El fantasma de la guerra civil pasea sobre un Líbano con los bares y las playas llenas.
La milicia chií del Hizbulah se resiste a la orden de desarme del Gobierno
El fantasma de la guerra civil pasea sobre un Líbano con los bares y las playas llenas.
“Si hay guerra, tendremos que defender el café”, bromea Mohamed, camarero y miliciano retirado. “Dos francotiradores en el piso de arriba, un vigilante y tú, Ahmed, te encargarás de preparar margaritas”, imagina.
Cientos de partidarios de la milicia toman las calles de Beirut en protesta por la decisión
El Gobierno ha presentado el plan para el desarme de Hizbulah, la milicia chií que controla gran parte del país. Once puntos que emplaza al Ejército libanés a hacerse con el arsenal del grupo armado antes de que acabe el año.
Estados Unidos, a través de su enviado a la región, Thomas Barrak, ha presionado para que el presidente, Joseph Aoun, y el primer ministro, Nawaf Salam, tomen la peligrosa decisión.
El Partido de Dios no se ha tomado bien la iniciativa. Hizbulah se encuentra en su momento de más debilidad desde su creación, en “una lucha existencial”, asegura a este diario Ali, chií y conocedor de las dinámicas del grupo, quien prefiere ocultar su nombre real. La guerra de otoño y el asesinato de su líder, Hasan Nasralah, ha obligado a reestructurar la organización. Las regiones del sur siguen devastadas por el conflicto, esperando una reconstrucción que ni la milicia ni el Estado se puede permitir económicamente.
“La Resistencia (Hizbulah) es la única capaz de defender Líbano contra Israel”, explica Ali. Desde la firma del alto el fuego, el país vecino ha seguido con su ofensiva a menor escala, con ataques diarios contra objetivos de la organización chií. Tel Aviv asegura que los bombardeos no se detendrán hasta que cese la lucha armada.
A pesar de ello, Hizbulah aún cuenta con un amplio respaldo social y más empaque que las fuerzas armadas libanesas, que con unos 75.000 efectivos y poco armamento no podría hacer frente a los combatientes de la milicia. En una demostración de fuerza, cientos de motoristas han tomado las calles de Beirut durante las últimas noches, con la bandera amarilla del partido en la mano.
De momento no han sacado los fusiles. “Sólo hace falta un discurso, una bala que mate a alguien para que todo estalle”, dice Ali. Considera que “EE.UU. ha abandonado claramente todas las formas de pragmatismo y, junto con Israel y algunos países árabes, considera esto como una oportunidad única en la vida para eliminar a la resistencia”. El Ejército ha cortado carreteras y ha comenzado las inspecciones en algunos arsenales.
A pie de calle, nadie quiere otra guerra civil como la que asoló el país entre el 1975 y 1990. “En cinco años, hemos tenido una crisis económica, la explosión del puerto y los bombardeos de Israel”, dice Nada, quien cree que Hizbulah “sólo habla de resistencia, pero no piensa en el resto de los libaneses”. Para algunos sectores cristianos y musulmanes suníes, esta es la mayor oportunidad para menguar su poder, que no solo opera militarmente sino que tiene una amplia red de servicios sociales e infraestructura económica.
El presidente Aoun advierte que la decisión de arrebatar las armas por la fuerza es arriesgada. Pero insiste en que el país debe ser defendido por el propio Estado, quien debería tener “el monopolio de la defensa del país”.
En el decreto presentado, ha pedido también el cumplimiento de la tregua a Israel, y el respeto por sus fronteras con Siria. Además, el acuerdo abre la puerta a las inversiones de Francia, Estados Unido y Arabia Saudí, cuyos fondos son necesarios para arreglar la economía libanesa.
Bares y playas siguen a petar. Ahmed, el ‘encargado’ de preparar margaritas si hay guerra, lo tiene claro: “Si no estalla antes del fin de semana, vuelvo a Tinder”.
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