Las dos primeras décadas de este milenio fueron agotadoras. Cualquier formato de menos de media hora que decidía introducir elementos dramáticos era reverenciado como una evolución televisiva, incluso cuando eran mediocridades o series irregulares, mientras se tendía a menospreciar la sitcom más clásica, la más valorada por el público. Pero algo está cambiando. Por fin hay quienes miran con desconfianza una serie culinaria como The Bear, que compite en las categorías de comedia por tener episodios de media hora cuando es inequívocamente una serie dramática. Y, para alegría de los espectadores, aparecen comedias de calidad extremadamente divertidas como si fueran setas en otoño.
Entre ‘The Studio’, ‘Furia’, ‘Poquita fe’ o ‘Platonic’, no faltan las series que arrancan series de verdad
Las dos primeras décadas de este milenio fueron agotadoras. Cualquier formato de menos de media hora que decidía introducir elementos dramáticos era reverenciado como una evolución televisiva, incluso cuando eran mediocridades o series irregulares, mientras se tendía a menospreciar la sitcom más clásica, la más valorada por el público. Pero algo está cambiando. Por fin hay quienes miran con desconfianza una serie culinaria como The Bear, que compite en las categorías de comedia por tener episodios de media hora cuando es inequívocamente una serie dramática. Y, para alegría de los espectadores, aparecen comedias de calidad extremadamente divertidas como si fueran setas en otoño.
Estos meses, por ejemplo, puedo recordar nítidamente momentos en los que me he reído a carcajadas delante del televisor. Puede sonar trivial (y, lo reconozco, es totalmente subjetivo) pero siempre me había considerado un espectador más dramático: con más facilidad de llorar ante el drama ajeno que de reír ante las situaciones. Como máximo, una sonrisa, que tampoco era indicativo de mi admiración por la ficción en cuestión. ¿Pero cómo se puede no reaccionar expulsando el aire ante escenas como las que ofrece Poquita fe en la segunda temporada?
La comedia costumbrista de Montero y Maidagán, excelente y cercana y punzante, acierta ya sea con un suelo ruidoso, una visita a un piso minúsculo o chutando un balón de fútbol en un parque. Lo mismo me pasó con Platonic, que tiene otra escena de violencia hilarante cuando una pelota de golf se desvía mientras Seth Rogen y Rose Byrne, con la mejor amistad de la televisión, desafían la idea de que un hombre y una mujer no pueden tener una amistad íntima sin tensión sexual de por medio. Y qué decir del baile narcótico de Carmen Machi en esa obra total que es Furia (por la estética, por el contenido) de Félix Sabroso, o cualquier intercambio entre Ana Torrent y Candela Peña.
Después tenemos The Studio, que no fue casualidad que se llevase 13 premios Emmy con un homenaje y parodia de los estudios de cine de Hollywood. Tiene el uso más justificado del plano secuencia de la televisión con un episodio que reflexiona sobre el uso del plano secuencia (y, de paso, utiliza el plano secuencia para acumular tensión cómica), pero también tiene humor al límite (quién osaría dejar a los oncólogos pediátricos como narcisistas salvo por Seth Rogen) y directamente gamberradas con los capítulos finales de la primera temporada, en las que se marca un Este muerto está muy vivo.

Y, compitiendo con Rogen y Byrne a la mejor dinámica cómica de la televisión, Hannah Einbinder y Jean Smart mantienen Hacks todavía imprescindible a pesar de llevar cuatro temporadas en antena, o Selena Gomez, Martin Short y Steve Martin nos permiten ver cómo se lo pasan de bien con Solo asesinatos en el edificio (y, de paso, dejan jugar con ellos a actores de la talla de Renée Zellweger, Christoph Waltz, Téa Leoni, Dianne Wiest y Meryl Streep se diviertan con ellos). Estas dos, por cierto, demuestran algo que la televisión pedía a gritos: una demostración de cómo se puede presentar una temporada nueva cada año sin una erosión de la calidad por culpa de los tiempos de producción.
Cada una de estas propuestas, además, tiene algo que decir sobre el presente o la gentrificación o los problemas de la clase trabajadora en España o del derecho de las mujeres de estallar ante las injusticias personales o sobre la industria del entretenimiento. Desde una postura más gamberra, se agradece la llegada de dos series de perfil más juvenil: Impostura de Benito Skinner, que actualiza la comedia universitaria con música de Charli XCX, y Reclutas de Andy Parker, que cuenta cómo era entrar en los marines de los Estados Unidos en 1990. Quizá esta última es híbrida entre la comedia y la dureza del contexto, pero de forma conjunta son una radiografía hiriente y certera sobre el modelo de masculinidad que se ha perpetuado durante décadas.

Por el camino, no quiero dejarme aquellas series que son inequívocamente comedias pero que también son otra cosa: el huracán cómico de Natasha Lyonne como protagonista de Poker Face, que es el Colombo del siglo XXI; la ternura, el positivismo y la normalización de la gente normal en televisión, que puede llevar a las lágrimas afectuosas, de Somebody Somewhere; la extraordinaria valentía de Jack Rooke, que se atrevió a hacer comedia con el suicidio y asegurándose de mantener chistes en los episodios más crudos de Big Boys; o la llegada de la introspectiva La suerte con Óscar Jaenada como torero taciturno y Ricardo Gómez como un taxista observador.
Y, mientras esperamos nuevos episodios de Terapia sin filtro, Nadie quiere esto o English Teacher, este año se obró el milagro: encontramos la heredera de Friends. Esto no quiere decir que vaya a gustar a los amantes de Friends: retrata a otra generación, una de más decepcionada, menos ingenua y aspiracional, y también más moralista y egocéntrica, y por lo tanto no necesariamente comparte público. También es una consecuencia de la transformación de la ficción televisiva, con gotas del cinismo de Girls. Pero, quienes lleguen al final de una primera temporada que va de menos a más verán hasta qué punto promete amistades bien engrasadas y el desenlace es un cliffhanger de Ross y Rachel (pasado por el filtro de la sociedad actual).
Este 2025 es, sin lugar a dudas, el año de las series de comedia.
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