‘Hambre de Patria’, del académico Juan Francisco Fuentes, reúne los testimonios de los derrotados en 1939 que escribieron sobre la radicalización de los años 30 como un error y que expresaron su deseo de reconciliación Leer ‘Hambre de Patria’, del académico Juan Francisco Fuentes, reúne los testimonios de los derrotados en 1939 que escribieron sobre la radicalización de los años 30 como un error y que expresaron su deseo de reconciliación Leer
«La guerra civil es un don del cielo» es una frase que quizá venga de la Revolución Francesa y que se parece a otras citas de Lenin y de Marinetti, pero que en España se atribuye a un diputado liberal aragonés, Juan Romero Alpuente. «La guerra civil es un don del cielo» quedó dicha con esas palabras en 1821, en la tertulia de La Fontana de Oro, el club liberal que dio título a la novela de Galdós. Y, desde entonces, se convirtió en una frase que dividió, sedujo y atormentó a los liberales españoles del siglo XIX y a los izquierdistas de la primera mitad del siglo XX. Unamuno empleó la frase con entusiasmo y después se arrepintió, Alcalá Galiano la lamentó, Lerroux la parafraseó en su juventud y Francesc Cambó la citó como la prueba de que una «creencia fanática en lo catastrófico» marcaba a España. Un día, en 1933, Hitler llegó a la cancillería y Luis Araquistáin, el embajador republicano en Berlín, volvió a casa y convenció a sus compañeros del PSOE de que el futuro inevitable era la guerra. Y, entonces, la teoría del don del cielo se volvió dominante. Llegó la Guerra Civil de 1936, la definitiva, y la frase se convirtió en una profecía autocumplida y trágica.
«La guerra civil es un don del cielo», que podría haber sido una hipérbole romántica de taberna, es una frase importante en Hambre de patria (Arzalia), el libro que el académico Juan Francisco Fuentesha dedicado a la manera en que los exiliados de la II República pensaron en España desde su peregrinaje por México, París, Buenos Aires, Nueva York y Moscú. Fuentes, catedrático de la Universidad Complutense y biógrafo de Adolfo Suárez y de Francisco Largo Caballero, entre otros, sostiene que en esa España errante predominó la nostalgia por la patria perdida y el arrepentimiento por haber creído que sí, que ir a la guerra sería como raparse la cabeza para que el pelo creciera con vigor. La segunda parte de su libro tiene una tesis que se proyecta sobre nuestro mundo de 2025: esos republicanos arrepentidos fueron los primeros que anhelaron la reconciliación de las dos españas. De modo que la Transición de 1975 no fue una trampa del franquismo, sino un proyecto de todos, vencedores y derrotados.
«Cuidado: lo de la guerra como don divino era también una experiencia. Fue lo que pasó en España en el siglo XIX», explica Fuentes. «Las guerras carlistas no las empezaron los liberales, pero las ganaron y provocaron cambios en favor de su proyecto, cambios que, en condiciones normales, habrían ido más despacio. La guerra se veía como un atajo para el progreso. En el siglo XX, se añadió algo más: la experiencia bolchevique, Rusia en 1917. Los socialistas españoles tomaron nota porque España era como Rusia, un país con una clase trabajadora débil. Era lo contrario a una sociedad preparada para la revolución de Marx. Y, sin embargo, la Revolución había ocurrido».
Hay otros tres atenuantes importantes. Primero: «La izquierda pensaba que iba a ganar cualquier guerra civil, como las había ganado en el siglo XIX. Incluso la derecha creía que la izquierda ganaría, porque su capacidad de movilizar era mayor. Todos pensaban que había más españoles dispuestos a morir por la República que en su contra», cuenta Fuentes. Segundo: la colaboración entre socialistas y republicanos entre 1931 y 1933 había terminado en frustración y derrota. Y tercero: la aparición del Reich nazi cambió la visión del futuro y la percepción de los otros, de la derecha. La opción de la socialdemocracia pactista que el PSOE exploró con éxito durante la dictadura de Primo de Rivera se veía una vía muerta. El Partido Socialista Obrero Español dio en 1933 su «giro bolchevique» y Largo Caballero, que en los años 20 había sido un pragmático, recibió el apodo de «El Lenin español».
En 1939, todo eso ya era pasado. En 1939, las élites intelectuales y políticas de la II República sabían ya que la movilización popular no ganaba batallas en el siglo XX, que una guerra civil no era como cortarse el pelo y que la España de izquierdas era la que más iba a sufrir en ese camino a la radicalidad. Y en 1939, Manuel Azaña ya había escrito La velada en Benicarló, crudísimo relato de la derrota y texto fundacional de esa tradición del arrepentimiento. «En muchos discursos de guerra de Azaña ya estuvo el lamento por el camino tomado, pero escondido para no transmitir derrotismo», cuenta Fuentes.
