Desde lo alto, una sinuosa, aunque corta, carretera desciende hasta el valle en el que se percibe con nitidez un pueblo rodeado de pinares, y cultivos de regadío y de secano. No está lejos de la capital vallisoletana –son 37 kilómetros–, pero Cogeces de Íscar, con sus 170 habitantes, lucha cada día por mantenerse vivo. Es una estampa de la España vaciada, aunque sus moradores se resisten a llamarla así, en una pelea continua por mantenerse como comunidad y demostrar que la vida rural no sólo es posible, sino también recomendable. Siempre y cuando, eso sí, las administraciones se empleen a fondo en garantizar la movilidad y los servicios públicos, incluidos los bares, que han pasado a convertirse en el último bastión, después de contemplar cómo se cierran escuelas , cuarteles e, incluso, centros médicos.Noticia Relacionada reportaje Si El «milagro» de los coles que vuelven a la vida en la España rural Henar Díaz Castilla y León mantendrá abiertos este curso 34 centros con entre tres y cuatro alumnos. En Cubillos (Zamora), cinco niños han permitido la reapertura del suyo tras 17 años cerrado«Sin bar, el pueblo se muere», repiten los habitantes de muchos municipios que hacen lo imposible por mantener abiertas unas instalaciones que no sólo sirven café, vino o cerveza, sino que se han transformado en «un lugar de encuentro y de vida», imprescindibles para evitar la soledad e, incluso, para detectar situaciones de vulnerabilidad.En el centro de Cogeces de Íscar, como corresponde, el bar es el punto neurálgico del municipio. Sorprende su actividad, a las once de la mañana de un día laborable, pero es que algunos llegan, incluso, desde poblaciones próximas para hacer un alto en el camino. Los lunes, la actividad se multiplica con la llegada del frutero ambulante que también tiene allí su cita semanal con los clientes.Selena se encuentra al otro lado de la barra de una estancia alargada con algunas mesas que, de momento, están vacías porque los parroquianos han preferido la terraza que hay situada al otro lado de la calle para disfrutar de la agradable y soleada mañana. La joven lleva un año trabajando en el bar, contratada por la persona que se hizo con la concesión y que regenta también el establecimiento de un pueblo vecino. Abre a las once de la mañana y el cierre depende de la clientela. «Esto es algo más que servir cafés o cañas», relata, lo que confirma Higinio, que ha dejado de trabajar sus tierras para tomar algo y «echar una parlada».Mejor que el ayuntamientoSelena recuerda cómo, para el cambio de gestión, estuvo unos días cerrado y la gente se sentaba en la plaza». «Aquí nos juntamos los vecinos, socializamos…», remata otro de los cogezanos que acaba de entrar en el establecimiento y advierte de que antes que el bar, casi es mejor que se cierre «el ayuntamiento, la iglesia o, incluso, el centro médico». Bien es verdad que los dos últimos hace tiempo que no abren todos los días. Porque este local de hostelería no es sólo un lugar en el que comer o beber, es que se ha convertido en «un centro cívico, social, gastronómico…», como demuestra el hecho de que se organizan parrilladas o campeonatos de mus, explica Millán Ferrero, quien mantiene que, «si quitan el bar, Cogeces se queda en dos calles que cruzan el pueblo».Rol asistencial en la barra «Tenemos un fin social y si alguien llega triste o apático hay que darle apoyo moral. Hago hasta de psicólogo»Cuando entra Alfonso , todos le apuntan como «el músico». Toca en una banda de Rock –Velayos Band– pero trabaja tierras en el municipio, aunque vive en la vecina Íscar. Defensor a ultranza de la vida en el medio rural, «porque se vive bien y es barato», defiende la necesidad de bares como el de Cogeces. «Si te quieres enterar de algo, es aquí», sin olvidar que también sirve para impulsar otras actividades. «La casa rural que hay cerca, sin