Descubierta en un casting por las residencias para mayores de Madrid, la intérprete, que no vio el mar hasta cumplir los 60 años, murió tras la presentación de ‘La deuda’ en Málaga y apenas 5 meses antes del estreno en los cines Leer Descubierta en un casting por las residencias para mayores de Madrid, la intérprete, que no vio el mar hasta cumplir los 60 años, murió tras la presentación de ‘La deuda’ en Málaga y apenas 5 meses antes del estreno en los cines Leer
«Lo importante es que hoy estamos aquí. [Pausa dramática]. Ayer no lo estábamos». La frase la pronunció el director Manoel de Oliveira en su última visita a Madrid hace no un siglo, pero podría ser. Lo hizo, como a él le gustaba, con esa teatralidad extraña del actor que se sabe dentro y fuera del escenario a la vez. Más vivo que nunca, pero, vejez obliga, irremediablemente unido a la muerte. Entonces el cineasta de cineastas estaba a punto de cumplir los 100 años y se complacía en sorprender a quien quisiera escucharle con frases rotundas sobre el fin de todo, el principio de nada. «La búsqueda del amor absoluto sólo es posible a través del acto simple de morir», decía tranquilo. Y con una sonrisa.
El caso de Charo García, siendo completamente distinto, no es diferente. Ella, como él, descubrió el cine cuando tuvo que hacerlo. Ni un día antes ni un día después. Él, de muy joven cuando el invento de los Lumière aún no hablaba. Ella, de muy mayor, cuando el director Daniel Guzmán se cruzó en su camino y tras un casting riguroso, o no tanto, la eligió para que protagonizara su última película aún en la cartelera, La deuda. Cuentan que cuando por fin se supo actriz de cine con 90 años cumplidos no hizo nada más que sonreír y, acto seguido, guiñó un ojo. Exactamente igual que lo hace en la película. Y ya. Ni frases campanudas ni reflexiones sobre el abismo que nos espera ni nada más que una bandeja de palmeras de chocolate, que es lo que le prometió a la gente de la residencia para mayores de El Escorial donde desde 2021 vivía. Charo murió el 15 de mayo de este mismo año. Charo se vio en la presentación de su película en Málaga, pero no pudo verse en el estreno de su película en los cines el viernes pasado. Pero qué más da, Charo sabía, como su colega Manoel de Oliveira, que hoy, es decir, cuando la escogieron para empezar su segunda vida como actriz, estaba aquí. Pausa dramática. Y ayer no lo estaba.
Y ahora la pregunta: ¿Pero quién es Charo?
Si uno se acerca a El Escorial, donde vivió desde que se casó con Felipe, con Felipe Rubio, hace casi 70 años, el rastro de la actriz del momento apenas es visible en algún que otro paseante que, con un deje de orgullo, admite haber visto La deuda. «Sí, sí que es buena actriz», dice una mujer después de atender a una larga explicación del que pregunta. No queda claro si lo dice por decir, por quedar bien, por hacer que se calle el periodista o porque de verdad lo cree. Pero el caso es que dicho queda. La cosa cambia si nos acercamos a la calle Arias Montano y allí cruzamos dos palabras con María Lázaro, la directora de la residencia, y con Carlos, el terapeuta ocupacional. Entonces, el retrato de Charo que emerge de los recuerdos de los empleados del centro se antoja nítido, vivaz y perfectamente reconocible. Sí, la Charo que nos cuentan una y otro es la Charo que vemos en la película. Y así vemos a Charo estudiar el papel de Antonia, así se llama su personaje, con su amiga Josefa. Y así vemos a Charo feliz y siempre con la respuesta en la punta de la lengua, siempre convincente, siempre en su marca. Y nos guiña un ojo.
