Laurent Fabius (París, 1946) ha sido casi todo en la política francesa, habiendo liderado los tres poderes del Estado, cinco ministerios y un sinfín de batallas. Pero, sorpresa, al término de cinco décadas de trayectoria se descubre inmerso en una misión que nunca imaginó. Fabius es hoy considerado el gran diplomático del cambio climático, tras presidir el COP21 que alcanzó el histórico acuerdo de París. Diez años después pasa por Shanghái para impartir una conferencia en el CEIBS -la prestigiosa escuela de negocios fruto de la cooperación entre China y la UE cuando todo eran oportunidades- sobre las lecciones que su legado, tan inesperado como trascendente, ofrece a un mundo convulso. Allí atiende a ABC, con la inteligente y relajada bonhomía del veterano jugador que disputa su última partida. —Desempeñó usted un papel destacado en la COP21, pero también en otras cuestiones de gran relevancia global como el acuerdo sobre el programa nuclear iraní. ¿Siente que el mundo no está cuidando su obra política?—No es nada personal [ríe]. Es cierto que algunos elementos del mundo están cambiando. Este año celebramos el décimo aniversario del Acuerdo de París, que fue muy útil. En cuanto al acuerdo iraní, ha sido desmantelado. Pero hoy estoy aquí para hablar de lo que la diplomacia puede hacer en el ámbito de la lucha contra el calentamiento climático .París ha sido y sigue siendo muy positivo pero, porque hay un gran «pero», han surgido nuevos elementos que hacen que sea aún más importante actuar con urgencia. Y, al mismo tiempo, sentidos una especie de reacción adversa en algunos países. Evidentemente, tenemos una situación complicada por las decisiones de la presidencia estadounidense. Pero sigue siendo cierto que luchar contra el cambio climático sigue siendo una cuestión de humanidad. En definitiva, la pregunta es si queremos vivir en un planeta habitable. Ahora intento hacer todo lo posible para lograr un buen resultado en la COP30 de Belém.—No solo el cambio climático se ha convertido en una materia más disputada, también la propia estructura que lo sostiene, el multilateralismo. ¿Sería posible hoy un acuerdo como el de París?—Sería mucho más difícil. Cuando hablo del Acuerdo de París, suelo decir que fue un éxito no solo por la brillante diplomacia francesa [ríe], sino por lo que yo llamo «las tres S»: ciencia, sociedad, Estados [«science, society, states», en inglés]. Como sabes, la COP se rige por consenso. Y en ese momento fue posible contar con China, Europa, India, Rusia, las pequeñas islas y muchos más. Por tanto, fue un éxito. Hoy, obviamente, es diferente. La ciencia es criticada, en la sociedad hay retroceso. Y, sobre todo, hay problemas en los Estados: el multilateralismo está siendo atacado, hay tensiones por la guerra de Ucrania, la posición de la presidencia estadounidense… todo eso hace que sea mucho más difícil que hace diez años lograr el consenso necesario para lograr un acuerdo.Por lo tanto, la situación es mucho más difícil. Eso no quiere decir que París no haya sido útil. Pero hay nuevos sucesos que hacen urgente actuar, justo cuando resulta más difícil hacerlo, esa es la paradójica situación. Con el Covid, por ejemplo, en un par de meses el mundo tomó decisiones muy importantes, invirtiendo miles de millones de euros. Aquí tenemos un problema más grave, y sin embargo no somos capaces de encontrar la financiación necesaria para la tecnología. Afortunadamente tenemos París. Ahora debemos aplicarlo.—Ha celebrado la popularización de los coches eléctricos como un gran avance, pero estos también están en el centro de la tensión comercial entre China y la UE. Los aranceles comunitarios pretenden evitar que un sector clave dependa de un actor potencialmente hostil, tras escarmentar con el gas ruso. ¿Cómo equilibrar estas dos emergencias simultáneas, la climática y la industrial?