Frente a Sant Jordi, 10, sobre las escaleras que se usan para bajar al cauce del Barranco del Poyo, el agua puso su primer pie en la acera y desencadenó la barbarie de coches, ramas, piedras y muertos que hizo de la ribera de Paiporta, un barrio residencial de la Horta Sud de Valencia, el mayor tanatorio al aire libre de la historia reciente de España. Por ese punto se fue colando y fue encaramándose a las cosas, empujándolas, despedazando casas, muebles y vidas en un destrozo de escalas nunca concebidas. Calle abajo, entre los dos puentes, los milagros se trenzaron con las desdichas en la noche de la dana de la que va a cumplirse un año. Estas son las historias de la zona cero de la catástrofe, un vacío de cien metros de largo por un año de ancho que aún persiste.Portal 24 – Raquel y Emanuele Un milagro de San Fermín para la pequeña Giulia Raquel Nieto gira la llave de contacto del coche y el coche no arranca. Si tuviera que elegir un momento en el que cambia su vida es ese, el instante del milagro: hace clic y la batería se ha terminado.Es 29 de octubre y la administrativa, embarazada de su primera hija , ha acudido a Valencia a la revisión prenatal, pero no puede volver a su casa en Paiporta en la calle Sant Jordi donde la muerte va tomando posiciones en los bajos de las casas, en las aceras y los garajes. Raquel y su hija Giulia, que vino al mundo después de la dana. Aún está en la pared el cartel de bienvenida que colgó su marido, Emanuele, en la casa que acababan de comprar, antes de que la lluvia lo arrasara todo. foto: IGNACIO GIL | vídeo: Carlota garcía y juan bitriánLa salva la mala suerte. Poco después, el barranco del Poyo rebosa sus márgenes; sus vecinos tratan de sellar la puerta de cristal del primer portal de su bloque con silicona, una medida fútil ante la riada que sube y sube. Media hora más tarde, destroza la casa que acaba de comprar con su marido para criar a su hija Giulia, que está en camino. Su pareja está de viaje y ha colgado de la pared unas letras rosas brillantes que dicen ‘Welcome Home’. Hay un instante que cambia la vida de Raquel. Tras una revisión prenatal en Valencia, su coche se queda sin batería y no arranca. Jamás llega a Paiporta El agua deja intacto el cartel de bienvenida, pero destroza todo lo que queda por debajo de la altura del pecho: los muebles, el suelo, la puerta, los muros, los electrodomésticos, la ropa, los cubiertos. Quedan unos zapatos arruinados, los adornos del traje de fallera y el armario de la cocina en el que guardan, un año después, azúcar, pasta, café y otros enseres propios de una rutina y un tiempo que ya no existen. Cuando entran los voluntarios por la ventana y entre los muros de pladur arrancados, unos policías municipales de Pamplona encuentran intacto un pañuelo de San Fermín que cuelgan de una llave de paso del agua como un símbolo. La ropa blanca y roja del 7 de julio también se salvó. A la izquierda, Raquel y Emanuele en Sanfermines. A la derecha, el pañuelo tras la riada. CEDIDA«Se me ponen los pelos de punta», confiesa Raquel, que confía en que aquel día, el santo pamplonés, al que han visitado en las últimas fiestas y al que han rogado protección para el bebé que acaban de concebir, obra el milagro de salvar a Giulia gastando la maldita batería del coche. Un periódico de Navarra publica la historia y la gente de Pamplona les ofrece sitio para volver en julio. No pueden ir, pero viajan meses más tarde para visitar al santo navarro y darle las gracias.Ha pasado un año. La casa sigue como estaba . La silla de la vecina atraviesa aún la reja de su terraza, el balcón sigue manchado de barro. Alguien ha arrojado desde la calle una felicitación en la que un niño desconocido escribe torpemente ‘Feliz Navidad’. Ubicación de la vivienda de Raquel y Emanuele, donde el agua alcanzó 2,90 metros.La casa no se arregla aún porque nadie la puede arreglar. Llaman a muchas empresas. Algunas les dan presupuesto y después no responden; otras, ni siquiera vienen, o declinan la oferta: «No damos abasto». Todo el mundo quiere arreglar su casa y todos los bajos de la Horta Sud de Valencia están arrasados. «Suben los precios mucho. Nos piden 120.000 euros, una barbaridad». La vida entre el barro Raquel tenía claro que su hija se llamaría Giulia y, con barro, lo dejó plasmado en la pared de su casa, destrozada. Un año después, el fango ya seco aún cubre los enseres. FOTOS: IGNACIO GILMeses después, encuentran a un familiar que les hace una obra que, tras un año, está a punto de empezar. Les quedan meses para volver.La puerta interior está bloqueada por el agua, así que para entrar en el bajo hay que trepar por un palé colocado contra la pared a modo de escalera. Primero sube Raquel, acostumbrada a encaramarse por los escombros de su vida con un ánimo que no se sabe de dónde viene. Después, le pide a la abuela: «Dame a la niña», y accede con el bebé en la habitación en la que ella escribió sobre la pared, con dedos manchados de barro , su nombre en mayúsculas: GIULIA. Cuando explica que es la primera vez que entra con la niña, se le quiebra muy levemente la voz: «¿Te gusta tu casa, hija?».Portal 12 – María José y Jordi Un nadador en la riada María José Paredes y su hijo Jordi, joven autista de 16 años, están viendo la tele por la mañana cuando escuchan que el barranco se ha desbordado en Chiva. La madre mira frente a su casa, el cauce viene vacío. A las horas, comienza a subir y, de pronto, ella escucha un ruido fuerte. Algo ha golpeado contra el puente y el agua llega a los ojos de la infraestructura. María José escapó con su hijo Jordi. De camino, avisaron a vecinos para que se pusieran a salvo. Dos de ellos fallecieron. FOTO Y VÍDEO: jUAN BITRIÁN Y CARLOTA GARCÍAUn poco más tarde, arrancaría una pasarela, se iría la luz y morirían decenas en aquel barrio. Pero todavía no. En ese momento, María José pide a Jordi que coja la medicación y que se vista . Es hora de irse de la casa. Al salir, ven a Emilia y Salvador, sus vecinos, y les pide que suban a casa de Josefa, su cuñada, pero se meten en su bajo. Ambos mueren ahogados. Esa historia se contará después.En la casa de la que huyeron María José y su hijo la altura del agua fue de 2,81 metros.Jordi y ella van de la mano hacia el Ateneo, corriente abajo, a favor del torrente que les come los talones. Cuando pasan por delante de la perfumería, Jordi aporrea la puerta para avisar a la dueña: «SALTE, SALTE, SALTE» . Escapan por minutos, pero la riada aún los va a perseguir durante meses. En las primeras semanas, Jordi, que es campeón de natación , no cuenta qué es lo que ha pasado y vadea como puede su nueva e incomprensible situación. Quiere volver a casa, pero su casa está destrozada. Parece enfadado, nervioso. Sus compañeros de natación le prestan un gorro y cosas para nadar. A Jordi, autista, le apasiona la natación. Cuando ve a un obrero trabajar, pregunta si volverán a casa. cedidaLa costa de la normalidad está lejos un año después. Ella se encuentra en tratamiento