Ginny y Georgia se presentaron en sociedad como una especie de Las chicas Gilmore. Al igual que Lorelai y Rory, esta madre y esta hija se llevaban una diferencia de edad irrisoria que difuminaba la línea entre la autoridad, el respeto y la cercanía entre ambas. Pronto descubrimos que, donde las Gilmore encontraban luminosidad, las Miller abrazaban la oscuridad.
Tardó más de dos años en volver con nuevos episodios y el público estaba esperando con los brazos abiertos
Ginny y Georgia se presentaron en sociedad como una especie de Las chicas Gilmore. Al igual que Lorelai y Rory, esta madre y esta hija se llevaban una diferencia de edad irrisoria que difuminaba la línea entre la autoridad, el respeto y la cercanía entre ambas. Pronto descubrimos que, donde las Gilmore encontraban luminosidad, las Miller abrazaban la oscuridad.
Lo que comenzó como una comedia dramática simpática derivó en una acumulación de traumas: Georgia escondía cadáveres en el armario de su pasado mientras que Ginny se autolesionaba como vía de escape a su tristeza, desconexión y frustración. Y, por inesperado que sea, el público de Netflix está obsesionado: Ginny y Georgia es un fenómeno de los de verdad.

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No tiene sentido que, con los valores de producción que tiene y el modelo de ficción que representa, Ginny y Georgia tarde más de dos años en escribir, rodar y empaquetar cada nueva temporada de diez episodios. Entre la primera y la segunda, pasaron 23 meses. Entre la segunda y la tercera, pasaron 29 meses. Pero, a pesar de estas largas ausencias, siempre se da el mismo resultado: hay una masa de espectadores extraordinaria esperando esta familia tan disfuncional.
Si en su primer fin de semana, la segunda consiguió 180 millones de horas vistas entre los abonados de la plataforma, la tercera directamente ha registrado 17,6 millones de visionados a partir de 186 millones de horas vistas. Además, las anteriores temporadas han entrado en la lista de las series más vistas en lengua inglesa, en la sexta y la novena posición.
La tercera temporada ha registrado 17,6 millones de visionados a partir de 186 millones de horas vistas
Para entender la envergadura del fenómeno, se pueden comparar estos datos de Ginny y Georgia con los regresos recientes de otras series de éxito de Netflix. You, a finales de abril, hizo 10,1 millones de visionados a partir de 85 millones de horas vistas con la temporada final. En enero, El agente nocturno lanzó la segunda temporada con 13,9 millones de visionados a partir de 119 millones de horas vistas. En diciembre, Un lugar para soñar obtuvo 8,1 millones de visionados a partir de 67,7 millones de horas.
Brianne Howey tiene el arrebato de comicidad que pide Georgia. Antonia Gentry muestra la sensibilidad de una Ginny con tanta rabia y desconcierto que, si descubriera el Jagged Little Pill, no saldría del álbum de Alanis Morissette en meses. Jennifer Robertson, Sarah Waisglass, Scott Porter, Raymond Ablack y Felix Mallard son resultones en sus roles secundarios. Y, mientras la estética y la dirección no pasan de funcionales (de serie de cable familiar), hay algo desconcertante en la forma en la que se presentan y desarrollan las tramas.
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No faltan las críticas que lamentan que en la tercera temporada ya nos encontramos ante una acumulación de traumas difíciles de digerir. El caso por asesinato al que se enfrenta Georgia resta fuerza a la parte más anclada en la comedia de Ginny y Georgia. En el frente adolescente, tenemos adicciones, autolesiones y trastornos de alimentación, entre lo repetitivo, lo apresurado y lo forzado.
Este ha sido, que conste, el eterno problema de la serie: el equilibrio que nunca encuentra entre personajes entrañables y dinámicas tóxicas, entre el drama y la comedia, entre la ficción de pueblo normal y corriente y las tramas de asesinato, de abandono y de malos tratos, entre la vertiente más adulta y la adolescente.

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Esto convierte a Ginny y Georgia en una serie muy irregular. Sin embargo, quizá esta incapacidad de la creadora Sarah Lampert de controlar la historia es lo que convierte la serie en un bombazo. Los fenómenos no siempre son fáciles de justificar.
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