Eduardo Núñez habla desde Murcia. Por unos días ha dejado atrás el mar, la arena y la furgoneta donde vivía. La misma furgoneta que este verano ha tenido que sacar de Ibiza porque ya no se puede vivir en un vehículo. «Está prohibido por normativa en la isla. Ahora no sé dónde voy a dormir cuando vuelva», se lamenta al otro lado del teléfono intentando recomponer su situación laboral.Tiene 43 años, es murciano, profesor de judo y lleva cinco veranos de socorrista en Aguas Blancas, Santa Eulalia. Una playa tan bonita como puñetera por sus corrientes, desprendimientos, su acantilado que cae a cuchillo y unos accesos que parecen diseñados para poner a prueba los tobillos de cualquiera. Oficialmente, la playa está catalogada como de riesgo bajo, pero «si supieran lo que es trabajar ahí…», resopla cada vez que escucha esa etiqueta. «Muchas playas están mal catalogadas y eso significa menos recursos».Eduardo no está solo. Comparte puesto con Ale, su compañero, también contratado por Cruz Roja Española. Juntos llevan semanas denunciando unas condiciones que no sólo consideran indignas, sino peligrosas. El puesto de socorristas de Aguas Blancas carece de lo básico: agua potable, electricidad, sombra suficiente, un baño accesible y un punto de observación adecuado. La caseta que podría servir de refugio permanece cerrada por orden de la ONG. Eduardo y Ale se suben a las escaleras para poder vigilar a los bañistas. Se compraron de su bolsillo dos sombrillas y dos sillas de plástico en un bazar chino para resistir el sol.Noticia Relacionada estandar No Eduardo Blasco, campeón del mundo en salvamento: «La huelga de socorristas es un riesgo que no podemos asumir» Macarena Hortal Vega Los ahogamientos y rescates alcanzan máximos históricos, mientras los profesionales denuncian precariedad«Este año nos han puesto una carpa. No protege del sol, pero al menos da sombra», dice Eduardo con sarcasmo mostrando las fotografías de los edemas en las piernas. Las temperaturas diarias rozan los 40 grados. Golpes de calor y deshidratación forman parte del paisaje. «Así es imposible trabajar».Todo saltó por los aires hace un mes. Él y su compañero recurrieron a un abogado para pedir mejoras básicas. La respuesta -verbal- de la organización: «Nos llamaron para decirnos que nos quitaban el servicio de comida y agua fría», relata Eduardo, que durante seis días seguidos estuvo sin nada.«Represalia laboral»Su abogado habla de «represalia laboral» y «modificación sustancial de las condiciones de trabajo», basado en sentencias del Tribunal Supremo. A otros socorristas les seguían dando comida, a ellos no. «Borraban nuestros mensajes cuando pedíamos explicaciones».Cuando los dos socorristas represaliados propusieron ir andando a la playa más cercana a por agua, la respuesta fue que no podían dejar Aguas Blancas sin vigilancia. «Así que durante una semana comimos gracias a la gente de la playa. Nos traían agua con hielo, bocadillos; yo terminé con ampollas por deshidratación y quemaduras».Eduardo Núñez, bajo la carpa que les han puesto en la playa en la que trabaja ABCEduardo tiene los partes médicos. Y un enfado que se nota en cada palabra. La situación fue tan grave que un técnico de prevención de riesgos laborales de la mutua acudió a la playa, y les dijo que las condiciones eran tan extremas que los socorristas tenían derecho a negarse a seguir prestando servicio.Al día siguiente, Eduardo pasó un reconocimiento médico. Diagnóstico: edema en ambas piernas por calor extremo y deshidratación. Lo derivaron a urgencias hospitalarias, donde repitieron pruebas para descartar daños en riñones, hígado y corazón. Todo está documentado.La presión del abogado hizo que Cruz Roja rectificara a medias. Ahora Eduardo y Ale pueden comer, pero para ello tendrán que caminar veinte minutos de ida y otros veinte de vuelta bajo el sol a las dos de la tarde para recoger su ración. «Parece un castigo», desliza Eduardo sin dudas.La precariedad no afecta sólo a los socorristas sino que repercute directamente en la seguridad de los bañistas. Aguas Blancas está catalogada como playa de riesgo bajo, pese a que acumula desprendimientos, oleaje peligroso y