De todas las guerras en Oriente Medio, la más grave de todas es la que enfrenta a Israel contra Irán. No es la que más muertos genera –las masacres cotidianas en Gaza parecen insuperables-, pero es la más desestabilizadora, la que más daño social, político y económico puede causar, tanto en la región como en el resto del mundo.
Israel no tiene una estrategia clara para salir del conflicto con Irán y Estados Unidos no la tiene para entrar
De todas las guerras en Oriente Medio, la más grave de todas es la que enfrenta a Israel contra Irán. No es la que más muertos genera –las masacres cotidianas en Gaza parecen insuperables-, pero es la más desestabilizadora, la que más daño social, político y económico puede causar, tanto en la región como en el resto del mundo.
La confrontación ha causado más de 225 muertos en Irán y más de 24 en Israel. Los heridos se cuentan por miles.
Israel no tiene una estrategia clara para salir del conflicto y Estados Unidos, su principal aliado, no la tiene para entrar.
Esta indefinición tendrá consecuencias graves y duraderas para todos los países implicados, así como para las economías más dependientes del petróleo.
ISRAEL
La guerra como estrategia política más que militar
Es difícil saber cuándo el primer ministro Beniamin Netanyahu podrá cantar victoria. Al igual que en Gaza, aquí no está claro que tenga una estrategia de salida.
Irán es una amenaza existencial para Israel y la razón inicial de los bombardeos fue destruir las instalaciones nucleares. Sin aportar pruebas, Netanyahu asegura que Irán estaba muy cerca de producir una bomba atómica.
La ofensiva aérea ha sido un éxito desde el primer momento. Sin embargo, el ex primer ministro Ehud Bark ha asegurado a la CNN que Israel solo puede retrasar el programa nuclear iraní unas pocas semanas.
A medida que se han ido alcanzado los objetivos militares, éstos se han ampliado. De bombardear las centrales atómicas y asesinar a la cúpula militar y científica se ha pasado a destruir los sistemas de misiles y las infraestructuras energéticas. Hasta la sede de la televisión pública ha sido alcanzada.
Sin embargo, cualquier buen estratega militar sabe que la superioridad aérea te da una gran ventaja pero no la victoria sin una acción terrestre.
Por eso, Netanyahu apela a los iraníes para que lideren una contrarrevolución. Quiere un cambio de régimen en Teherán, aunque no tenga el ejército para imponerlo. Lo necesita para que la sociedad israelí le perdone su responsabilidad en la estrategia para contener a Hamas antes de la masacre del 7 de octubre.
Esta guerra, como todas, favorece la unidad en torno al liderazgo político. A Netanyahu también le interesa alargar la guerra, así como el conflicto de Gaza, hasta las elecciones del año próximo. Aspira a ganar de nuevo, esta vez a lomos de un León Naciente, nombre de la campaña militar contra Irán. La guerra y el poder son su escudo.
IRÁN
Israel fortalece al régimen
La facilidad con la que opera la fuerza aérea israelí en Irán indica que la república islámica no constituía una amenaza inminente.
Cuarenta y seis años después de la revolución y habiendo perdido a buena parte de sus aliados en la región, el régimen parece exhausto. Un acuerdo diplomático sobre el futuro de su programa atómico parecía lo más conveniente.
Irán insiste que, como miembro del Tratado de No Proliferación Nuclear, tiene derecho a construir centrales nucleares con fines civiles. Sufre un déficit de producción eléctrica y los apagones son recurrentes.
Las negociaciones con EE.UU. planteaban un sistema regional de producción de combustible nuclear. Otros países, como Arabia Saudí, podrían beneficiarse. Ahora, las conversaciones están rotas y es muy difícil que puedan reemprenderse.
Irán hace tiempo que diseminó y enterró las instalaciones nucleares donde enriquece uranio. Esta planificación le permitirá reactivar el programa atómico.
Asimismo, como cualquier tiranía, acentuará su paranoia, tanto hacia el exterior como para reprimir a la disidencia interna. De momento, sin embargo, no lo necesita.
Aunque sea muy impopular -un 80% de los 92 millones de iraníes están en contra de los ayatolas- nadie va a tumbar al régimen.
