Hay una fecha claramente marcada en la agenda de Robert Francis Prevost: el 10 de noviembre. Dentro de menos de un mes, de hecho, comenzará en Baltimore, en el estado de Maryland, la asamblea de los obispos estadounidenses, que deberá elegir al nuevo presidente de la conferencia episcopal.
El ala trumpista intenta liderar la Iglesia estadounidense y desafía al Pontífice
Hay una fecha claramente marcada en la agenda de Robert Francis Prevost: el 10 de noviembre. Dentro de menos de un mes, de hecho, comenzará en Baltimore, en el estado de Maryland, la asamblea de los obispos estadounidenses, que deberá elegir al nuevo presidente de la conferencia episcopal.
El Papa americano repite a todos los que hablan con él que uno de los males de nuestro tiempo es la polarización del debate público, pero esquivar la que llega de su país es imposible. Prevost ha empezado a decir lo que piensa, y eso ha puesto en guardia a los ultraconservadores del otro lado del Atlántico: en su primer documento, la exhortación apostólica Dilexi Te, la condena del rechazo de los migrantes fue clarísima, así como una crítica al modelo neoliberal, incluso con referencias a la Teología de la Liberación.
La exhortación de Prevost sobre economía ha causado malestar entre los tradicionalistas
En la Secretaría de Estado y también en el palacio del Santo Oficio, donde el Pontífice sigue residiendo, la impresión es clara: la elección de noviembre podrá determinar mucho en el futuro, no solo de la Iglesia estadounidense, sino también del posicionamiento geopolítico del Vaticano, en plena era trumpista.
Los principales temas sobre la mesa son los mismos que afrontó Jorge Mario Bergoglio: inmigración y ritos tradicionalistas (en particular la misa en latín). León XIV comparte las posiciones de su predecesor pero tiene otro enfoque: nada de enfrentamientos explícitos y un impulso hacia la unidad de la Iglesia. Además de mucho dinero, de Estados Unidos llegan muchos de los nuevos sacerdotes que, en tiempos de crisis de vocaciones en Europa, no pueden ser descuidados.
Los conservadores intentan imponer a su candidato en la asamblea de obispos de Baltimore
Ponerse de perfil, esta vez, es complicado, y los ultraconservadores han comenzado el bombardeo mediático contra él. Los conservadores están inquietos, porque el Papa de Chicago envía señales negativas para su mundo: sus enemigos de la era bergogliana no han sido apartados —al contrario, algunos han sido promovidos y respaldados—, como demuestra el nombramiento del cardenal Blase Cupich como miembro de la Comisión Pontificia del Estado de la Ciudad del Vaticano (un cargo estratégico), y la audiencia afectuosa con el obispo de El Paso, Mark Seitz, que definió como “una afrenta a Dios” las políticas de Trump. A Seitz el Pontífice le dijo: “La Iglesia no puede permanecer en silencio”. Unos días antes, León XIV había calificado públicamente de incoherentes a los antiabortistas favorables a la pena de muerte. “Todos los que habían esperado que León XIV fuera “el anti-Francisco” se sienten traicionados —explica a La Vanguardia Massimo Faggioli, historiador de la Villanova University y uno de los mayores expertos del catolicismo americano—. Ese tipo de episcopado radical seguirá tratando a León XIV como trataba a Francisco. Porque el problema no era Bergoglio, sino lo que está ocurriendo en la Iglesia americana. Es una perversión eclesial; diría casi el inicio de una “herejía americanista’”.
Los católicos norteamericanos están muy divididos: hace un año, el 59% de los fieles —al menos en teoría— de la Iglesia romana votaron a Trump. Los jefes de las diócesis reflejan estas divisiones. Los candidatos que aspiran a convertirse en presidente y vicepresidente son diez. En las preselecciones, el empuje del ala conservadora ha sido predominante, y de esta área proviene la mayoría de nombres, incluido el de Robert E. Barron, obispo ultramediático y amigo de Charlie Kirk, el líder trumpista asesinado el pasado 10 de septiembre. El otro nombre fuerte es Alexander King Sample, arzobispo de Portland. Están luego los candidatos del ala más moderada —el principal parece ser el arzobispo de Filadelfia, Nelson J. Pérez, y el de Boston, Richard G. Henning—, mientras que el ala progresista, vinculada al cardenal de Chicago Blase Cupich, presenta entre otros a Edward J. Weisenburger, considerado un enemigo de los tradicionalistas por haberse opuesto a los ritos de la misa en latín. Esquivar la polarización parece, esta vez, más difícil que ganar un cónclave.
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