Un trágico suceso tiñó de sangre Madrid el 12 de agosto de 1910: la muerte de tres jóvenes militares que trabajaban en las obras para el tendido de línea férrea , en Carabanchel . Un desprendimiento de tierras repentino dejó sepultados a varios soldados, resultando algunos heridos graves y tres con daños que les costaron la vida.Las obras que se estaban realizando habían comenzado unos años antes, y las llevaban a cabo los soldados bajo el mando de los ingenieros en las escuelas de prácticas. Consistían en la realización de un ferrocarril de vía estrecha desde Madrid a la frontera portuguesa. La estación de partida iba a emplazarse cerca de donde estuvo en tiempos el depósito de cadáveres, en la calle Santa Isabel, y el primer tramo llegaría hasta Villaviciosa de Odón. Los soldados, tras el descanso para comer y reposar, se disponían a reanudar sus trabajos en la tarde del viernes 12 de agosto. Llegaron hasta el hueco en el que trabajaban y tenían las herramientas, al pie de un alto terraplén, y cuando estaban recogiendo el material, la tierra se vino abajo, cubriendo a los soldados Regino González, Anselmo Osuna, Rosendo Pérez, Felipe Calvarro, Mateo Jiménez y Luciano Rodríguez.Noticia Relacionada Historias Capitales estandar Si El Madrid Moderno, el barrio de moda y «más europeo» de la capital en 1900 Sara Medialdea Entre parones y problemas de licencias, se levantó esta barriada «linda e higiénica»Nada más producirse el horrendo suceso, llegaron las primeras ayudas médicas, desde el cercano sanatorio mental de doctor Esquerdo, y del Hospital Militar. Y comenzaron a acercarse por la zona los periodistas, que entre otros testigos presenciales, tuvieron ocasión de entrevistar al cabo Plácido Galán y al sargento José Cancebo, que estaban al borde del terreno hundido. Ellos contaron que había allí 46 soldados trabajando, y los que no se vieron afectados se lanzaron a salvar a sus compañeros, desenterrándolos. La escena debió ser dantesca: desde la superficie se escuchaban los quejidos y lamentos de los heridos que estaban bajo tierra. Los primeros en ser rescatados fueron Mateo Jiménez y Luciano Rodríguez, leves, junto con Felipe Calvarro, que estaba indemne, más allá del susto tremendo que se llevó. Los otros tres cuerpos que se localizaron ya no tenían vida, y además habían sufrido terribles mutilaciones.Un tristísimo José Caballo, jefe de las secciones de ingenieros en prácticas, a punto de ser ascendido a capitán y que pasaba sus últimos días en este lugar, no dejaba de repetir que daria toda su carrera por devolver la vida a los soldados que habían perdido la vida. El soldado Felipe Calvarro no podía creerse haber salido con vida y sin apenas un rasguño de aquel infierno. Lo que contó fue que cuando el terraplén se derrumbó, él quedó enterrado hasta el cuello pero se dio cuenta de que en las piernas no tenía ningún peso; probablemente por haberse quedado atrapado en algún hueco formado por los terrones desprendidos.MÁS INFORMACIÓN Las canteras de donde salen los adoquines que pavimentaron Madrid Colas, broncas y vidrios rotos por una cajetilla de tabaco en 1920 Los autobuses de dos pisos de Madrid que llegaron en barco y se han recuperado por WallapopMateo Jiménez vivió otra situación muy distinta: tenía sobre él más de un mero de tierra, y gracias a la rapidez con que sus compañeros se lanzaron al rescate, pudo salir con vida cuando ya casi se le estaba acabando el oxígeno. Él mismo, recordaba, comenzó a escarbar la tierra con gran nerviosismo cuando empezó a entrever la luz. «Empezó a remover la tierra con rapidez vertiginosa, de loco, ayudando a los demás», explicaba el cronista.Rápidamente reaccionaron las autoridades, y frente a los terrenos desprendidos, se organizó el tren de prácticas que llevaba en cabeza una plataforma y luego tres más tras la máquina. En la primera se colocaron los cadáveres, y en las tres de cola, se acomodó al resto de heridos. Ya anochecía cuando el tren partió, en medio de un aplastante silencio. Un