—Es un tema clave, y no es sencillo. La guerra de Rusia contra Ucrania nos ha hecho conscientes de que la energía no es solo cuestión de comodidad, sino de independencia. Tenemos que modificar nuestro sistema, y esto refuerza aún más la necesidad de evolucionar y, en particular, de luchar contra el cambio climático, porque es una necesidad para la humanidad, pero también para nuestra independencia. China ha sido muy eficiente en materia de nuevas tecnologías y renovables, y esto está bien, pero también nos plantea un problema a los europeos. Tenemos que defender nuestros intereses. Por tanto, tenemos que negociar. De eso trata la diplomacia. Pero, en conjunto, cuando se considera la cuestión fundamental de la lucha contra el cambio climático, creo que la alianza entre China y la Unión Europea es decisiva. Alianza no significa que estemos de acuerdo en todo, y nuestros amigos chinos tienen que entender que tenemos que defender nuestros intereses. Pero también debemos tener una perspectiva a largo plazo. Y en este tema, especialmente desde que la presidencia estadounidense ha tomado las decisiones que ha tomado, debemos avanzar juntos en la dirección correcta.—¿Qué lecciones pueden extraerse del Acuerdo de París a la hora de fomentar la cooperación generalizada entre China y la Unión Europea?—La mayoría de los problemas más importantes hoy en día tienen tres características: son internacionales, intersectoriales e intergeneracionales. Es cierto para el clima, para la bioética, para todo. Por lo tanto, no pueden resolverse sin cooperación internacional. No se puede poner aranceles o barreras, no se puede detener las emisiones en la frontera. Necesitamos esa cooperación pero, al mismo tiempo, debemos defender nuestros propios intereses. Hay que encontrar un equilibrio, de eso trata la diplomacia. No creo que sea fácil, por eso se critica a los gobiernos y yo, que he estado mucho tiempo en el Gobierno, lo sé: es muy, muy difícil. Y probablemente es hoy más difícil que hace veinte años. Pero es la única manera de abordar las cosas. De lo contrario estamos sometidos o en guerra. A la gente le gustaría que las cosas fueran simples, pero no lo son. Los problemas son complejos y la soluciones son complejas. Pero, claro, es más fácil para un político decir que es simple.—Hablando de problemas complejos, me gustaría preguntarle por la situación política en Francia.—Bueno [bromea, escabulléndose], no estoy muy familiarizado con Francia…—Diríase que «el centro no puede sostenerse», a la vista de la crisis de gobernabilidad y el favoritismo de Marine Le Pen en las encuestas. ¿Qué le aguarda a Francia?—Usaré el comodín. Ahora estoy en una nueva posición y no hago valoraciones sobre Francia. Hay tantas personas comentando la situación que no me necesitan. Cuando asumí el cargo de presidente del Consejo Constitucional en 2016 abandoné definitivamente la política.—Pasemos entonces a una perspectiva más existencial. En medio del frenesí de la COP usted mantenía la calma, porque había experimentado en carne propia la «fragilidad» de la vida política. Ahora que acaba de cumplir 79 años y echa la vida atrás, ¿qué nos es frágil? ¿Qué permanece?—Hay cosas, pero no son logros personales, siempre es un trabajo de equipo. Creo que lo que hicimos para intentar descentralizar Francia fue importante. Creo en la descentralización y mi Gobierno en aquellos tiempos hizo mucho por eso. No fue suficiente, porque aún hay muchas cosas por hacer, pero fue un cambio en la manera en que Francia solía gobernarse. Creo que el euro fue algo bueno. Yo estaba a cargo de Finanzas cuando se introdujo el euro. Imagine lo que serían España, Francia y otros países sin el euro. En el ámbito de la Justicia hicimos muchas cosas para mantener la libertad y la seguridad. El ámbito del clima también fue un gran logro. Pero ahora hay muchos problemas nuevos, y eso es cierto para todos los actores, porque casi todas las cuestiones son internacionales, están las redes sociales… Muy difícil. —¿Un lamento?—Me involucré en la política a finales de los setenta, a la vez que un hombre del que quizá haya oído hablar, Alain Juppé. Alain Juppé fue primer ministro. Él era conservador, yo era socialista. Ha sido mi compañero en el Consejo Constitucional, nuestro Tribunal Supremo, y somos buenos amigos. Ahora hablamos y nos preguntamos: «¿Habríamos tomado la misma decisión hoy?». Se suponía que éramos brillantes [ríe], teníamos muchas oportunidades… Y la respuesta, por desgracia, no es evidente. Lo que quiere decir que ha habido una evolución, que creo que es muy negativa. Evidentemente, hay excepciones, pero hoy no siempre son los mejores los que eligen servir al interés público. Y eso es muy perjudicial para cualquier nación. Las razones son muchas. Pero si tuviera un lamento, o una esperanza, sería que las mejores personas eligieran servir a su