La economía de un país es como un funicular, un sistema en el que el movimiento depende de los contrapesos: para que un vagón suba, el otro tiene que bajar. Eso le permite salvar fuertes desniveles con un equilibrio de fuerzas. Un solo motor común para dos cabinas. En un sistema económico, lo público y lo privado han de simultanear sus movimientos de un modo acorde. El esfuerzo ha de ser sincrónico.No parece ser esa la impresión que las empresas familiares de Castilla y León tienen de la situación actual, a tenor del sesgo que mostraron en su encuentro anual hace unos días. Andan decaídos e inquietos por una situación política explosiva, en la que parece que la dirigencia está más centrada en tapar vías de agua que en garantizar la solvencia de la singladura y asegurarse el destino. El panorama internacional ofrece grandes incógnitas, retos a los que dar respuesta con fijación de objetivos severos, no con andanzas cutres de rapiñas y birles.Bien lo sabe Isidoro Alanís, el salmantino que, desde la frontera de Fuentes de Oñoro, ha sabido levantar un imperio de cambio de monedas con oficinas en todos los aeropuertos del mundo. O se tienen respuestas o se está fuera. Y los avatares políticos están congelando las prioridades económicas. Mientras ‘koldeamos’, siguen activos los problemas estructurales y aparcadas las prioridades relativas al gasto público y al crecimiento.Los empresarios que trabajan la ‘microeconomía’ miran con desasosiego el futuro, y esa debería ser la inquietud general, más allá del tacticismo cortoplacista de unos partidos políticos cuya función, a veces, no excede la de su propia hermenéutica. Nueve de cada diez empresarios califican la coyuntura política como mala o muy mala y se manifiestan alarmados por los costes y la burocracia. Los aranceles pesan en su cabeza como una losa. Conviene escucharles, porque son el cedazo sobre el que se construye la sociedad entera.Porque, aunque ahora los datos de la economía son razonables, este es el momento de tomar medidas que los hagan sostenibles. Y su fortaleza depende de los puntos de encuentro. La sociedad y el gobierno, los dos vagones del funicular, ahora desincronizados. Como en la canción de Luigi Denza: Jammo, jammo, ‘ncoppa, jammo jà! La economía de un país es como un funicular, un sistema en el que el movimiento depende de los contrapesos: para que un vagón suba, el otro tiene que bajar. Eso le permite salvar fuertes desniveles con un equilibrio de fuerzas. Un solo motor común para dos cabinas. En un sistema económico, lo público y lo privado han de simultanear sus movimientos de un modo acorde. El esfuerzo ha de ser sincrónico.No parece ser esa la impresión que las empresas familiares de Castilla y León tienen de la situación actual, a tenor del sesgo que mostraron en su encuentro anual hace unos días. Andan decaídos e inquietos por una situación política explosiva, en la que parece que la dirigencia está más centrada en tapar vías de agua que en garantizar la solvencia de la singladura y asegurarse el destino. El panorama internacional ofrece grandes incógnitas, retos a los que dar respuesta con fijación de objetivos severos, no con andanzas cutres de rapiñas y birles.Bien lo sabe Isidoro Alanís, el salmantino que, desde la frontera de Fuentes de Oñoro, ha sabido levantar un imperio de cambio de monedas con oficinas en todos los aeropuertos del mundo. O se tienen respuestas o se está fuera. Y los avatares políticos están congelando las prioridades económicas. Mientras ‘koldeamos’, siguen activos los problemas estructurales y aparcadas las prioridades relativas al gasto público y al crecimiento.Los empresarios que trabajan la ‘microeconomía’ miran con desasosiego el futuro, y esa debería ser la inquietud general, más allá del tacticismo cortoplacista de unos partidos políticos cuya función, a veces, no excede la de su propia hermenéutica. Nueve de cada diez empresarios califican la coyuntura política como mala o muy mala y se manifiestan alarmados por los costes y la burocracia. Los aranceles pesan en su cabeza como una losa. Conviene escucharles, porque son el cedazo sobre el que se construye la sociedad entera.Porque, aunque ahora los datos de la economía son razonables, este es el momento de tomar medidas que los hagan sostenibles. Y su fortaleza depende de los puntos de encuentro. La sociedad y el gobierno, los dos vagones del funicular, ahora desincronizados. Como en la canción de Luigi Denza: Jammo, jammo, ‘ncoppa, jammo jà!
el otero
Los empresarios que trabajan la ‘microeconomía’ miran con desasosiego el futuro, y esa debería ser la inquietud general, más allá del tacticismo cortoplacista
La economía de un país es como un funicular, un sistema en el que el movimiento depende de los contrapesos: para que un vagón suba, el otro tiene que bajar. Eso le permite salvar fuertes desniveles con un equilibrio de fuerzas. Un solo motor común … para dos cabinas. En un sistema económico, lo público y lo privado han de simultanear sus movimientos de un modo acorde. El esfuerzo ha de ser sincrónico.
No parece ser esa la impresión que las empresas familiares de Castilla y León tienen de la situación actual, a tenor del sesgo que mostraron en su encuentro anual hace unos días. Andan decaídos e inquietos por una situación política explosiva, en la que parece que la dirigencia está más centrada en tapar vías de agua que en garantizar la solvencia de la singladura y asegurarse el destino. El panorama internacional ofrece grandes incógnitas, retos a los que dar respuesta con fijación de objetivos severos, no con andanzas cutres de rapiñas y birles.
Bien lo sabe Isidoro Alanís, el salmantino que, desde la frontera de Fuentes de Oñoro, ha sabido levantar un imperio de cambio de monedas con oficinas en todos los aeropuertos del mundo. O se tienen respuestas o se está fuera. Y los avatares políticos están congelando las prioridades económicas. Mientras ‘koldeamos’, siguen activos los problemas estructurales y aparcadas las prioridades relativas al gasto público y al crecimiento.
Los empresarios que trabajan la ‘microeconomía’ miran con desasosiego el futuro, y esa debería ser la inquietud general, más allá del tacticismo cortoplacista de unos partidos políticos cuya función, a veces, no excede la de su propia hermenéutica. Nueve de cada diez empresarios califican la coyuntura política como mala o muy mala y se manifiestan alarmados por los costes y la burocracia. Los aranceles pesan en su cabeza como una losa. Conviene escucharles, porque son el cedazo sobre el que se construye la sociedad entera.
Porque, aunque ahora los datos de la economía son razonables, este es el momento de tomar medidas que los hagan sostenibles. Y su fortaleza depende de los puntos de encuentro. La sociedad y el gobierno, los dos vagones del funicular, ahora desincronizados. Como en la canción de Luigi Denza: Jammo, jammo, ‘ncoppa, jammo jà!
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