esto, no aguantaría», concluye.En el otro extremo de la provincia, en la cuna del vino clarete, Encarnación lleva sólo cinco días al frente del bar en la localidad vallisoletana de Quintanilla de Trigueros, aunque ya contaba con experiencia previa en ese mismo local. En los últimos cinco años, el estabecimiento estuvo regentado por el propio alcalde, Alberto Palomo, y su esposa , que se hicieron cargo de él en vista de que no había quien lo hiciera. Hoy, Cuqui –como todos la conocen– atiende al otro lado de la barra en este pequeño municipio de 140 habitantes, al norte de Valladolid. Vive en el vecino Trigueros del Valle pero se siente «una más del pueblo». También es consciente de que hace «una tarea enorme» porque «esto es una especie de club social». «Si viene alguien triste o apático, hay que dar apoyo moral y hago de psicólogo», asegura. Recuerda que ha estado cerrado quince días, el tiempo necesario para el cambio de titularidad, y «ha sido horroroso». Con una población de edad avanzada, la mayoría jubilados, «es el punto de reunión, el lugar de encuentro». Los lunes cierra, así que «no hay gente por la calle».Terraza del bar en el municipio vallisoletano de Cogeces de Íscar rubén ortega Coca de Alba logra reabrir con una renta de un euro al año La alcaldesa de la localidad salmantina de Coca de Alba, Dori Vicente, no puede ocultar su satisfacción porque, después de «muchísimos años», vuelve a abrir el bar de este pequeño pueblo en el que viven unas 70 personas. La difusión que se dio en algunos medios, entre ellos ABC , de la oferta de alquiler del local por un euro al año provocó que llegasen a este Consistorio cientos de propuestas. Tras una selección de la que se encargaron la regidora y un concejal, se eligió a una familia, que se trasladará desde Alcalá de Henares (Madrid), dispuesta, además, a residir en el municipio y a instalar en él su empresa de construcción. De momento ya han abierto el local el primer fin de semana, una gran alegría para Dori Vicente, que insiste en que, «si no tenemos un punto de encuentro y convivencia, no tiene sentido nada». Los 30.000 euros de una subvención de la Diputación que ha recibido el Ayuntamiento para arreglar el local y los 3.000 de la Junta para gastos fueron el primer impulso.Cuqui se ha acogido a la ayuda de los 3.000 euros de la Junta de Castilla y León para sufragar los gastos del local. «Me viene muy bien porque pago la luz de todo el año». También «echa una mano» el Ayuntamiento , con una renta de sólo 50 euros al mes. A las once, abre sus puertas, hasta las ocho o las nueve de la tarde. De una a tres del mediodía se produce la mayor actividad, sobre todo los fines de semana cuando el vermú, tras la misa dominical, es un clásico obligado. Ese día toca raciones: rabas, gambas rebozadas, torreznos e, incluso, una gran paella que se reparte como tapa con cada consumición. De hecho, nunca falta la tapa, ni siquiera a diario.También se mantienen las ‘partidas’ de la tarde, una o dos mesas de parroquianos que juegan al tute y al mus. Julián Merino es uno de los habituales. Fue alcalde durante 20 años y recuerda que el local fue primero un centro social que acabó por transformarse en bar. «Es la vida del pueblo», afirma, y reconoce que sin su existencia, «sería terrible». «Un pueblo sin bar no es pueblo; es la fuente de vida» y eso que ya saben lo que es perder el médico, el juez, la escuela… A pesar de todo, afirma que «el municipio está bien, aunque se puede mejorar». Opina lo mismo Teodosio Merino, que comparte mesa con su vecino mientras cae la consumición de la mañana y les acercan las tapas. Se une a la tertulia Rocío . Cuenta que ha creado un club de lectura con diez mujeres que se reúnen en una salita interior que tiene el bar. «Empezamos en el ayuntamiento pero resultaba muy frío y aquí estamos más a gusto». Lo cierto es que