psiquiátrico. Jordi ya cuenta lo que pasó , pero cada vez que ve un obrero trabajar, pregunta si volverán a casa. Vive con su padre, separado de María José, por primera vez en su vida, pues ella habita en Alfafar en casa de su madre y no tiene carné, lo que supone una quiebra para un adolescente en su situación. Las obras han empezado, pero se ha descubierto un socavón bajo la casa, una grieta provocada por el agua que deja una de las habitaciones, como la vida de la familia, en el aire.Portal 13 – Emilia y Salvador Dos muertos en la cocinaDos días después de la riada, dos cadáveres flotan ahogados en la cocina de la casa entre escombros y barro. Es jueves y nadie guarda la puerta de la casa que esconde la tragedia. En Paiporta no hay forense para tanto cuerpo. Ni jueces, ni policías, ni nada. El pueblo es un cementerio . Al rato, aparece un guardia civil que advierte al reportero de que no puede hacer fotos. Se llaman Emilia y Salvador , no tienen hijos , pero se tienen el uno al otro. Ochenta años cada uno y toda la vida juntos en aquel bajo de Sant Jordi. Los mata el agua, la mala suerte y la arquitectura de la zona. Josefa, cuñada de Emilia, vivía encima de la pareja. Pero las dos viviendas carecen de escalera interior y no pudieron subir. foto: IGNACIO GIL | vídeo: carlota garcíaCuando el nivel empieza a subir, María José, Miguel y otros vecinos hablan con ellos y comentan que el barranco baja enloquecido. María José y Jordi les piden que suban con Josefa, su cuñada, viuda, que vive en el piso de arriba, pero no le hacen caso. ¿Quién se va a imaginar que el agua va a subir tanto? Nadie. Por eso, se meten en casa, ponen trapos bajo las puertas para que no entre la riada, pero el agua sigue aumentando su nivel y, cuando quieren subir al piso de Josefa, ya es tarde. Los coches han comenzado a flotar y chocan contra las paredes y las puertas. Están perdidos. Como muchos, viven en bajos con pisos superiores que carecen de escalera interior. Para escapar, tienen que salir antes de la vivienda y ya no pueden. ¿Qué van a hacer dos ancianos en un maremoto? Se refugian en la cocina, hablan por teléfono con su vecina, que escucha el golpe del torrente cuando revienta la puerta, y ahí se termina la conversación. Esta es la casa donde vivía Josefa (arriba) y Emilia y Salvador (abajo). Aquí el nivel del agua subió hasta los 2,84 metrosJosefa los llama, pero nadie coge el teléfono . Entonces, lo intenta a gritos. Tampoco responden. Ella está bloqueada arriba; convencida de que la pareja está con la vecina. El agua no baja hasta las dos de la mañana. Entonces, se entera de que la vecina no está, ni ellos tampoco. Por la mañana del miércoles, un chico del barrio, ágil y delgado, fuerza la puerta del garaje y consigue colarse en la vivienda. Por la ventana que da a la cocina descubre los dos cadáveres y le da la noticia a Josefa, que queda encerrada en casa con su duelo y su vejez. Le suben comida con una cuerda y hasta el jueves no la liberan, pero sus cuñados siguen muertos, abajo. Un año después, la casa está limpia pero sin reformar y nadie vive allí.Portal 2, esquina con Luis Vives, 50 – Begoña La llave en la cerraduraAllí, junto al puente viejo, hay un antiguo bebedero de animales, una fuente con un Sant Jordi. Detrás, una casita de una sola planta en la que realiza sus actividades ocupacionales una ONG de discapacitados y, asomada al barranco y al enorme eucalipto del cauce, una antigua gasolinera. De pronto, la gasolinera y la casa ya no están y solo están el eucalipto y la fuente. Begoña se ha quedado dentro de la frutería en Sant Jordi, 2, en la esquina de la galería por la que se entra al portal, entre manzanas, piñas, naranjas. Maite, la dueña, que sirve a las mejores casas de Valencia, tenía un puesto en el mercado y ha montado esta tienda en la que la fruta se apila en pirámides perfectas sobre un mostrador ordenado y colorido como para un ‘stories’ de Instagram, en contraste con el marrón y turbulento caudal que se desata fuera ; un amasijo de barro, ramas, piedras, coches y cuerpos lanzados contra el escaparate.La frutería donde trabaja Begoña ha vuelto a abrir. En la galería por la que escapó sigue oliendo a humedad y muchos negocios siguen cerrados. foto: IGNACIO GIL | vídeo: carlota garcía y juan bitriánBegoña se queda en la tienda, por si puede salvar esto y lo otro, paralizada ante la ola que llega. Está «bloqueada». Entran agua sucia y cañas. Entonces va a por la fregona, pero es imposible limpiar nada. A los cinco minutos, se va la luz. La primera vez que llama a Maite, tiene el barro por los tobillos , pero sigue subiendo. Begoña está bloqueada. El agua le cubre la cintura. «¡Sal, sal, sal!», le grita su jefa, Maite, por teléfonoLa segunda vez, su empleadora «se pone histérica». Maite habla con ella por teléfono y le dice que se tiene que ir: «¡Sal, sal, sal!», le grita. De pronto, el agua le cubre la cintura , y es demasiado tarde como para salir por la puerta principal. 34.000 locales y comercios quedaron afectados por la dana en ValenciaHay una escapatoria y da a la galería —portales, autoescuela y abogados—, pero está enrejada. Se siente encerrada viva en aquel local. Se acerca a la puerta y, entonces, recuerda: ha dejado la llave puesta y la nevera ha caído hacia adelante sin taponarla.Ubicación de la frutería. El agua alcanzó 2,54 metrosGracias a este milagro consigue salir a la galería, vadear la riada a tres metros de los remolinos que se lo llevan todo por la calle principal; buscar un alto. Lleva una linterna, el teléfono móvil. El agua revienta los cristales . Accede a casa de una vecina y ve la riada comiéndose el Ateneo, que allí llaman el casino, pegando contra la puerta: «Bum, Bum». En «ningún momento» piensa que se va a ahogar.La frutería de Begoña. Durante un tiempo sirvió para recoger material de ayuda. CEDIDADos días después, usan el local para almacenar ayuda. No hay rastro de las frutas, de las neveras, de las lunas del escaparate. En los tres palmos de pared más altos quedan apuntados los precios de los melones y las naranjas, últimos vestigios de un mundo quebrado, ahogado. Un año después, la frutería ha vuelto a abrir mejorada: han repuesto el mobiliario, las máquinas, las neveras, y pretenden olvidar lo que les pasa, pero en el pasadizo por el que escapó Begoña sigue apestando a humedad. Ni la gestoría ni la autoescuela han vuelto a la actividad. Portal 4 – Patricia Pedir ayuda y encontrar trabajo Delante del local de Sant Jordi, 4, un antiguo banco cerrado, alguien ha detenido una furgoneta con ayuda. Trae botas, palas, lejía, comida. Viene de lejos, aunque nadie recuerda de dónde. Sencillamente llega hasta allí, atraído por la necesidad de ayudar tras la catástrofe. A esa calle acudirán cientos de furgonetas como esa, llenas de voluntarios que traen lo que pueden: mochos, palas, artilugios para empujar el barro que han construido con sus propias manos, bolsas en los pies, ropa de monte y mascarillas. Días más tarde, en el piso de arriba