La FIFA se ha inventado un negocio de casi dos mil millones de euros con un chascar de dedos. El Mundial de clubs es el enésimo ordeñar de la vaca balompédica. Al rumiante no le toca otra que dejarse vaciar las ubres. La primera ley del dinero es que nunca es suficiente. Sólo el pobre, por desconocimiento del mundo con el que fantasea, imagina que a partir de una cifra se daría por satisfecho y se dedicaría a holgazanear.
La FIFA se ha inventado un negocio de casi dos mil millones de euros con un chascar de dedos. El Mundial de clubs es el enésimo ordeñar de la vaca balompédica. Al rumiante no le toca otra que dejarse vaciar las ubres. La primera ley del dinero es que nunca es suficiente. Sólo el pobre, por desconocimiento del mundo con el que fantasea, imagina que a partir de una cifra se daría por satisfecho y se dedicaría a holgazanear.Seguir leyendo…
La FIFA se ha inventado un negocio de casi dos mil millones de euros con un chascar de dedos. El Mundial de clubs es el enésimo ordeñar de la vaca balompédica. Al rumiante no le toca otra que dejarse vaciar las ubres. La primera ley del dinero es que nunca es suficiente. Sólo el pobre, por desconocimiento del mundo con el que fantasea, imagina que a partir de una cifra se daría por satisfecho y se dedicaría a holgazanear.

AtléticodeMadrid / EFE
Las críticas a la competición son tan certeras como inocuas. Como lo son también las dirigidas al Barça por la campaña de comercialización de asientos VIP en el nuevo estadio a partir de 5.500 euritos por temporada. Como en cualquier negocio manda la caja. Sobre todo porque para poder vaciarla hay que llenarla primero. Por eso el Mundial de clubs va a consolidarse. La sobreexplotación del calendario es lo de menos. Hay que succionar la mama hasta la última gota de leche.
La primera ley del dinero es que nunca es suficiente y el Mundial de clubs va a consolidarse
El interés por la competición va por barrios. Los barcelonistas, por ejemplo, somos la zorra de Esopo diciendo que las uvas están verdes y que por eso no nos interesa comerlas. Pero otro gallo cantaría si el equipo estuviera en EE. UU. disputando el campeonato. De ser así estaríamos dando la brasa como cualquier hijo de vecino. Y añadamos como argumento imposible que levantando la copa de este mundialito podríamos pagar las cláusulas de rescisión de contrato de Joan García, Nico Williams y todavía nos sobraría para otro fichaje de relumbrón y champagne a granel hasta besar el suelo. A ver quién es el guapo que les hace ascos a unos incentivos de tal calibre.
El más belicoso contra el formato de competición veraniega que se ha sacado de la manga el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, es Javier Tebas, el charlatán de la liga española que ve una amenaza en todo aquello escapa a su control. Tebas, cuyo vocabulario es exactamente el mismo que el de Infantino –los dos se refieren al fútbol como industria y no como deporte– dice que no quiere de ninguna manera que se celebren más mundiales en el futuro.
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Los habrá. El éxito de la competición no se mide por lo vacías o repletas que estén las gradas de los estadios, sino por los patrocinios y los derechos de televisión. Y en este sentido el pelotazo de Infantino es colosal. Un business de 2.000 millones en 29 días de competición tiene la continuidad más que garantizada. El aspersor de billetes riega demasiados bolsillos para cerrar el chiringuito una vez abierto. La primacía del interés autárquico en el que milita Tebas es comprensible. Defiende lo suyo. Pero no se para un tren bala con las manos. Tampoco con argumentos, ni siquiera cuando estos son razonables.
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