trágico suceso tiñó de sangre Madrid el 12 de agosto de 1910: la muerte de tres jóvenes militares que trabajaban en las obras para el tendido de línea férrea , en Carabanchel . Un desprendimiento de tierras repentino dejó sepultados a varios soldados, resultando algunos heridos graves y tres con daños que les costaron la vida.Las obras que se estaban realizando habían comenzado unos años antes, y las llevaban a cabo los soldados bajo el mando de los ingenieros en las escuelas de prácticas. Consistían en la realización de un ferrocarril de vía estrecha desde Madrid a la frontera portuguesa. La estación de partida iba a emplazarse cerca de donde estuvo en tiempos el depósito de cadáveres, en la calle Santa Isabel, y el primer tramo llegaría hasta Villaviciosa de Odón. Los soldados, tras el descanso para comer y reposar, se disponían a reanudar sus trabajos en la tarde del viernes 12 de agosto. Llegaron hasta el hueco en el que trabajaban y tenían las herramientas, al pie de un alto terraplén, y cuando estaban recogiendo el material, la tierra se vino abajo, cubriendo a los soldados Regino González, Anselmo Osuna, Rosendo Pérez, Felipe Calvarro, Mateo Jiménez y Luciano Rodríguez.Noticia Relacionada Historias Capitales estandar Si El Madrid Moderno, el barrio de moda y «más europeo» de la capital en 1900 Sara Medialdea Entre parones y problemas de licencias, se levantó esta barriada «linda e higiénica»Nada más producirse el horrendo suceso, llegaron las primeras ayudas médicas, desde el cercano sanatorio mental de doctor Esquerdo, y del Hospital Militar. Y comenzaron a acercarse por la zona los periodistas, que entre otros testigos presenciales, tuvieron ocasión de entrevistar al cabo Plácido Galán y al sargento José Cancebo, que estaban al borde del terreno hundido. Ellos contaron que había allí 46 soldados trabajando, y los que no se vieron afectados se lanzaron a salvar a sus compañeros, desenterrándolos. La escena debió ser dantesca: desde la superficie se escuchaban los quejidos y lamentos de los heridos que estaban bajo tierra. Los primeros en ser rescatados fueron Mateo Jiménez y Luciano Rodríguez, leves, junto con Felipe Calvarro, que estaba indemne, más allá del susto tremendo que se llevó. Los otros tres cuerpos que se localizaron ya no tenían vida, y además habían sufrido terribles mutilaciones.Un tristísimo José Caballo, jefe de las secciones de ingenieros en prácticas, a punto de ser ascendido a capitán y que pasaba sus últimos días en este lugar, no dejaba de repetir que daria toda su carrera por devolver la vida a los soldados que habían perdido la vida. El soldado Felipe Calvarro no podía creerse haber salido con vida y sin apenas un rasguño de aquel infierno. Lo que contó fue que cuando el terraplén se derrumbó, él quedó enterrado hasta el cuello pero se dio cuenta de que en las piernas no tenía ningún peso; probablemente por haberse quedado atrapado en algún hueco formado por los terrones desprendidos.MÁS INFORMACIÓN Las canteras de donde salen los adoquines que pavimentaron Madrid Colas, broncas y vidrios rotos por una cajetilla de tabaco en 1920 Los autobuses de dos pisos de Madrid que llegaron en barco y se han recuperado por WallapopMateo Jiménez vivió otra situación muy distinta: tenía sobre él más de un mero de tierra, y gracias a la rapidez con que sus compañeros se lanzaron al rescate, pudo salir con vida cuando ya casi se le estaba acabando el oxígeno. Él mismo, recordaba, comenzó a escarbar la tierra con gran nerviosismo cuando empezó a entrever la luz. «Empezó a remover la tierra con rapidez vertiginosa, de loco, ayudando a los demás», explicaba el cronista.Rápidamente reaccionaron las autoridades, y frente a los terrenos desprendidos, se organizó el tren de prácticas que llevaba en cabeza una plataforma y luego tres más tras la máquina. En la primera se colocaron los cadáveres, y en las tres de cola, se acomodó al resto de heridos. Ya anochecía cuando el tren partió, en medio de un aplastante silencio.
