China viene de muy atrás y se mueve lenta pero segura. Todo lo contrario de lo que sucedió el pasado viernes 13, cuando los bombardeos de Israel decapitaron en cuestión de horas a la cúpula militar de Irán, así como al equipo de científicos nucleares que debía negociar, dos días después, con EE.UU.. Donald Trump confunde la rapidez con jugarse su intervención en el conflicto a cara o cruz.
Pekín, primer socio de Teherán, primó su ingreso en la Organización de Cooperación de Shanghai y los Brics
China viene de muy atrás y se mueve lenta pero segura. Todo lo contrario de lo que sucedió el pasado viernes 13, cuando los bombardeos de Israel decapitaron en cuestión de horas a la cúpula militar de Irán, así como al equipo de científicos nucleares que debía negociar, dos días después, con EE.UU.. Donald Trump confunde la rapidez con jugarse su intervención en el conflicto a cara o cruz.
Su homólogo israelí, Beniamin Netanyahu, pone una vela todos los días para que así sea. Pero también pone otra para que, en caso de que las cosas se tuerzan, Rusia o China -en una posición más equilibrada que Washington- puedan mediar una salida del entuerto.
El embajador de Israel en Pekín repite que los canales de comunicación están abiertos. Este jueves, Xi Jinping y Vladimir Putin discutieron la situación por teléfono y llamaron a un alto el fuego. Luego, medios chinos han desglosado en cuatro puntos la hoja de ruta de Xi.
Este propone un cese de las operaciones militares tan pronto como sea posible; evitar causar daño a civiles inocentes; apoyar firmemente una solución política para el asunto nuclear iraní; y un papel más activo de los grande estados, singularmente de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, para calmar la situación, en lugar de encenderla. Un dardo indisimulado a EE.UU..
Salta a la vista que Pekín teme el cambio en Teherán, tanto como Tel Aviv lo desea. Mientras que Donald Trump se concede dos semanas para tomar una decisión. No hay tiempo, opina China, que llama desescalar la situación antes de que se desencadenen efectos indeseables e irreversibles.
La tentativa de cambio de régimen en Teherán, apadrinada por Beniamin Netanyahu y Estados Unidos -y por lo menos en el pasado por Arabia Saudí- no parece de entrada positiva para los intereses de China. Irán no es un país más para Pekín. La seguridad energética china depende de forma considerable de su relación con el gobierno de Teherán.
China e Irán firmaron a principios de esta década un acuerdo estratégico de 25 años, que parecía garantizar la supervivencia económica del régimen de los ayatolás, a la vez que el suministro de hidrocarburos para China, a precio rebajado. Como en el caso de las sanciones occidentales a Rusia, el máximo beneficiario es Pekín.

Desconocidos
Fuente: Kpler, Bernstein. ‘Financial Times’.
LA VANGUARDIA

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Fuente: Kpler, Bernstein. ‘Financial Times’.
LA VANGUARDIA

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Esta vez, la agresión israelí llegaba pocas semanas después de la entrada en funcionamiento del ferrocarril que une Xian, cabecera de la Ruta de la Seda, con Teherán. Atravesando -y vertebrando- Kazajistán, Kirguistán y Turkmenistán. Y asegurando a la vez una nueva vía de escape a ambas partes. En un caso, a cualquier encerrona estadounidense y eventualmente árabo-suní. En el otro, al estrecho de Malaca.
Cabe decir que China es el primer socio comercial la República Islámica de Irán, aunque la relación militar de esta última con Moscú es más estrecha que con Pekín, sobre todo desde la invasión de Ucrania. Si los rusos utilizan generosamente drones de fabricación iraní, Irán estaría utilizando el sistema chino de geolocalización, Beidou, para orientar a sus misiles. Del mismo modo que Ucrania o Israel (en parte) utilizan el sistema estadounidense GPS (Rusia dispone del GLONASS). Poco hay que objetar a un acuerdo que se remonta a la década pasada.
Por otra parte, se especula con la naturaleza de un puñado de grandes aviones con origen en China, que habrían aterrizado en Irán con carga desconocida. Aun si fuera cierto, tanto China como Rusia han hecho hasta ahora bastante menos de lo que se esperaba para defender a su aliado en los Brics (ingresó el año pasado) y en la Organización de Cooperación de Shanghai (en 2023). Pero su mutismo, como el de Hizbulah y otros aliados de Teherán, parece ser un mutismo condicional y en estado de alerta.
Todo podría precipitarse en caso de intervención militar directa de EE.UU. en el conflicto. Tanto Putin como Xi querrían disuadir a Trump, por el riesgo de que el conflicto se desborde. Este entra en territorio desconocido con el ataque a instalaciones nucleares, algo que hace pocos meses pertenecía al terreno de la ciencia ficción y al subgénero apocalíptico.
Nada de lo sucedido sorprende a China, puesto que Netanyahu lleva casi treinta años dándole vueltas al mismo guion para construir el Gran Israel a costa de Palestina, previa supeditación de todos los vecinos y rivales potenciales del proyecto sionista. Los ecos de la invasión de Irak son inequívocos. Sin olvidar que el dictador Sadam Husein había sido utilizado anteriormente por Washington como ariete contra la República Islámica.
La diferencia con 2003 es que en aquel entonces no se ignoraba -o por lo menos se fingía no ignorar- al Consejo de Seguridad de la ONU.

