La cantante se presenta con un «¡Arriba España!» en el primero de sus tres conciertos en nuestro país. Su gira The Mayhem Ball es un despliegue de lo mejor del universo Gaga: teatralidad, extravagancia, barroquismo y coreografías de infarto Leer La cantante se presenta con un «¡Arriba España!» en el primero de sus tres conciertos en nuestro país. Su gira The Mayhem Ball es un despliegue de lo mejor del universo Gaga: teatralidad, extravagancia, barroquismo y coreografías de infarto Leer
Épica y catarsis se quedan cortos. Una diosa de las tinieblas, un ángel caído de látex negro, una María Magdalena ante la crucifixión, otro icono como Madonna… Lady Gaga es todo eso y más: la provocadora Mesías del pop, la superestrella capaz de construir una catedral gótica-cabaretera en cada concierto. Porque The Mayhem Ball no es solo una gira, alcanza proporciones de ópera de estadio y ella emerge de la Oscuridad entre una marea de luces rojas cual Jesucrista Superstar, que diría nuestra Rigoberta Bandini.
Bajo su barroco vestido de terciopelo rojo sangre, montada sobre una estructura de cinco metros, oculta una jaula de la que sale su cuerpo de bailarines demoníacos. Más que feligreses, las casi 18.000 almas que llenan el Sant Jordi parecen sus apóstoles con pulserita luminosa roja, un ejército que crecerá hasta los más de 53.000 ‘little monsters’ (así se llaman sus fans) sumando sus tres shows, cuyas entradas se agotaron en apenas cuatro horas en su única parada en España.
Lady Gaga empieza con una trinidad mística, un trance electrónico en nombre de María Magdalena (‘Bloody Mary’), de las brujas (‘Abracadabra’) y de los traidores (‘Judas’). Se corona con ‘Aura’ y la más dura e industrial ‘Scheibe’ -del álbum ‘Born This Way’ de 2011- su particular tributo al ‘underground’ de Berlín en el que también canta en alemán y no podemos por menos que pensar en el novísimo tema de Rosalía, el ‘Berghain’ que lanzó el lunes y que lleva por nombre el club que ya es el templo del techno. La propia Gaga contribuyó a la leyenda de que su canción nació en «las entrañas de Berghain, donde la mierda [scheibe] se convierte en oro». Y por unos momentos el Sant Jordi se transforma en ese Berghain donde puede pasar cualquier cosa, con Gaga quitándose el vestido de diva de ópera para quedarse con otro escuetísimo negro de látex. En un interludio operístico y orquestal suelta un «¡Arriba España!» y se marca una de sus coreografías olímpicas antes de terminar con ‘Poker face’ un primer acto de infarto, acertadamente titulado ‘Of Velvet and Vice’ (De terciopelo y vicio).
Esta pieza teatral planteada en cuatro actos -que si «un sueño gótico», «una preciosa pesadilla» o «un tablero de ajedrez con dos reinas»- sigue durante dos horas y media, con casi 30 canciones y todos sus himnos, desde el último hit ‘Die with a Smile’ junto a Bruno Mars, una balada romántica que se ha llevado el Grammy a canción del año, hasta los primerizos ‘Paparazzi’ (que interpreta con peluca de princesa rubia y armadura de guerrera con muletas que luego lanza, liberada del dolor), ‘Alejandro’ y el clásico ‘Just Dance’, el primer single con el que una tal Stefani Germanotta se presentó al mundo como Lady Gaga, en un abril de 2008 que parece lejano.
Desde entonces Gaga lo ha hecho todo: ganar 15 Grammys, un Oscar, batir récord tras récord en listas de éxitos, llenar la playa de Copacabana con más de dos millones de espectadores, enamorar al mundo con Bradley Cooper en ‘A star is Born’ (canta ‘Shallow’ subida en una góndola entre la bruma y vestida cual carnaval veneciano: de nuevo, apoteosis de voz poderosa, coreada por todo el Sant Jordi)…
El tour de force que supone esta gira que empezó en Las Vegas -su particular ciudad santa donde ha instalado la galería Haus of Gaga- demuestra por qué está en uno de los mejores momentos de su carrera, con casi 90 conciertos por todo el globo. Sin bajar el ritmo, Lady Gaga fusiona ópera, burlesque, electrónica, pop, las estéticas más descabelladas… todo. Y con un virtuosismo y una actitud de los que solo ella es capaz, con una voz que en algunos momentos roza la de una soprano.
Deja para el final ‘Bad Romance’, el hit que la consolidó, con el que pasó de reina a diosa. Y le da tanta importancia que reserva el tema como un acto extra, ‘Eternal Aria of the Monster Heart’ (Eterna Aria del Corazón del Monstruo), en el que reivindica: «Somos monstruos y los monstruos nunca mueren». Antes de empezar, tumbada en una camilla cual cadáver exquisito que resucita, dice en un español perfecto: «¿Qué pasa, pequeños monstruos?». Gaga oh la la… llamas en un escenario en fuego -literal y metafórico-, pero la verdadera pirotecnia es ella misma.
En la ultimísima canción sorpresa, la que cambia en cada concierto, toca ‘Perfect Illusion’, ya casi desmaquillada y vestida con una sencilla cazadora de cuero y un gorro negro. Y se desvanece la fantasía Gaga, esa ilusión que devuelve la fe en los monstruos.
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