toda la actividad del pueblo se focaliza en el bar que, junto con el consistorio, organiza la trilla, la matanza o la vendimia.En la vecina provincia de Palencia, en Santoyo, la vida también se articula en torno al teleclub, ese término tan castizo y reconocible que sus vecinos no abandonan, por mucho que tenga otro nombre oficial. En este municipio de Tierra de Campos ha sido el empeño de sus vecinos e ‘hijos del pueblo’, a través de la Asociación Cultural, el que ha hecho posible no sólo que siga abierto, sino que, además, lo haga en las mejores condiciones. Con más de 300 socios –el pueblo no llega a los 200 censados– esta organización llegó, incluso, a poner en marcha una campaña de ‘crowdfunding’ para conseguir los 7.000 euros con los que poder acondicionar el local y construir una cocina que permitiese ampliar la oferta del establecimiento. Luego, cada cual aportó lo que pudo, desde los muebles o los electrodomésticos hasta la mano de obra.Tras el cierreLa movilización llegó cuando, tras la pandemia, cerraron los dos bares del pueblo y fue entonces cuando la asociación decidió apostar por el ‘teleclub’. De hecho, los más jóvenes se rotaban los fines de semana para poder abrirlo hasta que una familia de origen paraguayo, que se ha empadronado en el municipio, se hizo cargo del local. Ahora, el siguiente objetivo es conseguir fondos para mejorar los accesos. La responsable de la Asociación Cultural, Marian de Miguel, se enorgullece de todo lo logrado para reactivar el local y que sea un lugar en el que se den cita vecinos y forasteros.Selena conversa con dos clientes en el estabecimiento de Cogeces de Íscar rubén ortegaPero no en todos los municipios mantener un bar resulta fácil. En Cubo de la Solana (Soria), José Cuevas regenta ‘El Horno’ desde hace año y medio. Llegó después de estar al frente de otros tres establecimientos de municipios de la Sierra de la Demanda burgalesa, así que tiene la experiencia suficiente como para saber que estos locales son necesarios porque «cumplen una función social» pero, a veces la actividad no es la suficiente como para, al menos, cubrir gastos. Ve necesario que haya «más subvenciones por parte de las administraciones». En su caso, reconoce que hay afluencia en verano gracias, sobre todo, al turismo pero, cuando pasan los meses estivales, «hay que parar y esperar a que vuelva el siguiente verano». Es consciente de que dan «un servicio» y, por eso, defiende, «necesitamos más ayudas». Explica, incluso, que desde su local reparte el pan y las bombonas de butano a los vecinos, pero luego no son muchos los que acuden al establecimiento.Precisamente, para ayudar al mantenimiento de estos locales, el Gobierno autonómico, a través de la Consejería de la Presidencia, ha puesto en marcha una línea económica para municipios y pedanías de menos de 200 habitantes . En la convocatoria del pasado año se repartieron 2,2 millones de euros en ayudas individuales de 3.000 euros a 734 pueblos. Este año, la cantidad se ha incrementado hasta 2,8 millones, de la que se han beneficiado 933 establecimientos Desde lo alto, una sinuosa, aunque corta, carretera desciende hasta el valle en el que se percibe con nitidez un pueblo rodeado de pinares, y cultivos de regadío y de secano. No está lejos de la capital vallisoletana –son 37 kilómetros–, pero Cogeces de Íscar, con sus 170 habitantes, lucha cada día por mantenerse vivo. Es una estampa de la España vaciada, aunque sus moradores se resisten a llamarla así, en una pelea continua por mantenerse como comunidad y demostrar que la vida rural no sólo es posible, sino también recomendable. Siempre y cuando, eso sí, las administraciones se empleen a fondo en garantizar la movilidad y los servicios públicos, incluidos los bares, que han pasado a convertirse en el último bastión, después de contemplar cómo se cierran escuelas , cuarteles e, incluso, centros médicos.Noticia Relacionada reportaje Si El «milagro» de los coles que vuelven a la vida en la España rural Henar Díaz Castilla y León mantendrá abiertos este curso 34 centros con entre tres y cuatro alumnos. En Cubillos (Zamora), cinco niños han permitido la reapertura del suyo tras 17 años cerrado«Sin bar, el pueblo se muere», repiten los habitantes de muchos municipios que hacen lo imposible por mantener abiertas unas instalaciones que no sólo sirven café, vino o cerveza, sino que se han transformado en «un lugar de encuentro y de vida», imprescindibles para evitar la soledad e, incluso, para detectar situaciones de vulnerabilidad.En el centro de Cogeces de Íscar, como corresponde, el bar es el punto neurálgico del municipio. Sorprende su actividad, a las once de la mañana de un día laborable, pero es que algunos llegan, incluso, desde poblaciones próximas para hacer un alto en el camino. Los lunes, la actividad se multiplica con la llegada del frutero ambulante que también tiene allí su cita semanal con los clientes.Selena se encuentra al otro lado de la barra de una estancia alargada con algunas mesas que, de momento, están vacías porque los parroquianos han preferido la terraza que hay situada al otro lado de la calle para disfrutar de la agradable y soleada mañana. La joven lleva un año trabajando en el bar, contratada por la persona que se hizo con la concesión y que regenta también el establecimiento de un pueblo vecino. Abre a las once de la mañana y el cierre depende de la clientela. «Esto es algo más que servir cafés o cañas», relata, lo que confirma Higinio, que ha dejado de trabajar sus tierras para tomar algo y «echar una parlada».Mejor que el ayuntamientoSelena recuerda cómo, para el cambio de gestión, estuvo unos días cerrado y la gente se sentaba en la plaza». «Aquí nos juntamos los vecinos, socializamos…», remata otro de los cogezanos que acaba de entrar en el establecimiento y advierte de que antes que el bar, casi es mejor que se cierre «el ayuntamiento, la iglesia o, incluso, el centro médico». Bien es verdad que los dos últimos hace tiempo que no abren todos los días. Porque este local de hostelería no es sólo un lugar en el que comer o beber, es que se ha convertido en «un centro cívico, social, gastronómico…», como demuestra el hecho de que se organizan parrilladas o campeonatos de mus, explica Millán Ferrero, quien mantiene que, «si quitan el bar, Cogeces se queda en dos calles que cruzan el pueblo».Rol asistencial en la barra «Tenemos un fin social y si alguien llega triste o apático hay que darle apoyo moral. Hago hasta de psicólogo»Cuando entra Alfonso , todos le apuntan como «el músico». Toca en una banda de Rock –Velayos Band– pero trabaja tierras en el municipio, aunque vive en la vecina Íscar. Defensor a ultranza de la vida en el medio rural, «porque se vive bien y es barato», defiende la necesidad de bares como el de Cogeces. «Si te quieres enterar de algo, es aquí», sin olvidar que también sirve para impulsar otras actividades. «La casa rural que hay cerca, sin esto, no aguantaría», concluye.En el otro extremo de la provincia, en la cuna del vino clarete, Encarnación lleva sólo cinco días al frente del bar en la localidad vallisoletana de Quintanilla de Trigueros, aunque ya contaba con experiencia previa en ese mismo local. En los últimos cinco años, el estabecimiento estuvo regentado por el propio alcalde, Alberto Palomo, y su esposa , que se hicieron cargo de él en vista de que no había quien lo hiciera. Hoy, Cuqui –como todos la conocen– atiende al otro lado de la barra en este pequeño municipio de 140 habitantes, al norte de Valladolid. Vive en el vecino Trigueros del Valle pero se siente «una más del pueblo». También es consciente de que hace «una tarea enorme» porque «esto es una especie de club social». «Si viene