La mañana del funeral por las víctimas de la dana -¿por qué lo llaman homenaje?- , en la plaza del Mercado Central de Valencia brillaba un sol decidido y amarillo casi blanco. Una luz descarada acuchillaba lateralmente la fachada del edificio de la Lonja, de piedra tan blanca, tan ordenada y tan soleada, digo, que parece un mal chiste a un año de la dana. Ni siquiera la bandera, acostada sobre la calma chicha del mediodía, parece rendida a media asta. El aniversario de la dana, límpido y brillante, se aparece como el reverso de aquel 29 de octubre con su atropello de lodo, de troncos, de coches, de agua y de cuerpos que parece borrado si no fuera por la herida que permanece a un milímetro de profundidad de la apariencia.El funeral, en fotos. En la imagen, la Reina abraza a Andrea Ferrari, hija de Eva María Canut, víctima de la dana. Andrea fue de las tres personas que intervinieron en el funeral en representación de los familiares de todas las víctimas.A las doce, se apagan las luces del mercado y todos los dependientes quedan quietos, inertes, como si fueran ceremonialmente de yeso, y entonces los guiris con sus helados, sus sombreros como de cruzar la selva del Amazonas y sus zapatillas de trekking de media distancia y uso ocasional, se preguntan qué pasa . Margot y Cloe, que vienen de Marsella, se acuerdan de lo que pasó: «Lo vimos por la tele, pero no recordábamos que había sido un día como hoy». Noticia Relacionada estandar No El Rey: «La Reina y yo queremos que lo sepáis: estamos, ahora y siempre, con vosotros» Angie Calero Felipe VI ha asegurado que es «necesario» seguir analizando las «causas y circunstancias» de la tragedia, para extraer «con rigor y necesidad» las lecciones necesariasPor la plaza de la Reina, escándalo de palomas blancas, coloradas, grises y de todos los colores, discurre una manifestación que han organizado los colectivos de izquierda contra Mazón. Si se hacen crónicas de la vestimenta de los cayetanos ‘vitoquilers’, aquí no hay camisas abiertas hasta el tercer botón ni chinos prietos, pero sí rastas, pelos de colores, pegatas de los sindicatos, y todos van de negro. Hay un tipo que lleva un loro. Frente a la Generalitat y escoltados por decenas de policías, extienden 229 mantas térmicas que después amontonan en el centro de la plaza como un monumento de Arco. Se dirigen al Ventorro donde comió Mazón, escenario de aquella sobremesa, y le gritan a la puerta del restaurante que escoltan dos colosos de la UIP con el casco en el cinto y un brazo como la soga de un petrolero. C.A.Da la medida de dónde ha llegado la guerra simbólica y política que se hagan manifestaciones contra un restaurante , como si fuera el restaurante, ya no el escenario del crimen sino como el mismísmo criminal. En la puerta, hoy sin cartel, uno que pasa por allí les recrimina que solo se metan con Mazón y que no digan nada de Sánchez. Le gritan «asesino», le señalan con el dedo, avanzan hacia él y, finalmente, se lo lleva la policía como aconsejando paternalmente. Mazón vive, la lucha sigue Los manifestantes se hacen doscientos mil selfis en la puerta del local, casa del terror del mazonismo, y después vuelven al Palau: Mazón vive, La lucha sigue . En la terraza, un tipo asesina la banda sonora de ‘La Misión’ a la quena, hay galgos y bicicletas y caretas del president. Más prensa que en la Casa Blanca y, de pronto, llaman «hijos de puta» a la Policía, pues se supone que algo habrían hecho. De allí al parking de Glorieta de la Paz donde despidió a la periodista con la que comía , hay unos cientos de metros que sigue recorriendo el president como en una vía dolorosa de sí mismo. Los manifestantes llevan su careta y la rompen. Si lo tuvieran delante, lo apalizaban. Josemi, de Acord Valencià (la asociación de ultraizquierda convocante que también se manifestó contra Juan Roig), grita proclamas en un altavoz. Los turistas, absortos, asisten al paso de la marcha, acostumbrados a las cosas típicas de los españoles, como en aquella película ‘Misión imposible II’ de Tom Cruise en la que quemaban las vírgenes en una mezcla de las Fallas y la Semana Santa. Siguen comiendo helado, horchata y churros con gorras y gafas de sol: hace un buen día para dimitir .Manifestación previa al funeral Cientos de personas han hecho esta mañana el recorrido que hizo Mazón el día de la dana, el 29 de octubre del año pasado, incluso su paso por el restaurante El Ventorro ReutersLa herida es demasiado profunda como para percibirse a simple vista, pero está ahí. El tiempo solo ha extendido sobre ella la fina capa del maquillaje de la rutina, del paso de los días, de hacerse a las cosas. Pero duele como una cojera ya vieja, como un dolor antiguo, crónico, allí debajo de todas las sensaciones de la vida que sigue su curso, fluye un lamento al que uno se va acostumbrando . «Se tiran la pelota unos a otros»«A mí me parece que fue ayer. Aquí ha venido mucha gente contando su historia, llorando, hemos sido sus psicólogos y seguimos tristes, claro», recuerda Yolanda en el puesto de frutos secos de Vicente Jimeno por el que pasaban, mirando de reojo las chufas y las almendras, dos ingleses, tres indios, el Estado de las Autonomías y la responsabilidad política, renqueando. «El funeral, bueno, allí tan lejos… No dejan participar a la gente . Es parte del juego. Todos los políticos están en el mismo saco. Los de aquí no se portaron. Los otros, menos. Se tiran la pelota unos a otros y si viene otra dana, estamos igual». Al centro de Valencia el Estado, con sus presidentes autonómicos y su presidente del Gobierno le quedaba a dos kilómetros a vuelo de murciélago , pero lejísimos emocionalmente de una ciudad triste, cansada, tumefacta, si me apuran como si le hubieran propinado el mismo golpe 365 veces. Esta es una ciudad desesperada con la actuación de la clase política. Quizá esperaban lo obvio y no llegó: que el Estado evitara y mitigara el caos, el infortunio y la desgracia cuando se cierne sobre las vidas de los hombres, y no que anduvieran jugando en su particular cálculo electoral, que es el poso que ha quedado en la ciudadanía.Lo más parecido al optimismo que encuentra el reportero es la Casa de las Paellas, la tienda en la que lo mismo uno se compra un imán para la nevera que una cazuela de barro para hacer arroz al horno para dieciséis. Primer aniversario de la dana noticia No «Quien omite su deber, comete el acto que deriva en sus muertes» noticia No Mazón reconoce ahora que «hubo cosas que debieron funcionar mejor» noticia No El duelo en pausa por los desaparecidos de la dana: «No asumo que está muerto porque no hay cuerpo»«¿Te lo digo suave o de verdad»Valencia volvió a vivir cuando volvió a hacer arroces porque volvió a juntarse. Enrique González pasó cuatro meses sin clientes y en todo ese tiempo se preguntaba dónde estaban los turistas: «Se habían ido, nadie quería venir porque nadie quiere ver miseria». En la ciudad, tan cerca y tan lejos de la Horta Sud, no había signos de la riada, salvo el vacío y la pena y esas campanas que ayer doblaban a difunto. Y también el desamparo de la alarma que no sonó, de los cuerpos tirados por las calles y la ayuda que no llegaba días después, ¿por qué? «¿Te lo digo suave o de verdad», pregunta Enrique. Mejor de verdad. «Son culpables los dos. Deberían mandarlos al paredón . Uno por no verlo y otro por no actuar. Los dos deberían irse a casa: Sánchez y Mazón».«Un actor tiktoker que se hace llamar Capitán Fantasía gritaba al megáfono consignas contra Mazón y Vito Quiles, «¡Y Sánchez», apostillaba una mujer»Frente al Museo de las Ciencias, al comienzo del funeral, helicópteros y una fila de policías armados hasta los dientes, se juntó un centenar de personas calladas, distantes, cansadas, alborotadas solo por momentos. Un actor tiktoker que se hace llamar Capitán Fantasía gritaba al megáfono consignas contra Mazón y Vito Quiles, «¡Y Sánchez», apostillaba una mujer. Ponía el punto surrealista al blindaje sonoro que preparó Moncloa para el edificio, una campana de Faraday de Santiago Calatrava. Allá arriba rugían los helicópteros y los policías mantuvieron a los ciudadanos a cuarenta metros de la puerta en un desfile de lunas tintadas, de asfalto, de vacío y un silencio líquido como de aparcamiento de un tanatorio, perfecta representación de la distancia y frialdad entre el pueblo castigado y abandonado finalmente por sus gobernantes. El Estado quedaba allí mismo, tan lejos. La mañana del funeral por las víctimas de la dana -¿por qué lo llaman homenaje?