Tras el desierto de malas noticias del parón de selecciones, un erial de emociones que apenas interesa a muchos culés por cómo regresan de salud sus jugadores, el enfrentamiento contra el Girona parecía un oasis. Yo me dispuse en el sofá a aprovechar la sombra de las palmeras: ayer parecía el partido perfecto para recuperar las buenas sensaciones tras las debacles contra el PSG y contra el Sevilla. Salió todo al revés. O casi. Si el equipo pretendía regalar paz a la afición antes del clásico contra el Madrid, habría sido más efectivo jugar el partido en Sudán.
Tras el desierto de malas noticias del parón de selecciones, un erial de emociones que apenas interesa a muchos culés por cómo regresan de salud sus jugadores, el enfrentamiento contra el Girona parecía un oasis. Yo me dispuse en el sofá a aprovechar la sombra de las palmeras: ayer parecía el partido perfecto para recuperar las buenas sensaciones tras las debacles contra el PSG y contra el Sevilla. Salió todo al revés. O casi. Si el equipo pretendía regalar paz a la afición antes del clásico contra el Madrid, habría sido más efectivo jugar el partido en Sudán.Seguir leyendo…
Tras el desierto de malas noticias del parón de selecciones, un erial de emociones que apenas interesa a muchos culés por cómo regresan de salud sus jugadores, el enfrentamiento contra el Girona parecía un oasis. Yo me dispuse en el sofá a aprovechar la sombra de las palmeras: ayer parecía el partido perfecto para recuperar las buenas sensaciones tras las debacles contra el PSG y contra el Sevilla. Salió todo al revés. O casi. Si el equipo pretendía regalar paz a la afición antes del clásico contra el Madrid, habría sido más efectivo jugar el partido en Sudán.
La extrema fragilidad del Barça en la primera mitad, que dejó a los delanteros del Girona solos frente a Szczęsny hasta en cuatro ocasiones, provocó miradas de temor entre los culés. Ayer hubo magia negra en Montjuïc: aunque quienes corrían solos contra el portero polaco eran Portu o Bryan Gil, muchos vimos a Vinícius o Mbappé desbocados en el Bernabéu. Y nos echamos a temblar.
Ojalá la repita Flick en el palco del Bernabéu, pero que le tape Deco o quien sea y que nadie le vea
Conviene recordar que en el fútbol los detalles son el mundo. El año pasado, pese a la paliza histórica del 0-4 en el Bernabéu, el Madrid marcó dos goles que fueron bien anulados por fueras de juego quirúrgicamente bien provocados por una defensa culé liderada por Íñigo Martínez. Además, Lewandowski se vistió de asesino en sus dos primeros disparos e Iñaki Peña realizó su mejor partido como culé haciendo dos paradones ante Mbappé. Salió cara en casi todo, por los pelos, y el partido acabó en goleada a favor.
Ayer, el equipo blaugrana casi se queda sin monedas que lanzar al aire antes del partido contra el Madrid.
Al final, el gol de Araújo con el tiempo vencido (otra remontada, y van…) recuperó la esperanza de que las cosas no se tuerzan del todo y provocó una de las imágenes de la era Flick: el entrenador germano, que había sido expulsado por el siempre protagonista Gil Manzano minutos antes, saltó feliz a celebrar el gol de la victoria lanzando cortes de manga al aire. Que el técnico alemán, siempre comedido y tranquilo, reaccione así en un momento de locura desatada despierta una sonrisa cómplice entre los culés, pero es síntoma de que los nervios se acumulan en las espaldas del germano. Convendría que el club fuera consciente de que debería arroparle mejor y, por ejemplo, no dejar que fuera él el portavoz del club que desmintiera los rumores de que Deco le desautorizó cuando iba a castigar una impuntualidad de Lamine Yamal contra el PSG. “It’s a bullshit”, dijo Flick. Una mierda.
Las botifarras forman parte de la historia culé, de Schuster a Giovanni en el Bernabéu o la de, no hace tanto aunque parezca un mundo, Laporta tras lograr la cautelar para alinear a Olmo y Pau Víctor.
Ojalá las repita Flick en el palco del Bernabéu la semana que viene. Pero que le tape Deco o quien sea y que nadie le vea.
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