Tor Vergata es un área residencial, al sureste de Roma, donde se ubica la universidad homónima, la segunda pública fundada en la ciudad. Un amplio campus, de tipo anglosajón, de unas 600 hectáreas, lleno de espacios abiertos por los que se diseminan las facultades. Un lugar que durante el curso bulle de vida juvenil, de reflexión intelectual y de búsqueda de la verdad. Algo que se ha repetido el fin de semana del 2 y 3 de agosto de este Año Jubilar 2025, pues ha sido, como lo fue en el Año Santo de 2000, el espacio elegido para celebrar el Jubileo de los Jóvenes, reuniéndose, de todas partes del mundo, chicos y chicas que han querido, en unión con el sucesor de Pedro, vivir la alegría del Evangelio, siendo signo de esperanza para un mundo lleno de oscuridades y temores.Es difícil expresar lo que quienes hemos participado en el encuentro hemos vivido. El cansancio físico del largo caminar en la mañana del sábado 2, daba paso, en la tarde, ya ubicados en los diversos ámbitos en los que se había organizado el espacio, al gozo de la fiesta, a los bailes y cantos al son de tambores , guitarras, trompetas y todo tipo de instrumentos musicales; a las experiencias compartidas entre actuaciones artísticas. El calor romano, más suave que en otras ocasiones, no fue obstáculo para la celebración, que preparó la vigilia de oración que a las 21 presidió el papa León XIV. Tres jóvenes, en español, italiano e inglés, dialogaron con el pontífice acerca de cuestiones que les afectan profundamente , como la amistad en tiempos de relaciones marcadas por la tecnología, la búsqueda del valor para poder decidir acerca del propio destino o el anhelo de encontrar algo más hondo, como es llegar a Jesucristo en la existencia personal. A todas ellas, León fue respondiendo desde la esperanza que brota, para el cristiano, del Señor resucitado, animando, como ya hizo Juan Pablo II, a desechar el temor, a buscar un fundamento estable para poder decidir, a entregar la propia vida a los demás desde el amor. Emotivo el recuerdo de las dos chicas, una madrileña y otra egipcia, fallecidas cuando peregrinaban , y del chico de Cartagena ingresado de urgencia en el Bambino Gesù, al que poco después visitó.Acabado el diálogo tuvimos uno de los momentos más intensos y emocionantes, el rato de oración ante el Santísimo expuesto, ayudados por los cantos y los textos que rompían, rítmicamente, el atronador silencio en el que más de un millón de jóvenes se sumieron, contemplando, a través de las pantallas, la Hostia Santa expuesta en la custodia. La noche cubría ya la explanada, convertida en un inmenso templo donde, de rodillas muchos sobre la tierra desnuda, adoramos al Santísimo Sacramento. Tras la bendición, el papa se despidió hasta la mañana del domingo, en la que, a las 9, tuvimos la Eucaristía. Este fue otro momento impactante. Cuando da la sensación de que muchos templos están vacíos en nuestra vieja Europa, o se trata de «vender» que el cristianismo es algo de personas mayores, llamado a extinguirse –cuántas veces desde Nerón se ha anunciado su final-, Tor Vergata se convirtió en una enorme basílica al aire libre, en la que los cantos, las oraciones, los anhelos más profundos de jóvenes de toda la tierra, desde la abrumadora presencia de italianos y españoles hasta quienes venían de Timor Oriental, Sudáfrica o Chile, se elevaban como las volutas del incienso con el que León XIV honraba el altar. Recordando el encuentro con Jesús de los discípulos de Emaús y al hilo de las lecturas de la misa del domingo, el papa animaba, a pesar de las limitaciones, dificultades y finitud humana, como hizo san Agustín, a buscar intensamente a Dios, recordando que la plenitud de la existencia no depende de lo que acumulamos o poseemos , sino que está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría y señalando a Cristo como la fuente de toda esperanza.El intenso fin de semana fue