Emmanuel Macron ha efectuado este domingo un gesto simbólico importante al hacer escala durante unas horas en Groenlandia, de camino a la cumbre del G-7 en Canadá, para expresar la solidaridad europea con ese vasto territorio ártico, bajo soberanía danesa, frente a las reiteradas amenazas de Donald Trump de anexionarlo, “de una forma y otra”, a Estados Unidos.
El presidente francés hace escala en la isla ártica de camino a la cumbre del G-7 en Canadá
Emmanuel Macron ha efectuado este domingo un gesto simbólico importante al hacer escala durante unas horas en Groenlandia, de camino a la cumbre del G-7 en Canadá, para expresar la solidaridad europea con ese vasto territorio ártico, bajo soberanía danesa, frente a las reiteradas amenazas de Donald Trump de anexionarlo, “de una forma y otra”, a Estados Unidos.
El presidente francés ha sido el primer líder de un país aliado en aterrizar en Nuuk, la capital de esta gigantesca isla poco poblada (solo 57.000 habitantes), para mostrar apoyo ante las pretensiones del inquilino de la Casa Blanca. Macron respondió a una invitación de la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, y del jefe del gobierno autónomo groenlandés, Jens-Frederik Nielsen.
El G-7 en las Rocosas canadienses abordará la guerra entre Israel e Irán y el impacto de los aranceles de EE.UU.
Tiene su lógica que Macron haya aceptado ser el protagonista de ese gesto de resistencia europea a Trump, dado el celo francés, desde los tiempos del general De Gaulle, por mantener una política internacional autónoma, de ser un aliado de EE.UU., aunque “no alineado” con ellos por definición, y menos ahora que Trump está operando una ruptura histórica en el papel de Washington.
Nada más aterrizar en Groenlandia, Macron dijo que su viaje lo hacía por solidaridad europea y para tratar sobre los verdaderos retos de Groenlandia en el terreno de la economía, la emergencia climática y la educación. Al ser preguntado por las amenazas de Trump, el presidente francés contestó: “No creo que sea lo que hacen los aliados. Es importante que Dinamarca y los europeos se comprometan con este territorio, que tiene gran importancia estratégica y cuya integridad territorial debe respetarse”.
Trump ha justificado sus ansias por Groenlandia en razones de seguridad nacional, dado el carácter vital de la ruta marítima ártica y la presencia de navíos militares rusos y chinos. También influye mucho en las apetencias estadounidense la riqueza del subsuelo en tierras raras. La excusa de seguridad es muy relativa, si se tiene en cuenta que Washington ya dispone en el territorio de una gran base militar y que, si hubiera habido un diálogo normal con Copenhague, sin amenazas, probablemente Estados Unidos hubiera obtenido más facilidades para el despliegue de sus fuerzas en la isla, dada la condición de aliados en la OTAN.
Durante la reciente conferencia de la ONU sobre el océano, en Niza, Macron ya advirtió que “Groenlandia no está en venta”, como tampoco lo están los fondos abisales. El presidente francés tuvo ayer una buena acogida, nada que ver con la frialdad que recibió el vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, quien hubo de conformarse con estar en la base aeroespacial de Pituffik.
Macron debía permanecer unas siete horas en suelo groenlandés. En el programa figuraba un recorrido por un fiordo para ver el efecto del calentamiento de los glaciares. Una visita a una central hidroeléctrica fue anulada por el mal tiempo. Luego Macron debía volar a Kananaskis, en la provincia canadiense de Alberta, junto al parque nacional de Banff, en las Rocosas, para una cumbre del G-7 marcada, entre otros temas, por la guerra entre Israel e Irán y por los efectos en el comercio global de la agresiva política arancelaria de Trump.
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