accesos complicados. «Si pasa algo grave, nuestra capacidad de respuesta es mínima. No tenemos medios», advierten los socorristas.En la denuncia de conciliación presentada ante el Tribunal de Arbitraje de Baleares (Tamib), a la que ha tenido acceso ABC, se detallan al menos ocho incumplimientos graves de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. El texto habla de «carencia de un puesto de vigilancia ergonómico y seguro», «balizamiento deficiente», «accesos peligrosos con rampas resbaladizas», «riesgo por desprendimientos» y la existencia de una «edificación en ruinas con riesgo de colapso».En palabras de su abogado, Antonio Gea, «se les están vulnerando sus derechos fundamentales». Este diario se puso en contacto con Cruz Roja para conocer su versión, pero no obtuvo respuesta.La mayor amenaza, el techoY mientras Eduardo batalla para que trabajar no le deje en números rojos, la mayor amenaza sigue siendo el techo. Su salario de socorrista es de 1.438,02 euros brutos al mes por nueve horas de jornada laboral diarias, «y dormir en un camping cuesta 1.000 euros». Hagan las cuentas. Él ya las ha hecho y no le salen. «Sin vivienda no podemos trabajar», se repite.Sus compañeros no hablan. Tienen miedo. Muchos son jóvenes, muchos argentinos y uruguayos que siguen viviendo en furgonetas escondidas o en tiendas de campaña. Eduardo no entiende por qué en Baleares nadie se mueve. Mira con admiración a Cataluña, donde los socorristas han convocado una huelga . El basta ya de los socorristas llega en un verano negro por cifra de ahogamientos. Solo en julio han perdido la vida en el agua 89 personas y en lo que va de año se han registrado 300 muertes, una cifra récord en la última década. «Los socorristas de Barcelona son un referente en profesionalidad y reivindicación. Aquí no sé qué pasa con los sindicatos», lamenta el socorrista de Baleares.Eduardo sigue en Murcia, contando los días para volver a Ibiza sin saber aún dónde dormirá. «En la butaca de un amigo o en el jardín de mi primo», musita. Pero volverá. Alguien tiene que vigilar Aguas Blancas. Eduardo Núñez habla desde Murcia. Por unos días ha dejado atrás el mar, la arena y la furgoneta donde vivía. La misma furgoneta que este verano ha tenido que sacar de Ibiza porque ya no se puede vivir en un vehículo. «Está prohibido por normativa en la isla. Ahora no sé dónde voy a dormir cuando vuelva», se lamenta al otro lado del teléfono intentando recomponer su situación laboral.Tiene 43 años, es murciano, profesor de judo y lleva cinco veranos de socorrista en Aguas Blancas, Santa Eulalia. Una playa tan bonita como puñetera por sus corrientes, desprendimientos, su acantilado que cae a cuchillo y unos accesos que parecen diseñados para poner a prueba los tobillos de cualquiera. Oficialmente, la playa está catalogada como de riesgo bajo, pero «si supieran lo que es trabajar ahí…», resopla cada vez que escucha esa etiqueta. «Muchas playas están mal catalogadas y eso significa menos recursos».Eduardo no está solo. Comparte puesto con Ale, su compañero, también contratado por Cruz Roja Española. Juntos llevan semanas denunciando unas condiciones que no sólo consideran indignas, sino peligrosas. El puesto de socorristas de Aguas Blancas carece de lo básico: agua potable, electricidad, sombra suficiente, un baño accesible y un punto de observación adecuado. La caseta que podría servir de refugio permanece cerrada por orden de la ONG. Eduardo y Ale se suben a las escaleras para poder vigilar a los bañistas. Se compraron de su bolsillo dos sombrillas y dos sillas de plástico en un bazar chino para resistir el sol.Noticia Relacionada estandar No Eduardo Blasco, campeón del mundo en salvamento: «La huelga de socorristas es un riesgo que no podemos asumir» Macarena Hortal Vega Los ahogamientos y rescates alcanzan máximos históricos, mientras los profesionales denuncian precariedad«Este año nos han puesto una carpa. No protege del sol, pero al menos da sombra», dice Eduardo con sarcasmo mostrando las fotografías de los edemas en las piernas. Las temperaturas diarias rozan los 40 grados. Golpes de calor y deshidratación forman parte del paisaje. «Así es imposible trabajar».Todo saltó por los aires hace un mes. Él y su compañero recurrieron a un abogado para pedir mejoras básicas. La respuesta -verbal- de la organización: «Nos llamaron para decirnos que nos quitaban el servicio de comida y agua fría», relata Eduardo, que durante seis días seguidos estuvo sin nada.