colgarían un cartel con una sábana que dice: «Gracias». Todo el mundo sabe a quién y por qué, pero aún, no. Por ahora, hay un tipo con una furgoneta que descarga cosas en mitad de la acera y a alguien se le ocurre meterlas en el local desvencijado por la riada y así se convierte en un punto de ayuda.Patricia García trabaja en una tienda GAES que ha abierto donde hubo un centro de ayuda de la dana. foto: Ignacio Gil | Vídeo: Carlota García y Juan BitriánHay botas, pilas, pañales, botes de gel: un poco de todo. Los vecinos acuden allí a por cosas, se reencuentran, se abrazan, lloran de alegría por los que han sobrevivido y derraman sus lágrimas sobre las historias de los que no están. La niña china muerta en mitad de la plaza; el señor de Luis Vives, allí atrás, que perece en el bajo; la mujer que el agua arranca de una reja en la calle Nueve de Octubre, que hace esquina con Sant Jordi. Dicen que once personas perecen en esa calle. Fuera, junto al casino, los chicos de José Andrés cocinan un arroz servido en plato de papel que sabe a gloria bendita. Patricia, hace un año, repartía ayuda entre los vecinos. ch. apaolazaUn año después, en el local no hay una mota de polvo. A Patricia García le cuesta hacerse a la idea de que sea el mismo lugar. Ella recuerda que vino aquí a pedir ayuda cuando el agua. Necesitaba de todo para ella y los gemelos, pero no había supermercados, solo barro y el resuello de los que limpiaban. El nivel máximo del agua aquí fue de 2,41 metrosAhora, ese sitio es su oficina de GAES, un nuevo centro de audición que ha abierto sus puertas, providencialmente, en el sitio que estaba vacío. La dana trajo allí ayuda, riqueza y trabajo, y a Patricia le cuesta creerlo. Portal 2 – Marga y Paco ¿Un maniquí o una persona?Antes de que le llegue el agua al cuello, Paco ya tiene el agua al cuello. El vecino de Sant Jordi, 2, trabaja de guarda en un garaje por 400 euros al mes. Sin pagas extras, ni seguro. Todo en ‘b’. Hace años que encadena desempeños precarios. Paiporta no es el Bronx ni un barrio rico: un sitio de obreros, currantes, albañiles, comerciantes. Paco vive con Marga, su pareja, una viuda de 80 años con una hija enferma de esquizofrenia y otro en paro que ha sacado a su familia adelante desde que, con cuarenta y pico, una enfermedad cardíaca le quitara a su marido. En su casa, llueve sobre mojado . Paco y Marga, hace un año, días después de la dana. foto: chapu apaolazaCuando ve el barranco rugiendo y los coches que flotan con gente dentro, Marga se acuerda de Paco, que no ha llegado del garaje. La altura en la riada marca la línea entre la vida y la muerte. Paco está bajo tierra, pero entrando tanta agua, decide salir de la trampa. Paco no sabe nadar. Intenta parar un coche con las manos, pero cae y el vehículo le pasa por encima. Todo se vuelve oscuridad Es un hombre fuerte, pese a su edad, pero no sabe nadar. El primer coche que viene hacia él, lo para con las manos, pero trastabillea y cae hacia atrás, con lo que el coche le pasa por encima. En adelante, todo es oscuridad y ahogamiento intercalados con algunas boqueadas de aire que se hacen cada vez más difíciles conforme la corriente arrastra a Paco calle abajo. Agotado, desesperado ya, se deja llevar hasta un remanso en una calle en la que hace pie y escucha una voz que se extraña cuando pasa y dice: «Mira, un maniquí». Entonces, con sus últimas fuerzas, se mueve, bracea, grita pidiendo ayuda y dos chicos saltan para rescatarlo. La riada alcanzó los 2,54 metros a la altura de la casa de Marga y Paco.En casa, el nieto de Marga ha bajado al garaje en el que se amontonan cañas y coches, y regresa desesperado: «El abuelo ha muerto» . A las cuatro de la mañana, aparecen los rescatadores con las buenas noticias: Paco está a salvo en su casa. Paco perdió su trabajo tras la dana. En la imagen, con Marga, a principios de octubre Ignacio GilUn año después, Marga se ha vuelto a peinar y a maquillar, ha cobrado una ayuda de la Generalitat y cuadra las cuentas para pagar el alquiler, la comida y los gastos con el dinero que le queda, que muchos meses no alcanza. Paco sigue sin trabajo.Créditos DIRECCIÓN DE ARTE: Fernando Hernández DISEÑO: Jorge González Navarro INFOGRAFÍA: Julián de Velasco, Javier Torres, Marcos Jiménez DESARROLLO: Jorge García Gómez PRODUCCIÓN VÍDEO: Javier Nadales, Samuel González (dron) Motion graphics: Estíbaliz Pangua PRODUCCIÓN FOTOGRAFÍA: Matías Nieto Edición: Esther Blanco, David Sánchez de Castro Coordinación editorial: Elena de Miguel Frente a Sant Jordi, 10, sobre las escaleras que se usan para bajar al cauce del Barranco del Poyo, el agua puso su primer pie en la acera y desencadenó la barbarie de coches, ramas, piedras y muertos que hizo de la ribera de Paiporta, un barrio residencial de la Horta Sud de Valencia, el mayor tanatorio al aire libre de la historia reciente de España. Por ese punto se fue colando y fue encaramándose a las cosas, empujándolas, despedazando casas, muebles y vidas en un destrozo de escalas nunca concebidas. Calle abajo, entre los dos puentes, los milagros se trenzaron con las desdichas en la noche de la dana de la que va a cumplirse un año. Estas son las historias de la zona cero de la catástrofe, un vacío de cien metros de largo por un año de ancho que aún persiste.Portal 24 – Raquel y Emanuele Un milagro de San Fermín para la pequeña Giulia Raquel Nieto gira la llave de contacto del coche y el coche no arranca. Si tuviera que elegir un momento en el que cambia su vida es ese, el instante del milagro: hace clic y la batería se ha terminado.Es 29 de octubre y la administrativa, embarazada de su primera hija , ha acudido a Valencia a la revisión prenatal, pero no puede volver a su casa en Paiporta en la calle Sant Jordi donde la muerte va tomando posiciones en los bajos de las casas, en las aceras y los garajes. Raquel y su hija Giulia, que vino al mundo después de la dana. Aún está en la pared el cartel de bienvenida que colgó su marido, Emanuele, en la casa que acababan de comprar, antes de que la lluvia lo arrasara todo. foto: IGNACIO GIL | vídeo: Carlota garcía y juan bitriánLa salva la mala suerte. Poco después, el barranco del Poyo rebosa sus márgenes; sus vecinos tratan de sellar la puerta de cristal del primer portal de su bloque con silicona, una medida fútil ante la riada que sube y sube. Media hora más tarde, destroza la casa que acaba de comprar con su marido para criar a su hija Giulia, que está en camino. Su pareja está de viaje y ha colgado de la pared unas letras rosas brillantes que dicen ‘Welcome Home’. Hay un instante que cambia la vida de Raquel. Tras una revisión prenatal en Valencia, su coche se queda sin batería y no arranca. Jamás llega a Paiporta El agua deja intacto el cartel de bienvenida, pero destroza todo lo que queda por debajo de la altura del pecho: los muebles, el suelo, la puerta, los muros, los electrodomésticos, la ropa, los cubiertos. Quedan unos zapatos arruinados, los adornos del traje de fallera y el armario de la