En un rincón del ring, seis victorias rotundas, por KO, en forma de libro, en su inmaculado palmarés, con calzón sufrido, guantes despellejados, peso pluma por oficio, superligero tirando a wélter, el púgil abulense Miguel Velayos. En el otro, como diría Jesús Hilario Tundidor, «la puta vida», la jodía, escurridiza, engañosa vida, dispuesta a ponérselo difícil a cualquier contrincante, aconsejada por su infalible mánager, la muerte. Así que al contendiente no le queda otra que demostrar su cintura poética, «respira el aire limpio que le queda en sus plumones/y se lanza, después a noquearla» en este nuevo ‘Cuadrilátero’, que como ‘Ofrenda o vanidad’ ha visto la luz en el sello vallisoletano Páramo, diez años redondos de una aventura editorial tan excepcional como arriesgada, necesaria por estas tierras.El libro se dirime, a cara de perro, con el lector atribulado, encogido, en cuatro ‘rounds’ vertiginosos, cada uno de ellos conato de obra fracasada. Con ese plan de disputa ajustado, una tercera parte de lo que contempla el reglamento, ni siquiera el primero es de tanteo, Velayos se abalanza contra el adversario a tumba abierta, a poema limpio, contundente, le da igual enfrentarse a pelo y con la guardia baja. Su técnica para afrontar el combate, sin ser purista, es bastante ortodoxa, con preferencia métrica por endecasílabos y alejandrinos, pero sin renunciar a combinarlos y alinearlos en prosa poética, a veces a ritmo añadido anafórico.Cualquier táctica es válida, de todas formas, cuando se trata de enfrentarse sin protector de cabeza ni bucal, sin máscara alguna, a cuerpo gentil, en la intemperie de nuestra triste condición humana, de su mandíbula de cristal, a un mundo de héroes caídos y cobardes engallados por igual. Porque luego está, como queda claro en el transcurso del primer asalto («Hacer sombra»), la lucha seguramente decisiva, la que libramos contra nosotros mismos sin normas y sin tener en cuenta a los competidores ni a los contrincantes, aun siendo, como es su caso, «funcionario de sí mismo». Pero, sobre todo, es fundamental no quedarse tirado en la loneta del suelo, entrenar a tope hasta vislumbrar «levemente un poso de verdad», recuperarse aun de las peores palizas recibidas, reaparecer, como mediocridades retiradas y fondonas, «con el orgullo intacto», después de mucho tiempo en la estacada, perdiéndose, «para saldar sus deudas».Durante el segundo asalto («Cordada») se acude a un planteamiento distinto. Se aconseja, muy al contrario, no renunciar a las caricias, a su plegaria de humanidad, ni a las «horas heroicas», cuando «todo parece virgen, reciente, jubiloso», las naturales asilvestradas de Henry David Thoreau, o las de la luna y las hogueras de un verano infinito y feroz, las de Cesare Pavese. O las conversaciones con los amigos o el viento de Lisboa, el de Pessoa. Se recomienda también asumir la «aspiración de los poetas»: hacerse «un lento merodeo hacia el árbol», convocar, inclusive, a los propios fantasmas del pasado, hacerlo hasta en las cárceles, donde llueve «más triste» que en ningún sitio, porque resuenan las gotas «igual que una condena».Páramo Cuadrilátero Miguel Velayos 132 páginas 15 eurosCurioso el desarrollo del tercero, titulado «Dora Bliss» como resultado de mezclar nombres de amantes de Pablo Picasso (Dora Maar) y Pablo Neruda (Josie Bliss), con un excurso sobre los teloneros y una escena de ‘road movie’ en medio de Castilla, que se debate con lo pasional, tamizado por las enseñanzas y desengaños de la edad: deseos libidinosos y abyectas pasiones, orgasmos como tiros, lascivias oníricas y reales, desarraigos varios. El asalto límite («Confesiones nocturnas de un cómico frustrado») es un verdadero aviso para amateurs maletillas o diletantes. Es una llamada a la resistencia numantina, a aguantar los estacazos que caigan o nos asesten, aunque acabemos siendo indefectiblemente ficciones frustradas de nosotros mismos, sombras hechas de un largo historial de batacazos o fiascos; aunque siempre defraudemos a los demás y a