«Represalia laboral»Su abogado habla de «represalia laboral» y «modificación sustancial de las condiciones de trabajo», basado en sentencias del Tribunal Supremo. A otros socorristas les seguían dando comida, a ellos no. «Borraban nuestros mensajes cuando pedíamos explicaciones».Cuando los dos socorristas represaliados propusieron ir andando a la playa más cercana a por agua, la respuesta fue que no podían dejar Aguas Blancas sin vigilancia. «Así que durante una semana comimos gracias a la gente de la playa. Nos traían agua con hielo, bocadillos; yo terminé con ampollas por deshidratación y quemaduras».Eduardo Núñez, bajo la carpa que les han puesto en la playa en la que trabaja ABCEduardo tiene los partes médicos. Y un enfado que se nota en cada palabra. La situación fue tan grave que un técnico de prevención de riesgos laborales de la mutua acudió a la playa, y les dijo que las condiciones eran tan extremas que los socorristas tenían derecho a negarse a seguir prestando servicio.Al día siguiente, Eduardo pasó un reconocimiento médico. Diagnóstico: edema en ambas piernas por calor extremo y deshidratación. Lo derivaron a urgencias hospitalarias, donde repitieron pruebas para descartar daños en riñones, hígado y corazón. Todo está documentado.La presión del abogado hizo que Cruz Roja rectificara a medias. Ahora Eduardo y Ale pueden comer, pero para ello tendrán que caminar veinte minutos de ida y otros veinte de vuelta bajo el sol a las dos de la tarde para recoger su ración. «Parece un castigo», desliza Eduardo sin dudas.La precariedad no afecta sólo a los socorristas sino que repercute directamente en la seguridad de los bañistas. Aguas Blancas está catalogada como playa de riesgo bajo, pese a que acumula desprendimientos, oleaje peligroso y accesos complicados. «Si pasa algo grave, nuestra capacidad de respuesta es mínima. No tenemos medios», advierten los socorristas.En la denuncia de conciliación presentada ante el Tribunal de Arbitraje de Baleares (Tamib), a la que ha tenido acceso ABC, se detallan al menos ocho incumplimientos graves de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. El texto habla de «carencia de un puesto de vigilancia ergonómico y seguro», «balizamiento deficiente», «accesos peligrosos con rampas resbaladizas», «riesgo por desprendimientos» y la existencia de una «edificación en ruinas con riesgo de colapso».En palabras de su abogado, Antonio Gea, «se les están vulnerando sus derechos fundamentales». Este diario se puso en contacto con Cruz Roja para conocer su versión, pero no obtuvo respuesta.La mayor amenaza, el techoY mientras Eduardo batalla para que trabajar no le deje en números rojos, la mayor amenaza sigue siendo el techo. Su salario de socorrista es de 1.438,02 euros brutos al mes por nueve horas de jornada laboral diarias, «y dormir en un camping cuesta 1.000 euros». Hagan las cuentas. Él ya las ha hecho y no le salen. «Sin vivienda no podemos trabajar», se repite.Sus compañeros no hablan. Tienen miedo. Muchos son jóvenes, muchos argentinos y uruguayos que siguen viviendo en furgonetas escondidas o en tiendas de campaña. Eduardo no entiende por qué en Baleares nadie se mueve. Mira con admiración a Cataluña, donde los socorristas han convocado una huelga . El basta ya de los socorristas llega en un verano negro por cifra de ahogamientos. Solo en julio han perdido la vida en el agua 89 personas y en lo que va de año se han registrado 300 muertes, una cifra récord en la última década. «Los socorristas de Barcelona son un referente en profesionalidad y reivindicación. Aquí no sé qué pasa con los sindicatos», lamenta el socorrista de Baleares.Eduardo sigue en Murcia, contando los días para volver a Ibiza sin saber aún dónde dormirá. «En la butaca de un amigo o en el jardín de mi primo», musita. Pero volverá. Alguien tiene que vigilar Aguas Blancas.
