Las seis cabinas asignadas a las cadenas de televisión quedaron vacías. Desde esos espacios se había oido en repetidas ocasiones la frase de “en vivo desde el Pentágono” lanzada durante la guerra de Vietnam o la del Golfo, en los atentados del 11-S del 2001 o, más recientemente, con los bombardeos sobre Irán.
Los grandes medios dejan de cubrir las informaciones de esta institución al implantarse normas que coartan su trabajo
Las seis cabinas asignadas a las cadenas de televisión quedaron vacías. Desde esos espacios se había oido en repetidas ocasiones la frase de “en vivo desde el Pentágono” lanzada durante la guerra de Vietnam o la del Golfo, en los atentados del 11-S del 2001 o, más recientemente, con los bombardeos sobre Irán.
Ya no. Eso hoy es historia. Han quedado vacías porque, en una movilización de una unanimidad inusual, sobre todo en este época de trincheras mediáticas, los periodistas de una treintena de medios que cubren la información en el centro de mando del ejército de Estados Unidos entregaron sus credenciales en protesta por las nuevas reglas que restringen su capacidad de trabajar, incluso bajo amenazas, y empaquetaron sus pertenencias. En la imagen en la que se ve marchar a esos reporteros hay una reminiscencia con la Gran Recesión del 2008, que puso las finanzas globales al borde del abismo.
En esta ocasión se socava el derecho a la libertad de información desde un Gobierno dispuesto a silenciar a los medios, sea con mordazas al estilo autocrático o con la persecución judicial, en la que se reclama sumas astronómicas cuando no gusta lo que se difunde.
Los corresponsales recuerdan que la única brecha la abrió Pete Hegseth al difundir secretos
En aquella crisis financiera ganaron fama las fotografías de los empleados de Lehman Brothers acarreando cajas de cartón al abandonar la sede de Nueva York. Esta vez fueron los corresponsales los que salieron con cajas del edificio del Pentágono en Arlington (Virginia).
La escena tuvo lugar el miércoles, cuando, con la única excepción del canal ultra One America News Network, todos los grandes medios estadounidenses, del The Wall Street Journal al The New York Times o The Washington Post , de la CNN, la NBC, la CBS, la ABC a la Fox, se plantaron y dijeron no. Esa jornada consta como uno de los momentos de mayor desafío de los medios a un Gobierno que pretende actuar detrás de la cortina del fundido en negro.
Las nuevas reglas impulsadas por Pete Hegseth, secretario del rebautizado Ministerio de Guerra, el mismo que considera que las mujeres no están hechas para el combate o que despide o fuerza la marcha de los mandos no blancos, suponen fuertes limitaciones al acceso y plantean la posibilidad de castigo, incluida la revocación de la credencial, simplemente por recabar información en cuestiones de interés púbico.
Los abogados que representan a las empresas periodísticas han estado negociando a lo largo de semanas con la Administración Trump sobre estas restricciones. En vano. Estas reglas significan un cambio radical, en extensión y alcance, respecto a las directrices anteriores que el ejército requería a los informadores para obtener el pase de prensa. La Asociación de Prensa del Pentágono, con 101 miembros de 56 medios, se pronunció en contra de la nueva regulación, que maniata a la hora de tratar de explicar qué ocurre.
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La política ahora enmendada fue establecida después de los ataques del 2001 al país, con el gobierno del republicano George W. Bush. En ella se permitía a los periodistas transitar por un corredor en el que era posible el encuentro entre reporteros y militares. El objetivo era hacer llegar información precisa a la ciudadanía, el Congreso y los medios para entender los hechos sobre seguridad nacional y la estrategia de defensa. El objetivo era que corriera información “sin censura ni propaganda”. Esas fuentes ahora se han cerrado.
Al justificar lo que calificó de “cambios de sentido común”, Hegseth, con el apoyo de Trump, ofreció una versión totalmente errónea de lo que ha sido la labor de los periodistas desde que abrió ese edificio en 1943. Hegseth insistió en que lo único que debían hacer era lucir su credencial, no deambular por zonas no autorizadas, y asegurarse de que quienes tienen acceso a información clasificada hagan su trabajo correctamente.
Nancy A. Youssef, corresponsal de The Atlantic , le respondió que eso es lo que precisamente han estado haciendo al moverse por el complejo. “Hasta donde se sabe, ninguna violación de seguridad cometida por un periodista del Pentágono provocó las nuevas restricciones”, sostuvo. “La mayor violación a la seguridad nacional desde que Hegseth entró en este edificio la hizo él al poner información sensible en Signal, una aplicación no gubernamental, y compartirla con el director de este medio”, recordó.
Los informadores coincidieron en que no les callarán y seguirán con su labor. Al abandonar el Pentágono, uno de los corresponsales colgó un cartel: “El periodismo no es un crimen”. Salvo en las dictaduras.
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