nosotros mismos; aunque, pese al amparo de la memoria, sea imposible regresar a los mejores tiempos estelares. Qué le vamos a hacer, la poesía es un oficio, como tantos, quizá todos, de perdedores. Pero el poema colofón, como la campana, con toque conclusivo de los William, Shakespeare y Faulkner, nos salva. Se titula «Vita beata blues» y dice: «Tener obligaciones tan solo con la luz./Al fin exonerado del ruido y de la furia».Transcurridos los cuatro ‘rounds’ acordados, ahí sigue, invicto tras tantas derrotas diarias, media docena o así de peleas librescas superadas, como señalábamos en la primera línea, en plena madurez creativa, el poeta sparring (y aquí hago extensivo su recuerdo, ‘in memoriam’, del ‘outsider’ por excelencia de nuestra lírica reciente, aquel que más sabía del lenguaje de los puños, el gijonés David González, ‘loser’ profesional), encajando como consumado fajador, y a ver qué remedio, los ‘crochets’ despiadados (los «heraldos negros» vallejianos, «tan fuertes, ¡yo no sé!»), los golpes bajos que le propinan la vida, a la que tiene bien estudiada, y la orfandad que traen los años, cada vez más solitarios, cuando ya no podemos abandonar el centro del cuadrilátero; los ‘uppercuts’ y ganchos con los que los dolores nos hacen besar la lona; o los ‘jab’ al contrataque de los amores, como aquellos tan finos de Cassius Clay, luego Muhammad Alí, a quien homenajea, pues como el hombre libre y fantástico boxeador de Louisville, Kentucky, querría esquivar, con su estilismo elegante, los embates del destino y de la existencia «bailando alrededor» y soltando contras «con precisión de avispa». Y en verdad consigue, gracias a su juego retórico de pies y a las manos prodigiosas, a modo de imágenes imprevisibles, fulgurantes, que saca, transmitirnos la ilusión de que la contienda se eterniza a cada instante.Noticia Relacionada LIBROS estandar Si ‘El vuelo del hombre’, de Benjamín G. Rosado: el fin de mis sofocos José Ignacio García El último Premio Biblioteca Breve es una novela de novelas, un libro de viajes encadenados y de aventuras trepidantes Ahí sigue el poeta por siempre aspirante, contra las cuerdas, no va a tirar nunca la toalla, devolviendo los guantazos mediante poemas secos, lacónicos, bastantes brevísimos, de dos versos, siete uni-versos incluso, directos al hígado, en el ring de las palabras consoladoras, la única estrategia o posibilidad de redención, «arañando el silencio» como ‘modus vivendi’ frente a lo que el paso de las horas devora y aniquila. Palabras, al cabo, poemas «que luchan a solas con la muerte» y que, levantándose una y otra vez antes de que se acabe la cuenta de diez «contra el tiempo que mata, contra la humillación, contra la sordidez», esgrime y nos ofrece el curtido luchador abulense en este libro sin «arenas movedizas», veraz, honrado y expedito. En un rincón del ring, seis victorias rotundas, por KO, en forma de libro, en su inmaculado palmarés, con calzón sufrido, guantes despellejados, peso pluma por oficio, superligero tirando a wélter, el púgil abulense Miguel Velayos. En el otro, como diría Jesús Hilario Tundidor, «la puta vida», la jodía, escurridiza, engañosa vida, dispuesta a ponérselo difícil a cualquier contrincante, aconsejada por su infalible mánager, la muerte. Así que al contendiente no le queda otra que demostrar su cintura poética, «respira el aire limpio que le queda en sus plumones/y se lanza, después a noquearla» en este nuevo ‘Cuadrilátero’, que como ‘Ofrenda o vanidad’ ha visto la luz en el sello vallisoletano Páramo, diez años redondos de una aventura editorial tan excepcional como arriesgada, necesaria por estas tierras.El libro se dirime, a cara de perro, con el lector atribulado, encogido, en cuatro ‘rounds’ vertiginosos, cada uno de ellos conato de obra fracasada. Con ese plan de disputa ajustado, una tercera parte de lo que contempla el reglamento, ni siquiera el primero es de tanteo, Velayos se abalanza contra el adversario a tumba abierta, a poema limpio, contundente, le da igual enfrentarse