Acostumbrados a lanzar piedras los unos sobre los otros, el tener en un programa de televisión a una voz, que sin ser político ni tertualiano, sino simplemente un ciudadano, descoloca. El sentido común de José Sacristán anoche en El Hormiguero fue una lección de vida, pero también un aviso a navegantes Leer Acostumbrados a lanzar piedras los unos sobre los otros, el tener en un programa de televisión a una voz, que sin ser político ni tertualiano, sino simplemente un ciudadano, descoloca. El sentido común de José Sacristán anoche en El Hormiguero fue una lección de vida, pero también un aviso a navegantes Leer
Dicen que la experiencia es un grado, pero más que la experiencia, la vida o los años vividos lo que da un grado es el sentido común. A nadie debería sorprender tenerlo, sino que la noticia debería estar en, precisamente, no tenerlo. Pero las cosas han cambiado y en el punto en el que estamos ha convertido en noticia el tenerlo. Por eso, cuando un ciudadano como José Sacristán, a sus 88 años, se sienta en un programa de televisión y tira de sentido común y nos pone las caras coloradas, lo que hace un tiempo no sería noticia, se convierte en titular.
Anoche, José Sacristán volvió a sentarse en El Hormiguero, y una vez más demostró que el raciocinio no está reñida con nada estemos en los tiempos que estemos. No fue sólo que Pablo Motos le preguntase por cómo ve él España ahora mismo y el actor respondiera sacando los colores no sólo a los políticos, que también, sino a todos los ciudadanos, fue la lección de vida, la de él, la de un actor que ha conocido el pozo más oscuro de la profesión hasta lo más alto de la misma. A sus 88 años se ha embarcado en una gira con la obra El hijo de la cómica que durará todo 2026 y 2027. Cuando termine tendrá casi 90 años. Lo tiene claro: «Tengo 88 años. No tentemos al demonio por mucho que cundan los ajos de mi pueblo«. José Sacristán es el mejor embajador de los ajos de Chinchón.
88 años se dicen pronto, pero hay que vivirlos. Sería un tópico decir que José Sacristán es la voz de la experiencia. No pretende serlo, ni mucho menos. Él es un actor que cuando mira hacia atrás «no huele a mierda». Decir esto es un privilegio y un esfuerzo que pocos están dispuestos a hacer: «No me paso la vida mirando para atrás porque te puedes dar con las farolas. Y no es bueno para el hígado, además, estar todo el rato mirando para atrás. Cuido muchísimo de dónde y de quién vengo. Y siempre que echo la vista atrás y recuerdo a mis padres, a mi hermana, a mis amigos, no solo no huele a mierda sino que estoy encantado«. Poder decir que lo que dejaste atrás no huele a mierda, sí que algo inesperado.
Aprendió de los mejores, de sus amigos, Miguel Delibes o Fernando Fernán Gómez, al que homenajea en esta obra, pues la historia de El hijo de la cómica es la historia del actor: «Quiero que el espectador sienta lo que yo sentía cuando él me contaba de su madre, de su abuela, del golpe de Primo de Rivera, de la guerra, de la posguerra. Son unos mínimos episodios nacionales impregnados del amor que yo sentía por este hombre».
«La suerte ha sido ser amigo de Delibes y de Fernán Gómez«, remató José Sacristán. Personas que cuando las tienes al lado pasan cosas «formidables». A José Sacristán le siguen pasando cosas «formidables» porque «pobre de aquel que dice ya lo sé todo»: «Lo formidable es no perder nunca el crío que fuiste». Es decir, no olvidar.
Durante la noche, Pablo Motos y José Sacristán hablaron lar y tendido de quién era Fernando Fernán Gómez más allá de sus películas, sus libros o sus obras de teatro. Quién era ese hombre más allá del famoso «váyase a la mierda» que espetó en una Feria del Libro y que dejó con el estigma de tener una mala hostia de agarrarse a los machos. «El necio es homicida y el tonto mata. La suerte de Fernando era que el dinero no le importaba. Él se había gastado el dinero en un detector de imbéciles. Pero no había nadie más tierno que es él».