alguien triste o apático, hay que dar apoyo moral y hago de psicólogo», asegura. Recuerda que ha estado cerrado quince días, el tiempo necesario para el cambio de titularidad, y «ha sido horroroso». Con una población de edad avanzada, la mayoría jubilados, «es el punto de reunión, el lugar de encuentro». Los lunes cierra, así que «no hay gente por la calle».Terraza del bar en el municipio vallisoletano de Cogeces de Íscar rubén ortega Coca de Alba logra reabrir con una renta de un euro al año La alcaldesa de la localidad salmantina de Coca de Alba, Dori Vicente, no puede ocultar su satisfacción porque, después de «muchísimos años», vuelve a abrir el bar de este pequeño pueblo en el que viven unas 70 personas. La difusión que se dio en algunos medios, entre ellos ABC , de la oferta de alquiler del local por un euro al año provocó que llegasen a este Consistorio cientos de propuestas. Tras una selección de la que se encargaron la regidora y un concejal, se eligió a una familia, que se trasladará desde Alcalá de Henares (Madrid), dispuesta, además, a residir en el municipio y a instalar en él su empresa de construcción. De momento ya han abierto el local el primer fin de semana, una gran alegría para Dori Vicente, que insiste en que, «si no tenemos un punto de encuentro y convivencia, no tiene sentido nada». Los 30.000 euros de una subvención de la Diputación que ha recibido el Ayuntamiento para arreglar el local y los 3.000 de la Junta para gastos fueron el primer impulso.Cuqui se ha acogido a la ayuda de los 3.000 euros de la Junta de Castilla y León para sufragar los gastos del local. «Me viene muy bien porque pago la luz de todo el año». También «echa una mano» el Ayuntamiento , con una renta de sólo 50 euros al mes. A las once, abre sus puertas, hasta las ocho o las nueve de la tarde. De una a tres del mediodía se produce la mayor actividad, sobre todo los fines de semana cuando el vermú, tras la misa dominical, es un clásico obligado. Ese día toca raciones: rabas, gambas rebozadas, torreznos e, incluso, una gran paella que se reparte como tapa con cada consumición. De hecho, nunca falta la tapa, ni siquiera a diario.También se mantienen las ‘partidas’ de la tarde, una o dos mesas de parroquianos que juegan al tute y al mus. Julián Merino es uno de los habituales. Fue alcalde durante 20 años y recuerda que el local fue primero un centro social que acabó por transformarse en bar. «Es la vida del pueblo», afirma, y reconoce que sin su existencia, «sería terrible». «Un pueblo sin bar no es pueblo; es la fuente de vida» y eso que ya saben lo que es perder el médico, el juez, la escuela… A pesar de todo, afirma que «el municipio está bien, aunque se puede mejorar». Opina lo mismo Teodosio Merino, que comparte mesa con su vecino mientras cae la consumición de la mañana y les acercan las tapas. Se une a la tertulia Rocío . Cuenta que ha creado un club de lectura con diez mujeres que se reúnen en una salita interior que tiene el bar. «Empezamos en el ayuntamiento pero resultaba muy frío y aquí estamos más a gusto». Lo cierto es que toda la actividad del pueblo se focaliza en el bar que, junto con el consistorio, organiza la trilla, la matanza o la vendimia.En la vecina provincia de Palencia, en Santoyo, la vida también se articula en torno al teleclub, ese término tan castizo y reconocible que sus vecinos no abandonan, por mucho que tenga otro nombre oficial. En este municipio de Tierra de Campos ha sido el empeño de sus vecinos e ‘hijos del pueblo’, a través de la Asociación Cultural, el que ha hecho posible no sólo que siga abierto, sino que, además, lo haga en las mejores condiciones. Con más de 300 socios –el pueblo no llega a los 200 censados– esta organización llegó, incluso, a poner en marcha una campaña de ‘crowdfunding’ para conseguir los 7.000 euros con los que poder acondicionar el