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Donald Tump nunca ha sido un liberal y hasta sus más cerrados propagandistas lo saben, salvo para alguno que no pisa la calle. Al margen de una política presupuestaria y fiscal expansiva, el presidente de Estados Unidos sólo entiende la libertad de empresa cuando favorece a sus intereses. Ahora sabemos que Javier Milei, el anarcolibertario de la motosierra, el fanático del libre mercado más puro de todo el planeta, tampoco lo es. De hecho, puede pasar a la historia como quien dé la última palada de tierra al neoliberalismo.
La línea de ayuda de 20.000 millones de dólares que ha lanzado la Casa Blanca al Gobierno argentino no supone, cuantitativamente, un gran impacto para sus cuentas. En total debe 37 billones de dólares. El asunto está en lo conceptual. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha comparado la operación, que incluye la compra de pesos y bonos suramericanos, con el what ever it takes con el que Mario Draghi sofocó la crisis de deuda soberana de Italia y España en 2012. Hay diferencias. El Tesoro estadounidense no es un banco central, con lo cual el riesgo del peso argentino –el moral y el monetario– se transfiere directamente al contribuyente norteamericano. Que se sepa no le han preguntado. La Casa Blanca tampoco es una impresora de dólares. Todo va al déficit y la deuda.
La intervención es coherente con el ideario de Trump. El presidente de Estados Unidos penaliza a quienes se alejan de su bloque ideológico, como Brasil, a quien impone aranceles salvajes, y rescata a quienes permanecen en él. Son sus normas. Por este motivo, ha condicionado el mantenimiento de la línea de crédito a que los argentinos continúen votando al líder libertario. Milei no era así. Introdujo en su decálogo de Gobierno que los votos nunca condicionarían su política económica. No sabíamos que su insobornable mandamiento se podía externalizar.
El rescate americano tiene un notable riesgo de resultar inútil. Milei ha logrado rebajar la inflación a partir de una política de ajustes, pero la evolución de su economía no ha devuelto la confianza a los inversores ni, sobre todo, a los argentinos. Los fundamentales del país continúan siendo muy frágiles y es bastante previsible que el presidente no cuente con apoyos para iniciar las reformas que, según él, pueden enderezarlos.
Argentina es una economía insignificante, pero Milei era el símbolo de una nueva corriente revolucionaria que denostaba el papel del Estado. Su fracaso, paradójicamente, le convierte en sepulturero de lo que queda de neoliberalismo. Él, no «los zurdos».
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