prolongado, al día siguiente, para unos ciento veinte mil jóvenes, de nuevo en Tor Vergata, en el encuentro vocacional organizado por el Camino Neocatecumenal , en el que, tras la catequesis de su iniciador, Kiko Argüello, varios miles de jóvenes se levantaron tras la llamada a vivir la vocación sacerdotal, misionera o consagrada. Pocas experiencias tan conmovedoras como ver esos rostros llenos de alegría, cubiertos de lágrimas de emoción , mientras sus compañeros cantaban jubilosos y les abrazaban.Quizá sea complicado transmitir con palabras lo vivido esos días. En cualquier caso, un signo de esperanza en un mundo roto y destruido interiormente, como muestran las cifras de suicidio juvenil en España . En Tor Vergata no hicieron falta puntos violetas ni zonas seguras, no hubo violaciones, ni manadas, ni violencias. Porque el gran problema de nuestra sociedad occidental es que cuando, como Nietzsche, da muerte a Dios, acaba dándose muerte a sí misma. Entonces sólo queda la nada, la oscuridad y el vacío existencial. Frente a ello, las jornadas de Tor Vergata nos recuerdan que podemos llenarnos con el Todo, la Luz y alcanzar la plenitud que nos colma de gozo, alegría y júbilo. Tor Vergata es un área residencial, al sureste de Roma, donde se ubica la universidad homónima, la segunda pública fundada en la ciudad. Un amplio campus, de tipo anglosajón, de unas 600 hectáreas, lleno de espacios abiertos por los que se diseminan las facultades. Un lugar que durante el curso bulle de vida juvenil, de reflexión intelectual y de búsqueda de la verdad. Algo que se ha repetido el fin de semana del 2 y 3 de agosto de este Año Jubilar 2025, pues ha sido, como lo fue en el Año Santo de 2000, el espacio elegido para celebrar el Jubileo de los Jóvenes, reuniéndose, de todas partes del mundo, chicos y chicas que han querido, en unión con el sucesor de Pedro, vivir la alegría del Evangelio, siendo signo de esperanza para un mundo lleno de oscuridades y temores.Es difícil expresar lo que quienes hemos participado en el encuentro hemos vivido. El cansancio físico del largo caminar en la mañana del sábado 2, daba paso, en la tarde, ya ubicados en los diversos ámbitos en los que se había organizado el espacio, al gozo de la fiesta, a los bailes y cantos al son de tambores , guitarras, trompetas y todo tipo de instrumentos musicales; a las experiencias compartidas entre actuaciones artísticas. El calor romano, más suave que en otras ocasiones, no fue obstáculo para la celebración, que preparó la vigilia de oración que a las 21 presidió el papa León XIV. Tres jóvenes, en español, italiano e inglés, dialogaron con el pontífice acerca de cuestiones que les afectan profundamente , como la amistad en tiempos de relaciones marcadas por la tecnología, la búsqueda del valor para poder decidir acerca del propio destino o el anhelo de encontrar algo más hondo, como es llegar a Jesucristo en la existencia personal. A todas ellas, León fue respondiendo desde la esperanza que brota, para el cristiano, del Señor resucitado, animando, como ya hizo Juan Pablo II, a desechar el temor, a buscar un fundamento estable para poder decidir, a entregar la propia vida a los demás desde el amor. Emotivo el recuerdo de las dos chicas, una madrileña y otra egipcia, fallecidas cuando peregrinaban , y del chico de Cartagena ingresado de urgencia en el Bambino Gesù, al que poco después visitó.Acabado el diálogo tuvimos uno de los momentos más intensos y emocionantes, el rato de oración ante el Santísimo expuesto, ayudados por los cantos y los textos que rompían, rítmicamente, el atronador silencio en el que más de un millón de jóvenes se sumieron, contemplando, a través de las pantallas, la Hostia Santa expuesta en la custodia. La noche cubría ya la explanada, convertida en un inmenso templo donde, de rodillas muchos sobre la tierra desnuda, adoramos al Santísimo Sacramento. Tras la bendición, el papa