En el preámbulo de su primer libro de viajes, ‘El río del olvido’ (1990), escribía Julio Llamazares : «El paisaje es memoria. Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo». Treinta y cinco años después, el escritor mantiene la misma tesis y regresa a ella con una nueva entrega de su literatura viajera, ‘El viaje de mi padre’. «La literatura sirve para rellenar los agujeros negros de la memoria propia y ajena», «los paisajes son depósitos de la memoria que conservan los ecos de la historia, de las historias que sucedieron en ellos, y sabiendo mirarlos, sabiendo sentirlos, sabiendo escucharlos, uno puede llegar a imaginar lo que no pudo escuchar o lo que no pudo entender», decía en la reciente presentación de la obra en el Círculo de Recreo de Valladolid, acompañado por el poeta soriano Fermín Herrero. Las palabras previas a ‘El río del olvido’, las firmaba Llamazares en verano de 1989 en La Mata de la Bérbula, el pueblo leonés en que nació su padre y al que el escritor vuelve cada verano. De esas mismas frases y de ese mismo lugar ha partido para reconstruir el viaje paterno en tren hacia Teruel y hacia la guerra civil. El escritor, en coche, pero siguiendo el itinerario original, primero desde La Vecilla a León , entre los ecos de un poema de Antonio Gamoneda que también «resuena en el paisaje»; para seguir después hacia Carrión de los Condes y parar ante el monasterio de San Zoilo, donde el padre del autor recibía «clases de radiotelegrafía, morse, señales de espejos y de banderas», junto a su amigo Saturnino y otros compañeros del Regimiento de Transmisiones, antes de incorporarse al frente. Desde Palencia hacia Teruel, con parada en Venta de Baños, el periplo continúa por una vía hoy muerta de doscientos cincuenta kilómetros, la Valladolid-Ariza, con paradas en tierras burgalesas y sorianas. «Tras treinta años cerrada, la línea, como sus estaciones, ha sufrido una degradación inevitable, como compruebo en la de La Esperanza, que así se llama la de Valladolid», anota Llamazares en ‘El viaje de mi padre’. «Caídas o a medio caer veré ya algunas estaciones entre Peñafiel y Aranda», añade poco después. El escritor se reencuentra así con algunos de los paisajes de otro de sus libros de viaje, ‘Cuaderno del Duero’ : «De Aranda hacia la provincia de Soria la carretera sigue remontando el Duero y lo mismo hace la vía del tren de Ariza, cuyo trazado corre paralelo al río, con apenas alguna desviación puntual, prácticamente desde que salió de Valladolid». En tierras sorianas se encontrará, cerca de La Rasa, con una finca de miles de manzanos donde en el viaje de su padre se situaba «un aeródromo de tierra desde el que despegaban los aviones de la Legión Condor que bombardearon Madrid y la propia Teruel entre otras ciudades». Antes de dejar Castilla y León, aún queda una estación: «Monteagudo de las Vicarías, ya en la raya de Aragón, era la última parada del tren antes de llegar a Ariza, que está a sólo doce kilómetros. Junto a los anteriores pueblos compone el mapa de la despoblación de este rincón soriano, más visible en Monteagudo por la importancia que tuvo en épocas pasadas».Fermín Herrero recordaba en la presentación vallisoletana otra frase de la obra que condensa la idea de partida y «uno de los asuntos cruciales del libro»: «Va a ser ese mi destino, el de seguir los pasos de otros en busca de no sé muy bien qué. O sí: en busca de esa huella en el paisaje que los hombres vamos dejando a lo largo de la historia y que es nuestra verdadera memoria. Porque el paisaje nos sobrevive a todos, sobrevive al paso del tiempo y a los sucesos de los que fue testigo y cuyo rastro queda impreso en él para siempre». Noticia Relacionada estandar Si ‘El viaje de mi padre’, de Julio Llamazares: a los perdedores de ambos bandos Bruno Marcos El escritor leonés reconstruye la ruta que hizo su padre, con sólo 18 años, en los inicios de la contienda civil española: una conmovedora crónica contra las guerrasEl trasfondo de ‘El viaje del padre’ lleva irremediablemente a los intentos de olvidar el pasado en los tiempos actuales . Julio Llamazares aludía en ese encuentro con los lectores al «pacto de olvido o de desmemoria que ha habido en España» y que lleva a que un porcentaje sorprendentemente alto de jóvenes contesten en una encuesta que en la dictadura se vivía mejor. «Borrando la memoria no tapas las heridas, o tapando las heridas no se curan. Las heridas se curan sacándolas al aire