local y construir una cocina que permitiese ampliar la oferta del establecimiento. Luego, cada cual aportó lo que pudo, desde los muebles o los electrodomésticos hasta la mano de obra.Tras el cierreLa movilización llegó cuando, tras la pandemia, cerraron los dos bares del pueblo y fue entonces cuando la asociación decidió apostar por el ‘teleclub’. De hecho, los más jóvenes se rotaban los fines de semana para poder abrirlo hasta que una familia de origen paraguayo, que se ha empadronado en el municipio, se hizo cargo del local. Ahora, el siguiente objetivo es conseguir fondos para mejorar los accesos. La responsable de la Asociación Cultural, Marian de Miguel, se enorgullece de todo lo logrado para reactivar el local y que sea un lugar en el que se den cita vecinos y forasteros.Selena conversa con dos clientes en el estabecimiento de Cogeces de Íscar rubén ortegaPero no en todos los municipios mantener un bar resulta fácil. En Cubo de la Solana (Soria), José Cuevas regenta ‘El Horno’ desde hace año y medio. Llegó después de estar al frente de otros tres establecimientos de municipios de la Sierra de la Demanda burgalesa, así que tiene la experiencia suficiente como para saber que estos locales son necesarios porque «cumplen una función social» pero, a veces la actividad no es la suficiente como para, al menos, cubrir gastos. Ve necesario que haya «más subvenciones por parte de las administraciones». En su caso, reconoce que hay afluencia en verano gracias, sobre todo, al turismo pero, cuando pasan los meses estivales, «hay que parar y esperar a que vuelva el siguiente verano». Es consciente de que dan «un servicio» y, por eso, defiende, «necesitamos más ayudas». Explica, incluso, que desde su local reparte el pan y las bombonas de butano a los vecinos, pero luego no son muchos los que acuden al establecimiento.Precisamente, para ayudar al mantenimiento de estos locales, el Gobierno autonómico, a través de la Consejería de la Presidencia, ha puesto en marcha una línea económica para municipios y pedanías de menos de 200 habitantes . En la convocatoria del pasado año se repartieron 2,2 millones de euros en ayudas individuales de 3.000 euros a 734 pueblos. Este año, la cantidad se ha incrementado hasta 2,8 millones, de la que se han beneficiado 933 establecimientos
Desde lo alto, una sinuosa, aunque corta, carretera desciende hasta el valle en el que se percibe con nitidez un pueblo rodeado de pinares, y cultivos de regadío y de secano. No está lejos de la capital vallisoletana –son 37 kilómetros–, pero Cogeces de … Íscar, con sus 170 habitantes, lucha cada día por mantenerse vivo. Es una estampa de la España vaciada, aunque sus moradores se resisten a llamarla así, en una pelea continua por mantenerse como comunidad y demostrar que la vida rural no sólo es posible, sino también recomendable. Siempre y cuando, eso sí, las administraciones se empleen a fondo en garantizar la movilidad y los servicios públicos, incluidos los bares, que han pasado a convertirse en el último bastión, después de contemplar cómo se cierran escuelas, cuarteles e, incluso, centros médicos.
«Sin bar, el pueblo se muere»,repiten los habitantes de muchos municipios que hacen lo imposible por mantener abiertas unas instalaciones que no sólo sirven café, vino o cerveza, sino que se han transformado en «un lugar de encuentro y de vida», imprescindibles para evitar la soledad e, incluso, para detectar situaciones de vulnerabilidad.
En el centro de Cogeces de Íscar, como corresponde, el bar es el punto neurálgico del municipio. Sorprende su actividad, a las once de la mañana de un día laborable, pero es que algunos llegan, incluso, desde poblaciones próximas para hacer un alto en el camino. Los lunes, la actividad se multiplica con la llegada del frutero ambulante que también tiene allí su cita semanal con los clientes.
