Los personajes de Girls a menudo eran insoportables. Casi siempre. Lena Dunham se convirtió en una de las voces de la generación millennial, sí, pero nunca desde una perspectiva cómoda. Esas chicas de Manhattan habían sido educadas en el privilegio para, al salir de la carrera, encontrar en un mercado de precariedad laboral. Eso no excusaba que eran egocéntricas, narcisistas, tóxicas y victimistas, como si el contexto liberal en el que habían sido criadas se hubiera traducido en una incapacidad de ver más allá del yo, yo, yo.
Lena Dunham pierde su cinismo autoral en esta comedia romántica de Netflix
Los personajes de Girls a menudo eran insoportables. Casi siempre. Lena Dunham se convirtió en una de las voces de la generación millennial, sí, pero nunca desde una perspectiva cómoda. Esas chicas de Manhattan habían sido educadas en el privilegio para, al salir de la carrera, encontrar en un mercado de precariedad laboral. Eso no excusaba que eran egocéntricas, narcisistas, tóxicas y victimistas, como si el contexto liberal en el que habían sido criadas se hubiera traducido en una incapacidad de ver más allá del yo, yo, yo.
Dunham fue a un extremo para reflejar una realidad y, a partir de esas cualidades irritantes, encontró verdad sobre la juventud, sobre la erosión del sistema capitalista, sobre la amistad, sobre el amor, sobre el sexo, sobre la fiesta. Era fácil tener manía a esas chicas pero también quererlas: en sus defectos podíamos estar nosotros o la gente de nuestro alrededor. Y, como Dunham era tan consciente como ácida, funcionaba como un ejercicio autoral de reivindicación, de manifiesto pero también de autocrítica.

Netflix
El recuerdo de Girls, emitida entre 2012 y 2017, se debe a la llegada de Sin medida a Netflix, la primera creación de Dunham desde la malograda Camping (2018), que no pasó de su primera temporada. La pluma de Dunham se nota: Jessica, la protagonista interpretada por Megan Stalter, es demasiado, una mujer con problemas para adaptarse al entorno y controlar las emociones. Es Lena Dunham de la misma forma que lo era la Hannah Horvath de Girls.
Ella misma ha reconocido que se inspira en su historia de amor: cuando se mudó a Londres y conoció a su actual pareja, el músico Luis Felber, que consta como cocreador. O sea, dejó de verse como representante extraoficial de una generación para ser la protagonista de una comedia romántica no convencional. Hay elementos a destacar como el físico de la protagonista (y cómo el sobrepeso no tiene ninguna importancia en la trama), las relaciones parasociales o cómo han sido escritos algunos episodios (Ignore Sunrise, el tercero, cuenta muy bien cómo son las primeras noches con alguien).

Netflix / EFE
Sin embargo, esta creación no acaba de funcionar. Dunham se estandariza como directora. Escribe un episodio cocainómano que ya hemos visto en demasiadas ocasiones (y que solo parece estar allí para que sepamos que Dunham ha tenido cenas farloperas), que a nivel de estilo tampoco tiene nada que ofrecer. Hay conversaciones pensadas solo para provocar (las bromas sexuales con la abuela interpretada por Rhea Perlman).
Pero sobre todo es agotador que un argumento tan prometedor (cómo es ser demasiado, cómo es vivir desbordada por las emociones, cómo es ser pesadísima) se suaviza, como si Dunham hubiera leído tantos libros rollo “quiérete a ti misma” que hubiera perdido el don de ser ácida para simplemente darse golpecitos a la espalda a ella misma. La protagonista puede ser demasiado pero la serie teme serlo y, en consecuencia, diluye su potencial en una rom-com falsamente disruptiva.
Qué lejos queda Girls.
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