se despidió hasta la mañana del domingo, en la que, a las 9, tuvimos la Eucaristía. Este fue otro momento impactante. Cuando da la sensación de que muchos templos están vacíos en nuestra vieja Europa, o se trata de «vender» que el cristianismo es algo de personas mayores, llamado a extinguirse –cuántas veces desde Nerón se ha anunciado su final-, Tor Vergata se convirtió en una enorme basílica al aire libre, en la que los cantos, las oraciones, los anhelos más profundos de jóvenes de toda la tierra, desde la abrumadora presencia de italianos y españoles hasta quienes venían de Timor Oriental, Sudáfrica o Chile, se elevaban como las volutas del incienso con el que León XIV honraba el altar. Recordando el encuentro con Jesús de los discípulos de Emaús y al hilo de las lecturas de la misa del domingo, el papa animaba, a pesar de las limitaciones, dificultades y finitud humana, como hizo san Agustín, a buscar intensamente a Dios, recordando que la plenitud de la existencia no depende de lo que acumulamos o poseemos , sino que está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría y señalando a Cristo como la fuente de toda esperanza.El intenso fin de semana fue prolongado, al día siguiente, para unos ciento veinte mil jóvenes, de nuevo en Tor Vergata, en el encuentro vocacional organizado por el Camino Neocatecumenal , en el que, tras la catequesis de su iniciador, Kiko Argüello, varios miles de jóvenes se levantaron tras la llamada a vivir la vocación sacerdotal, misionera o consagrada. Pocas experiencias tan conmovedoras como ver esos rostros llenos de alegría, cubiertos de lágrimas de emoción , mientras sus compañeros cantaban jubilosos y les abrazaban.Quizá sea complicado transmitir con palabras lo vivido esos días. En cualquier caso, un signo de esperanza en un mundo roto y destruido interiormente, como muestran las cifras de suicidio juvenil en España . En Tor Vergata no hicieron falta puntos violetas ni zonas seguras, no hubo violaciones, ni manadas, ni violencias. Porque el gran problema de nuestra sociedad occidental es que cuando, como Nietzsche, da muerte a Dios, acaba dándose muerte a sí misma. Entonces sólo queda la nada, la oscuridad y el vacío existencial. Frente a ello, las jornadas de Tor Vergata nos recuerdan que podemos llenarnos con el Todo, la Luz y alcanzar la plenitud que nos colma de gozo, alegría y júbilo.
El autor sostiene que Tor Vergata se convirtió «en una enorme basílica al aire libre» y en un «signo de esperanza en un mundo roto y destruido interiormente»
Tor Vergata es un área residencial, al sureste de Roma, donde se ubica la universidad homónima, la segunda pública fundada en la ciudad. Un amplio campus, de tipo anglosajón, de unas 600 hectáreas, lleno de espacios abiertos por los que se diseminan las facultades. Un lugar que durante el curso bulle de vida juvenil, de reflexión intelectual y de búsqueda de la verdad. Algo que se ha repetido el fin de semana del 2 y 3 de agosto de este Año Jubilar 2025, pues ha sido, como lo fue en el Año Santo de 2000, el espacio elegido para celebrar el Jubileo de los Jóvenes, reuniéndose, de todas partes del mundo, chicos y chicas que han querido, en unión con el sucesor de Pedro, vivir la alegría del Evangelio, siendo signo de esperanza para un mundo lleno de oscuridades y temores.
Es difícil expresar lo que quienes hemos participado en el encuentro hemos vivido. El cansancio físico del largo caminar en la mañana del sábado 2, daba paso, en la tarde, ya ubicados en los diversos ámbitos en los que se había organizado el espacio, al gozo de la fiesta, a los bailes y cantos al son de tambores, guitarras, trompetas y todo tipo de instrumentos musicales; a las experiencias compartidas entre actuaciones artísticas. El calor romano, más suave que en otras ocasiones, no fue obstáculo para la celebración, que preparó la vigilia de oración que a las 21 presidió el papa León XIV.
