Prolífico e incombustible, el Académico y Premio Cervantes vuelve a la carga con ‘El vigía de las esquinas’, una novela metafórica y expresionista que critica el derrumbe de nuestra sociedad. «Las ideologías están podridas y a la democracia se la ha vapuleado de tal manera que ya apenas existe» Leer Prolífico e incombustible, el Académico y Premio Cervantes vuelve a la carga con ‘El vigía de las esquinas’, una novela metafórica y expresionista que critica el derrumbe de nuestra sociedad. «Las ideologías están podridas y a la democracia se la ha vapuleado de tal manera que ya apenas existe» Leer
En la casa de Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) no sólo hay una cantidad de libros y películas que serían la envidia de muchas bibliotecas de España, sino un refrigerador lleno de novelas. Algo necesario cuando uno es «excesivamente prolífico», como se define el Académico y Premio Cervantes 2023, para quien la escritura es, ni más ni menos, que una «necesidad vital».
De ese refrigerador tan metafórico como las tramas y personajes de sus novelas el escritor acaba de sacar El vigía de las esquinas (Galaxia Gutenberg), una novela neblinosa y expresionista, ambientada en una de sus famosas Ciudades de Sombra, en la que la «agobiante actualidad» hace acto de presencia para criticar el derrumbe de nuestra sociedad. El cronista que la certifica es el gacetillero radiofónico Ciro Caviero, un periodista melancólico, ambivalente y trapacero que se ve envuelto en una delirante trama de corruptelas, asesinatos y secuestros que reflejan el bajo orden moral de la urbe en la que sobrevive a duras penas.
«Básicamente este libro constata que las ideologías están podridas, que las creencias ya no se sabe dónde están y que a la democracia se la ha vapuleado de tal manera que ya apenas existe«, explica irónico el escritor, que, eso sí, pasa toda esta realidad por el tamiz de la literatura. «Como en toda mi obra, aquí nada es explícito, es un juego de espejos valleinclanesco, donde hay mucha farsa y esperpento».
Pregunta. Hemos visto sus ciudades de sombra de muchos modos, pero nunca tan cerca del derrumbe. ¿Es un presagio?
R. Sí, esta es una Ciudad de Sombra en la que, sin perder su contexto fantasmagórico e irreal, hay más alertas, que está invadida por una actualidad muy parecida a la que estamos viviendo. Más que un presagio, espero, es una metáfora del desorden, de las sensaciones que yo tengo de vivir en un mundo desordenado en el que hay una gran decadencia, una gran caída de los modos de vida, de los valores, de cómo nos gobiernan y, desde luego, una democracia deteriorada.
P. Dice que vivimos en un exceso de información. ¿Cómo nace y quién es Ciro Caviedo, su protagonista?
R. Desde luego, creo que vivimos en un mundo en el que hay demasiada actualidad. Estamos sometidos a una actualidad imperiosa, contundente, colonizados por lo que está pasando, por lo inmediato. Y eso da cierta sensación de trastorno, de agobio, de desazón. Con esa actualidad invasora y destructiva he construido esta fábula, y ahí es donde entra este protagonista, que es un periodista peculiar e irreal, un vigía que narra la actualidad que se merece, porque es un personaje deforme, un poco desquiciado, interesado, vendido a lo que se le eche. Pero también es muy lúcido, y por eso percibe esa sensación general de declive, de pérdida de valores, de abandono de los gobernantes, de modo desencantado y melancólico, pero también humorístico y muy contundente.
«La literatura, desde su lucidez, siempre ha sido experta en evidenciar la malformación del lenguaje que ejerce el poder»
P. Con su tono metafórico, un poco neblinoso, el libro hace muchas alusiones a la corrupción de la democracia, al fin de la clase media, a la degradación general… ¿Es tiempo de pesimismo?
R. Pues… ciertamente al mirar el presente, incluso por un cristal surrealista, lo que queda es una sensación bastante dura de decaimiento. Parece mentira que en un mundo con tantas posibilidades de estar en el mejor momento a todos los niveles estemos en esta época de decadencia. Y creo que una de las claves de todo esto es el delirio lingüístico en el que vivimos, que en la novela he parodiado deconstruido. Me refiero a todos esos neologismos y excursos verbales que parece que en vez de reflejar la realidad de las cosas intentan crear una especie de limbo extraño o estrambótico. Frases hechas como el «Eje del Mal» o el «Gobierno de coalición progresista» y esas chorradas. Un lenguaje que el poder usa para vendernos algún tipo de producto difícil de digerir.