cocina en el que guardan, un año después, azúcar, pasta, café y otros enseres propios de una rutina y un tiempo que ya no existen. Cuando entran los voluntarios por la ventana y entre los muros de pladur arrancados, unos policías municipales de Pamplona encuentran intacto un pañuelo de San Fermín que cuelgan de una llave de paso del agua como un símbolo. La ropa blanca y roja del 7 de julio también se salvó. A la izquierda, Raquel y Emanuele en Sanfermines. A la derecha, el pañuelo tras la riada. CEDIDA«Se me ponen los pelos de punta», confiesa Raquel, que confía en que aquel día, el santo pamplonés, al que han visitado en las últimas fiestas y al que han rogado protección para el bebé que acaban de concebir, obra el milagro de salvar a Giulia gastando la maldita batería del coche. Un periódico de Navarra publica la historia y la gente de Pamplona les ofrece sitio para volver en julio. No pueden ir, pero viajan meses más tarde para visitar al santo navarro y darle las gracias.Ha pasado un año. La casa sigue como estaba . La silla de la vecina atraviesa aún la reja de su terraza, el balcón sigue manchado de barro. Alguien ha arrojado desde la calle una felicitación en la que un niño desconocido escribe torpemente ‘Feliz Navidad’. Ubicación de la vivienda de Raquel y Emanuele, donde el agua alcanzó 2,90 metros.La casa no se arregla aún porque nadie la puede arreglar. Llaman a muchas empresas. Algunas les dan presupuesto y después no responden; otras, ni siquiera vienen, o declinan la oferta: «No damos abasto». Todo el mundo quiere arreglar su casa y todos los bajos de la Horta Sud de Valencia están arrasados. «Suben los precios mucho. Nos piden 120.000 euros, una barbaridad». La vida entre el barro Raquel tenía claro que su hija se llamaría Giulia y, con barro, lo dejó plasmado en la pared de su casa, destrozada. Un año después, el fango ya seco aún cubre los enseres. FOTOS: IGNACIO GILMeses después, encuentran a un familiar que les hace una obra que, tras un año, está a punto de empezar. Les quedan meses para volver.La puerta interior está bloqueada por el agua, así que para entrar en el bajo hay que trepar por un palé colocado contra la pared a modo de escalera. Primero sube Raquel, acostumbrada a encaramarse por los escombros de su vida con un ánimo que no se sabe de dónde viene. Después, le pide a la abuela: «Dame a la niña», y accede con el bebé en la habitación en la que ella escribió sobre la pared, con dedos manchados de barro , su nombre en mayúsculas: GIULIA. Cuando explica que es la primera vez que entra con la niña, se le quiebra muy levemente la voz: «¿Te gusta tu casa, hija?».Portal 12 – María José y Jordi Un nadador en la riada María José Paredes y su hijo Jordi, joven autista de 16 años, están viendo la tele por la mañana cuando escuchan que el barranco se ha desbordado en Chiva. La madre mira frente a su casa, el cauce viene vacío. A las horas, comienza a subir y, de pronto, ella escucha un ruido fuerte. Algo ha golpeado contra el puente y el agua llega a los ojos de la infraestructura. María José escapó con su hijo Jordi. De camino, avisaron a vecinos para que se pusieran a salvo. Dos de ellos fallecieron. FOTO Y VÍDEO: jUAN BITRIÁN Y CARLOTA GARCÍAUn poco más tarde, arrancaría una pasarela, se iría la luz y morirían decenas en aquel barrio. Pero todavía no. En ese momento, María José pide a Jordi que coja la medicación y que se vista . Es hora de irse de la casa. Al salir, ven a Emilia y Salvador, sus vecinos, y les pide que suban a casa de Josefa, su cuñada, pero se meten en su bajo. Ambos mueren ahogados. Esa historia se contará después.En la casa de la que huyeron María José y su hijo la altura del agua fue de 2,81 metros.Jordi y ella van de la mano hacia el Ateneo, corriente abajo, a favor del torrente que les come los talones. Cuando pasan por delante de la perfumería, Jordi aporrea la puerta para avisar a la dueña: «SALTE, SALTE, SALTE» . Escapan por minutos, pero la riada aún los va a perseguir durante meses. En las primeras semanas, Jordi, que es campeón de natación , no cuenta qué es lo que ha pasado y vadea como puede su nueva e incomprensible situación. Quiere volver a casa, pero su casa está destrozada. Parece enfadado, nervioso. Sus compañeros de natación le prestan un gorro y cosas para nadar. A Jordi, autista, le apasiona la natación. Cuando ve a un obrero trabajar, pregunta si volverán a casa. cedidaLa costa de la normalidad está lejos un año después. Ella se encuentra en tratamiento psiquiátrico. Jordi ya cuenta lo que pasó , pero cada vez que ve un obrero trabajar, pregunta si volverán a casa. Vive con su padre, separado de María José, por primera vez en su vida, pues ella habita en Alfafar en casa de su madre y no tiene carné, lo que supone una quiebra para un adolescente en su situación. Las obras han empezado, pero se ha descubierto un socavón bajo la casa, una grieta provocada por el agua que deja una de las habitaciones, como la vida de la familia, en el aire.Portal 13 – Emilia y Salvador Dos muertos en la cocinaDos días después de la riada, dos cadáveres flotan ahogados en la cocina de la casa entre escombros y barro. Es jueves y nadie guarda la puerta de la casa que esconde la tragedia. En Paiporta no hay forense para tanto cuerpo. Ni jueces, ni policías, ni nada. El pueblo es un cementerio . Al rato, aparece un guardia civil que advierte al reportero de que no puede hacer fotos. Se llaman Emilia y Salvador , no tienen hijos , pero se tienen el uno al otro. Ochenta años cada uno y toda la vida juntos en aquel bajo de Sant Jordi. Los mata el agua, la mala suerte y la arquitectura de la zona. Josefa, cuñada de Emilia, vivía encima de la pareja. Pero las dos viviendas carecen de escalera interior y no pudieron subir. foto: IGNACIO GIL | vídeo: carlota garcíaCuando el nivel empieza a subir, María José, Miguel y otros vecinos hablan con ellos y comentan que el barranco baja enloquecido. María José y Jordi les piden que suban con Josefa, su cuñada, viuda, que vive en el piso de arriba, pero no le hacen caso. ¿Quién se va a imaginar que el agua va a subir tanto? Nadie. Por eso, se meten en casa, ponen trapos bajo las puertas para que no entre la riada, pero el agua sigue aumentando su nivel y, cuando quieren subir al piso de Josefa, ya es tarde. Los coches han comenzado a flotar y chocan contra las paredes y las puertas. Están perdidos. Como muchos, viven en bajos con pisos superiores que carecen de escalera interior. Para escapar, tienen que salir antes de la vivienda y ya no pueden. ¿Qué van a hacer dos ancianos en un maremoto? Se refugian en la cocina, hablan por teléfono con su vecina, que escucha el golpe del torrente cuando revienta la puerta, y ahí se termina la conversación. Esta es la casa donde vivía Josefa (arriba) y Emilia y Salvador (abajo). Aquí el nivel del agua subió hasta los 2,84 metrosJosefa los llama, pero nadie coge el teléfono . Entonces, lo intenta a gritos. Tampoco responden. Ella está bloqueada arriba; convencida