Fue uno de aquellos momentos cumbre del deporte: un Nadal-Federer, un Senna-Prost, un Kipchoge-Bekele… Fueron 8m05s62 con el corazón en un puño, con una adrenalina que iba aumentando al ritmo de las brazadas de Katie Ledecky y Summer McIntosh, que se jugaban en el Aquatic Center de Singapur mucho más que un oro. Era la corona del 800 libre, la prueba que presentó a la estadounidense al mundo una calurosa noche de agosto en Londres, en el 2012, con apenas 15 años; y ahora con 28 se mantiene invicta en las grandes competiciones: cuatro títulos olímpicos, siete mundiales.
La estrategia de la canadiense era liderar la prueba desde el inicio, pero siempre fue a rebufo de la americana
Fue uno de aquellos momentos cumbre del deporte: un Nadal-Federer, un Senna-Prost, un Kipchoge-Bekele… Fueron 8m05s62 con el corazón en un puño, con una adrenalina que iba aumentando al ritmo de las brazadas de Katie Ledecky y Summer McIntosh, que se jugaban en el Aquatic Center de Singapur mucho más que un oro. Era la corona del 800 libre, la prueba que presentó a la estadounidense al mundo una calurosa noche de agosto en Londres, en el 2012, con apenas 15 años; y ahora con 28 se mantiene invicta en las grandes competiciones: cuatro títulos olímpicos, siete mundiales.
“Es la sexta vez que escucho que es la carrera del siglo, fue emocionante, sí, pero hay muchas”
“Es mi prueba especial, la adoro”, explicó en sala de prensa, sonriente y en tono alto, sin Summer McIntosh, que se ausentó. Estaba herida. Había lanzado un desafío y parecía estar tocada por una varita que le permitiría pisotear a cualquier leyenda. Pero aún hay retos inalcanzables. “No se acerca ni de lejos a lo que quería en cuanto a tiempo, ubicación y cómo nadé la carrera… Odio perder… Eso es lo que me lleva a tocar la pared la mayoría de las veces. Esa sensación ahora mismo es algo que no quiero volver a sentir”, dijo a su federación.
McIntosh, frustrada: “Odio perder, no quiero volver a sentir esta sensación, quiero tocar primera”
Sintió la canadiense la carrera, pero no la ejecutó según lo previsto. Su estrategia era dominar, no ir a rueda de Ledecky, pero no fue capaz de adelantarla hasta los 700 metros, cuando tocó primera, y esa fue su condena. Se había desgastado más que una Ledecky que tenía una marcha guardada y que la australiana Lani Pallister, invitada de lujo a un duelo que acabó siendo un juego de tres que puso en pie a los espectadores.
Logró el récord de los campeonatos con 8m05s62, la plata fue de Pallister y el bronce de McIntosh
Ledecky no engaña. Desde que emerge de la salida se pone en cabeza con su brazos que son martillos, levanta agua, agacha la cabeza y empieza a nadar en 30 segundos cada 50 metros como si estuviese en una prueba de 400. No todo fue de color de rosa en la vida de la estadounidense, que pasó por sus momentos de dudas en 2019, cuando emergió la australiana Ariarne Titmus para desbancarla del 200 y del 400 libre.
Pero la de Washington, mujer tenaz, recién licenciada en Standford, cambió de entrenador y de ciudad. Se fue a Florida con Antony Nasty, primer nadador negro en ser campeón olímpico, en Seúl 88. “Sí, tú eres Katie Ledecky, pero por muy buena que seas, no eres perfecta”. Eso fue lo primero que le dijo. Y le cambió el estilo de nado. Intentó que aumentara la longitud de la braza para ahorrar energía y potenciar las patadas. De ese modo, en 16 largos, Ledecky tiene programado hacer 664 brazadas, que son 13 menos que en los Juegos Río y 32 menos que en los de Tokio. Una estrategia que le ayudó a recuperar sus mejores marcas en los últimos tiempos, incluso a batir el récord mundial en mayo (8m04s12). “En los últimos metros esperaba que mis piernas me respondieran. No quería tirar más y quedarme sin energía al final”, añadió.
En el 2020 cambió de entrenador y pulió el estilo: redujo las brazadas y volvieron los récords
A los 400 metros, Ledecky, Pallister y McIntosh nadaron en 4m1s. Una barbaridad. El ritmo era alto y todo iba a depender de la que desfalleciera primero. Y esta, contra todo pronóstico, fue McIntosh. Tocó primera al 700, pero ese teórico cambio de ritmo duró un suspiro. No había ejecutado la estrategia hablada anteriormente por sus entrenadores, entre ellos Fred Vergnoux, el anterior técnico de Mireia Belmonte, quien le metió en la cabeza esta prueba y la llevó a nadar en junio a solo un segundo del récord mundial de Ledecky.
“Aumentamos el volumen de entrenamiento, pero no demasiado, ajustamos cosas. Ella admira a Ledecky, le ayuda a ser mejor, adora su longevidad”, relata el francés. Pero a McIntosh le faltó algo –quizás experiencia– para dar el hachazo. Apenas lleva cinco meses preparando la prueba. “Ahora se irá con otro entrenador (Bob Bowman), a ver qué programa sigue”, lanzó la duda Ledecky sobre McIntosh, que quizás se centra en pruebas más rápidas.
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Por eso, en esos últimos 100, ella era la menos experta y no había calculado el depósito de gasolina. Hizo ese hectómetro en 1m01s58 y vio cómo se conformaba con el bronce. El empuje de Ledecky, que cerró con 59s77 por 59s84 de Pallister, le mantuvo en la gloria. Una vez más. Por dos años. Una carrera memorable.
“Es la sexta vez que escucho que es la carrera del siglo. Fue emocionante, muchos récords (Pallister estableció el de Oceanía y ella el de los Campeonatos), fue fantástico, pero ha habido muchas carreras”, le restó trascendencia Ledecky, que nunca perdió la sonrisa y que lanzó una advertencia. “Me gusta nadar con las nuevas generaciones, están todas, pero yo sigo aquí, ya no tengo nada que perder”. Porque ella es inmortal. Historia del deporte. Con 28 años desafía todas las leyes de la natación.
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