- , en la plaza del Mercado Central de Valencia brillaba un sol decidido y amarillo casi blanco. Una luz descarada acuchillaba lateralmente la fachada del edificio de la Lonja, de piedra tan blanca, tan ordenada y tan soleada, digo, que parece un mal chiste a un año de la dana. Ni siquiera la bandera, acostada sobre la calma chicha del mediodía, parece rendida a media asta. El aniversario de la dana, límpido y brillante, se aparece como el reverso de aquel 29 de octubre con su atropello de lodo, de troncos, de coches, de agua y de cuerpos que parece borrado si no fuera por la herida que permanece a un milímetro de profundidad de la apariencia.El funeral, en fotos. En la imagen, la Reina abraza a Andrea Ferrari, hija de Eva María Canut, víctima de la dana. Andrea fue de las tres personas que intervinieron en el funeral en representación de los familiares de todas las víctimas.A las doce, se apagan las luces del mercado y todos los dependientes quedan quietos, inertes, como si fueran ceremonialmente de yeso, y entonces los guiris con sus helados, sus sombreros como de cruzar la selva del Amazonas y sus zapatillas de trekking de media distancia y uso ocasional, se preguntan qué pasa . Margot y Cloe, que vienen de Marsella, se acuerdan de lo que pasó: «Lo vimos por la tele, pero no recordábamos que había sido un día como hoy». Noticia Relacionada estandar No El Rey: «La Reina y yo queremos que lo sepáis: estamos, ahora y siempre, con vosotros» Angie Calero Felipe VI ha asegurado que es «necesario» seguir analizando las «causas y circunstancias» de la tragedia, para extraer «con rigor y necesidad» las lecciones necesariasPor la plaza de la Reina, escándalo de palomas blancas, coloradas, grises y de todos los colores, discurre una manifestación que han organizado los colectivos de izquierda contra Mazón. Si se hacen crónicas de la vestimenta de los cayetanos ‘vitoquilers’, aquí no hay camisas abiertas hasta el tercer botón ni chinos prietos, pero sí rastas, pelos de colores, pegatas de los sindicatos, y todos van de negro. Hay un tipo que lleva un loro. Frente a la Generalitat y escoltados por decenas de policías, extienden 229 mantas térmicas que después amontonan en el centro de la plaza como un monumento de Arco. Se dirigen al Ventorro donde comió Mazón, escenario de aquella sobremesa, y le gritan a la puerta del restaurante que escoltan dos colosos de la UIP con el casco en el cinto y un brazo como la soga de un petrolero. C.A.Da la medida de dónde ha llegado la guerra simbólica y política que se hagan manifestaciones contra un restaurante , como si fuera el restaurante, ya no el escenario del crimen sino como el mismísmo criminal. En la puerta, hoy sin cartel, uno que pasa por allí les recrimina que solo se metan con Mazón y que no digan nada de Sánchez. Le gritan «asesino», le señalan con el dedo, avanzan hacia él y, finalmente, se lo lleva la policía como aconsejando paternalmente. Mazón vive, la lucha sigue Los manifestantes se hacen doscientos mil selfis en la puerta del local, casa del terror del mazonismo, y después vuelven al Palau: Mazón vive, La lucha sigue . En la terraza, un tipo asesina la banda sonora de ‘La Misión’ a la quena, hay galgos y bicicletas y caretas del president. Más prensa que en la Casa Blanca y, de pronto, llaman «hijos de puta» a la Policía, pues se supone que algo habrían hecho. De allí al parking de Glorieta de la Paz donde despidió a la periodista con la que comía , hay unos cientos de metros que sigue recorriendo el president como en una vía dolorosa de sí mismo. Los manifestantes llevan su careta y la rompen. Si lo tuvieran delante, lo apalizaban. Josemi, de Acord Valencià (la asociación de ultraizquierda convocante que también se manifestó contra Juan Roig), grita proclamas en un altavoz. Los turistas, absortos, asisten al paso de la marcha, acostumbrados a las cosas típicas de los españoles, como en aquella película ‘Misión imposible II’ de Tom Cruise en la que quemaban las vírgenes en una mezcla de las Fallas y la Semana Santa. Siguen comiendo helado, horchata y churros con gorras y gafas de sol: hace un buen día para dimitir .Manifestación previa al funeral Cientos de personas han hecho esta mañana el recorrido que hizo Mazón el día de la dana, el 29 de octubre del año pasado, incluso su paso por el restaurante El Ventorro ReutersLa herida es demasiado profunda como para percibirse a simple vista, pero está ahí. El tiempo solo ha extendido sobre ella la fina capa del maquillaje de la rutina, del paso de los días, de hacerse a las cosas. Pero duele como una cojera ya vieja, como un dolor antiguo, crónico, allí debajo de todas las sensaciones de la vida que sigue su curso, fluye un lamento al que uno se va acostumbrando . «Se tiran la pelota unos a otros»«A mí me parece que fue ayer. Aquí ha venido mucha gente contando su historia, llorando, hemos sido sus psicólogos y seguimos tristes, claro», recuerda Yolanda en el puesto de frutos secos de Vicente Jimeno por el que pasaban, mirando de reojo las chufas y las almendras, dos ingleses, tres indios, el Estado de las Autonomías y la responsabilidad política, renqueando. «El funeral, bueno, allí tan lejos… No dejan participar a la gente . Es parte del juego. Todos los políticos están en el mismo saco. Los de aquí no se portaron. Los otros, menos. Se tiran la pelota unos a otros y si viene otra dana, estamos igual». Al centro de Valencia el Estado, con sus presidentes autonómicos y su presidente del Gobierno le quedaba a dos kilómetros a vuelo de murciélago , pero lejísimos emocionalmente de una ciudad triste, cansada, tumefacta, si me apuran como si le hubieran propinado el mismo golpe 365 veces. Esta es una ciudad desesperada con la actuación de la clase política. Quizá esperaban lo obvio y no llegó: que el Estado evitara y mitigara el caos, el infortunio y la desgracia cuando se cierne sobre las vidas de los hombres, y no que anduvieran jugando en su particular cálculo electoral, que es el poso que ha quedado en la ciudadanía.Lo más parecido al optimismo que encuentra el reportero es la Casa de las Paellas, la tienda en la que lo mismo uno se compra un imán para la nevera que una cazuela de barro para hacer arroz al horno para dieciséis. Primer aniversario de la dana noticia No «Quien omite su deber, comete el acto que deriva en sus muertes» noticia No Mazón reconoce ahora que «hubo cosas que debieron funcionar mejor» noticia No El duelo en pausa por los desaparecidos de la dana: «No asumo que está muerto porque no hay cuerpo»«¿Te lo digo suave o de verdad»Valencia volvió a vivir cuando volvió a hacer arroces porque volvió a juntarse. Enrique González pasó cuatro meses sin clientes y en todo ese tiempo se preguntaba dónde estaban los turistas: «Se habían ido, nadie quería venir porque nadie quiere ver miseria». En la ciudad, tan cerca y tan lejos de la Horta Sud, no había signos de la riada, salvo el vacío y la pena y esas campanas que ayer doblaban a difunto. Y también el desamparo de la alarma que no sonó, de los cuerpos tirados por las calles y la ayuda que no llegaba días después, ¿por qué? «¿Te lo digo suave o de verdad», pregunta Enrique. Mejor de verdad. «Son culpables los dos. Deberían mandarlos al paredón . Uno por no verlo y otro por no actuar. Los dos deberían irse a casa: Sánchez y Mazón».«Un actor tiktoker que se hace llamar Capitán Fantasía gritaba al megáfono consignas contra Mazón y Vito Quiles, «¡Y Sánchez», apostillaba una mujer»Frente al Museo de las Ciencias, al comienzo del funeral, helicópteros y una fila de policías armados hasta los dientes, se juntó un centenar de personas calladas, distantes, cansadas, alborotadas solo por momentos. Un actor tiktoker que se hace llamar Capitán Fantasía gritaba al megáfono consignas contra Mazón y Vito Quiles, «¡Y Sánchez», apostillaba una mujer. Ponía el punto surrealista al blindaje sonoro que preparó Moncloa para el edificio, una campana de Faraday de Santiago Calatrava. Allá arriba rugían los helicópteros y los policías mantuvieron a los ciudadanos a cuarenta metros de la puerta en un desfile de lunas tintadas, de asfalto, de vacío y un silencio líquido como de aparcamiento de un tanatorio, perfecta representación de la distancia y frialdad entre el pueblo castigado y abandonado finalmente por sus gobernantes. El Estado quedaba allí mismo, tan lejos.
