El escritor barcelonés recibirá mañana el Premio Princesa de Asturias de las Letras. El martes, 1.800 estudiantes lo escucharon hablar en Oviedo. Leer El escritor barcelonés recibirá mañana el Premio Princesa de Asturias de las Letras. El martes, 1.800 estudiantes lo escucharon hablar en Oviedo. Leer
Eduardo Mendoza, que siempre ha estado aquí, era el hombre que los Premios Princesa de Asturias necesitaban para mover multitudes. Ayer, el novelista barcelonés reunió a 1.800 estudiantes asturianos que lo escucharon hablar de la literatura, de la fantasía y del humor que hace falta para hace la vida soportable.
- Vamos al principio de su obra. En 1974 ¿intuía que faltaba una novela como ‘La verdad sobre caso Savolta’ en español? ¿O fue una intuición inconsciente?
- Era muy consciente yo. Y no sólo lo era yo. En aquel momento estaba en todas partes la novela experimental, que estaba muy bien y que todos respetábamos y admirábamos… Pero nos dábamos cuenta de que algo se había perdido. Pensábamos: «Bueno, pero ¿dónde está esa otra novela que amamos?». El disparo de salida lo dio Javier Marías, que publicó muy joven una novela de piratas, Travesía del horizonte, basada en La isla del tesoro. Salió el libro y los amigos te decían: «Es que a mí esto es lo que me gusta». Luego, Fernando Savater sacó La infancia recuperada que decía eso mismo, que lo que nos gusta es la novela negra, la de misterio, Fu Manchú… ¿Por qué no hacer literatura con eso? Y yo, con la osadía de la juventud, me lancé a mezclar géneros, a meter persecuciones, intriga, costumbrismo, un poco de novela social. Todo lo que me gustaba lo metí ahí.
- ¿Fue un libro difícil de escribir? ¿Lo pasó mal?
- No sé si no sé si era muy vanidoso o muy inconsciente pero no sentí que me enfrentara a un trabajo colosal. Pensaba: «Bueno, algo saldrá». Me llevó tiempo pero no tenía prisa. Trabajaba de ocho a tres, llegaba a casa y sacaba dos horas.
- ¿Tenía niños?
- Qué va. Cuando empecé vivía con mis padres y les daba mi sueldo, que no éramos ricos.
- Irse a Nueva York, ¿oxigenó su literatura? ¿Amplió su mundo?
- Sí, pero eso fue después. Me fui con La verdad sobre el caso Savolta terminado y entregado a la editorial. Nueva York era un choque cultural tan grande… Era una cosa misteriosa, una nave espacial. Era muy peligrosa, un sitio al que uno iba pero no sabía si volvería ni cuándo… Y estaba la cultura del entertainment, del humor de la comedia, de la rapidez. Eso me me trastornó. Nueva York también tenía una leyenda muy fuerte. La gente llegaba y se creía que iba a aparecer Frank Sinatra. Y yo pensé hacer eso mismo para Barcelona. Empecé a investigar, a bucear y descubrí muchas cosas. Un pasado muy turbulento, muy canalla. Estupendo
- ¿Había sido antes un chico curioso por Barcelona?
- No especialmente pero… creo que a mi generación nos gustó explorar la ciudad, más que a nuestros hermanos mayores. Íbamos al puerto a tomar tapas y luego subíamos a la montaña a no sé qué. Nos movíamos por todas partes. Barcelona era una ciudad completamente desconocida. Nadie iba a Barcelona si no tenía algo que hacer. Tampoco iba nadie a ver Madrid. Los ricos iban a París, Roma y Venecia, y ya está. De repente, redescubrimos las ciudades. Luego pasó otra cosa: en la Transición empezaron las fiestas callejeras.
- ¿Es importante en su carrera el momento, el hecho de que todo empezara el año en el que murió Franco?
- Sí. Y yo creo que no fue mérito mío, pero tuve sensibilidad para entender cosas que otros no entendían. He vivido mucho fuera, he podido ver con distancia cómo las cosas cambiaban. El misterio de la cripta embrujada, que es una novela tonta que escribí para quitarme de encima La ciudad de los prodigios, que me estaba costando mucho, contaba todo aquello. La Transición empezaba como un partido de fútbol en el que todos salen a ganar, a ganar, a ganar… Y al final descubren que están un manicomio. Esa sensación de salir a la calle y encontrarlo todo nuevo, cambiado, para que, al final, acaben las cosas donde había empezado…. Yo creo que parte del espíritu de la transición fue ese.
- ¿Fue la Transición una época feliz para usted?
- Fueron unos años estupendos. Cortos. Bueno, yo vivía todo de una manera fragmentaria. Los primeros años fueron violentos. Hubo miedo, no se sabía lo que iba a pasar. Luego se vio que sí, que aquello iba a funcionar y hubo una explosión de felicidad tremenda. Y entonces vino lo que se llamó el desencanto, que creo que también fue exagerado. Exageramos la ilusión y exageramos la desilusión.
- ¿Y ahora?
- Por suerte, he vivido una época muy buena, he vivido la época de la alegría. Ahora que empieza esta época tan difícil y tan rara, ya voy de retirada. Ya no me preocupa todo tanto. Tendría que ponerme a pensar. ¿Qué opino de la inteligencia artificial? Pues no opino nada. Empecé a leer un par de libros, no entendí mucho y pensé que, bueno, es igual, quien venga detrás se apañará. En principio, tiendo a pensar que no, que nada es tan grave pero que ahora todo el mundo está indignado. Estamos en la etapa de la indignación. Ha habido ilusión, ha habido desencanto y ahora hay indignación. Todo es indignante, todo el mundo está indignado. Bueno, yo no estoy indignado, al contrario.
- ¿Qué tal con Estados Unidos ahora? Parece un país especialmente indignado.
- Sí, en EE UU todavía pervive, junto a una tradición de libertad, una corriente puritana. De vez en cuando les da por cazar alguna bruja. Hay un fondo de razón, alguien tenía que decir «esto y aquello no está bien». Pero lo han llevado a unos extremos chocantes y ridículos.
- ¿Se imagina al presidente Donald Trump como personaje cómico?
- Me parece que es un personaje que da mucha risa, pero hay que tener cuidado porque Hitler también daba mucha risa. Y Mussolini igual. Dar risa y ser ridículo no quiere decir ser inofensivo.
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