Un trágico suceso tiñó de sangre Madrid el 12 de agosto de 1910: la muerte de tres jóvenes militares que trabajaban en las obras para el tendido de línea férrea, en Carabanchel. Un desprendimiento de tierras repentino dejó sepultados a varios soldados, resultando … algunos heridos graves y tres con daños que les costaron la vida.
Las obras que se estaban realizando habían comenzado unos años antes, y las llevaban a cabo los soldados bajo el mando de los ingenieros en las escuelas de prácticas. Consistían en la realización de un ferrocarril de vía estrecha desde Madrid a la frontera portuguesa. La estación de partida iba a emplazarse cerca de donde estuvo en tiempos el depósito de cadáveres, en la calle Santa Isabel, y el primer tramo llegaría hasta Villaviciosa de Odón.
Los soldados, tras el descanso para comer y reposar, se disponían a reanudar sus trabajos en la tarde del viernes 12 de agosto. Llegaron hasta el hueco en el que trabajaban y tenían las herramientas, al pie de un alto terraplén, y cuando estaban recogiendo el material, la tierra se vino abajo, cubriendo a los soldados Regino González, Anselmo Osuna, Rosendo Pérez, Felipe Calvarro, Mateo Jiménez y Luciano Rodríguez.
Nada más producirse el horrendo suceso, llegaron las primeras ayudas médicas, desde el cercano sanatorio mental de doctor Esquerdo, y del Hospital Militar. Y comenzaron a acercarse por la zona los periodistas, que entre otros testigos presenciales, tuvieron ocasión de entrevistar al cabo Plácido Galán y al sargento José Cancebo, que estaban al borde del terreno hundido. Ellos contaron que había allí 46 soldados trabajando, y los que no se vieron afectados se lanzaron a salvar a sus compañeros, desenterrándolos.
La escena debió ser dantesca: desde la superficie se escuchaban los quejidos y lamentos de los heridos que estaban bajo tierra. Los primeros en ser rescatados fueron Mateo Jiménez y Luciano Rodríguez, leves, junto con Felipe Calvarro, que estaba indemne, más allá del susto tremendo que se llevó. Los otros tres cuerpos que se localizaron ya no tenían vida, y además habían sufrido terribles mutilaciones.
Un tristísimo José Caballo, jefe de las secciones de ingenieros en prácticas, a punto de ser ascendido a capitán y que pasaba sus últimos días en este lugar, no dejaba de repetir que daria toda su carrera por devolver la vida a los soldados que habían perdido la vida.
El soldado Felipe Calvarro no podía creerse haber salido con vida y sin apenas un rasguño de aquel infierno. Lo que contó fue que cuando el terraplén se derrumbó, él quedó enterrado hasta el cuello pero se dio cuenta de que en las piernas no tenía ningún peso; probablemente por haberse quedado atrapado en algún hueco formado por los terrones desprendidos.
Mateo Jiménez vivió otra situación muy distinta: tenía sobre él más de un mero de tierra, y gracias a la rapidez con que sus compañeros se lanzaron al rescate, pudo salir con vida cuando ya casi se le estaba acabando el oxígeno. Él mismo, recordaba, comenzó a escarbar la tierra con gran nerviosismo cuando empezó a entrever la luz. «Empezó a remover la tierra con rapidez vertiginosa, de loco, ayudando a los demás», explicaba el cronista.
Rápidamente reaccionaron las autoridades, y frente a los terrenos desprendidos, se organizó el tren de prácticas que llevaba en cabeza una plataforma y luego tres más tras la máquina. En la primera se colocaron los cadáveres, y en las tres de cola, se acomodó al resto de heridos. Ya anochecía cuando el tren partió, en medio de un aplastante silencio.
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