de que la pareja está con la vecina. El agua no baja hasta las dos de la mañana. Entonces, se entera de que la vecina no está, ni ellos tampoco. Por la mañana del miércoles, un chico del barrio, ágil y delgado, fuerza la puerta del garaje y consigue colarse en la vivienda. Por la ventana que da a la cocina descubre los dos cadáveres y le da la noticia a Josefa, que queda encerrada en casa con su duelo y su vejez. Le suben comida con una cuerda y hasta el jueves no la liberan, pero sus cuñados siguen muertos, abajo. Un año después, la casa está limpia pero sin reformar y nadie vive allí.Portal 2, esquina con Luis Vives, 50 – Begoña La llave en la cerraduraAllí, junto al puente viejo, hay un antiguo bebedero de animales, una fuente con un Sant Jordi. Detrás, una casita de una sola planta en la que realiza sus actividades ocupacionales una ONG de discapacitados y, asomada al barranco y al enorme eucalipto del cauce, una antigua gasolinera. De pronto, la gasolinera y la casa ya no están y solo están el eucalipto y la fuente. Begoña se ha quedado dentro de la frutería en Sant Jordi, 2, en la esquina de la galería por la que se entra al portal, entre manzanas, piñas, naranjas. Maite, la dueña, que sirve a las mejores casas de Valencia, tenía un puesto en el mercado y ha montado esta tienda en la que la fruta se apila en pirámides perfectas sobre un mostrador ordenado y colorido como para un ‘stories’ de Instagram, en contraste con el marrón y turbulento caudal que se desata fuera ; un amasijo de barro, ramas, piedras, coches y cuerpos lanzados contra el escaparate.La frutería donde trabaja Begoña ha vuelto a abrir. En la galería por la que escapó sigue oliendo a humedad y muchos negocios siguen cerrados. foto: IGNACIO GIL | vídeo: carlota garcía y juan bitriánBegoña se queda en la tienda, por si puede salvar esto y lo otro, paralizada ante la ola que llega. Está «bloqueada». Entran agua sucia y cañas. Entonces va a por la fregona, pero es imposible limpiar nada. A los cinco minutos, se va la luz. La primera vez que llama a Maite, tiene el barro por los tobillos , pero sigue subiendo. Begoña está bloqueada. El agua le cubre la cintura. «¡Sal, sal, sal!», le grita su jefa, Maite, por teléfonoLa segunda vez, su empleadora «se pone histérica». Maite habla con ella por teléfono y le dice que se tiene que ir: «¡Sal, sal, sal!», le grita. De pronto, el agua le cubre la cintura , y es demasiado tarde como para salir por la puerta principal. 34.000 locales y comercios quedaron afectados por la dana en ValenciaHay una escapatoria y da a la galería —portales, autoescuela y abogados—, pero está enrejada. Se siente encerrada viva en aquel local. Se acerca a la puerta y, entonces, recuerda: ha dejado la llave puesta y la nevera ha caído hacia adelante sin taponarla.Ubicación de la frutería. El agua alcanzó 2,54 metrosGracias a este milagro consigue salir a la galería, vadear la riada a tres metros de los remolinos que se lo llevan todo por la calle principal; buscar un alto. Lleva una linterna, el teléfono móvil. El agua revienta los cristales . Accede a casa de una vecina y ve la riada comiéndose el Ateneo, que allí llaman el casino, pegando contra la puerta: «Bum, Bum». En «ningún momento» piensa que se va a ahogar.La frutería de Begoña. Durante un tiempo sirvió para recoger material de ayuda. CEDIDADos días después, usan el local para almacenar ayuda. No hay rastro de las frutas, de las neveras, de las lunas del escaparate. En los tres palmos de pared más altos quedan apuntados los precios de los melones y las naranjas, últimos vestigios de un mundo quebrado, ahogado. Un año después, la frutería ha vuelto a abrir mejorada: han repuesto el mobiliario, las máquinas, las neveras, y pretenden olvidar lo que les pasa, pero en el pasadizo por el que escapó Begoña sigue apestando a humedad. Ni la gestoría ni la autoescuela han vuelto a la actividad. Portal 4 – Patricia Pedir ayuda y encontrar trabajo Delante del local de Sant Jordi, 4, un antiguo banco cerrado, alguien ha detenido una furgoneta con ayuda. Trae botas, palas, lejía, comida. Viene de lejos, aunque nadie recuerda de dónde. Sencillamente llega hasta allí, atraído por la necesidad de ayudar tras la catástrofe. A esa calle acudirán cientos de furgonetas como esa, llenas de voluntarios que traen lo que pueden: mochos, palas, artilugios para empujar el barro que han construido con sus propias manos, bolsas en los pies, ropa de monte y mascarillas. Días más tarde, en el piso de arriba colgarían un cartel con una sábana que dice: «Gracias». Todo el mundo sabe a quién y por qué, pero aún, no. Por ahora, hay un tipo con una furgoneta que descarga cosas en mitad de la acera y a alguien se le ocurre meterlas en el local desvencijado por la riada y así se convierte en un punto de ayuda.Patricia García trabaja en una tienda GAES que ha abierto donde hubo un centro de ayuda de la dana. foto: Ignacio Gil | Vídeo: Carlota García y Juan BitriánHay botas, pilas, pañales, botes de gel: un poco de todo. Los vecinos acuden allí a por cosas, se reencuentran, se abrazan, lloran de alegría por los que han sobrevivido y derraman sus lágrimas sobre las historias de los que no están. La niña china muerta en mitad de la plaza; el señor de Luis Vives, allí atrás, que perece en el bajo; la mujer que el agua arranca de una reja en la calle Nueve de Octubre, que hace esquina con Sant Jordi. Dicen que once personas perecen en esa calle. Fuera, junto al casino, los chicos de José Andrés cocinan un arroz servido en plato de papel que sabe a gloria bendita. Patricia, hace un año, repartía ayuda entre los vecinos. ch. apaolazaUn año después, en el local no hay una mota de polvo. A Patricia García le cuesta hacerse a la idea de que sea el mismo lugar. Ella recuerda que vino aquí a pedir ayuda cuando el agua. Necesitaba de todo para ella y los gemelos, pero no había supermercados, solo barro y el resuello de los que limpiaban. El nivel máximo del agua aquí fue de 2,41 metrosAhora, ese sitio es su oficina de GAES, un nuevo centro de audición que ha abierto sus puertas, providencialmente, en el sitio que estaba vacío. La dana trajo allí ayuda, riqueza y trabajo, y a Patricia le cuesta creerlo. Portal 2 – Marga y Paco ¿Un maniquí o una persona?Antes de que le llegue el agua al cuello, Paco ya tiene el agua al cuello. El vecino de Sant Jordi, 2, trabaja de guarda en un garaje por 400 euros al mes. Sin pagas extras, ni seguro. Todo en ‘b’. Hace años que encadena desempeños precarios. Paiporta no es el Bronx ni un barrio rico: un sitio de obreros, currantes, albañiles, comerciantes. Paco vive con Marga, su pareja, una viuda de 80 años con una hija enferma de esquizofrenia y otro en paro que ha sacado a su familia adelante desde que, con cuarenta y pico, una enfermedad cardíaca le quitara a su marido. En su casa, llueve sobre mojado . Paco y Marga, hace un año, días después de la dana. foto: chapu apaolazaCuando ve el barranco rugiendo y los coches que flotan con gente