país. Laurent Fabius (París, 1946) ha sido casi todo en la política francesa, habiendo liderado los tres poderes del Estado, cinco ministerios y un sinfín de batallas. Pero, sorpresa, al término de cinco décadas de trayectoria se descubre inmerso en una misión que nunca imaginó. Fabius es hoy considerado el gran diplomático del cambio climático, tras presidir el COP21 que alcanzó el histórico acuerdo de París. Diez años después pasa por Shanghái para impartir una conferencia en el CEIBS -la prestigiosa escuela de negocios fruto de la cooperación entre China y la UE cuando todo eran oportunidades- sobre las lecciones que su legado, tan inesperado como trascendente, ofrece a un mundo convulso. Allí atiende a ABC, con la inteligente y relajada bonhomía del veterano jugador que disputa su última partida. —Desempeñó usted un papel destacado en la COP21, pero también en otras cuestiones de gran relevancia global como el acuerdo sobre el programa nuclear iraní. ¿Siente que el mundo no está cuidando su obra política?—No es nada personal [ríe]. Es cierto que algunos elementos del mundo están cambiando. Este año celebramos el décimo aniversario del Acuerdo de París, que fue muy útil. En cuanto al acuerdo iraní, ha sido desmantelado. Pero hoy estoy aquí para hablar de lo que la diplomacia puede hacer en el ámbito de la lucha contra el calentamiento climático .París ha sido y sigue siendo muy positivo pero, porque hay un gran «pero», han surgido nuevos elementos que hacen que sea aún más importante actuar con urgencia. Y, al mismo tiempo, sentidos una especie de reacción adversa en algunos países. Evidentemente, tenemos una situación complicada por las decisiones de la presidencia estadounidense. Pero sigue siendo cierto que luchar contra el cambio climático sigue siendo una cuestión de humanidad. En definitiva, la pregunta es si queremos vivir en un planeta habitable. Ahora intento hacer todo lo posible para lograr un buen resultado en la COP30 de Belém.—No solo el cambio climático se ha convertido en una materia más disputada, también la propia estructura que lo sostiene, el multilateralismo. ¿Sería posible hoy un acuerdo como el de París?—Sería mucho más difícil. Cuando hablo del Acuerdo de París, suelo decir que fue un éxito no solo por la brillante diplomacia francesa [ríe], sino por lo que yo llamo «las tres S»: ciencia, sociedad, Estados [«science, society, states», en inglés]. Como sabes, la COP se rige por consenso. Y en ese momento fue posible contar con China, Europa, India, Rusia, las pequeñas islas y muchos más. Por tanto, fue un éxito. Hoy, obviamente, es diferente. La ciencia es criticada, en la sociedad hay retroceso. Y, sobre todo, hay problemas en los Estados: el multilateralismo está siendo atacado, hay tensiones por la guerra de Ucrania, la posición de la presidencia estadounidense… todo eso hace que sea mucho más difícil que hace diez años lograr el consenso necesario para lograr un acuerdo.Por lo tanto, la situación es mucho más difícil. Eso no quiere decir que París no haya sido útil. Pero hay nuevos sucesos que hacen urgente actuar, justo cuando resulta más difícil hacerlo, esa es la paradójica situación. Con el Covid, por ejemplo, en un par de meses el mundo tomó decisiones muy importantes, invirtiendo miles de millones de euros. Aquí tenemos un problema más grave, y sin embargo no somos capaces de encontrar la financiación necesaria para la tecnología. Afortunadamente tenemos París. Ahora debemos aplicarlo.—Ha celebrado la popularización de los coches eléctricos como un gran avance, pero estos también están en el centro de la tensión comercial entre China y la UE. Los aranceles comunitarios pretenden evitar que un sector clave dependa de un actor potencialmente hostil, tras escarmentar con el gas ruso. ¿Cómo equilibrar estas dos emergencias simultáneas, la climática y la industrial?