La resaca de la mejor final de la historia me sorprende en mi hotel en París.
La resaca del Alcaraz-Sinner deja ojipláticos a los especialistas, que se remontan al Borg-McEnroe y al Nadal-Federer en Wimbledon
La resaca de la mejor final de la historia me sorprende en mi hotel en París.
Desayuno, batín y teclado. Pas mal, es mi cumpleaños (me reservo la edad, soy viejo pero sigo siendo presumido).
Mientras hurgo en las redes y en las hemerotecas, por ver qué se cuenta del Alcaraz-Sinner de la víspera, también me voy a la Wikipedia, por ver quién cumple años hoy, igual que yo.
Un 9 de junio nacieron Natalie Portman, Michael J. Fox, Jordi Pujol, Johnny Depp y un escritor mexicano que se llamaba Vicente Leñero y ya murió. Nunca leí a Leñero pero me fascina ese apellido. Tendré que buscar alguna de sus novelas. Por ejemplo, El garabato.
No es fácil escribir hoy. Me hierve el móvil. A cada segundo me entran mensajes. Los recibo por tierra, mar y aire, por WhatsApp y Facebook sobre todo (ya casi nadie llama, y eso que mi entorno empieza a sumar muchos años). Me felicitan por la fecha. Algunos osados lo hacen en francés, y a cada mensaje respondo de inmediato. Prefiero hacerlo así. Mejor eso que acumular deudas y pagarlas todas al final.
Muchos me hablan del partido del domingo, el maratón de 5h29m, el desenlace más largo nunca visto en Roland Garros. Dicen que ha sido la mejor final de la historia, y yo pienso en el Borg-McEnroe de Wimbledon 1980.
No vi en vivo aquella final (tenía ocho años) pero, según parece, fue tan estupenda que generó literatura comparada y una película magnífica y multipremiada. En el 2018, Borg-McEnroe fue nominada a 31 premios del cine europeo.
La gran final que sí vi en vivo fue el Nadal-Federer de Wimbledon 2008. Acabó en el crepúsculo, cuando el cielo se encapotaba y se oscurecía, cuando los organizadores se miraban entre sí y se devanaban los sesos.
-Si esto se alarga un minuto más, tendremos que pararlo todo y dejar el desenlace para mañana -se decían aquellos señores encopetados, todos de blanco.
En la tribuna de la Centre Court, mi compañero de pupitre, desesperado, aporreaba la mesa cada vez que Nadal fallaba un punto.
-¡Acábalo ya, Rafa! -voceaba Alejandro Delmás, que escribía en As y ya se jubiló.
A cada uno de sus golpes, mi ordenador saltaba por los aires.
-¡Basta, Alejandro, no me dejas ni pensar! -le regañaba yo.
Delmás era un niño grande. Sospecho que sigue siéndolo.
Ya caía definitivamente la noche cuando ganó Nadal, y al día siguiente todos titularon: “La mejor final de la historia”.
Entonces, la comparamos con el Borg-McEnroe de 1980…
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La mañana de hoy es extraña y muy distinta a otras resacas victoriosas en París. Cada vez que Nadal recogía un título (y fueron catorce), su equipo de prensa nos convocaba al lunes siguiente. Nos preparaba un encuentro con el mito y venga, allí pasábamos un rato de charla con nuestro Rafa. Tras la cita con el campeón venían los apuros. Me tocaba buscar algún rincón en alguna cafetería y, a vuelapluma, componía la historia que un rato más tarde entregaba a usted, querido lector, antes de enfilar hacia Charles de Gaulle.
Hoy no hay encuentro con Carlitos. Su jefe de prensa nos lo había avisado en la víspera, tras la mejor final de la historia.
-Mañana volvemos pronto a España, este lunes Carlos ya no atenderá a los medios -nos había dicho Albert Molina.

CLEMENT MAHOUDEAU / AFP
Los malpensados pensarán mal. Pensarán que Alcaraz no iba a estar para entrevistas este lunes, que la noche iba a alargarse y lo iba a celebrar a lo grande, a su manera (el enfoque de su documental en Netflix, A mi manera, tiene sus servidumbres).
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El pensamiento es legítimo pero injusto.
Carlitos no es el bala perdida que algunos creen ver. Un bala perdida no gana cinco Grand Slams a sus 22 años, un mes y tres días (a estas alturas, está exactamente en las mismas cifras que Nadal, incluida la efeméride). Un bala perdida no resiste lo que había resistido el murciano (algunos le llaman marciano, yo pienso en un superhéroe), dos sets en contra, tres match points en contra ante una máquina perfecta, un italiano pelirrojo y robótico que practica un tenis invulnerable, un tenis 2.0, un patilargo vestido como Super Mario que lidera el circuito desde hace 53 semanas.
Carlos AlcarazTenista
Cuando le planteamos esa reflexión, Carlitos guiña un ojo, sonríe como hace siempre y contesta con su acento murciano:
-A ver, ya veremos dónde estoy dentro de cinco años. Pero yo debo seguir mi camino y hacer las cosas a mi manera, poniendo por delante el disfrute. Habrá opiniones distintas, pero la mía y la de mi equipo son las más importantes para mí y queremos hacer las cosas a mi manera porque así, funciona.
Lo corroboran las imágenes que circulan por las redes: sí, en la noche de autos, Carlitos celebró su arreón como lo haría cualquier chaval de 22 años; este campeón es un chico normal.
Desde mi atalaya y mi catarata de años, solo me queda rendirle mi admiración. No le aguantaría un solo golpe en una pista de tenis, como tampoco le aguantaría el ritmo en una noche de celebraciones. Me toca celebrar el cumpleaños en mi propia intimidad, con un almuerzo ligero y un simpático trote por París, mientras reflexiono sobre la jubilación: cuando me llegue, y todavía quedan bastantes años, Carlitos aún estará aquí.
Y posiblemente, lo hará firmando alguna otra mejor final de la historia.
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