dentro, Marga se acuerda de Paco, que no ha llegado del garaje. La altura en la riada marca la línea entre la vida y la muerte. Paco está bajo tierra, pero entrando tanta agua, decide salir de la trampa. Paco no sabe nadar. Intenta parar un coche con las manos, pero cae y el vehículo le pasa por encima. Todo se vuelve oscuridad Es un hombre fuerte, pese a su edad, pero no sabe nadar. El primer coche que viene hacia él, lo para con las manos, pero trastabillea y cae hacia atrás, con lo que el coche le pasa por encima. En adelante, todo es oscuridad y ahogamiento intercalados con algunas boqueadas de aire que se hacen cada vez más difíciles conforme la corriente arrastra a Paco calle abajo. Agotado, desesperado ya, se deja llevar hasta un remanso en una calle en la que hace pie y escucha una voz que se extraña cuando pasa y dice: «Mira, un maniquí». Entonces, con sus últimas fuerzas, se mueve, bracea, grita pidiendo ayuda y dos chicos saltan para rescatarlo. La riada alcanzó los 2,54 metros a la altura de la casa de Marga y Paco.En casa, el nieto de Marga ha bajado al garaje en el que se amontonan cañas y coches, y regresa desesperado: «El abuelo ha muerto» . A las cuatro de la mañana, aparecen los rescatadores con las buenas noticias: Paco está a salvo en su casa. Paco perdió su trabajo tras la dana. En la imagen, con Marga, a principios de octubre Ignacio GilUn año después, Marga se ha vuelto a peinar y a maquillar, ha cobrado una ayuda de la Generalitat y cuadra las cuentas para pagar el alquiler, la comida y los gastos con el dinero que le queda, que muchos meses no alcanza. Paco sigue sin trabajo.Créditos DIRECCIÓN DE ARTE: Fernando Hernández DISEÑO: Jorge González Navarro INFOGRAFÍA: Julián de Velasco, Javier Torres, Marcos Jiménez DESARROLLO: Jorge García Gómez PRODUCCIÓN VÍDEO: Javier Nadales, Samuel González (dron) Motion graphics: Estíbaliz Pangua PRODUCCIÓN FOTOGRAFÍA: Matías Nieto Edición: Esther Blanco, David Sánchez de Castro Coordinación editorial: Elena de Miguel
Frente a Sant Jordi, 10, sobre las escaleras que se usan para bajar al cauce del Barranco del Poyo, el agua puso su primer pie en la acera y desencadenó la barbarie de coches, ramas, piedras y muertos que hizo de la ribera de Paiporta, … un barrio residencial de la Horta Sud de Valencia, el mayor tanatorio al aire libre de la historia reciente de España. Por ese punto se fue colando y fue encaramándose a las cosas, empujándolas, despedazando casas, muebles y vidas en un destrozo de escalas nunca concebidas.
Calle abajo, entre los dos puentes, los milagros se trenzaron con las desdichas en la noche de la dana de la que va a cumplirse un año. Estas son las historias de la zona cero de la catástrofe, un vacío de cien metros de largo por un año de ancho que aún persiste.
Portal 24 – Raquel y Emanuele
Un milagro de San Fermín para la pequeña Giulia
Raquel Nieto gira la llave de contacto del coche y el coche no arranca. Si tuviera que elegir un momento en el que cambia su vida es ese, el instante del milagro: hace clic y la batería se ha terminado.
Es 29 de octubre y la administrativa, embarazada de su primera hija, ha acudido a Valencia a la revisión prenatal, pero no puede volver a su casa en Paiporta en la calle Sant Jordi donde la muerte va tomando posiciones en los bajos de las casas, en las aceras y los garajes.
Raquel y su hija Giulia, que vino al mundo después de la dana. Aún está en la pared el cartel de bienvenida que colgó su marido, Emanuele, en la casa que acababan de comprar, antes de que la lluvia lo arrasara todo.
foto: IGNACIO GIL | vídeo: Carlota garcía y juan bitrián
La salva la mala suerte. Poco después, el barranco del Poyo rebosa sus márgenes; sus vecinos tratan de sellar la puerta de cristal del primer portal de su bloque con silicona, una medida fútil ante la riada que sube y sube. Media hora más tarde, destroza la casa que acaba de comprar con su marido para criar a su hija Giulia, que está en camino. Su pareja está de viaje y ha colgado de la pared unas letras rosas brillantes que dicen ‘Welcome Home’.
Hay un instante que cambia la vida de Raquel. Tras una revisión prenatal en Valencia, su coche se queda sin batería y no arranca. Jamás llega a Paiporta
El agua deja intacto el cartel de bienvenida, pero destroza todo lo que queda por debajo de la altura del pecho: los muebles, el suelo, la puerta, los muros, los electrodomésticos, la ropa, los cubiertos. Quedan unos zapatos arruinados, los adornos del traje de fallera y el armario de la cocina en el que guardan, un año después, azúcar, pasta, café y otros enseres propios de una rutina y un tiempo que ya no existen.
Cuando entran los voluntarios por la ventana y entre los muros de pladur arrancados, unos policías municipales de Pamplona encuentran intacto un pañuelo de San Fermín que cuelgan de una llave de paso del agua como un símbolo. La ropa blanca y roja del 7 de julio también se salvó.
A la izquierda, Raquel y Emanuele en Sanfermines. A la derecha, el pañuelo tras la riada.
CEDIDA
«Se me ponen los pelos de punta», confiesa Raquel, que confía en que aquel día, el santo pamplonés, al que han visitado en las últimas fiestas y al que han rogado protección para el bebé que acaban de concebir, obra el milagro de salvar a Giulia gastando la maldita batería del coche. Un periódico de Navarra publica la historia y la gente de Pamplona les ofrece sitio para volver en julio. No pueden ir, pero viajan meses más tarde para visitar al santo navarro y darle las gracias.
Ha pasado un año. La casa sigue como estaba. La silla de la vecina atraviesa aún la reja de su terraza, el balcón sigue manchado de barro. Alguien ha arrojado desde la calle una felicitación en la que un niño desconocido escribe torpemente ‘Feliz Navidad’.
Ubicación de la vivienda de Raquel y Emanuele, donde el agua alcanzó 2,90 metros.
La casa no se arregla aún porque nadie la puede arreglar. Llaman a muchas empresas. Algunas les dan presupuesto y después no responden; otras, ni siquiera vienen, o declinan la oferta: «No damos abasto». Todo el mundo quiere arreglar su casa y todos los bajos de la Horta Sud de Valencia están arrasados. «Suben los precios mucho. Nos piden 120.000 euros, una barbaridad».



Raquel tenía claro que su hija se llamaría Giulia y, con barro, lo dejó plasmado en la pared de su casa, destrozada. Un año después, el fango ya seco aún cubre los enseres.
FOTOS: IGNACIO GIL
Meses después, encuentran a un familiar que les hace una obra que, tras un año, está a punto de empezar. Les quedan meses para volver.
La puerta interior está bloqueada por el agua, así que para entrar en el bajo hay que trepar por un palé colocado contra la pared a modo de escalera. Primero sube Raquel, acostumbrada a encaramarse por los escombros de su vida con un ánimo que no se sabe de dónde viene. Después, le pide a la abuela: «Dame a la niña», y accede con el bebé en la habitación en la que ella escribió sobre la pared, con dedos manchados de barro, su nombre en mayúsculas: GIULIA.
