Recién llegado al aeropuerto internacional de El Dorado, en Bogotá, Franky Carvajal llevaba en una bolsa blanca de plástico todas las pertenencias que le quedaban tras su deportación: un pantalón de chándal, una camiseta, zapatillas sin cordones y un dólar que le habían entregado los agentes de migración en Luisiana. Eso sí, faltaban los 220 dólares que llevaba en su bolsillo cuando lo detuvieron dos meses antes en su casa de Nueva Jersey.
Un colombiano deportado de EE.UU. denuncia sadismo y suicidios en la cárcel de Luisiana
Recién llegado al aeropuerto internacional de El Dorado, en Bogotá, Franky Carvajal llevaba en una bolsa blanca de plástico todas las pertenencias que le quedaban tras su deportación: un pantalón de chándal, una camiseta, zapatillas sin cordones y un dólar que le habían entregado los agentes de migración en Luisiana. Eso sí, faltaban los 220 dólares que llevaba en su bolsillo cuando lo detuvieron dos meses antes en su casa de Nueva Jersey.
“Me los robaron los del ICE; los delincuentes son ellos”, dijo Carvajal, nacido hace 57 años en Cali, en referencia a la policía de migración estadounidense, Immigration and Customs Enforcement. No fue el único crimen cometido contra Franky Carvajal y los cientos de otros inmigrantes latinoamericanos detenidos en la cárcel de Jackson Parish, en Luisiana.
Tras entrar con visado de turista a finales del 2019 y mucho trabajo, denuncia que lo ha perdido todo
“Yo llevaba seis años y medio viviendo en Elizabeth (Nueva Jersey) con mi hermana y mi sobrina. Entré con visado y me quedé. A mi hija de 30 años le habían diagnosticado un cáncer y, para mí, discapacitado de la pierna, no había forma de encontrar trabajo en Medellín”, continuó, en una conversación en Bogotá.
Tras entrar con visado de turista a finales del 2019, Franky Carvajal consiguió trabajo durante los primeros meses de la pandemia. “Un tal Óscar me llamó. Tenía una agencia de trabajo temporal y me dijo que necesitaba gente para trabajar en cuartos fríos empacando alimentos para personas confinadas. Trabajábamos 12 horas al día, a veces 18. Después, fui a trabajar limpiando los baños de una discoteca en Nueva Jersey. Me regalaban propinas. Llegué a ingresar a diario 120 dólares. Estuvo muy bien. Trabajé en discotecas durante dos años y luego me independicé. Compré una furgoneta y monté una pequeña empresa de transporte. Lo he perdido todo”.
El 17 de febrero del 2025 “a eso de las seis de la tarde, se iluminó la casa de luces de colores. Le dije a mi sobrina: Sarita, ¿qué pasó? En la calle había doce vehículos policiales. Ella cometió el error de abrir la puerta. Yo bajé y uno de ellos me cogió del brazo, me sacó de la casa y me dijo: ‘Usted está arrestado’”.
“Un policía me dijo: ‘Usted es inmigrante y ustedes son basura; no tienen derecho a estar en este país’”
Y sigue su relato: “‘¿Por qué?’, les pregunté. ‘Porque usted es inmigrante y ustedes son basura; no tienen derecho a estar en este país’. Me lo dijo en español. Lamentablemente, el 50% de los agentes del ICE con los que tuve trato son latinos. Me pusieron los grilletes en las piernas y me llevaron al centro de detención en Elizabeth. Allí me metieron en un calabozo lleno a reventar. Había una mujer con un niño de diez años en la misma jaula”.
“Estuvimos siete días en Elizabeth. Luego vinieron y nos pusieron grilletes otra vez. Nos montaron en un autobús, nos llevaron al aeropuerto Newark y ahí nos metieron en un avión por cuatro horas hasta Luisiana. Allí, a las mujeres las llevaron a otro sitio y los hombres fuimos a Jackson Parish”, explica Carvajal.
Jackson Parish, en Jonesboro (un antiguo feudo del Ku Klux Klan), era una cárcel común hasta el 2019, cuando la ICE se hizo cargo. Ahora, gestionada por el grupo privado LaSalle Corrections, es uno de los destinos principales de migrantes detenidos. Según la oenegé Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU), tiene capacidad para 500 detenidos, pero la población media diaria es de 935. Una entrevista telefónica mantenida la semana pasada con Nora Ahmen, una abogada de la ACLU en Luisiana, corrobora lo que cuenta Carvajal en esta crónica.
“Éramos 163 en la celda… Italianos, rusos, franceses, hindúes, árabes, chinos, salvadoreños…”
“Cuando llegas a Jackson, parece hermoso. Pero das siete pasos hacia adentro y en ese momento el mundo se acaba,” dice Franky. “Éramos 163 personas en la celda. De todas las partes del mundo. Italianos, franceses, rusos, hindúes, árabes, chinos, salvadoreños, hondureños, mexicanos… Dormíamos en literas de dos pisos. Todos los días había peleas”.
¿Qué comían? “A las cuatro de la mañana nos daban el desayuno: dos cucharadas de una masa que parecía avena y dos trozos de carne que tú la pruebas y vomitas. Dejaron que mi hermana ingresara veinte dólares en una cuenta y con eso compraba sopas de fideos deshidratados y tinto (café)”. Con el aire acondicionado puesto a tope, “hacía mucho frío; a la semana me dio una bronquitis y me aislaron en una celda de castigo”.
“El tiempo es eterno allá. Los chinos me enseñaron a hacer zapaticos de adorno con las bolsas de plástico de los fideos. Los hindúes y los marroquíes hacían escapularios con pan deshecho”, explica.
Para alargar el calvario, “te van diciendo que ya tienes programado el juicio necesario para ser deportado. Pero luego lo aplazan para traumatizarte aún más”. “Había muchos salvadoreños, y como llevaban tatuajes, tenían miedo a que los mandaran a El Salvador. Pedían que los deportaran a otro país, porque en El Salvador a todo el que tiene tatuajes lo mandan directo a la cárcel. Un muchacho intentó quitarse un tatuaje de su mano con un cuchillo –relata Carvajal–. Mi compañero de litera, que dormía encima, era salvadoreño. En un momento dado, no aguantó más. Se ahorcó. Cogió la sábana, se amarró a la cama y se tiró. Llevaba ocho meses encerrado. Tenía 24 años. Cuando lo vimos en el suelo nos pusimos a gritar y a golpear la puerta. Llegó uno del ICE y lo único que dijo fue: ‘Una basura menos para hacer papeles’”.
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