El pebetero de luz y agua pulverizada se eleva puntual, llegada la noche, a sesenta metros de altura sobre el parque de las Tullerías. El retorno del globo con su llama eléctrica, ese fuego simulado al que obliga la conciencia ecologista, agita la nostalgia olímpica en París. Los Juegos del año pasado dejaron muy buen sabor de boca. Mimaron el ego colectivo de los franceses, que no es pequeño. Sienta bien recordarlos.
El estío parisino ofrece estampas que hacen añorar los Juegos, un 14 de julio con drones, una exposición colosal y la paz de siempre en el jardín de Luxemburgo
El pebetero de luz y agua pulverizada se eleva puntual, llegada la noche, a sesenta metros de altura sobre el parque de las Tullerías. El retorno del globo con su llama eléctrica, ese fuego simulado al que obliga la conciencia ecologista, agita la nostalgia olímpica en París. Los Juegos del año pasado dejaron muy buen sabor de boca. Mimaron el ego colectivo de los franceses, que no es pequeño. Sienta bien recordarlos.
“Fue un periodo muy chulo, la verdad, y es una lástima que hayan eliminado otros símbolos, como los cinco anillos de la torre Eiffel”, comenta un joven veinteañero que parece más aficionado a los arrumacos con su novia que a observar el globo. “Estuvieron bien organizados, con mucha policía en la calle, y por suerte no pasó nada”, tercia Arnaud, un jubilado, quien insiste al periodista en que “los franceses somos un pueblo de quejicas”.
No todo son cenas en ‘rooftops’; el calor es asfixiante en las antiguas buhardillas del servicio doméstico
La presencia del pebetero ya no levanta la expectación del verano pasado. Dejà vu . Además, esta zona de las Tullerías ha recuperado su tradicional parque de atracciones, con la noria gigante, los puestos de creps, gaufres y churros, y un tiovivo de época que cuesta 5 euros por tres minutos. “La vida es cara”, se justifica el empleado de la taquilla.
La nostalgia olímpica puede vivirse también zambulléndose en el Sena, que fue el gran protagonista de la osada ceremonia de apertura y de las polémicas pruebas de triatlón. El pasado 5 de julio se puso fin a 102 años de prohibición del baño en el río al inaugurar el Ayuntamiento tres áreas acotadas para nadar, con instalaciones muy dignas y socorristas. Uno de los primeros en echarse al agua fue Olivier Houel, de 72 años, en la zona de Grenelle. “Hace años vi que la gente se bañaba en el Hyde Park, en Londres, hoy lo podemos hacer aquí”, declaró Houel a este diario, contento de la experiencia. “Creo que hay gente inteligente que gestiona esto y si hubiera peligro no dejarían bañarse”, dijo Laurent Bruder, de 51 años, frente a las dudas higiénicas que aún provoca el Sena a pesar de los 1.400 millones de euros invertidos para purificar los vertidos.

Julio Muñoz / EFE
El verano de verdad en París no empieza hasta el 14 de julio, día de la Bastilla, la fiesta nacional, con su desfile militar en los Campos Elíseos y el espectáculo pirotécnico de la noche sobre la torre Eiffel. Este año cayó en lunes, por tanto el éxodo vacacional empezó ya el viernes previo, con los inevitables atascos kilométricos. Los fuegos artificiales fueron muy innovadores. La pólvora retrocedió e irrumpieron con fuerza la luz y las figuras construidas sobre el cielo por un millar de drones en perfecta coordinación. Un show prodigioso.
Verano en París es sinónimo de terrazas muy concurridas hasta horas inusuales, cócteles y cenas en rooftops de moda y festivales de música. Pero para muchos la vida en la ciudad no es ni glamurosa ni fácil durante los periodos de calor extremos, cada vez más habituales, cuando la temperatura ronda los 40 grados. El aire acondicionado es una rareza en las viviendas. Resultan insoportables las llamadas chambres de bonne (minúsculas buhardillas, bajo el tejado, donde solía vivir el servicio doméstico), pese a esa leyenda romántica de un París a menudo mitificado que se asocia a estos habitáculos tan literarios como incómodos.
Cada año hay una exposición estrella que nadie con afán cultural puede perderse tanto si vive en París como si está de visita. En esta ocasión se trata de la colosal retrospectiva del artista británico David Hockney en la Fundación Louis Vuitton. Las obras del genio de Bradford, uno de los máximos exponentes del arte pop y aún en plena actividad a sus 88 años, dejan al público extasiado por su explosión de colores, su imaginación y sus juegos de perspectivas. Hay obras míticas de su periodo en la California hedonista, libre y soleada, con sus pinturas de piscinas ( Pool with two figures o A bigger splash). Quien no se atreva a refrescarse en el Sena (entrada y vestuarios gratuitos) puede hacerlo, mentalmente, contemplando las estilizadas piscinas de Hockney… siempre que haya podido reservar la entrada por internet o tenga la paciencia de hacer cola para comprar un ticket de manera espontánea en el museo.

Parisinfo
Un verano en París regala, sin embargo, otros placeres más asequibles, menos ambiciosos, pero que pueden ser muy agradables. Sirven para descubrir el latido íntimo de la metrópoli, lugares de reposo y reflexión, de deporte o de galanteo (una función principal de los parques de París en el pasado). Basta con acercarse a media tarde al jardín de Luxemburgo después de vagar por las librerías y anticuarios del barrio.
En este elegante pulmón urbano es obligado acomodarse en una de esas sillas verdosas tan características, con respaldo recto o reclinado. No será fácil encontrar una zona bien sombreada. Las 23 hectáreas del parque contienen 3.000 árboles de especies muy diversas. El visitante puede escoger sentarse, con el sol a su espalda, sin prisas, junto a la estatua de Margarita de Anjou, reina de Inglaterra, que encontrará entrando por la puerta Gay-Lussac, en el bulevar Saint-Michel. Mirando hacia delante, verá la punta de la torre Eiffel; a la derecha, el palacio del Senado y las dos torres de los campanarios de la iglesia de Saint-Sulpice. Con suerte, algunas nubes surcarán el cielo, lentas o rápidas, según el viento. Quizás se sentará enfrente una familia de turistas americanos que acaba de comprar helados, como le sucedió al cronista. Eso es también, por supuesto, un verano en París.
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