Cuando explica que es la primera vez que entra con la niña, se le quiebra muy levemente la voz: «¿Te gusta tu casa, hija?».
Portal 12 – María José y Jordi
Un nadador en la riada
María José Paredes y su hijo Jordi, joven autista de 16 años, están viendo la tele por la mañana cuando escuchan que el barranco se ha desbordado en Chiva. La madre mira frente a su casa, el cauce viene vacío. A las horas, comienza a subir y, de pronto, ella escucha un ruido fuerte. Algo ha golpeado contra el puente y el agua llega a los ojos de la infraestructura.
María José escapó con su hijo Jordi. De camino, avisaron a vecinos para que se pusieran a salvo. Dos de ellos fallecieron.
FOTO Y VÍDEO: jUAN BITRIÁN Y CARLOTA GARCÍA
Un poco más tarde, arrancaría una pasarela, se iría la luz y morirían decenas en aquel barrio. Pero todavía no. En ese momento, María José pide a Jordi que coja la medicación y que se vista. Es hora de irse de la casa.
Al salir, ven a Emilia y Salvador, sus vecinos, y les pide que suban a casa de Josefa, su cuñada, pero se meten en su bajo. Ambos mueren ahogados. Esa historia se contará después.
En la casa de la que huyeron María José y su hijo la altura del agua fue de 2,81 metros.
Jordi y ella van de la mano hacia el Ateneo, corriente abajo, a favor del torrente que les come los talones. Cuando pasan por delante de la perfumería, Jordi aporrea la puerta para avisar a la dueña: «SALTE, SALTE, SALTE».
Escapan por minutos, pero la riada aún los va a perseguir durante meses. En las primeras semanas, Jordi, que es campeón de natación, no cuenta qué es lo que ha pasado y vadea como puede su nueva e incomprensible situación. Quiere volver a casa, pero su casa está destrozada. Parece enfadado, nervioso. Sus compañeros de natación le prestan un gorro y cosas para nadar.
A Jordi, autista, le apasiona la natación. Cuando ve a un obrero trabajar, pregunta si volverán a casa.
cedida
La costa de la normalidad está lejos un año después. Ella se encuentra en tratamiento psiquiátrico. Jordi ya cuenta lo que pasó, pero cada vez que ve un obrero trabajar, pregunta si volverán a casa. Vive con su padre, separado de María José, por primera vez en su vida, pues ella habita en Alfafar en casa de su madre y no tiene carné, lo que supone una quiebra para un adolescente en su situación.
Las obras han empezado, pero se ha descubierto un socavón bajo la casa, una grieta provocada por el agua que deja una de las habitaciones, como la vida de la familia, en el aire.
Portal 13 – Emilia y Salvador
Dos muertos en la cocina
Dos días después de la riada, dos cadáveres flotan ahogados en la cocina de la casa entre escombros y barro. Es jueves y nadie guarda la puerta de la casa que esconde la tragedia. En Paiporta no hay forense para tanto cuerpo. Ni jueces, ni policías, ni nada. El pueblo es un cementerio. Al rato, aparece un guardia civil que advierte al reportero de que no puede hacer fotos.
Se llaman Emilia y Salvador, no tienen hijos , pero se tienen el uno al otro. Ochenta años cada uno y toda la vida juntos en aquel bajo de Sant Jordi. Los mata el agua, la mala suerte y la arquitectura de la zona.
Josefa, cuñada de Emilia, vivía encima de la pareja. Pero las dos viviendas carecen de escalera interior y no pudieron subir.
foto: IGNACIO GIL | vídeo: carlota garcía
Cuando el nivel empieza a subir, María José, Miguel y otros vecinos hablan con ellos y comentan que el barranco baja enloquecido. María José y Jordi les piden que suban con Josefa, su cuñada, viuda, que vive en el piso de arriba, pero no le hacen caso.
¿Quién se va a imaginar que el agua va a subir tanto? Nadie.
Por eso, se meten en casa, ponen trapos bajo las puertas para que no entre la riada, pero el agua sigue aumentando su nivel y, cuando quieren subir al piso de Josefa, ya es tarde. Los coches han comenzado a flotar y chocan contra las paredes y las puertas. Están perdidos.
Como muchos, viven en bajos con pisos superiores que carecen de escalera interior. Para escapar, tienen que salir antes de la vivienda y ya no pueden. ¿Qué van a hacer dos ancianos en un maremoto? Se refugian en la cocina, hablan por teléfono con su vecina, que escucha el golpe del torrente cuando revienta la puerta, y ahí se termina la conversación.
Esta es la casa donde vivía Josefa (arriba) y Emilia y Salvador (abajo). Aquí el nivel del agua subió hasta los 2,84 metros
Josefa los llama, pero nadie coge el teléfono. Entonces, lo intenta a gritos. Tampoco responden. Ella está bloqueada arriba; convencida de que la pareja está con la vecina. El agua no baja hasta las dos de la mañana. Entonces, se entera de que la vecina no está, ni ellos tampoco.
Por la mañana del miércoles, un chico del barrio, ágil y delgado, fuerza la puerta del garaje y consigue colarse en la vivienda. Por la ventana que da a la cocina descubre los dos cadáveres y le da la noticia a Josefa, que queda encerrada en casa con su duelo y su vejez. Le suben comida con una cuerda y hasta el jueves no la liberan, pero sus cuñados siguen muertos, abajo.
Un año después, la casa está limpia pero sin reformar y nadie vive allí.
Portal 2, esquina con Luis Vives, 50 – Begoña
La llave en la cerradura
Allí, junto al puente viejo, hay un antiguo bebedero de animales, una fuente con un Sant Jordi. Detrás, una casita de una sola planta en la que realiza sus actividades ocupacionales una ONG de discapacitados y, asomada al barranco y al enorme eucalipto del cauce, una antigua gasolinera. De pronto, la gasolinera y la casa ya no están y solo están el eucalipto y la fuente. Begoña se ha quedado dentro de la frutería en Sant Jordi, 2, en la esquina de la galería por la que se entra al portal, entre manzanas, piñas, naranjas.
Maite, la dueña, que sirve a las mejores casas de Valencia, tenía un puesto en el mercado y ha montado esta tienda en la que la fruta se apila en pirámides perfectas sobre un mostrador ordenado y colorido como para un ‘stories’ de Instagram, en contraste con el marrón y turbulento caudal que se desata fuera; un amasijo de barro, ramas, piedras, coches y cuerpos lanzados contra el escaparate.
La frutería donde trabaja Begoña ha vuelto a abrir. En la galería por la que escapó sigue oliendo a humedad y muchos negocios siguen cerrados.
foto: IGNACIO GIL | vídeo: carlota garcía y juan bitrián
Begoña se queda en la tienda, por si puede salvar esto y lo otro, paralizada ante la ola que llega. Está «bloqueada». Entran agua sucia y cañas. Entonces va a por la fregona, pero es imposible limpiar nada. A los cinco minutos, se va la luz. La primera vez que llama a Maite, tiene el barro por los tobillos, pero sigue subiendo.
Begoña está bloqueada. El agua le cubre la cintura. «¡Sal, sal, sal!», le grita su jefa, Maite, por teléfono
La segunda vez, su empleadora «se pone histérica». Maite habla con ella por teléfono y le dice que se tiene que ir: «¡Sal, sal, sal!», le grita. De pronto, el agua le cubre la cintura, y es demasiado tarde como para salir por la puerta principal.
