Sin ruido ni aspavientos, el presidente Xi Jinping ha cortado las cabezas de la cúpula militar, una gran purga digna de la mejor tradición comunista. Nueve generales que ya no se veían en público desde antes del verano fueron destituidos de sus cargos la semana pasada sin más explicación que la sacrosanta lucha contra la corrupción. El problema es que la mayoría de ellos, singularmente el número dos del ejército y miembro del Politburó, He Weidong, habían sido promocionados por el propio Xi Jinping al llegar al poder en el 2012.
Sin ruido ni aspavientos, el presidente Xi Jinping ha cortado las cabezas de la cúpula militar, una gran purga digna de la mejor tradición comunista. Nueve generales que ya no se veían en público desde antes del verano fueron destituidos de sus cargos la semana pasada sin más explicación que la sacrosanta lucha contra la corrupción. El problema es que la mayoría de ellos, singularmente el número dos del ejército y miembro del Politburó, He Weidong, habían sido promocionados por el propio Xi Jinping al llegar al poder en el 2012.Seguir leyendo…
Sin ruido ni aspavientos, el presidente Xi Jinping ha cortado las cabezas de la cúpula militar, una gran purga digna de la mejor tradición comunista. Nueve generales que ya no se veían en público desde antes del verano fueron destituidos de sus cargos la semana pasada sin más explicación que la sacrosanta lucha contra la corrupción. El problema es que la mayoría de ellos, singularmente el número dos del ejército y miembro del Politburó, He Weidong, habían sido promocionados por el propio Xi Jinping al llegar al poder en el 2012.
¿Cruzada contra la corrupción as usual o mar de fondo en el Ejército de Liberación Popular, más poderoso que nunca y tan dependiente como siempre del Partido Comunista? El poder en Pekín sigue siendo opaco y reacio a todo lo que no proyecte unidad inquebrantable. Xi Jinping encarna una autoridad personal sin límites –nada coral– sin precedentes desde el fallecimiento en 1976 de Mao Zedong, fundador de la República Popular. Sin tantas estatuas pero con mecanismos semejantes, el culto a la personalidad del maoísmo ha vuelto a China. Y la personalidad se llama Xi Jinping, en consonancia con la moda universal de liderazgos de hombres fuertes (el triunvirato Trump, Xi y Putin).
La purga militar llama la atención: se trata de generales aupados por el propio líder chino
“Xi Jinping se ha cortado un brazo. Él promocionó a los militares que ha purgado y una razón podría ser el descontento de otras facciones del ejército a las que ahora ha contentado aunque el ELP está completamente subordinado al Partido Comunista”, señala un destacado académico chino bajo condición de anonimato.
El Ejército de Liberación Popular nunca ha sacado la cabeza en China, salvo episodios aislados. El más conocido fue protagonizado por Lin Biao, mariscal y número dos de Mao, al que ciertos movimientos y ambiciones le obligaron a huir precipitadamente en un avión con destino a la Unión Soviética que, casualmente, se estrelló en octubre de 1971, en plena revolución cultural china.
Para otros analistas, caso de James Palmer, especialista en China del Foreign Policy , no hay indicios o trazas de que los purgados preparasen un golpe militar o algo por el estilo. “La única persona que podía suponer una seria amenaza golpista es Wang Chunning, que dirigía la Policía Armada del país. Mi mejor suposición –con las habituales reservas dado lo opaco que es el liderazgo político y militar chino– es que la lucha contra la corrupción es la que guía la purga en curso”.
¿A mayor presupuesto militar, más corrupción en los mandos? Eso da a entender el dato: Xi Jinping se ha cargado al menos a 14 de los 79 generales por él nombrados desde el 2012. Una anomalía de doble interpretación: ¿estamos ante una muestra de fortaleza o de precariedad del segundo Gran Timonel?
“Desde Deng Xiaoping (el líder que sucedió a Mao y padre de la China desarrollada) nadie se ha tomado tan en serio como Xi la teoría de que la corrupción es una cáncer para el Partido: o acabas con ella o ella acabará con el Partido”, estima Eugeni Bregolat, tres veces embajador de España en Pekín.
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