a pelo y con la guardia baja. Su técnica para afrontar el combate, sin ser purista, es bastante ortodoxa, con preferencia métrica por endecasílabos y alejandrinos, pero sin renunciar a combinarlos y alinearlos en prosa poética, a veces a ritmo añadido anafórico.Cualquier táctica es válida, de todas formas, cuando se trata de enfrentarse sin protector de cabeza ni bucal, sin máscara alguna, a cuerpo gentil, en la intemperie de nuestra triste condición humana, de su mandíbula de cristal, a un mundo de héroes caídos y cobardes engallados por igual. Porque luego está, como queda claro en el transcurso del primer asalto («Hacer sombra»), la lucha seguramente decisiva, la que libramos contra nosotros mismos sin normas y sin tener en cuenta a los competidores ni a los contrincantes, aun siendo, como es su caso, «funcionario de sí mismo». Pero, sobre todo, es fundamental no quedarse tirado en la loneta del suelo, entrenar a tope hasta vislumbrar «levemente un poso de verdad», recuperarse aun de las peores palizas recibidas, reaparecer, como mediocridades retiradas y fondonas, «con el orgullo intacto», después de mucho tiempo en la estacada, perdiéndose, «para saldar sus deudas».Durante el segundo asalto («Cordada») se acude a un planteamiento distinto. Se aconseja, muy al contrario, no renunciar a las caricias, a su plegaria de humanidad, ni a las «horas heroicas», cuando «todo parece virgen, reciente, jubiloso», las naturales asilvestradas de Henry David Thoreau, o las de la luna y las hogueras de un verano infinito y feroz, las de Cesare Pavese. O las conversaciones con los amigos o el viento de Lisboa, el de Pessoa. Se recomienda también asumir la «aspiración de los poetas»: hacerse «un lento merodeo hacia el árbol», convocar, inclusive, a los propios fantasmas del pasado, hacerlo hasta en las cárceles, donde llueve «más triste» que en ningún sitio, porque resuenan las gotas «igual que una condena».Páramo Cuadrilátero Miguel Velayos 132 páginas 15 eurosCurioso el desarrollo del tercero, titulado «Dora Bliss» como resultado de mezclar nombres de amantes de Pablo Picasso (Dora Maar) y Pablo Neruda (Josie Bliss), con un excurso sobre los teloneros y una escena de ‘road movie’ en medio de Castilla, que se debate con lo pasional, tamizado por las enseñanzas y desengaños de la edad: deseos libidinosos y abyectas pasiones, orgasmos como tiros, lascivias oníricas y reales, desarraigos varios. El asalto límite («Confesiones nocturnas de un cómico frustrado») es un verdadero aviso para amateurs maletillas o diletantes. Es una llamada a la resistencia numantina, a aguantar los estacazos que caigan o nos asesten, aunque acabemos siendo indefectiblemente ficciones frustradas de nosotros mismos, sombras hechas de un largo historial de batacazos o fiascos; aunque siempre defraudemos a los demás y a nosotros mismos; aunque, pese al amparo de la memoria, sea imposible regresar a los mejores tiempos estelares. Qué le vamos a hacer, la poesía es un oficio, como tantos, quizá todos, de perdedores. Pero el poema colofón, como la campana, con toque conclusivo de los William, Shakespeare y Faulkner, nos salva. Se titula «Vita beata blues» y dice: «Tener obligaciones tan solo con la luz./Al fin exonerado del ruido y de la furia».Transcurridos los cuatro ‘rounds’ acordados, ahí sigue, invicto tras tantas derrotas diarias, media docena o así de peleas librescas superadas, como señalábamos en la primera línea, en plena madurez creativa, el poeta sparring (y aquí hago extensivo su recuerdo, ‘in memoriam’, del ‘outsider’ por excelencia de nuestra lírica reciente, aquel que más sabía del lenguaje de los puños, el gijonés David González, ‘loser’ profesional), encajando como consumado fajador, y a ver qué remedio, los ‘crochets’ despiadados (los «heraldos negros» vallejianos, «tan fuertes, ¡yo no sé!»), los golpes bajos que le propinan la vida, a la que tiene bien estudiada, y la orfandad que traen los años, cada vez más solitarios, cuando ya no podemos abandonar el centro del cuadrilátero; los ‘uppercuts’ y ganchos con los que los dolores nos hacen besar la lona; o los ‘jab’ al contrataque de los amores, como aquellos tan finos de Cassius Clay, luego Muhammad Alí, a quien homenajea, pues como el hombre libre y fantástico boxeador de Louisville, Kentucky, querría esquivar, con su estilismo elegante, los embates del destino y de la existencia «bailando alrededor» y soltando contras «con precisión de avispa». Y en verdad consigue, gracias a su juego retórico de pies y a las manos prodigiosas, a modo de imágenes imprevisibles, fulgurantes, que saca, transmitirnos la ilusión de que la contienda se eterniza a cada instante.Noticia Relacionada LIBROS estandar Si ‘El vuelo del hombre’, de Benjamín G. Rosado: el fin de mis sofocos José Ignacio García El último Premio Biblioteca Breve es una novela de novelas, un libro de viajes encadenados y de aventuras trepidantes Ahí sigue el poeta por siempre aspirante, contra las cuerdas, no va a tirar nunca la toalla, devolviendo los guantazos mediante poemas secos, lacónicos, bastantes brevísimos, de dos versos, siete uni-versos incluso, directos al hígado, en el ring de las palabras consoladoras, la única estrategia o posibilidad de redención, «arañando el silencio» como ‘modus vivendi’ frente a lo que el paso de las horas devora y aniquila. Palabras, al cabo, poemas «que luchan a solas con la muerte» y que, levantándose una y otra vez antes de que se acabe la cuenta de diez «contra el tiempo que mata, contra la humillación, contra la sordidez», esgrime y nos ofrece el curtido luchador abulense en este libro sin «arenas movedizas», veraz, honrado y expedito.
En un rincón del ring, seis victorias rotundas, por KO, en forma de libro, en su inmaculado palmarés, con calzón sufrido, guantes despellejados, peso pluma por oficio, superligero tirando a wélter, el púgil abulense Miguel Velayos. En el otro, como diría Jesús Hilario Tundidor, «la … puta vida», la jodía, escurridiza, engañosa vida, dispuesta a ponérselo difícil a cualquier contrincante, aconsejada por su infalible mánager, la muerte. Así que al contendiente no le queda otra que demostrar su cintura poética, «respira el aire limpio que le queda en sus plumones/y se lanza, después a noquearla» en este nuevo ‘Cuadrilátero’, que como ‘Ofrenda o vanidad’ ha visto la luz en el sello vallisoletano Páramo, diez años redondos de una aventura editorial tan excepcional como arriesgada, necesaria por estas tierras.
El libro se dirime, a cara de perro, con el lector atribulado, encogido, en cuatro ‘rounds’ vertiginosos, cada uno de ellos conato de obra fracasada. Con ese plan de disputa ajustado, una tercera parte de lo que contempla el reglamento, ni siquiera el primero es de tanteo, Velayos se abalanza contra el adversario a tumba abierta, a poema limpio, contundente, le da igual enfrentarse a pelo y con la guardia baja. Su técnica para afrontar el combate, sin ser purista, es bastante ortodoxa, con preferencia métrica por endecasílabos y alejandrinos, pero sin renunciar a combinarlos y alinearlos en prosa poética, a veces a ritmo añadido anafórico.
Cualquier táctica es válida, de todas formas, cuando se trata de enfrentarse sin protector de cabeza ni bucal, sin máscara alguna, a cuerpo gentil, en la intemperie de nuestra triste condición humana, de su mandíbula de cristal, a un mundo de héroes caídos y cobardes engallados por igual. Porque luego está, como queda claro en el transcurso del primer asalto («Hacer sombra»), la lucha seguramente decisiva, la que libramos contra nosotros mismos sin normas y sin tener en cuenta a los competidores ni a los contrincantes, aun siendo, como es su caso, «funcionario de sí mismo». Pero, sobre todo, es fundamental no quedarse tirado en la loneta del suelo, entrenar a tope hasta vislumbrar «levemente un poso de verdad», recuperarse aun de las peores palizas recibidas, reaparecer, como mediocridades retiradas y fondonas, «con el orgullo intacto», después de mucho tiempo en la estacada, perdiéndose, «para saldar sus deudas».