y limpiándolas y cicatrizándolas. Y yo creo que ahora se empieza a parar esa especie de desmemoria colectiva que propiciaron sectores de la sociedad», defendía el autor de ‘Luna de lobos’ y ‘La lluvia amarilla’.Noticia Relacionada estandar Si «Nuestra narrativa se encuentra en un estado sensacional, pero es desconocida» Henar Díaz El crítico José Ignacio García pone en un ciclo nombres y apellidos a sus autores ‘Esenciales’ de Castilla y León. Este jueves, hará parada en SoriaSituado por Fermín Herrero como uno de los grandes cultivadores de un género poco frecuentado en España, Llamazares defiende que «todos los viajes son interiores». «Al final, para lo que sirven, es para conocerte mejor a ti mismo y por extensión a los demás, y todos te enriquecen de alguna manera y todos te cambian en mayor o menor grado, da igual que recorras las catedrales, el Duero, el Curueño, que sigas los pasos de Don Quijote hasta Barcelona desde La Mancha», decía en alusión de otras de las obras nacidas de su vocación viajera. «Todos los viajes son el mismo viaje, porque el viaje no es solo el motivo de los libros fundacionales, sino que es la gran metáfora en la vida. Todos somos como Ulises, tratamos de volver a los orígenes sabiendo que es imposible, porque el río la vida, que es el río del olvido, te arrastra hacia la desembocadura», señalaba.El más reciente comienza y termina en el cementerio de La Mata de la Bérbula, ante la sepultura del padre. Las páginas donde lo cuenta son para su autor «una vuelta de tuerca más» en ese «libro único de viaje» que ha ido articulando «con diferentes motivos y por diferentes territorios»: «Cambia el territorio y a veces un poco la estructura, pero todo es un viaje hacia el corazón del estupor y del asombro humano ante la sinrazón de esto que llamamos la vida». En el preámbulo de su primer libro de viajes, ‘El río del olvido’ (1990), escribía Julio Llamazares : «El paisaje es memoria. Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo». Treinta y cinco años después, el escritor mantiene la misma tesis y regresa a ella con una nueva entrega de su literatura viajera, ‘El viaje de mi padre’. «La literatura sirve para rellenar los agujeros negros de la memoria propia y ajena», «los paisajes son depósitos de la memoria que conservan los ecos de la historia, de las historias que sucedieron en ellos, y sabiendo mirarlos, sabiendo sentirlos, sabiendo escucharlos, uno puede llegar a imaginar lo que no pudo escuchar o lo que no pudo entender», decía en la reciente presentación de la obra en el Círculo de Recreo de Valladolid, acompañado por el poeta soriano Fermín Herrero. Las palabras previas a ‘El río del olvido’, las firmaba Llamazares en verano de 1989 en La Mata de la Bérbula, el pueblo leonés en que nació su padre y al que el escritor vuelve cada verano. De esas mismas frases y de ese mismo lugar ha partido para reconstruir el viaje paterno en tren hacia Teruel y hacia la guerra civil. El escritor, en coche, pero siguiendo el itinerario original, primero desde La Vecilla a León , entre los ecos de un poema de Antonio Gamoneda que también «resuena en el paisaje»; para seguir después hacia Carrión de los Condes y parar ante el monasterio de San Zoilo, donde el padre del autor recibía «clases de radiotelegrafía, morse, señales de espejos y de banderas», junto a su amigo Saturnino y otros compañeros del Regimiento de Transmisiones, antes de incorporarse al frente. Desde Palencia hacia Teruel, con parada en Venta de Baños, el periplo continúa por una vía hoy muerta de doscientos cincuenta kilómetros, la Valladolid-Ariza, con paradas en tierras burgalesas y sorianas. «Tras treinta años cerrada, la línea, como sus estaciones, ha sufrido una degradación inevitable, como compruebo en la de La Esperanza, que así se llama la de Valladolid», anota Llamazares en ‘El viaje de mi padre’. «Caídas o a medio caer veré ya algunas estaciones entre Peñafiel y Aranda», añade poco después. El escritor se reencuentra así con algunos de los paisajes de otro de sus libros de viaje, ‘Cuaderno del Duero’ : «De Aranda hacia la provincia de Soria la carretera sigue remontando el Duero y lo mismo hace la vía del tren de Ariza, cuyo trazado corre paralelo al río, con apenas alguna desviación puntual, prácticamente desde que salió de Valladolid». En tierras sorianas se encontrará, cerca de La Rasa, con una finca de miles de manzanos donde en el viaje de su padre se situaba «un