Selena se encuentra al otro lado de la barra de una estancia alargada con algunas mesas que, de momento, están vacías porque los parroquianos han preferido la terraza que hay situada al otro lado de la calle para disfrutar de la agradable y soleada mañana. La joven lleva un año trabajando en el bar, contratada por la persona que se hizo con la concesión y que regenta también el establecimiento de un pueblo vecino. Abre a las once de la mañana y el cierre depende de la clientela. «Esto es algo más que servir cafés o cañas», relata, lo que confirma Higinio, que ha dejado de trabajar sus tierras para tomar algo y «echar una parlada».
Mejor que el ayuntamiento
Selena recuerda cómo, para el cambio de gestión, estuvo unos días cerrado y la gente se sentaba en la plaza». «Aquí nos juntamos los vecinos, socializamos…», remata otro de los cogezanos que acaba de entrar en el establecimiento y advierte de que antes que el bar, casi es mejor que se cierre «el ayuntamiento, la iglesia o, incluso, el centro médico». Bien es verdad que los dos últimos hace tiempo que no abren todos los días. Porque este local de hostelería no es sólo un lugar en el que comer o beber, es que se ha convertido en «un centro cívico, social, gastronómico…», como demuestra el hecho de que se organizan parrilladas o campeonatos de mus, explica Millán Ferrero, quien mantiene que, «si quitan el bar, Cogeces se queda en dos calles que cruzan el pueblo».

Rol asistencial en la barra
«Tenemos un fin social y si alguien llega triste o apático hay que darle apoyo moral. Hago hasta de psicólogo»
Cuando entra Alfonso, todos le apuntan como «el músico». Toca en una banda de Rock –Velayos Band– pero trabaja tierras en el municipio, aunque vive en la vecina Íscar. Defensor a ultranza de la vida en el medio rural, «porque se vive bien y es barato», defiende la necesidad de bares como el de Cogeces. «Si te quieres enterar de algo, es aquí», sin olvidar que también sirve para impulsar otras actividades. «La casa rural que hay cerca, sin esto, no aguantaría», concluye.
En el otro extremo de la provincia, en la cuna del vino clarete, Encarnación lleva sólo cinco días al frente del bar en la localidad vallisoletana de Quintanilla de Trigueros, aunque ya contaba con experiencia previa en ese mismo local. En los últimos cinco años, el estabecimiento estuvo regentado por el propio alcalde, Alberto Palomo, y su esposa, que se hicieron cargo de él en vista de que no había quien lo hiciera. Hoy, Cuqui –como todos la conocen– atiende al otro lado de la barra en este pequeño municipio de 140 habitantes, al norte de Valladolid. Vive en el vecino Trigueros del Valle pero se siente «una más del pueblo». También es consciente de que hace «una tarea enorme» porque «esto es una especie de club social». «Si viene alguien triste o apático, hay que dar apoyo moral y hago de psicólogo», asegura. Recuerda que ha estado cerrado quince días, el tiempo necesario para el cambio de titularidad, y «ha sido horroroso». Con una población de edad avanzada, la mayoría jubilados, «es el punto de reunión, el lugar de encuentro». Los lunes cierra, así que «no hay gente por la calle».
Cuqui se ha acogido a la ayuda de los 3.000 euros de la Junta de Castilla y León para sufragar los gastos del local. «Me viene muy bien porque pago la luz de todo el año». También «echa una mano» el Ayuntamiento, con una renta de sólo 50 euros al mes. A las once, abre sus puertas, hasta las ocho o las nueve de la tarde. De una a tres del mediodía se produce la mayor actividad, sobre todo los fines de semana cuando el vermú, tras la misa dominical, es un clásico obligado. Ese día toca raciones: rabas, gambas rebozadas, torreznos e, incluso, una gran paella que se reparte como tapa con cada consumición. De hecho, nunca falta la tapa, ni siquiera a diario.