P. ¿Qué consecuencias tiene que desde la política a todo lo demás hablemos con eufemismos?
R. El lenguaje de la verdad, el que está en el entendimiento humano directo, noble y lúcido, es tergiversado, roto, cambiado a favor de un tipo de poder. Pero no es ninguna novedad. Tradicionalmente una de las conquistas del poder, de la política, para ganar la realidad en que se vive es la construcción de este tipo de lenguaje engañoso. Y la literatura, desde su lucidez, siempre ha sido experta en poner en evidencia la malformación del lenguaje que ejerce el poder de forma sibilina o, como ahora, más burda.
P. Algo curioso es que ante los derrumbes, incendios y tropelías la ciudadanía del libro actúa con indiferencia. ¿Desde cuándo no nos importa vivir entre escombros?
R. En la novela desfilan muchos representantes de poderes variados, de la Policía y la Justicia, muchos otros profesionales, hay un mundo de creencias del estilo de las religiosas pero extrapoladas, y también sectarismos, populismos de derrota y de desgracia… Pero lo que, en efecto, está desaparecida es la sociedad, la gente. Como la nuestra, es una sociedad muy adormecida, que está bajo los escombros de los derrumbes provocados por la pérdida de las ideas democráticas y del sentido de convivencia, secuestrados por corrupciones y gobernantes ausentes e irresponsables. Esta no es una novela testimonial, Dios me libre, ni realista, ni comprometida con nada, pero sí puede dar al lector muchas sugerencias sobre esta especie de situación anómala y un poco claudicante en la que parece que vivimos. Esta en la que parece que mientras mejor nos pueden ir las cosas en el mundo, peor gobernados estamos para que no nos vayan bien.
P. También denuncia en la novela la pérdida de la capacidad de imaginar.
R. Ese sí creo que es, por encima de todo, el gran drama del mundo actual, que el poder ha logrado su objetivo de que perdamos la imaginación. Quizá tenga que ver con el uso de las tecnologías, pero esa precariedad de la imaginación, su pérdida, nos lleva a una pobreza espantosa. Y no hablo sólo del arte, sino de ese motor de lo utópico que daba pie a muchas conquistas también sociopolíticas. Con una percepción lúcida y a veces un poco miserable de lo que somos, pero con imaginación, se han logrado grandes cosas en la historia. Y es triste que este mundo tan prevalecido de tantas cosas hermosas y de tantas posibilidades no ayude a que la imaginación se expanda y sea más intensa y creativa. Por eso hay que potenciar la ficción, la creación de mundos imaginarios, el arte en general, que es lo que más ha ayudado a que la sensibilidad humana crezca y a que seamos seres más complejos y más disfrutadores de las cosas auténticas y podamos defendernos del poder, que siempre está buscando el control.
«No me gusta ser viejo, pero qué le voy a hacer. Lo sobrellevo con mucho arrojo y gracias a la ficción»
P. El año pasado nos hablaba de la estafa de cumplir 80 años, ¿se ha reconciliado con la vejez?
R. No, para nada. La llevo con mucho apresto y arrojo, pero lo cierto es que no. Hace unas tres semanas me han caído 83 y fue el peor día de los últimos que recuerdo. Llevo un camino extraviado, penoso y nada grato, pero qué lo voy a hacer. ¿Sabes lo que pasa? Miro hacia atrás y no me gusta el niño que fui. Cuando fui adolescente, ¡oh!, no volvería yo ni loco ahí. La juventud, bueno, me pareció bastante frustrante. Luego hubo una cierta madurez interesante, diría, pero después he pasado a la vejez y esto ya es lo peor de todo.
P. ¿Y cuál es el remedio para sobrellevarla?
R. Pues la ficción, la imaginación y demás, el vivir otras vidas. Eso es lo que me ha dado un consuelo enorme. Y desde luego la escritura, que es el sostén de mi vida. Hasta que uno pueda, porque, hombre, por mucho que viva, tampoco voy a dar la paliza demasiado, llegará un momento en el que tenga que colgar la pluma. Es un paso es crucial, duro, pero lo aceptaré con resignación, el ser humano va hacia abajo y no pasa nada.
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