«Este chico me saca el lado sinvergüenza», dicen que le gustaba decir a quien quisiera escuchar para referirse a Daniel Guzmán. Dani la sacaba a pasear y ella, coqueta, divertida y con un deje entre sarcástico y algo canalla, no podía por menos que advertir que, cuidado, que ella, aunque viuda, seguía casada. «Cada vez que venía Daniel, aunque fuera de visita, se pintaba los labios», recuerdan todos. «Con él [con el director] llegó a tener una confianza que nunca pareció tener con nadie de nosotros. Él no hacía más que provocarla y ella le seguía la corriente», dice María y no queda claro si habla de la realidad, de la película o de las dos cosas. Carlos, a su lado, recuerda que, en verdad, ella ya era actriz. Tal cual. En las funciones navideñas de la residencia para ella fue desde que llegó el papel de la Virgen María. «Lo hizo muy bien y no tardó nada en aprenderse sus líneas de memoria», cuenta Carlos y mientras lo hace cae precisamente en la cuenta de que el último año la Virgen fue otra. «No se enfadó, pero tampoco estaba muy contenta», continúa el terapeuta. Y sigue: «Recuerdo que mientras discurría la representación en la que no estaba ella, iba declamando el papel por lo bajo. ‘Me lo sé y lo digo’, me dijo. Bueno, yo no le dije nada, porque era un buen ejercicio cognitivo».
Charo, coinciden todos, tenía su cosa, su fondillo, su chispa, su picardía… Tenía todo eso y una facilidad enorme para guiñar el ojo. «Tenía también», vuelve a tomar la palabra Carlos, «una rivalidad no oculta con otro residente. Los dos repartían mano a mano los regalos de Navidad entre el personal y aprovechó un día que él no estaba para distribuirlos todos ella con el andador planta por planta… Tenía mucha gracia». Pero no todo era fiesta. En una ocasión, por culpa del covid, tuvo que compartir habitación con una mujer convencida en su íntimo delirio que era una niña y que Charo era su madre. «Y ella le siguió la corriente. Siempre siempre ayudaba a los demás», añade.
Sí, pero más allá de todas las anécdotas, ¿quién es Charo y, sobre todo, quién fue Charo?
Charo nació en un pueblo de Salamanca el 7 de octubre de 1933. La España que vio nacer a Charo asistió a las primeras elecciones en las que las mujeres votaron, cantaba María de la O y en el cine, lo suyo, vio cómo Buñuel para escándalo del mundo rodaba Las Hurdes, tierra sin pan.Cuando apenas cumplió nueve años, ya en plena hambruna de posguerra, murió su madre. Y fue entonces cuando la familia se mudó a San Lorenzo de El Escorial. A finales de los 50, se casó con Felipe y volvió a trasladarse. Pero no muy lejos. De San Lorenzo de El Escorial a El Escorial. A pie, poco más de media hora. Y allí se quedó una vida entera y una vida dura. Una vida por la que pasó todo lo que pasa por la vida cuando la vida pasa, incluidos tres hijos: Rosario (es decir, Charo como ella), Félix y Francisco. Incluidos seis nietos y seis bisnietos (y otro más de camino que ya no conocerá). Incluido el fallecimiento de su marido hace ya tres años.
Charo vio el mar por primera vez cuando cumplió casi 60 años. Le llevó a conocer la inmensidad del océano su hijo, el mediano, el que se casó con la hija de unos emigrantes a Noruega. Es éste el que se esmera en el recuerdo de su madre y el que, devoto, describe a Charo como una mujer dedicada enteramente a los demás. «La palabra que mejor la define, como probablemente a muchas mujeres de su generación, es sacrificio. Ella nunca tuvo ni voz ni voto, pero siempre estuvo ahí», comenta el hijo sin dramatismo, pero con un deje de dolida resignación. «Sinceramente», sigue, «creo que ella cuando de verdad fue ella fue durante todo el proceso de la película. Es más, la madre que veo en la película es la que, cuando éramos pequeños, nos ayudaba a hacer los deberes pese a sus limitaciones y pese a no tener apenas estudios. Pero se las apañaba».
El sueño de Charo fue siempre, como creyente que era, visitar el Vaticano. La familia llegó a organizarlo, pero, entre unas cosas y otras, no pudo ser. Lo que sí fue fue Daniel Guzmán y con él la película que de haber vivido habría protagonizado Antonia Guzmán, la abuela del cineasta y que ya debutó en A cambio de nada. No pudo ser. Lo que sí fue fue simplemente Charo. Lo importante, nos recuerdan Manoel y Charo, es que hoy estamos aquí… Ayer no lo estábamos. Y nos guiña un ojo.
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