También se mantienen las ‘partidas’ de la tarde, una o dos mesas de parroquianos que juegan al tute y al mus. Julián Merinoes uno de los habituales. Fue alcalde durante 20 años y recuerda que el local fue primero un centro social que acabó por transformarse en bar. «Es la vida del pueblo», afirma, y reconoce que sin su existencia, «sería terrible». «Un pueblo sin bar no es pueblo; es la fuente de vida» y eso que ya saben lo que es perder el médico, el juez, la escuela… A pesar de todo, afirma que «el municipio está bien, aunque se puede mejorar».
Opina lo mismo Teodosio Merino, que comparte mesa con su vecino mientras cae la consumición de la mañana y les acercan las tapas. Se une a la tertulia Rocío. Cuenta que ha creado un club de lectura con diez mujeres que se reúnen en una salita interior que tiene el bar. «Empezamos en el ayuntamiento pero resultaba muy frío y aquí estamos más a gusto». Lo cierto es que toda la actividad del pueblo se focaliza en el bar que, junto con el consistorio, organiza la trilla, la matanza o la vendimia.
En la vecina provincia de Palencia, en Santoyo, la vida también se articula en torno al teleclub, ese término tan castizo y reconocible que sus vecinos no abandonan, por mucho que tenga otro nombre oficial. En este municipio de Tierra de Campos ha sido el empeño de sus vecinos e ‘hijos del pueblo’, a través de la Asociación Cultural, el que ha hecho posible no sólo que siga abierto, sino que, además, lo haga en las mejores condiciones. Con más de 300 socios –el pueblo no llega a los 200 censados– esta organización llegó, incluso, a poner en marcha una campaña de ‘crowdfunding’ para conseguir los 7.000 euros con los que poder acondicionar el local y construir una cocina que permitiese ampliar la oferta del establecimiento. Luego, cada cual aportó lo que pudo, desde los muebles o los electrodomésticos hasta la mano de obra.
Tras el cierre
La movilización llegó cuando, tras la pandemia,cerraron los dos bares del pueblo y fue entonces cuando la asociación decidió apostar por el ‘teleclub’. De hecho, los más jóvenes se rotaban los fines de semana para poder abrirlo hasta que una familia de origen paraguayo, que se ha empadronado en el municipio, se hizo cargo del local. Ahora, el siguiente objetivo es conseguir fondos para mejorar los accesos. La responsable de la Asociación Cultural, Marian de Miguel, se enorgullece de todo lo logrado para reactivar el local y que sea un lugar en el que se den cita vecinos y forasteros.
rubén ortega
Pero no en todos los municipios mantener un bar resulta fácil. En Cubo de la Solana (Soria), José Cuevas regenta ‘El Horno’ desde hace año y medio. Llegó después de estar al frente de otros tres establecimientos de municipios de la Sierra de la Demanda burgalesa, así que tiene la experiencia suficiente como para saber que estos locales son necesarios porque «cumplen una función social» pero, a veces la actividad no es la suficiente como para, al menos, cubrir gastos. Ve necesario que haya «más subvenciones por parte de las administraciones». En su caso, reconoce que hay afluencia en verano gracias, sobre todo, al turismo pero, cuando pasan los meses estivales, «hay que parar y esperar a que vuelva el siguiente verano». Es consciente de que dan «un servicio» y, por eso, defiende, «necesitamos más ayudas». Explica, incluso, que desde su local reparte el pan y las bombonas de butano a los vecinos, pero luego no son muchos los que acuden al establecimiento.
Precisamente, para ayudar al mantenimiento de estos locales, el Gobierno autonómico, a través de la Consejería de la Presidencia, ha puesto en marcha una línea económica para municipios y pedanías de menos de 200 habitantes. En la convocatoria del pasado año se repartieron 2,2 millones de euros en ayudas individuales de 3.000 euros a 734 pueblos. Este año, la cantidad se ha incrementado hasta 2,8 millones, de la que se han beneficiado 933 establecimientos
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