Durante el segundo asalto («Cordada») se acude a un planteamiento distinto. Se aconseja, muy al contrario, no renunciar a las caricias, a su plegaria de humanidad, ni a las «horas heroicas», cuando «todo parece virgen, reciente, jubiloso», las naturales asilvestradas de Henry David Thoreau, o las de la luna y las hogueras de un verano infinito y feroz, las de Cesare Pavese. O las conversaciones con los amigos o el viento de Lisboa, el de Pessoa. Se recomienda también asumir la «aspiración de los poetas»: hacerse «un lento merodeo hacia el árbol», convocar, inclusive, a los propios fantasmas del pasado, hacerlo hasta en las cárceles, donde llueve «más triste» que en ningún sitio, porque resuenan las gotas «igual que una condena».

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Miguel Velayos
132 páginas 15 euros
Curioso el desarrollo del tercero, titulado «Dora Bliss» como resultado de mezclar nombres de amantes de Pablo Picasso (Dora Maar) y Pablo Neruda (Josie Bliss), con un excurso sobre los teloneros y una escena de ‘road movie’ en medio de Castilla, que se debate con lo pasional, tamizado por las enseñanzas y desengaños de la edad: deseos libidinosos y abyectas pasiones, orgasmos como tiros, lascivias oníricas y reales, desarraigos varios. El asalto límite («Confesiones nocturnas de un cómico frustrado») es un verdadero aviso para amateurs maletillas o diletantes. Es una llamada a la resistencia numantina, a aguantar los estacazos que caigan o nos asesten, aunque acabemos siendo indefectiblemente ficciones frustradas de nosotros mismos, sombras hechas de un largo historial de batacazos o fiascos; aunque siempre defraudemos a los demás y a nosotros mismos; aunque, pese al amparo de la memoria, sea imposible regresar a los mejores tiempos estelares. Qué le vamos a hacer, la poesía es un oficio, como tantos, quizá todos, de perdedores. Pero el poema colofón, como la campana, con toque conclusivo de los William, Shakespeare y Faulkner, nos salva. Se titula «Vita beata blues» y dice: «Tener obligaciones tan solo con la luz./Al fin exonerado del ruido y de la furia».
Transcurridos los cuatro ‘rounds’ acordados, ahí sigue, invicto tras tantas derrotas diarias, media docena o así de peleas librescas superadas, como señalábamos en la primera línea, en plena madurez creativa, el poeta sparring (y aquí hago extensivo su recuerdo, ‘in memoriam’, del ‘outsider’ por excelencia de nuestra lírica reciente, aquel que más sabía del lenguaje de los puños, el gijonés David González, ‘loser’ profesional), encajando como consumado fajador, y a ver qué remedio, los ‘crochets’ despiadados (los «heraldos negros» vallejianos, «tan fuertes, ¡yo no sé!»), los golpes bajos que le propinan la vida, a la que tiene bien estudiada, y la orfandad que traen los años, cada vez más solitarios, cuando ya no podemos abandonar el centro del cuadrilátero; los ‘uppercuts’ y ganchos con los que los dolores nos hacen besar la lona; o los ‘jab’ al contrataque de los amores, como aquellos tan finos de Cassius Clay, luego Muhammad Alí, a quien homenajea, pues como el hombre libre y fantástico boxeador de Louisville, Kentucky, querría esquivar, con su estilismo elegante, los embates del destino y de la existencia «bailando alrededor» y soltando contras «con precisión de avispa». Y en verdad consigue, gracias a su juego retórico de pies y a las manos prodigiosas, a modo de imágenes imprevisibles, fulgurantes, que saca, transmitirnos la ilusión de que la contienda se eterniza a cada instante.
Ahí sigue el poeta por siempre aspirante, contra las cuerdas, no va a tirar nunca la toalla, devolviendo los guantazos mediante poemas secos, lacónicos, bastantes brevísimos, de dos versos, siete uni-versos incluso, directos al hígado, en el ring de las palabras consoladoras, la única estrategia o posibilidad de redención, «arañando el silencio» como ‘modus vivendi’ frente a lo que el paso de las horas devora y aniquila. Palabras, al cabo, poemas «que luchan a solas con la muerte» y que, levantándose una y otra vez antes de que se acabe la cuenta de diez «contra el tiempo que mata, contra la humillación, contra la sordidez», esgrime y nos ofrece el curtido luchador abulense en este libro sin «arenas movedizas», veraz, honrado y expedito.
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