—Es un tema clave, y no es sencillo. La guerra de Rusia contra Ucrania nos ha hecho conscientes de que la energía no es solo cuestión de comodidad, sino de independencia. Tenemos que modificar nuestro sistema, y esto refuerza aún más la necesidad de evolucionar y, en particular, de luchar contra el cambio climático, porque es una necesidad para la humanidad, pero también para nuestra independencia. China ha sido muy eficiente en materia de nuevas tecnologías y renovables, y esto está bien, pero también nos plantea un problema a los europeos. Tenemos que defender nuestros intereses. Por tanto, tenemos que negociar. De eso trata la diplomacia. Pero, en conjunto, cuando se considera la cuestión fundamental de la lucha contra el cambio climático, creo que la alianza entre China y la Unión Europea es decisiva. Alianza no significa que estemos de acuerdo en todo, y nuestros amigos chinos tienen que entender que tenemos que defender nuestros intereses. Pero también debemos tener una perspectiva a largo plazo. Y en este tema, especialmente desde que la presidencia estadounidense ha tomado las decisiones que ha tomado, debemos avanzar juntos en la dirección correcta.—¿Qué lecciones pueden extraerse del Acuerdo de París a la hora de fomentar la cooperación generalizada entre China y la Unión Europea?—La mayoría de los problemas más importantes hoy en día tienen tres características: son internacionales, intersectoriales e intergeneracionales. Es cierto para el clima, para la bioética, para todo. Por lo tanto, no pueden resolverse sin cooperación internacional. No se puede poner aranceles o barreras, no se puede detener las emisiones en la frontera. Necesitamos esa cooperación pero, al mismo tiempo, debemos defender nuestros propios intereses. Hay que encontrar un equilibrio, de eso trata la diplomacia. No creo que sea fácil, por eso se critica a los gobiernos y yo, que he estado mucho tiempo en el Gobierno, lo sé: es muy, muy difícil. Y probablemente es hoy más difícil que hace veinte años. Pero es la única manera de abordar las cosas. De lo contrario estamos sometidos o en guerra. A la gente le gustaría que las cosas fueran simples, pero no lo son. Los problemas son complejos y la soluciones son complejas. Pero, claro, es más fácil para un político decir que es simple.—Hablando de problemas complejos, me gustaría preguntarle por la situación política en Francia.—Bueno [bromea, escabulléndose], no estoy muy familiarizado con Francia…—Diríase que «el centro no puede sostenerse», a la vista de la crisis de gobernabilidad y el favoritismo de Marine Le Pen en las encuestas. ¿Qué le aguarda a Francia?—Usaré el comodín. Ahora estoy en una nueva posición y no hago valoraciones sobre Francia. Hay tantas personas comentando la situación que no me necesitan. Cuando asumí el cargo de presidente del Consejo Constitucional en 2016 abandoné definitivamente la política.—Pasemos entonces a una perspectiva más existencial. En medio del frenesí de la COP usted mantenía la calma, porque había experimentado en carne propia la «fragilidad» de la vida política. Ahora que acaba de cumplir 79 años y echa la vida atrás, ¿qué nos es frágil? ¿Qué permanece?—Hay cosas, pero no son logros personales, siempre es un trabajo de equipo. Creo que lo que hicimos para intentar descentralizar Francia fue importante. Creo en la descentralización y mi Gobierno en aquellos tiempos hizo mucho por eso. No fue suficiente, porque aún hay muchas cosas por hacer, pero fue un cambio en la manera en que Francia solía gobernarse. Creo que el euro fue algo bueno. Yo estaba a cargo de Finanzas cuando se introdujo el euro. Imagine lo que serían España, Francia y otros países sin el euro. En el ámbito de la Justicia hicimos muchas cosas para mantener la libertad y la seguridad. El ámbito del clima también fue un gran logro. Pero ahora hay muchos problemas nuevos, y eso es cierto para todos los actores, porque casi todas las cuestiones son internacionales, están las redes sociales… Muy difícil. —¿Un lamento?—Me involucré en la política a finales de los setenta, a la vez que un hombre del que quizá haya oído hablar, Alain Juppé. Alain Juppé fue primer ministro. Él era conservador, yo era socialista. Ha sido mi compañero en el Consejo Constitucional, nuestro Tribunal Supremo, y somos buenos amigos. Ahora hablamos y nos preguntamos: «¿Habríamos tomado la misma decisión hoy?». Se suponía que éramos brillantes [ríe], teníamos muchas oportunidades… Y la respuesta, por desgracia, no es evidente. Lo que quiere decir que ha habido una evolución, que creo que es muy negativa. Evidentemente, hay excepciones, pero hoy no siempre son los mejores los que eligen servir al interés público. Y eso es muy perjudicial para cualquier nación. Las razones son muchas. Pero si tuviera un lamento, o una esperanza, sería que las mejores personas eligieran servir a su país.