aeródromo de tierra desde el que despegaban los aviones de la Legión Condor que bombardearon Madrid y la propia Teruel entre otras ciudades». Antes de dejar Castilla y León, aún queda una estación: «Monteagudo de las Vicarías, ya en la raya de Aragón, era la última parada del tren antes de llegar a Ariza, que está a sólo doce kilómetros. Junto a los anteriores pueblos compone el mapa de la despoblación de este rincón soriano, más visible en Monteagudo por la importancia que tuvo en épocas pasadas».Fermín Herrero recordaba en la presentación vallisoletana otra frase de la obra que condensa la idea de partida y «uno de los asuntos cruciales del libro»: «Va a ser ese mi destino, el de seguir los pasos de otros en busca de no sé muy bien qué. O sí: en busca de esa huella en el paisaje que los hombres vamos dejando a lo largo de la historia y que es nuestra verdadera memoria. Porque el paisaje nos sobrevive a todos, sobrevive al paso del tiempo y a los sucesos de los que fue testigo y cuyo rastro queda impreso en él para siempre». Noticia Relacionada estandar Si ‘El viaje de mi padre’, de Julio Llamazares: a los perdedores de ambos bandos Bruno Marcos El escritor leonés reconstruye la ruta que hizo su padre, con sólo 18 años, en los inicios de la contienda civil española: una conmovedora crónica contra las guerrasEl trasfondo de ‘El viaje del padre’ lleva irremediablemente a los intentos de olvidar el pasado en los tiempos actuales . Julio Llamazares aludía en ese encuentro con los lectores al «pacto de olvido o de desmemoria que ha habido en España» y que lleva a que un porcentaje sorprendentemente alto de jóvenes contesten en una encuesta que en la dictadura se vivía mejor. «Borrando la memoria no tapas las heridas, o tapando las heridas no se curan. Las heridas se curan sacándolas al aire y limpiándolas y cicatrizándolas. Y yo creo que ahora se empieza a parar esa especie de desmemoria colectiva que propiciaron sectores de la sociedad», defendía el autor de ‘Luna de lobos’ y ‘La lluvia amarilla’.Noticia Relacionada estandar Si «Nuestra narrativa se encuentra en un estado sensacional, pero es desconocida» Henar Díaz El crítico José Ignacio García pone en un ciclo nombres y apellidos a sus autores ‘Esenciales’ de Castilla y León. Este jueves, hará parada en SoriaSituado por Fermín Herrero como uno de los grandes cultivadores de un género poco frecuentado en España, Llamazares defiende que «todos los viajes son interiores». «Al final, para lo que sirven, es para conocerte mejor a ti mismo y por extensión a los demás, y todos te enriquecen de alguna manera y todos te cambian en mayor o menor grado, da igual que recorras las catedrales, el Duero, el Curueño, que sigas los pasos de Don Quijote hasta Barcelona desde La Mancha», decía en alusión de otras de las obras nacidas de su vocación viajera. «Todos los viajes son el mismo viaje, porque el viaje no es solo el motivo de los libros fundacionales, sino que es la gran metáfora en la vida. Todos somos como Ulises, tratamos de volver a los orígenes sabiendo que es imposible, porque el río la vida, que es el río del olvido, te arrastra hacia la desembocadura», señalaba.El más reciente comienza y termina en el cementerio de La Mata de la Bérbula, ante la sepultura del padre. Las páginas donde lo cuenta son para su autor «una vuelta de tuerca más» en ese «libro único de viaje» que ha ido articulando «con diferentes motivos y por diferentes territorios»: «Cambia el territorio y a veces un poco la estructura, pero todo es un viaje hacia el corazón del estupor y del asombro humano ante la sinrazón de esto que llamamos la vida».
En el preámbulo de su primer libro de viajes, ‘El río del olvido’ (1990), escribía Julio Llamazares: «El paisaje es memoria. Más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo». … Treinta y cinco años después, el escritor mantiene la misma tesis y regresa a ella con una nueva entrega de su literatura viajera, ‘El viaje de mi padre’.
«La literatura sirve para rellenar los agujeros negros de la memoria propia y ajena», «los paisajes son depósitos de la memoria que conservan los ecos de la historia, de las historias que sucedieron en ellos, y sabiendo mirarlos, sabiendo sentirlos, sabiendo escucharlos, uno puede llegar a imaginar lo que no pudo escuchar o lo que no pudo entender», decía en la reciente presentación de la obra en el Círculo de Recreo de Valladolid, acompañado por el poeta soriano Fermín Herrero.