Eduardo Núñez habla desde Murcia. Por unos días ha dejado atrás el mar, la arena y la furgoneta donde vivía. La misma furgoneta que este verano ha tenido que sacar de Ibiza porque ya no se puede vivir en un vehículo. «Está prohibido por normativa … en la isla. Ahora no sé dónde voy a dormir cuando vuelva», se lamenta al otro lado del teléfono intentando recomponer su situación laboral.
Tiene 43 años, es murciano, profesor de judo y lleva cinco veranos de socorrista en Aguas Blancas, Santa Eulalia. Una playa tan bonita como puñetera por sus corrientes, desprendimientos, su acantilado que cae a cuchillo y unos accesos que parecen diseñados para poner a prueba los tobillos de cualquiera. Oficialmente, la playa está catalogada como de riesgo bajo, pero «si supieran lo que es trabajar ahí…», resopla cada vez que escucha esa etiqueta. «Muchas playas están mal catalogadas y eso significa menos recursos».
Eduardo no está solo. Comparte puesto con Ale, su compañero, también contratado por Cruz Roja Española. Juntos llevan semanas denunciando unas condiciones que no sólo consideran indignas, sino peligrosas. El puesto de socorristas de Aguas Blancas carece de lo básico: agua potable, electricidad, sombra suficiente, un baño accesible y un punto de observación adecuado. La caseta que podría servir de refugio permanece cerrada por orden de la ONG. Eduardo y Ale se suben a las escaleras para poder vigilar a los bañistas. Se compraron de su bolsillo dos sombrillas y dos sillas de plástico en un bazar chino para resistir el sol.
«Este año nos han puesto una carpa. No protege del sol, pero al menos da sombra», dice Eduardo con sarcasmo mostrando las fotografías de los edemas en las piernas. Las temperaturas diarias rozan los 40 grados. Golpes de calor y deshidratación forman parte del paisaje. «Así es imposible trabajar».
Todo saltó por los aires hace un mes. Él y su compañero recurrieron a un abogado para pedir mejoras básicas. La respuesta -verbal- de la organización: «Nos llamaron para decirnos que nos quitaban el servicio de comida y agua fría», relata Eduardo, que durante seis días seguidos estuvo sin nada.
«Represalia laboral»
Su abogado habla de «represalia laboral» y «modificación sustancial de las condiciones de trabajo», basado en sentencias del Tribunal Supremo. A otros socorristas les seguían dando comida, a ellos no. «Borraban nuestros mensajes cuando pedíamos explicaciones».
Cuando los dos socorristas represaliados propusieron ir andando a la playa más cercana a por agua, la respuesta fue que no podían dejar Aguas Blancas sin vigilancia. «Así que durante una semana comimos gracias a la gente de la playa. Nos traían agua con hielo, bocadillos; yo terminé con ampollas por deshidratación y quemaduras».
ABC
Eduardo tiene los partes médicos. Y un enfado que se nota en cada palabra. La situación fue tan grave que un técnico de prevención de riesgos laborales de la mutua acudió a la playa, y les dijo que las condiciones eran tan extremas que los socorristas tenían derecho a negarse a seguir prestando servicio.
Al día siguiente, Eduardo pasó un reconocimiento médico. Diagnóstico: edema en ambas piernas por calor extremo y deshidratación. Lo derivaron a urgencias hospitalarias, donde repitieron pruebas para descartar daños en riñones, hígado y corazón. Todo está documentado.
La presión del abogado hizo que Cruz Roja rectificara a medias. Ahora Eduardo y Ale pueden comer, pero para ello tendrán que caminar veinte minutos de ida y otros veinte de vuelta bajo el sol a las dos de la tarde para recoger su ración. «Parece un castigo», desliza Eduardo sin dudas.
