Como cada año aprovecho para aportar mis reflexiones sobre un tema de vital importancia para el desarrollo de nuestros pequeños. Y es el saber diferenciar entre jugar y competir. Es muy fina la línea que los separa, ya que a pesar de su diferencia en muchas ocasiones pueden coincidir los dos conceptos en la actividad.
Como cada año aprovecho para aportar mis reflexiones sobre un tema de vital importancia para el desarrollo de nuestros pequeños. Y es el saber diferenciar entre jugar y competir. Es muy fina la línea que los separa, ya que a pesar de su diferencia en muchas ocasiones pueden coincidir los dos conceptos en la actividad.Seguir leyendo…
Como cada año aprovecho para aportar mis reflexiones sobre un tema de vital importancia para el desarrollo de nuestros pequeños. Y es el saber diferenciar entre jugar y competir. Es muy fina la línea que los separa, ya que a pesar de su diferencia en muchas ocasiones pueden coincidir los dos conceptos en la actividad.
La diferencia más importante es que el jugar tiene un finalidad interna ya que el placer reside en la propia actividad. Los niños al jugar pueden explorar, expresarse, se sienten libres y no tienen miedo a crear de una manera espontánea, hasta el punto que no requiere formadores. En cambio el competir tiene una finalidad externa ya que supone superar a otro. Introduce conceptos muy diferentes como son la comparación, medición, rendimiento, evaluación del resultado y siempre viene acompañado de formadores.
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Las implicaciones psicológicas en el desarrollo emocional son también muy diferentes. El juego genera alegría, fomenta la curiosidad, una autorregulación emocional pausada y los errores se viven como parte del aprendizaje. En cambio la competición a edades muy tempranas puede desembocar en una ansiedad por el resultado, pánico al fracaso y comparación constante respecto a los otros. Lo que normalmente erosiona la autoestima y repercute en la motivación.
El jugar da unas señas de identidad más autenticas, ya que me permite saber quién soy, qué es lo que me gusta y cómo me relaciono con los demás. En la competición excesivamente temprana, la identidad acaba reduciéndose a “yo soy bueno o malo según gane o pierda”. Es lo que se suele denominar, y es muy peligroso, la obtención de la identidad a través del rendimiento. Que siempre acaba generando frustración y una notable dificultad para disfrutar de la actividad deportiva.

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No se trata de renunciar a la competición ni muchísimo menos. Ya que la competición enfatiza el aprendizaje de la importancia del esfuerzo, de la disciplina como hábito de crecimiento o el afán de superación. Te enseña a convivir con la frustración, algo fundamental para sacar la vida adelante. Pero solo cuando se ha jugado, uno es capaz de entender la frustración ya que se ha ido asimilando desde dosis más pequeñas. Pero esta actividad solo debería instaurarse cuando los niños y niñas ya tienen construidas herramientas emocionales para soportar un nivel de presión mayor.
Está más que demostrado que las personas que primero jugaron a un deporte antes de competir en él siguen toda la vida con ese deporte, en comparación de los que directamente pasaron a competir.
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