José Sacristán ha pasado por todo lo que un ciudadano puede pasar y por todos los períodos de España que ahora ocupan tantas y tantas horas de debate. Pasó hambre, trabajó en El Círculo de Lectores, mientras seguía con su vocación, se llegó a comer el pollo de Calígula porque no tenía dinero ni para comer y terminó pagando la cuenta de los libros que otros actores le habían comprado. Y de todo esto aprendió que «la fama en España es una cosa de andar por casa»: «Marlon Brandon nació en Omaha y yo en Chinchón. Vas a Chinchón y todo el mundo sabe quién es Marlon Brandon. Vas a Omaha y nadie sabe quién es Sacristán».
Dice que esta obra puede ser la última, pero no se ve como jubilado. No quiere tentar al demonio y por eso «el camino recorrido a mí me hace tener mucho cuidado y respeto al niño que fui»: «El privilegio es no perder la capacidad de asombro. El aprender». «Cuando llegas a cierta edad, tienes un orden de prioridades, y si no lo tienes es que eres idiota. Tienes un tiempo determinado para hacer las cosas», una lección detrás de otra. El sentido común.
Un sentido común que floreció aún más cuando Pablo Motos le preguntó, ya al final de la entrevista, cómo veia a la España de ahora. José Sacristán nació en el año 1937. Nadie puede dudar que experiencia lo que se dice experiencia tiene para dar y tomar. Pero bien podría haber contestado sin ese sentido común o sin esa experiencia que «no huele a mierda». Para eso hay que vivir en «una cierta cordialidad entre lo que quería ser uno mismo y lo que es, y esa cordialidad te produce un confort y un cierto margen de movimiento para afrontar la vida».
Sabiendo esto, José Sacristán no iba a responder marcando a unos y dejando escapar a otros. José Sacristán tiró de sentido común, y esto sí que es un privilegio.
«Me disgusta lo cutre del debate público. No tiene ni siquiera grandeza trágica, hay algo barriobajero e insolente. Tanto por un lado como por el otro. Pero sobre todo, me preocupa el empobrecimiento del debate. Y me preocupa, porque estos representantes de la vida pública no nacen por generación espontánea, han sido elegidos por nosotros. ¿En qué punto esta cutrez, esta cosa rozando la poca sensibilidad cultural y el analfabetismo, no nos está reflejando a los de a pie? ¿En qué punto somos los que jaleamos lo más innoble del comportamiento de estos representantes nuestros?», respondió el actor.
José Sacristán no se iba a quedar ahí: «Es tan insolente la evidencia que no me atrevo a pronunciarla para no herir sensibilidades (…) Hay una retórica perversa. Y cuanto más torpe o más inoperante se pronuncia esta gente, están satisfaciendo la parte más innoble de su propio electorado. Veo aplaudir unos comportamientos deleznables. Sobre todo no me gusta cuando la izquierda entra al trapo. Como dice Javier Cercas, ‘la ironía, el cinismo, no le sienta bien a la izquierda'».
Le preguntó entonces Pablo Motos si creía que en las próximas elecciones iremos a votar sin ilusión. Se lo dijo a él, a quien vivió la posguerra y la dictadura: «Los políticos están ahí porque los elegimos (…) Somos todos. Resulta estremecedor que un país como EEUU haya votado un sujeto como Trump o a Milei en Argentina o a Netanyahu. No debemos vernos que permanecemos al margen».
Y terminó hablando de Gaza, de Hamás, de que «no solamente son terroristas, son imbéciles». Terminó hablando de Israel, de «a cuánto está el kilo de dignidad». «De cómo ignorar la barbarie que está cometiendo Netanyahu», de que es «un genocidio». Porque como dijo Pablo Motos, «este ser humano es José Sacristán».
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