Se acerca el Día de Difuntos que el ‘merchandising’ etiquetó como Halloween y aquí lo asumimos con el entusiasmo digno de la mejor causa. Si en Navidad mezclamos a los mediterráneos Reyes Magos con el arbolito y el Santa Klaus nórdicos, ¿por qué no mezclar castañas con calabazas? La noche de Halloween es el feudo de los no-muertos y en la política española tenemos unos cuántos. Pedro Sánchez, el zombi número uno , es como la señora del chiste. Su marido llega borracho a las tantas y la encuentra con otro en la cama. Como la mejor defensa es el ataque, la adúltera lanza venablos al cornudo: «¡Qué vergüenza! ¡Borracho como una cuba! ». «Y tú con un tío en nuestra cama», alega él. «¡No me cambies de tema!», truena la señora. Rodeado de porquería por todas partes menos por una, que es su jeta de cemento, el Resistente desvía la atención sobre su podredumbre moral. A las lágrimas de cocodrilo por Palestina siguió el cambio de hora con su fallida propuesta en la UE. Ahora toca Franco: «¡Calienta, que sales!».Si Sánchez es el zombi número uno, sus aliados huelen a cadaverina : como Yolanda Díaz no da más de sí, sus colegas comunes de Cataluña se pasan por el forro el código ético: donde ponía dos mandatos en ocho años se cambia por tres en doce y ya está. Gracias a ese trapicheo, Ada Colau resurge del Purgatorio de la Fundación Sentido Común (qué ironía) tras su numerito en la Flotilla Kufiya de Mentirijilla ( ¿y los certificados médicos de las torturas sionistas? ). La destructora de Barcelona optaría de nuevo a la Alcaldía; y desde allí, haciendo de la Ciudad Condal un campo de reeducación vietnamita, relanzaría la descompuesta extrema izquierda española. ¡Viva la nueva política!Si la izquierda está putrefacta, la derecha del gobierno de corrupción progresista (léase Junts) anda muy ocupada en el culto al Ausente y su retorno de las Tinieblas gracias a esa amnistía que no llega . Con cientos de miles de votantes de la antigua Convergencia vagando como almas en pena, la secta de Puigdemont ha estado prendiendo fuegos fatuos: parecía confrontar con el Resistente, pero sin llegar a romper. Lucecitas que brillan de noche en los cementerios: calientan, pero no acaban de quemar al gobierno. El espíritu de Puigdemont actúa como aquella Rebeca de Daphne Du Maurier que filmó Hitchcock: omnipresente y paralizador.Si Sánchez juega con la hora, el apéndice de Junts, aquel Consejo por la República del bifugado a imagen y semejanza del Consejo Nacional del Movimiento, ha visto en el cambio de husos horarios, un primer mojón para abrir camino hacia una independencia que su capitoste otea, pero con luces largas. Se trata de retrasar una hora y adaptarse, como en Portugal, al meridiano de Greenwich. El presidente de ese Consejo que nació muerto, un tal Jordi Domingo, atribuye un poderoso simbolismo a la medida: «Si las entidades decidimos que el horario catalán es otro y que lo trabajaremos de esta manera, más allá de tener en cuenta trenes y autobuses, que estarían sometidos a la opresión española ». Si hemos entendido bien, los catalanes separatistas llegarían a todos los sitios una hora tarde, lo que complicaría sobremanera una socialización ya de por sí compleja. El médico te reserva la visita a la hora española y tú te presentas, muy ufano, a la hora catalana. «Era a las cinco, el doctor no puede atenderle». «Yo llego a mi hora, enfermera españolista, ¿quiere dejar de oprimirme?».El último tramo de la excéntrica democracia sanchista y sus colaboradores necesarios amenaza con convertirse en una interminable noche de los muertos vivientes. Se acerca el Día de Difuntos que el ‘merchandising’ etiquetó como Halloween y aquí lo asumimos con el entusiasmo digno de la mejor causa. Si en Navidad mezclamos a los mediterráneos Reyes Magos con el arbolito y el Santa Klaus nórdicos, ¿por qué no mezclar castañas con calabazas? La noche de Halloween es el feudo de los no-muertos y en la política española tenemos unos cuántos. Pedro Sánchez, el zombi número uno , es como la señora del chiste. Su marido llega borracho a las tantas y la encuentra con otro en la cama. Como la mejor defensa es el ataque, la adúltera lanza venablos al cornudo: «¡Qué vergüenza! ¡Borracho como una cuba! ». «Y tú con un tío en nuestra cama», alega él. «¡No me cambies de tema!», truena la señora. Rodeado de porquería por todas partes menos por una, que es su jeta de cemento, el Resistente desvía la atención sobre su podredumbre moral. A las lágrimas de cocodrilo por Palestina siguió el cambio de hora con su fallida propuesta en la UE. Ahora toca Franco: «¡Calienta, que sales!».Si Sánchez es el zombi número uno, sus aliados huelen a cadaverina : como Yolanda Díaz no da más de sí, sus colegas comunes de Cataluña se pasan por el forro el código ético: donde ponía dos mandatos en ocho años se cambia por tres en doce y ya está. Gracias a ese trapicheo, Ada Colau resurge del Purgatorio de la Fundación Sentido Común (qué ironía) tras su numerito en la Flotilla Kufiya de Mentirijilla ( ¿y los certificados médicos de las torturas sionistas? ). La destructora de Barcelona optaría de nuevo a la Alcaldía; y desde allí, haciendo de la Ciudad Condal un campo de reeducación vietnamita, relanzaría la descompuesta extrema izquierda española. ¡Viva la nueva política!Si la izquierda está putrefacta, la derecha del gobierno de corrupción progresista (léase Junts) anda muy ocupada en el culto al Ausente y su retorno de las Tinieblas gracias a esa amnistía que no llega . Con cientos de miles de votantes de la antigua Convergencia vagando como almas en pena, la secta de Puigdemont ha estado prendiendo fuegos fatuos: parecía confrontar con el Resistente, pero sin llegar a romper. Lucecitas que brillan de noche en los cementerios: calientan, pero no acaban de quemar al gobierno. El espíritu de Puigdemont actúa como aquella Rebeca de Daphne Du Maurier que filmó Hitchcock: omnipresente y paralizador.Si Sánchez juega con la hora, el apéndice de Junts, aquel Consejo por la República del bifugado a imagen y semejanza del Consejo Nacional del Movimiento, ha visto en el cambio de husos horarios, un primer mojón para abrir camino hacia una independencia que su capitoste otea, pero con luces largas. Se trata de retrasar una hora y adaptarse, como en Portugal, al meridiano de Greenwich. El presidente de ese Consejo que nació muerto, un tal Jordi Domingo, atribuye un poderoso simbolismo a la medida: «Si las entidades decidimos que el horario catalán es otro y que lo trabajaremos de esta manera, más allá de tener en cuenta trenes y autobuses, que estarían sometidos a la opresión española ». Si hemos entendido bien, los catalanes separatistas llegarían a todos los sitios una hora tarde, lo que complicaría sobremanera una socialización ya de por sí compleja. El médico te reserva la visita a la hora española y tú te presentas, muy ufano, a la hora catalana. «Era a las cinco, el doctor no puede atenderle». «Yo llego a mi hora, enfermera españolista, ¿quiere dejar de oprimirme?».El último tramo de la excéntrica democracia sanchista y sus colaboradores necesarios amenaza con convertirse en una interminable noche de los muertos vivientes.
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