Tres jóvenes, en español, italiano e inglés, dialogaron con el pontífice acerca de cuestiones que les afectan profundamente, como la amistad en tiempos de relaciones marcadas por la tecnología, la búsqueda del valor para poder decidir acerca del propio destino o el anhelo de encontrar algo más hondo, como es llegar a Jesucristo en la existencia personal. A todas ellas, León fue respondiendo desde la esperanza que brota, para el cristiano, del Señor resucitado, animando, como ya hizo Juan Pablo II, a desechar el temor, a buscar un fundamento estable para poder decidir, a entregar la propia vida a los demás desde el amor. Emotivo el recuerdo de las dos chicas, una madrileña y otra egipcia, fallecidas cuando peregrinaban, y del chico de Cartagena ingresado de urgencia en el Bambino Gesù, al que poco después visitó.
Acabado el diálogo tuvimos uno de los momentos más intensos y emocionantes, el rato de oración ante el Santísimo expuesto, ayudados por los cantos y los textos que rompían, rítmicamente, el atronador silencio en el que más de un millón de jóvenes se sumieron, contemplando, a través de las pantallas, la Hostia Santa expuesta en la custodia. La noche cubría ya la explanada, convertida en un inmenso templo donde, de rodillas muchos sobre la tierra desnuda, adoramos al Santísimo Sacramento. Tras la bendición, el papa se despidió hasta la mañana del domingo, en la que, a las 9, tuvimos la Eucaristía.
Este fue otro momento impactante. Cuando da la sensación de que muchos templos están vacíos en nuestra vieja Europa, o se trata de «vender» que el cristianismo es algo de personas mayores, llamado a extinguirse –cuántas veces desde Nerón se ha anunciado su final-, Tor Vergata se convirtió en una enorme basílica al aire libre, en la que los cantos, las oraciones, los anhelos más profundos de jóvenes de toda la tierra, desde la abrumadora presencia de italianos y españoles hasta quienes venían de Timor Oriental, Sudáfrica o Chile, se elevaban como las volutas del incienso con el que León XIV honraba el altar. Recordando el encuentro con Jesús de los discípulos de Emaús y al hilo de las lecturas de la misa del domingo, el papa animaba, a pesar de las limitaciones, dificultades y finitud humana, como hizo san Agustín, a buscar intensamente a Dios, recordando que la plenitud de la existencia no depende de lo que acumulamos o poseemos, sino que está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría y señalando a Cristo como la fuente de toda esperanza.
El intenso fin de semana fue prolongado, al día siguiente, para unos ciento veinte mil jóvenes, de nuevo en Tor Vergata, en el encuentro vocacional organizado por el Camino Neocatecumenal, en el que, tras la catequesis de su iniciador, Kiko Argüello, varios miles de jóvenes se levantaron tras la llamada a vivir la vocación sacerdotal, misionera o consagrada. Pocas experiencias tan conmovedoras como ver esos rostros llenos de alegría, cubiertos de lágrimas de emoción, mientras sus compañeros cantaban jubilosos y les abrazaban.
Quizá sea complicado transmitir con palabras lo vivido esos días. En cualquier caso, un signo de esperanza en un mundo roto y destruido interiormente, como muestran las cifras de suicidio juvenil en España. En Tor Vergata no hicieron falta puntos violetas ni zonas seguras, no hubo violaciones, ni manadas, ni violencias. Porque el gran problema de nuestra sociedad occidental es que cuando, como Nietzsche, da muerte a Dios, acaba dándose muerte a sí misma. Entonces sólo queda la nada, la oscuridad y el vacío existencial. Frente a ello, las jornadas de Tor Vergata nos recuerdan que podemos llenarnos con el Todo, la Luz y alcanzar la plenitud que nos colma de gozo, alegría y júbilo.
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