La mañana del funeral por las víctimas de la DANA -¿por qué lo llaman homenaje?-, en la plaza del Mercado Central de Valencia brillaba un sol decidido y amarillo casi blanco. Una luz descarada acuchillaba lateralmente la fachada del edificio de la Lonja, de piedra … tan blanca, tan ordenada y tan soleada, digo, que parece un mal chiste a un año de la DANA. Ni siquiera la bandera, acostada sobre la calma chicha del mediodía, parece rendida a media asta. El aniversario de la Dana, límpido y brillante, se aparece como el reverso de aquel 29 de octubre con su atropello de lodo, de troncos, de coches, de agua y de cuerpos que parece borrado si no fuera por la herida que permanece a un milímetro de profundidad de la apariencia. A las doce, se apagan las luces del mercado y todos los dependientes quedan quietos, inertes, como si fueran ceremonialmente de yeso, y entonces los guiris con sus helados, sus sombreros como de cruzar la selva del Amazonas y sus zapatillas de trekking de media distancia y uso ocasional, se preguntan qué pasa. Margot y Cloe, que vienen de Marsella, se acuerdan de lo que pasó: «Lo vimos por la tele, pero no recordábamos que había sido un día como hoy».
Por la plaza de la Reina, escándalo de palomas blancas, coloradas, grises y de todos los colores, discurre una manifestación que han organizado los colectivos de izquierda contra Mazón. Si se hacen crónicas de las vestimenta de los cayetanos ‘vitoquilers’, aquí no hay camisas abiertas hasta el tercer botón ni chinos prietos, pero sí rastas, pelos de colores, pegatas de los sindicatos, y todos van de negro. Hay un tipo que lleva un loro. Frente a la Generalitat y escoltados por decenas de policías, extienden 229 mantas térmicas que después amontonan en el centro de la plaza como un monumento de Arco. Se dirigen al Ventorro donde comió Mazón, escenario de aquella sobremesa, y le gritan a la puerta del restaurante que escoltan dos colosos de la UIP con el casco en el cinto y un brazo como la soga de un petrolero. Da la medida de dónde ha llegado la guerra simbólica y política que se hagan manifestaciones contra un restaurante, como si fuera el restaurante, ya no el escenario del crimen sino como el mismísmo criminal. En la puerta, hoy sin cartel, uno que pasa por allí les recrimina que solo se metan con Mazón y que no digan nada de Sánchez. Le gritan «asesino», le señalan con el dedo, avanzan hacia él y, finalmente, se lo lleva la policía como aconsejando paternalmente. Los manifestantes se hacen doscientos mil selfis en la puerta del local, casa del terror del mazonismo, y después vuelven al Palau: Mazón vive, La lucha sigue. En la terraza, un tipo asesina la banda sonora de ‘La Misión’ a la quena, hay galgos y bicicletas y caretas del president. Más prensa que en la Casa Blanca y, de pronto, llaman «hijos de puta» a la policía, pues se supone que algo habrían hecho. De allí al parking de Glorieta de la Paz donde despidió a la periodista con la que comía, hay unos cientos de metros que sigue recorriendo el president como en una vía dolorosa de sí mismo. Los manifestantes llevan su careta y la rompen. Si lo tuvieran delante, lo apalizaban. Josemi, de Acord Valencià (la asociación de ultraizquierda convocante que también se manifestó contra Juan Roig), grita proclamas en un altavoz. Los turistas, absortos, asisten al paso de la marcha, acostumbrados a las cosas típicas de los españoles, como en aquella película ‘Misión imposible II’ de Tom Cruise en la que quemaban las vírgenes en una mezcla de las Fallas y la Semana Santa. Siguen comiendo helado, horchata y churros con gorras y gafas de sol: hace un buen día para dimitir.
