El escritor húngaro, flamante ganador del Premio Nobel de Literatura tras años en las quinielas bromeaba con EL MUNDO tras recibir el Premio Formentor 2024, que muchos consideran la antesala al galardón de la Academia Sueca Leer El escritor húngaro, flamante ganador del Premio Nobel de Literatura tras años en las quinielas bromeaba con EL MUNDO tras recibir el Premio Formentor 2024, que muchos consideran la antesala al galardón de la Academia Sueca Leer
Su nombre no ha faltado en las quinielas del Premio Nobel de Literatura de los últimos años, y por fin el día ha llegado. El escritor húngaro László Krasznahorkai (Gyula, 1954) se ha hecho con el máximo galardón de las letras, pero no es ni mucho menos su primer gran premio. Ya el pasado año, su estilo inimitable a caballo entre el desencanto y la esperanza lo elevaban a Premio Formentor, que muchos consideran antesala del Nobel.
En una entrevista con EL MUNDO, László Krasznahorkai bromeaba con ambos reconocimientos. «No se qué forma tiene la estatuilla del Formentor, pero si me dieran el Nobel la usaría como escudo», confesaba entre risas a este periódico en Marrakech, en alusión al peso literario del galardón español, del que valoraba: «es increíble ganar un premio que tienen gigantes como Borges o Beckett».
«No soy yo quien tiene que decirles a los periodistas qué escribir, pero les recomendaría que mantuvieran el secreto de que todavía existe la literatura«, arrancaba la conversación sonriente un bienhumorado y bromista László Krasznahorkai. «Porque si no, corremos el riesgo de que la encuentre el capitalismo y se convierta en una mercancía más que pueda comprarse en el supermercado».
Dueño de una literatura exigente y titánica, un laberinto narrativo vibrante y absorbente que explora los vericuetos de la existencia humana y la sinrazón de nuestra incierta realidad, el escritor defendía con pasión el papel del arte y la literatura, si bien advertía de que «lamentablemente, ningún libro es capaz de impedir lo que está ocurriendo en Gaza o Ucrania«. El autor de Guerra y guerra, que el año pasado escribió un relato sobre dos soldados moribundos en el frente ucraniano, aseguraba: «Aunque generemos belleza, los artistas no podemos ayudar a arreglar el mundo, y menos si la maldad y la estupidez humana se alían. No podemos prometer un futuro feliz».
Entre hilarantes anécdotas sobre su colaboración con el cineasta Béla Tarr, que ha adaptado casi todas sus novelas -«le amenacé con dejar de escribir para que dejara de hacer películas, porque nos estábamos repitiendo»-, o del escritor Péter Nádas -«es muy maniático y metódico con su escritorio, pero luego escribe enfundado una vieja camiseta de tiras y unos gayumbos»-, Krasznahorkai lanzó en aquella conversación reflexiones más profundas. Por ejemplo, que le gustaría saber «para quién» escribe, e incluso, «para qué». No obstante, como ocurre en su literatura, conminaba al lector a no tomarse nada en serio: «Como verán, he aprendido el método del Dalai Lama a quien le pregunten lo que le pregunten contesta lo que le da la gana».
La noche anterior, tras recibir el prestigioso Formentor, pronunció un heterodoxo discurso titulado No olvida, pero quiere. Ambientado en su Gyula natal en él desfilaron en tropel muchos de sus clásicos personajes desorientados e inocentes y el escritor reflexionó sobre el concepto de hogar y la nostalgia sobre el pasado: «Me puse a andar desasosegado y desorientado por una ciudad que decía llamarse Gyula, pero no era Gyula, iba y venía por las calles, preguntando aquí y allá, pero en vano, nadie sabía nada, nadie se acordaba de nada o, lo que era peor, se acordaban de manera equivocada, trataban de hablar del pasado en el que algo se había perdido, pero o bien ya no sabían qué se había perdido o pensaban que tampoco importaba», decía la alocución.
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