La precariedad no afecta sólo a los socorristas sino que repercute directamente en la seguridad de los bañistas. Aguas Blancas está catalogada como playa de riesgo bajo, pese a que acumula desprendimientos, oleaje peligroso y accesos complicados. «Si pasa algo grave, nuestra capacidad de respuesta es mínima. No tenemos medios», advierten los socorristas.

Ahogamientos en España
por comunidades autónomas
Datos de 2025 hasta la publicación del gráfico
/ En número de ahogamientos
Andalucía
Canarias
C. Valenciana
Cataluña
Galicia
Castilla y León
Baleares
C.-La Mancha
Asturias
Murcia
Cantabria
País Vasco
Aragón
Madrid
La Rioja
Navarra
Melilla
Extremadura
Ahogados
De 5 a 10
Más de 30
Hasta 5
De 11 a 30
Ninguno
Lugares donde se producen
los ahogamientos
Total ahogamientos
(últimos datos
de julio / 2025)
Piscina
Embalse
Parque acuático
Balsa de riego
Piscina natural y pozas
Pozo, cueva, puerto, charca,
bañera, estanque,fuente, muelle,
pantano, acequia, acantilado y lodo
Fuente: INA (Informe Nacional de Ahogamientos) / ABC

Ahogamientos en España por comunidades autónomas
Datos de 2025 hasta la publicación del gráfico / En número de ahogamientos
Andalucía
Canarias
C. Valenciana
Ahogados
Cataluña
Más de 30
Galicia
De 11 a 30
Castilla y León
De 5 a 10
Baleares
Hasta 5
Castilla-La Mancha
Ninguno
Asturias
Murcia
Cantabria
País Vasco
Aragón
Madrid
La Rioja
Navarra
Melilla
Extremadura
Lugares donde se producen los ahogamientos
Pozo, cueva, puerto, charca, bañera,
estanque, fuente, muelle, pantano,
acequia, acantilado y lodo
Piscina natural y pozas
Balsa de riego
Parque acuático
Total
ahogamientos
(últimos datos
acumulados / 2025)
Embalse
Piscina
Fuente: INA (Informe Nacional de Ahogamientos) / ABC
En la denuncia de conciliación presentada ante el Tribunal de Arbitraje de Baleares (Tamib), a la que ha tenido acceso ABC, se detallan al menos ocho incumplimientos graves de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. El texto habla de «carencia de un puesto de vigilancia ergonómico y seguro», «balizamiento deficiente», «accesos peligrosos con rampas resbaladizas», «riesgo por desprendimientos» y la existencia de una «edificación en ruinas con riesgo de colapso».
En palabras de su abogado, Antonio Gea, «se les están vulnerando sus derechos fundamentales». Este diario se puso en contacto con Cruz Roja para conocer su versión, pero no obtuvo respuesta.
La mayor amenaza, el techo
Y mientras Eduardo batalla para que trabajar no le deje en números rojos, la mayor amenaza sigue siendo el techo. Su salario de socorrista es de 1.438,02 euros brutos al mes por nueve horas de jornada laboral diarias, «y dormir en un camping cuesta 1.000 euros». Hagan las cuentas. Él ya las ha hecho y no le salen. «Sin vivienda no podemos trabajar», se repite.
Sus compañeros no hablan. Tienen miedo. Muchos son jóvenes, muchos argentinos y uruguayos que siguen viviendo en furgonetas escondidas o en tiendas de campaña. Eduardo no entiende por qué en Baleares nadie se mueve. Mira con admiración a Cataluña, donde los socorristas han convocado una huelga. El basta ya de los socorristas llega en un verano negro por cifra de ahogamientos. Solo en julio han perdido la vida en el agua 89 personas y en lo que va de año se han registrado 300 muertes, una cifra récord en la última década. «Los socorristas de Barcelona son un referente en profesionalidad y reivindicación. Aquí no sé qué pasa con los sindicatos», lamenta el socorrista de Baleares.
Eduardo sigue en Murcia, contando los días para volver a Ibiza sin saber aún dónde dormirá. «En la butaca de un amigo o en el jardín de mi primo», musita. Pero volverá. Alguien tiene que vigilar Aguas Blancas.
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