34.000
locales y comercios quedaron afectados por la dana en Valencia
Hay una escapatoria y da a la galería —portales, autoescuela y abogados—, pero está enrejada. Se siente encerrada viva en aquel local. Se acerca a la puerta y, entonces, recuerda: ha dejado la llave puesta y la nevera ha caído hacia adelante sin taponarla.
Ubicación de la frutería. El agua alcanzó 2,54 metros
Gracias a este milagro consigue salir a la galería, vadear la riada a tres metros de los remolinos que se lo llevan todo por la calle principal; buscar un alto. Lleva una linterna, el teléfono móvil. El agua revienta los cristales. Accede a casa de una vecina y ve la riada comiéndose el Ateneo, que allí llaman el casino, pegando contra la puerta: «Bum, Bum». En «ningún momento» piensa que se va a ahogar.
La frutería de Begoña. Durante un tiempo sirvió para recoger material de ayuda.
CEDIDA
Dos días después, usan el local para almacenar ayuda. No hay rastro de las frutas, de las neveras, de las lunas del escaparate. En los tres palmos de pared más altos quedan apuntados los precios de los melones y las naranjas, últimos vestigios de un mundo quebrado, ahogado.
Un año después, la frutería ha vuelto a abrir mejorada: han repuesto el mobiliario, las máquinas, las neveras, y pretenden olvidar lo que les pasa, pero en el pasadizo por el que escapó Begoña sigue apestando a humedad.
Ni la gestoría ni la autoescuela han vuelto a la actividad.
Portal 4 – Patricia
Pedir ayuda y encontrar trabajo
Delante del local de Sant Jordi, 4, un antiguo banco cerrado, alguien ha detenido una furgoneta con ayuda. Trae botas, palas, lejía, comida. Viene de lejos, aunque nadie recuerda de dónde. Sencillamente llega hasta allí, atraído por la necesidad de ayudar tras la catástrofe. A esa calle acudirán cientos de furgonetas como esa, llenas de voluntarios que traen lo que pueden: mochos, palas, artilugios para empujar el barro que han construido con sus propias manos, bolsas en los pies, ropa de monte y mascarillas.
Días más tarde, en el piso de arriba colgarían un cartel con una sábana que dice: «Gracias». Todo el mundo sabe a quién y por qué, pero aún, no. Por ahora, hay un tipo con una furgoneta que descarga cosas en mitad de la acera y a alguien se le ocurre meterlas en el local desvencijado por la riada y así se convierte en un punto de ayuda.
Patricia García trabaja en una tienda GAES que ha abierto donde hubo un centro de ayuda de la dana.
foto: Ignacio Gil | Vídeo: Carlota García y Juan Bitrián
Hay botas, pilas, pañales, botes de gel: un poco de todo. Los vecinos acuden allí a por cosas, se reencuentran, se abrazan, lloran de alegría por los que han sobrevivido y derraman sus lágrimas sobre las historias de los que no están. La niña china muerta en mitad de la plaza; el señor de Luis Vives, allí atrás, que perece en el bajo; la mujer que el agua arranca de una reja en la calle Nueve de Octubre, que hace esquina con Sant Jordi. Dicen que once personas perecen en esa calle. Fuera, junto al casino, los chicos de José Andrés cocinan un arroz servido en plato de papel que sabe a gloria bendita.
Patricia, hace un año, repartía ayuda entre los vecinos.
ch. apaolaza
Un año después, en el local no hay una mota de polvo. A Patricia García le cuesta hacerse a la idea de que sea el mismo lugar. Ella recuerda que vino aquí a pedir ayuda cuando el agua. Necesitaba de todo para ella y los gemelos, pero no había supermercados, solo barro y el resuello de los que limpiaban.
El nivel máximo del agua aquí fue de 2,41 metros
Ahora, ese sitio es su oficina de GAES, un nuevo centro de audición que ha abierto sus puertas, providencialmente, en el sitio que estaba vacío. La dana trajo allí ayuda, riqueza y trabajo, y a Patricia le cuesta creerlo.
Portal 2 – Marga y Paco
¿Un maniquí o una persona?
Antes de que le llegue el agua al cuello, Paco ya tiene el agua al cuello. El vecino de Sant Jordi, 2, trabaja de guarda en un garaje por 400 euros al mes. Sin pagas extras, ni seguro. Todo en ‘b’. Hace años que encadena desempeños precarios. Paiporta no es el Bronx ni un barrio rico: un sitio de obreros, currantes, albañiles, comerciantes.
Paco vive con Marga, su pareja, una viuda de 80 años con una hija enferma de esquizofrenia y otro en paro que ha sacado a su familia adelante desde que, con cuarenta y pico, una enfermedad cardíaca le quitara a su marido. En su casa, llueve sobre mojado.
Paco y Marga, hace un año, días después de la dana.
foto: chapu apaolaza
Cuando ve el barranco rugiendo y los coches que flotan con gente dentro, Marga se acuerda de Paco, que no ha llegado del garaje. La altura en la riada marca la línea entre la vida y la muerte. Paco está bajo tierra, pero entrando tanta agua, decide salir de la trampa.
Paco no sabe nadar. Intenta parar un coche con las manos, pero cae y el vehículo le pasa por encima. Todo se vuelve oscuridad
Es un hombre fuerte, pese a su edad, pero no sabe nadar. El primer coche que viene hacia él, lo para con las manos, pero trastabillea y cae hacia atrás, con lo que el coche le pasa por encima.
En adelante, todo es oscuridad y ahogamiento intercalados con algunas boqueadas de aire que se hacen cada vez más difíciles conforme la corriente arrastra a Paco calle abajo. Agotado, desesperado ya, se deja llevar hasta un remanso en una calle en la que hace pie y escucha una voz que se extraña cuando pasa y dice: «Mira, un maniquí». Entonces, con sus últimas fuerzas, se mueve, bracea, grita pidiendo ayuda y dos chicos saltan para rescatarlo.
La riada alcanzó los 2,54 metros a la altura de la casa de Marga y Paco.
En casa, el nieto de Marga ha bajado al garaje en el que se amontonan cañas y coches, y regresa desesperado: «El abuelo ha muerto». A las cuatro de la mañana, aparecen los rescatadores con las buenas noticias: Paco está a salvo en su casa.
Paco perdió su trabajo tras la dana. En la imagen, con Marga, a principios de octubre
Ignacio Gil
Un año después, Marga se ha vuelto a peinar y a maquillar, ha cobrado una ayuda de la Generalitat y cuadra las cuentas para pagar el alquiler, la comida y los gastos con el dinero que le queda, que muchos meses no alcanza.
Paco sigue sin trabajo.
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DIRECCIÓN DE ARTE:
Fernando Hernández
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DISEÑO:
Jorge González Navarro
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INFOGRAFÍA:
Julián de Velasco, Javier Torres, Marcos Jiménez
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DESARROLLO:
Jorge García Gómez
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PRODUCCIÓN VÍDEO:
Javier Nadales, Samuel González (dron)
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Motion graphics:
Estíbaliz Pangua
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PRODUCCIÓN FOTOGRAFÍA:
Matías Nieto
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Edición:
Esther Blanco, David Sánchez de Castro
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Coordinación editorial:
Elena de Miguel
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