Laurent Fabius (París, 1946) ha sido casi todo en la política francesa, habiendo liderado los tres poderes del Estado, cinco ministerios y un sinfín de batallas. Pero, sorpresa, al término de cinco décadas de trayectoria se descubre inmerso en una misión que nunca imaginó. … Fabius es hoy considerado el gran diplomático del cambio climático, tras presidir el COP21 que alcanzó el histórico acuerdo de París. Diez años después pasa por Shanghái para impartir una conferencia en el CEIBS -la prestigiosa escuela de negocios fruto de la cooperación entre China y la UE cuando todo eran oportunidades- sobre las lecciones que su legado, tan inesperado como trascendente, ofrece a un mundo convulso. Allí atiende a ABC, con la inteligente y relajada bonhomía del veterano jugador que disputa su última partida.
—Desempeñó usted un papel destacado en la COP21, pero también en otras cuestiones de gran relevancia global como el acuerdo sobre el programa nuclear iraní. ¿Siente que el mundo no está cuidando su obra política?
—No es nada personal [ríe]. Es cierto que algunos elementos del mundo están cambiando. Este año celebramos el décimo aniversario del Acuerdo de París, que fue muy útil. En cuanto al acuerdo iraní, ha sido desmantelado. Pero hoy estoy aquí para hablar de lo que la diplomacia puede hacer en el ámbito de la lucha contra el calentamiento climático.
París ha sido y sigue siendo muy positivo pero, porque hay un gran «pero», han surgido nuevos elementos que hacen que sea aún más importante actuar con urgencia. Y, al mismo tiempo, sentidos una especie de reacción adversa en algunos países. Evidentemente, tenemos una situación complicada por las decisiones de la presidencia estadounidense. Pero sigue siendo cierto que luchar contra el cambio climático sigue siendo una cuestión de humanidad. En definitiva, la pregunta es si queremos vivir en un planeta habitable. Ahora intento hacer todo lo posible para lograr un buen resultado en la COP30 de Belém.
—No solo el cambio climático se ha convertido en una materia más disputada, también la propia estructura que lo sostiene, el multilateralismo. ¿Sería posible hoy un acuerdo como el de París?
—Sería mucho más difícil. Cuando hablo del Acuerdo de París, suelo decir que fue un éxito no solo por la brillante diplomacia francesa [ríe], sino por lo que yo llamo «las tres S»: ciencia, sociedad, Estados [«science, society, states», en inglés].
Como sabes, la COP se rige por consenso. Y en ese momento fue posible contar con China, Europa, India, Rusia, las pequeñas islas y muchos más. Por tanto, fue un éxito. Hoy, obviamente, es diferente. La ciencia es criticada, en la sociedad hay retroceso. Y, sobre todo, hay problemas en los Estados: el multilateralismo está siendo atacado, hay tensiones por la guerra de Ucrania, la posición de la presidencia estadounidense… todo eso hace que sea mucho más difícil que hace diez años lograr el consenso necesario para lograr un acuerdo.
Por lo tanto, la situación es mucho más difícil. Eso no quiere decir que París no haya sido útil. Pero hay nuevos sucesos que hacen urgente actuar, justo cuando resulta más difícil hacerlo, esa es la paradójica situación. Con el Covid, por ejemplo, en un par de meses el mundo tomó decisiones muy importantes, invirtiendo miles de millones de euros. Aquí tenemos un problema más grave, y sin embargo no somos capaces de encontrar la financiación necesaria para la tecnología. Afortunadamente tenemos París. Ahora debemos aplicarlo.
—Ha celebrado la popularización de los coches eléctricos como un gran avance, pero estos también están en el centro de la tensión comercial entre China y la UE. Los aranceles comunitarios pretenden evitar que un sector clave dependa de un actor potencialmente hostil, tras escarmentar con el gas ruso. ¿Cómo equilibrar estas dos emergencias simultáneas, la climática y la industrial?
—Es un tema clave, y no es sencillo. La guerra de Rusia contra Ucrania nos ha hecho conscientes de que la energía no es solo cuestión de comodidad, sino de independencia. Tenemos que modificar nuestro sistema, y esto refuerza aún más la necesidad de evolucionar y, en particular, de luchar contra el cambio climático, porque es una necesidad para la humanidad, pero también para nuestra independencia. China ha sido muy eficiente en materia de nuevas tecnologías y renovables, y esto está bien, pero también nos plantea un problema a los europeos. Tenemos que defender nuestros intereses. Por tanto, tenemos que negociar. De eso trata la diplomacia.
