la invasión rusa – marcó el sendero. Ahora, todas van detrás de él.
El cambio empresarial se resume en una cifra: 30.000 millones de dólares (26.200 millones de euros). Eso es lo que vale Anduril. Es algo más que la mitad que gigantes del sector; son algo más de la mitad de BAE Systems o un 40% de General Dynamics o Northrop Grumman. No está mal para una compañía que Luckey fundó a los 25 años cuando la creó. Cuando Anduril salga a Bolsa en 2026, podría convertirse en una nueva Palantir, el ‘Gran Hermano’ que ha traído la IA. Desde su salida a Bolsa, hace cuatro años y nueve meses, Palantir ha multiplicado por treinta su precio y hoy vale el doble que XTR. Nadie sabe hasta dónde llegarán estas nuevas empresas. Pero está claro que no solo van a revolución ar la defensa sino, también, que van a destruir a muchas de las empresas que han liderado la fabricación de armas del mundo.
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