-¿El arrepentimiento era por las decisiones y las políticas concretas o era un arrepentimiento moral? ¿Por la manera de haber visto el mundo y a los otros?
-Azaña fue el primero que entendió el significado moral de la derrota. Pero también hablaba de asuntos prácticos. Cuando volvió al Gobierno en 1935 dijo «Nos va a tocar otra vez segar sobre verde», como una manera de decir que había que volver a empezar, que no se había construido nada en los años de la República. Los demás, los intelectuales y los dirigentes de la izquierda, tardaron más pero también desarrollaron un componente moral, la mala conciencia por haberse equivocado.
Por haber creído que la guerra era un don divino. La frase, vista en la distancia parece el equivalente de izquierdas del «vivan las caenas» de derechas.
«El programa de ERC, como el del PNV, era volver al Pacto de San Sebastián de 1931. Pero Josep Tarradellas fue partidario de la reconciliación y dijo «El 34 mai més».
Es larga la lista de los republicanos que estuvieron en el arrepentimiento: Luis Araquistáin, José Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Indalecio Prieto, Claudio Sánchez Albornoz, José Asensio Torrado, Salvador de Madariaga, Cipriano Rivas Cherif, Manuel Tagüeña, Vicente Rojo… Incluso Largo Caballero hizo, a su manera, un reconocimiento indirecto de los errores. En 1931, cuando le preguntaron cuál era el futuro de España, contestó: «República, república y república». Después de la guerra, a la misma pregunta, respondió «Libertad, libertad, libertad».
¿Quién quedó fuera de esa corriente de opinión? Santiago Carrillo, los cuadros y los intelectuales del PCE. Algunos escritores y artistas del 27, que creían en la radicalidad como valor estético. «Prácticamente toda la Generación del 14, que fue la que impulsó la República, lamentó el camino tomado en 1933. En el 27, en cambio, la respuesta fue compleja».
Luis Cernuda, por ejemplo, vivió un exilio solitario y peregrino entre América y el Reino Unido y en sus escritos cultivó la imagen de España como una madrastra ingrata. «La imagen de la madrastra mala se repite en todos los exilios; existía ya en el siglo XIX y quizá responda a motivos biográficos que los historiadores debemos tratar con prudencia. En 1939 vuelve a aparecer pero en la posguerra abundó más la imagen del exiliado como hijo pródigo. Los republicanos amaron a España en el exilio y desarrollaron la culpa del hijo que se ha alejado de sus padres, no el rencor del expulsado», dice Fuentes.
-¿Y los catalanistas?
-No hay una respuesta sencilla. El programa de ERC, como el del PNV, era volver al Pacto de San Sebastián de 1931. Pero la legitimidad de la Generalitat la representó Josep Tarradellas que fue partidario de la reconciliación y que dijo: «El 34 mai més».
Hay otra excepción interesante que merece un capítulo entero en Hambre de patria: Max Aub escribió en 1971 el libro La gallina ciega, la crónica de una visita a la España en 1969. En resumen, Aub vio un país en el que la clase media era amplia, no se enfrnetaba al orden establecido y vivía con cierta alegría, en la que las infraestructuras mejoraban poco a poco y en la que convivencia era pacífica. ¿Cuál fue su conclusión? Que los trabajadores españoles habían traicionado a la República al salir adelante y que merecían su desprecio por ello. «A mí me asombran dos cosas de ese libro. La primera es que la visión que da Aub de España la podría firmar el Ministerio de Propaganda y Turismo de Fraga. Es increíble que no viera los problemas que existían en España en 1969. Lo segundo que me asombra es que un libro así haya tenido tanta influencia en la última década».
La gallina ciega fue uno de los textos que inspiraron la refutación de la Transición que siguió al 15M, la teoría que dijo que la democracia de 1977 no fue una reconciliación sino un gesto de gatopardismo franquistas. Y, en el fondo, participó de la lógica de «cuanto mejor, peor» de «la guerra civil es un don del cielo».
Última pregunta: ¿es posible comparar el arrepentimiento del exilio republicano con el arrepentimiento de vencedores como Dionisio Ridruejo? «No hay muchos casos como el de Ridruejo. La victoria no da alicientes para arrepentirse. Y Ridruejo hizo un viaje muy particular. Fue un falangista, hizo la guerra en Rusia y, al volver, sintió que el nacionalcatolicismo no le gustaba nada. Poco a poco, se interesó por la cultura española en el exilio y, al cabo de los años, defendió la democracia», explica Fuentes. «Lo que sí ocurrió es que, a partir de los 60, líderes de los dos bandos empezaron a intercambiar cartas en términos cordiales, de compañeros de armas. De entre los vencedores, diría que los escritores más generosos moralmente fueron los de Falange».
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