Pero, en conjunto, cuando se considera la cuestión fundamental de la lucha contra el cambio climático, creo que la alianza entre China y la Unión Europea es decisiva. Alianza no significa que estemos de acuerdo en todo, y nuestros amigos chinos tienen que entender que tenemos que defender nuestros intereses. Pero también debemos tener una perspectiva a largo plazo. Y en este tema, especialmente desde que la presidencia estadounidense ha tomado las decisiones que ha tomado, debemos avanzar juntos en la dirección correcta.
—¿Qué lecciones pueden extraerse del Acuerdo de París a la hora de fomentar la cooperación generalizada entre China y la Unión Europea?
—La mayoría de los problemas más importantes hoy en día tienen tres características: son internacionales, intersectoriales e intergeneracionales. Es cierto para el clima, para la bioética, para todo. Por lo tanto, no pueden resolverse sin cooperación internacional. No se puede poner aranceles o barreras, no se puede detener las emisiones en la frontera. Necesitamos esa cooperación pero, al mismo tiempo, debemos defender nuestros propios intereses. Hay que encontrar un equilibrio, de eso trata la diplomacia.
No creo que sea fácil, por eso se critica a los gobiernos y yo, que he estado mucho tiempo en el Gobierno, lo sé: es muy, muy difícil. Y probablemente es hoy más difícil que hace veinte años. Pero es la única manera de abordar las cosas. De lo contrario estamos sometidos o en guerra. A la gente le gustaría que las cosas fueran simples, pero no lo son. Los problemas son complejos y la soluciones son complejas. Pero, claro, es más fácil para un político decir que es simple.
—Hablando de problemas complejos, me gustaría preguntarle por la situación política en Francia.
—Bueno [bromea, escabulléndose], no estoy muy familiarizado con Francia…
—Diríase que «el centro no puede sostenerse», a la vista de la crisis de gobernabilidad y el favoritismo de Marine Le Pen en las encuestas. ¿Qué le aguarda a Francia?
—Usaré el comodín. Ahora estoy en una nueva posición y no hago valoraciones sobre Francia. Hay tantas personas comentando la situación que no me necesitan. Cuando asumí el cargo de presidente del Consejo Constitucional en 2016 abandoné definitivamente la política.
—Pasemos entonces a una perspectiva más existencial. En medio del frenesí de la COP usted mantenía la calma, porque había experimentado en carne propia la «fragilidad» de la vida política. Ahora que acaba de cumplir 79 años y echa la vida atrás, ¿qué nos es frágil? ¿Qué permanece?
—Hay cosas, pero no son logros personales, siempre es un trabajo de equipo. Creo que lo que hicimos para intentar descentralizar Francia fue importante. Creo en la descentralización y mi Gobierno en aquellos tiempos hizo mucho por eso. No fue suficiente, porque aún hay muchas cosas por hacer, pero fue un cambio en la manera en que Francia solía gobernarse. Creo que el euro fue algo bueno. Yo estaba a cargo de Finanzas cuando se introdujo el euro. Imagine lo que serían España, Francia y otros países sin el euro.
En el ámbito de la Justicia hicimos muchas cosas para mantener la libertad y la seguridad. El ámbito del clima también fue un gran logro. Pero ahora hay muchos problemas nuevos, y eso es cierto para todos los actores, porque casi todas las cuestiones son internacionales, están las redes sociales… Muy difícil.
—¿Un lamento?
—Me involucré en la política a finales de los setenta, a la vez que un hombre del que quizá haya oído hablar, Alain Juppé. Alain Juppé fue primer ministro. Él era conservador, yo era socialista. Ha sido mi compañero en el Consejo Constitucional, nuestro Tribunal Supremo, y somos buenos amigos. Ahora hablamos y nos preguntamos: «¿Habríamos tomado la misma decisión hoy?». Se suponía que éramos brillantes [ríe], teníamos muchas oportunidades… Y la respuesta, por desgracia, no es evidente. Lo que quiere decir que ha habido una evolución, que creo que es muy negativa.
Evidentemente, hay excepciones, pero hoy no siempre son los mejores los que eligen servir al interés público. Y eso es muy perjudicial para cualquier nación. Las razones son muchas. Pero si tuviera un lamento, o una esperanza, sería que las mejores personas eligieran servir a su país.
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