Presidencia de Kirguistán / Reuters
El ascenso pacífico de China no es solo una figura retórica. El empantanamiento de EE.UU. -en guerras que no obedecen a sus intereses fundamentales- tampoco. En víspera del 11-S, China llevaba ya algún tiempo siendo el país extranjero más presente en las portadas de The New York Times, a veces con rasgos propios del malvado Fu Manchú. Pero el 11-S cambió las prioridades -Afganistán, luego Irak- y la fisonomía de los enemigos, haciéndolos prácticamente indistinguibles de los enemigos de Israel.
China, recién ingresada en la Organización Mundial del Comercio, no desaprovechó su desaparición del radar. Cuando “reapareció” en las portadas del Times, siete años más tarde -coincidiendo con los Juegos de Pekín- su ascenso era ya imparable. El declive relativo de EE.UU. todavía no lo era, pero la lista de la compra de Netanhayu, no terminaba allí. Había que derrocar a los regímenes de Libia, Siria, Yemen, Sudán, Somalia…
Quince años más tarde, solo Irán -la pieza más codiciada- permanece en pie. Los bombardeos aéreos, por sí solos, no harán caer al actual régimen, ni lograrán imponer otro. El mero intento de invasión sería un duro golpe a la seguridad energética de la fábrica del mundo, que compra cerca del 90% del crudo iraní. Pero no crítico, ya que este representa entre el 6% y el 15% de las importaciones chinas de hidrocarburos, muy diversificadas (la horquilla es tan amplia como la opacidad al respecto). En realidad, a medio y largo plazo, podría ser la trampa definitiva que acelere el relevo de EE.UU en la primacía mundial. No en vano, la extensión de Irán triplica la de Afganistán y cuadriplica la de Irak. En cuanto a población, la iraní supera a la de estos dos países combinados. Asimismo es doce veces superior a la población judía de Israel.
Los recursos son limitados, también, para la superpotencia norteamericana, que ha tenido que enviar al mar Arábigo, desde el mar de la China Meridional, al portaaviones USS Nimitz, para desamparo de Taiwán. Sin olvidar que un cambio de régimen violento en Irán desautorizaría los argumentos contra la obsesión de Pekín por cerrar de una vez la división nacional derivada de la guerra civil china. Asimismo, un empantanamiento estadounidense similar al sufrido en Afganistán o Irak sería inevitablemente aprovechado por Rusia o China en sus respectivas áreas de influencia. La cuenta atrás para la fusión de la República de China con la República Popular de China se vería abreviada.
Desde la época de Obama, Washington repite una y otra vez que su vuelco hacia Asia es irreversible. Pero en el país del sionismo evangélico, Tierra Santa sigue ejerciendo una atracción verdaderamente fatal. El giro asiático volvería a quedar embarrancado a medio camino, es decir, en Oriente Medio. Esta vez en tierras persas y sin redención posible.
Una operación de cambio de régimen tendría importantes efectos para China, pero todavía más directos para los vecinos de Irá, como Pakistán, cuya conducta en caso de invasión estadounidense está lejos de estar garantizada. Por mucho que anteayer su jefe de las Fuerzas Armadas, general Asim Munir, almorzara en la Casa Blanca con Donald Trump. La desestabilización en Beluchistán -de la que India difícilmente se resistiría a sacar partido- podría obligar a Islamabad -el primer cliente de la industria de Defensa china y a la postre potencia nuclear- a intervenir directamente. O, como hizo en Afganistán- indirectamente.
Como es sabido, tanto Irán como Pakistán cuentan con provincias limítrofes, de población beluchi, con movimientos secesionistas. Su valor estratégico se ve multiplicado por los puertos de Chabahar, en Irán, y Gwadar, en Pakistán. Si el segundo es la salida natural de China al mar Arábigo -esquivando, una vez más, el cuello de botella de Malaca- el primero, con participación de India, es uno de los extremos del Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur, que desemboca en el mar Báltico, tras atravesar Irán, el mar Caspio y Rusia.
A ojos del Sur Global -no digamos de los países musulmanes- el alineamiento occidental con el gobierno más extremista de la historia de Israel no ha pasado desapercibido y está teniendo consecuencias. Prabowo Subianto, presidente del cuarto país más poblado del planeta, Indonesia, fue invitado a la cumbre del G7 en Canadá, pero prefirió reunirse esta semana con su homólogo Vladimir Putin, en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo. Un mes antes había visitado el Kremlin el primer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, que preside ASEAN.
Pero la capacidad de irradiación de Moscú es limitada. El gran beneficiario del doble rasero occidental es China, que puede permitirse captar la buena voluntad del Sur Global, a cambio de cada vez menos.
China, a su vez, es el segundo socio comercial de Israel. Pero si ayer fueron evacuados unos 115 estudiantes chinos de Israel, vía Egipto, de Irán salieron más de setecientos ciudadanos chinos (y en breve lo harán 1.100 más). Por todo lo anterior, China no pierde de vista a Irán. Pero son muchos más los países que no pierden de vista lo que Pekín -que ya reconcilió a Irán y Arabia Saudí hace dos años- pueda hacer ahora. Si termina siendo poco, también el prestigio de China saldrá mal parado.
Internacional