Recorrer casi seis mil kilómetros (aunque sea en el Air Force One , con todos los lujos y comodidades) para tumbarse en el diván y someterse a una sesión de psicoanálisis puede parecer una extravagancia, pero es lo que ha hecho Donald Trump. Si el narcisismo y la crueldad del presidente de Estados Unidos es una manifestación o no del complejo de Edipo debería decirlo Freud, pero lo que está claro es que siente una adoración por su madre escocesa, Mary Anne MacLeod, que emigró de la isla de Lewis (Hébridas Exteriores) a Nueva York durante la Gran Depresión y trabajó limpiando casas hasta casarse con un millonario de origen alemán.
El otro ‘consejo’ del presidente estadounidense es acabar con los parques eólicos
Recorrer casi seis mil kilómetros (aunque sea en el Air Force One , con todos los lujos y comodidades) para tumbarse en el diván y someterse a una sesión de psicoanálisis puede parecer una extravagancia, pero es lo que ha hecho Donald Trump. Si el narcisismo y la crueldad del presidente de Estados Unidos es una manifestación o no del complejo de Edipo debería decirlo Freud, pero lo que está claro es que siente una adoración por su madre escocesa, Mary Anne MacLeod, que emigró de la isla de Lewis (Hébridas Exteriores) a Nueva York durante la Gran Depresión y trabajó limpiando casas hasta casarse con un millonario de origen alemán.
Sea lo que sea (amor, deseo, celos, dependencia, añoranza…) que Trump siente, es suficiente para que haya dejado el mundo empantanado durante cuatro días, mezclado sus asuntos personales con los de Estado, obligado a movilizar toda la fuerza policial escocesa y a que el Reino Unido se gaste seis millones de euros en su seguridad, con el propósito último de inaugurar un campo de golf (el tercero en este país) al que ha puesto el nombre de su madre.
El presidente recibe hoy a una comitiva de la UE para intentar cerrar un acuerdo sobre los aranceles
Trump ha conseguido, además, que vengan a rendirle pleitesía dos de sus pelotas oficiales de este lado del Atlántico, el primer ministro británico, Keir Starmer (su Sancho Panza, que hasta le recoge del suelo los papeles cuando se le caen, como en la cumbre del G-7 en Canadá), y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que aún le dará las gracias y hará genuflexiones por “solo” subir los aranceles a la UE un 15%, si es que el magnate y colega del depredador sexual Jeffrey Epstein se digna finalmente a ello.
En su breve encuentro con la prensa tras aterrizar en el aeropuerto de Prestwick, Trump dejó claro que no tenía nada que decir sobre su polémica (por decirlo de alguna manera) relación con Epstein. Pero, a cambio de los más de seis millones que han pagado los contribuyentes británicos para que se sienta seguro, se permitió dar dos consejos a Europa: “Primero, que se ponga las pilas sobre la inmigración ilegal si no quiere morir, y segundo, que acabe con los parques eólicos, que están por todas partes arruinando el paisaje y matando a los pájaros”.
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Sobre el encuentro de hoy con Von der Leyen para intentar concluir el acuerdo comercial, Trump dijo que “hay veinte puntos por resolver” y cifró las posibilidades de éxito en un 50%. El lunes Starmer le pedirá de rodillas que reduzca un poco más los aranceles a Londres, aprovechando que su interlocutor le considera “un buen tipo” y dice que le “cae bien, aunque sea un progre”. El líder laborista no pondrá en peligro esa reputación presionando para que exija a Israel que abra la espita de la ayuda a Gaza o abriendo o sugiriendo reconocimiento de un Estado palestino, y tampoco le buscará las cosquillas pidiendo que sea más duro con Putin.
A pesar del jet lag , a las diez de la mañana Trump estaba ya haciendo aquello para lo que ha venido a Escocia, jugar al golf, formando pareja con su hijo contra el del embajador norteamericano en Londres y su vástago (casi todo el mundo se deja ganar para no irritarlo). El presidente pasó la noche en el hotel de lujo que forma parte de las instalaciones de Turnberry, que promociona como próximo escenario del Open de Gran Bretaña y al que quiere dar la máxima visibilidad posible. Una ronda cuesta mil quinientos euros.

Tolga Akmen / EFE
Agentes a caballo recorrían los campos de los alrededores en una jornada lluviosa mientras los doce carritos de la comitiva de Trump iban de hoyo en hoyo, drones patrullaban los cielos, coches de policía bloqueaban las carreteras, buques de guerra vigilaban la costa y francotiradores se apostaban en los tejados en prevención de un hipotético atentado. Al mismo tiempo, manifestantes con pancartas contra Trump y en favor de la “liberación de Gaza” transcurrían pacíficamente en el centro de Aberdeen y ante el consulado de EE.UU. en Edimburgo.
La ‘visita familiar’ de Trump a Escocia ha costado al menos seis millones de euros a los ciudadanos británicos
“Hacer la pelota a Trump puede que nos beneficie comercialmente, pero nos hace más débiles y pobres como país y conlleva un alto precio en dignidad nacional”, comentó uno de los participantes. Siete de cada diez escoceses, según una encuesta, tienen una mala opinión del presidente, y una amplia mayoría de británicos consideran que el país debería dejar de comprar cazas a Estados Unidos, en medio de rumores de que Starmer ha permitido que el Pentágono despliegue armas nucleares en sus bases en este país.
Entre los presidentes estadounidenses con ancestros escoceses están George Washington, William McKinley, Ronald Reagan y Bill Clinton. Trump es el menos querido de todos ellos. ¿Por qué será? No hace falta un psicoanalista para saberlo.
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