Las palabras previas a ‘El río del olvido’, las firmaba Llamazares en verano de 1989 en La Mata de la Bérbula, el pueblo leonés en que nació su padre y al que el escritor vuelve cada verano. De esas mismas frases y de ese mismo lugar ha partido para reconstruir el viaje paterno en tren hacia Teruel y hacia la guerra civil. El escritor, en coche, pero siguiendo el itinerario original, primero desde La Vecilla a León, entre los ecos de un poema de Antonio Gamoneda que también «resuena en el paisaje»; para seguir después hacia Carrión de los Condes y parar ante el monasterio de San Zoilo, donde el padre del autor recibía «clases de radiotelegrafía, morse, señales de espejos y de banderas», junto a su amigo Saturnino y otros compañeros del Regimiento de Transmisiones, antes de incorporarse al frente.
Desde Palencia hacia Teruel, con parada en Venta de Baños, el periplo continúa por una vía hoy muerta de doscientos cincuenta kilómetros, la Valladolid-Ariza, con paradas en tierras burgalesas y sorianas. «Tras treinta años cerrada, la línea, como sus estaciones, ha sufrido una degradación inevitable, como compruebo en la de La Esperanza, que así se llama la de Valladolid», anota Llamazares en ‘El viaje de mi padre’. «Caídas o a medio caer veré ya algunas estaciones entre Peñafiel y Aranda», añade poco después.
El escritor se reencuentra así con algunos de los paisajes de otro de sus libros de viaje, ‘Cuaderno del Duero’: «De Aranda hacia la provincia de Soria la carretera sigue remontando el Duero y lo mismo hace la vía del tren de Ariza, cuyo trazado corre paralelo al río, con apenas alguna desviación puntual, prácticamente desde que salió de Valladolid». En tierras sorianas se encontrará, cerca de La Rasa, con una finca de miles de manzanos donde en el viaje de su padre se situaba «un aeródromo de tierra desde el que despegaban los aviones de la Legión Condor que bombardearon Madrid y la propia Teruel entre otras ciudades». Antes de dejar Castilla y León, aún queda una estación: «Monteagudo de las Vicarías, ya en la raya de Aragón, era la última parada del tren antes de llegar a Ariza, que está a sólo doce kilómetros. Junto a los anteriores pueblos compone el mapa de la despoblación de este rincón soriano, más visible en Monteagudo por la importancia que tuvo en épocas pasadas».
Fermín Herrero recordaba en la presentación vallisoletana otra frase de la obra que condensa la idea de partida y «uno de los asuntos cruciales del libro»: «Va a ser ese mi destino, el de seguir los pasos de otros en busca de no sé muy bien qué. O sí: en busca de esa huella en el paisaje que los hombres vamos dejando a lo largo de la historia y que es nuestra verdadera memoria. Porque el paisaje nos sobrevive a todos, sobrevive al paso del tiempo y a los sucesos de los que fue testigo y cuyo rastro queda impreso en él para siempre».
El trasfondo de ‘El viaje del padre’ lleva irremediablemente a los intentos de olvidar el pasado en los tiempos actuales. Julio Llamazares aludía en ese encuentro con los lectores al «pacto de olvido o de desmemoria que ha habido en España» y que lleva a que un porcentaje sorprendentemente alto de jóvenes contesten en una encuesta que en la dictadura se vivía mejor. «Borrando la memoria no tapas las heridas, o tapando las heridas no se curan. Las heridas se curan sacándolas al aire y limpiándolas y cicatrizándolas. Y yo creo que ahora se empieza a parar esa especie de desmemoria colectiva que propiciaron sectores de la sociedad», defendía el autor de ‘Luna de lobos’ y ‘La lluvia amarilla’.
Situado por Fermín Herrero como uno de los grandes cultivadores de un género poco frecuentado en España, Llamazares defiende que «todos los viajes son interiores». «Al final, para lo que sirven, es para conocerte mejor a ti mismo y por extensión a los demás, y todos te enriquecen de alguna manera y todos te cambian en mayor o menor grado, da igual que recorras las catedrales, el Duero, el Curueño, que sigas los pasos de Don Quijote hasta Barcelona desde La Mancha», decía en alusión de otras de las obras nacidas de su vocación viajera. «Todos los viajes son el mismo viaje, porque el viaje no es solo el motivo de los libros fundacionales, sino que es la gran metáfora en la vida. Todos somos como Ulises, tratamos de volver a los orígenes sabiendo que es imposible, porque el río la vida, que es el río del olvido, te arrastra hacia la desembocadura», señalaba.
El más reciente comienza y termina en el cementerio de La Mata de la Bérbula, ante la sepultura del padre. Las páginas donde lo cuenta son para su autor «una vuelta de tuerca más» en ese «libro único de viaje» que ha ido articulando «con diferentes motivos y por diferentes territorios»: «Cambia el territorio y a veces un poco la estructura, pero todo es un viaje hacia el corazón del estupor y del asombro humano ante la sinrazón de esto que llamamos la vida».
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