La herida es demasiado profunda como para percibirse a simple vista, pero está ahí. El tiempo solo ha extendido sobre ella la fina capa del maquillaje de la rutina, del paso de los días, de hacerse a las cosas. Pero duele como una cojera ya vieja, como un dolor antiguo, crónico, allí debajo de todas las sensaciones de la vida que sigue su curso, fluye un lamento al que uno se va acostumbrando. «A mí me parece que fue ayer. Aquí ha venido mucha gente contando su historia, llorando, hemos sido sus psicólogos y seguimos tristes, claro», recuerda Yolanda en el puesto de frutos secos de Vicente Jimeno por el que pasaban, mirando de reojo las chufas y las almendras, dos ingleses, tres indios, el Estado de las Autonomías y la responsabilidad política, renqueando. «El funeral, bueno, allí tan lejos… No dejan participar a la gente. Es parte del juego. Todos los políticos están en el mismo saco. Los de aquí no se portaron. Los otros, menos. Se tiran la pelota unos a otros y si viene otra Dana, estamos igual».
Al centro de Valencia el Estado, con sus presidentes autonómicos y su presidente del Gobierno le quedaba a dos kilómetros a vuelo de murciélago, pero lejísimos emocionalmente de una ciudad triste, cansada, tumefacta, si me apuran como si le hubieran propinado el mismo golpe 365 veces. Esta es una ciudad desesperada con la actuación de la clase política. Quizá esperaban lo obvio y no llegó: que el Estado evitara y mitigara el caos, el infortunio y la desgracia cuando se cierne sobre las vidas de los hombres, y no que anduvieran jugando en su particular cálculo electoral, que es el poso que ha quedado en la ciudadanía.
Lo más parecido al optimismo que encuentra el reportero es la Casa de las Paellas, la tienda en la que lo mismo uno se compra un imán para la nevera que una cazuela de barro para hacer arroz al horno para dieciséis. Valencia volvió a vivir cuando volvió a hacer arroces porque volvió a juntarse. Enrique González pasó cuatro meses sin clientes y en todo ese tiempo se preguntaba dónde estaban los turistas: «Se habían ido, nadie quería venir porque nadie quiere ver miseria». En la ciudad, tan cerca y tan lejos de la Horta Sud, no había signos de la riada, salvo el vacío y la pena y esas campanas que ayer doblaban a difunto. Y también el desamparo de la alarma que no sonó, de los cuerpos tirados por las calles y la ayuda que no llegaba días después, ¿por qué? «¿Te lo digo suave o de verdad», pregunta Enrique. Mejor de verdad. «Son culpables los dos. Deberían mandarlos al paredón. Uno por no verlo y otro por no actuar. Los dos deberían irse a casa: Sánchez y Mazón».
Frente al Museo de las Ciencias, al comienzo del funeral, helicópteros y una fila de policías armados hasta los dientes, se juntó un centenar de personas calladas, distantes, cansadas, alborotadas solo por momentos. Un actor tiktoker que se hace llamar Capitán Fantasía gritaba al megáfono consignas contra Mazón y Vito Quiles, «¡Y Sánchez», apostillaba una mujer. Ponía el punto surrealista al blindaje sonoro que preparó Moncloa para el edificio, una campana de Faraday de Santiago Calatrava. Allá arriba rugían los helicópteros y los policías mantuvieron a los ciudadanos a cuarenta metros de la puerta en un desfile de lunas tintadas, de asfalto, de vacío y un silencio líquido como de aparcamiento de un tanatorio, perfecta representación de la distancia y frialdad entre el pueblo castigado y abandonado finalmente por sus gobernantes. El Estado quedaba allí mismo, tan lejos.
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