Las protestas por la reforma electoral a finales de los años noventa, la revuela de los estudiantes en 1999, la revolución verde del 2009 y el 2010 y la revolución de las mujeres en el 2022 surgieron desde el interior de la sociedad iraní. Obedecían a una lógica interna.
Que Netanyahu, el agresor a ojos de cualquier iraní, pida ahora otra revuelta es garantía de que no sucederá. La ofensiva israelí ha unido a los iraníes. No hay oposición en el exilio que pueda ser una alternativa y las voces críticas del interior, como la de los premios Nobel Shirin Ebadi y Narges Mohamadi, así como la del cineasta Jafar Panahi, condenan las muertes –también las israelíes- y piden que no se enriquezca más uranio. Defienden una transición pacífica a la democracia, pero no una contrarrevolución.
Irán tiene las terceras reservas más grandes de petróleo y controla el estrecho de Ormuz, por donde cada día circula una quinta parte de las necesidades energéticas del mundo.
La guerra encarecerá el petróleo y dificultará la lucha de muchos países contra la inflación, justo ahora que los aranceles de Trump auguran un aumento generalizado de precios. Irán, más que Israel o Estados Unidos, se ve, sobre todo en China, India y el sur global, como una garantía de energía asequible.
ESTADOS UNIDOS
Trump quiere hacer negocios, no la guerra, pero…
Una de las promesas más firmes y constantes de Donald Trump ha sido la de no meter a Estados Unidos en otra guerra. La razón de ser de la estrategia nacionalpopulista conocida como Primero América es mantener al país al margen de conflictos ajenos.
El presidente ha buscado un acuerdo nuclear con Irán y aún cree que es posible. Sin embargo, no ha podido contener a Netanyahu, partidario de la fuerza y no de la diplomacia para impedir que Irán adquiera la bomba. Le pidió que no atacara, pero el primer ministro israelí no le hizo caso y ahora se ve arrastrado a una guerra que no quiere.
Para hacer daño de verdad a las instalaciones nucleares iraníes ha de lanzar muchas bombas de gran tonelaje desde superbombarderos ubicados en bases tan lejanas como Diego García. Y aún así, según el cálculo del exprimer ministro israelí a la CNN, solo retrasaría el programa iraní unos cuantos meses. ¿Qué sentido tiene?
Lo que más desea Trump es hacer negocios con los países árabes, como los que cerró en la gira del mes pasado. Para eso necesita estabilidad, no guerra.
El problema es que no sabe cómo conseguirla. Sus esfuerzos diplomáticos han fracasado en Ucrania y Gaza, y ahora se estrellan en Irán. No tiene un equipo a la altura de estos retos. Al priorizar la lealtad sobre la competencia, se ha rodeado de mediocres.
Su secretario de Defensa es un halcón partidario de atacar Irán, pero su consejera de seguridad nacional se opone. Es más, asegura que no hay pruebas de que Irán estuviera a punto de armar una bomba atómica.
Trump no olvida el desastre de la invasión de Irak en el 2003 con la excusa inventada de las armas de destrucción masiva. Siguieron ocho años de guerra de los que no salió nada bueno, sino todo lo contrario. El Estado Islámico es consecuencia de aquel error estratégico. La proliferación de milicias proiraníes en la región, también.
Trump no atacará Irán si se mantiene fiel a sí mismo y deja que su instinto le guíe. Es lo que ha hecho siempre. Ayer insistía en que nadie sabe qué decisión tomará y lo más peligroso es que todo indica que él tampoco lo sabe.
LOS PAÍSES ÁRABES
Calma a pesar de la derrota
Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos han criticado a Israel por atacar Irán y se han solidarizado con la república islámica. La retórica oficial concuerda con la opinión pública en estos países.
Sin embargo, como es habitual, una vez expresada la condena las monarquías absolutistas del Golfo se ponen de perfil. Desearían que en Israel hubiera un gobierno capaz de negociar con Irán y los palestinos. Necesitan estabilidad para hacer negocios con Estados Unidos y también con Israel, como es su deseo.
Tampoco quieren que Irán tenga la bomba atómica. Sería una amenaza existencial para todos ellos. Pero creen que la mejor manera de evitarlo es a través de una negociación como la que estaba en marcha en Omán hasta el pasado fin de semana.
Hace dos años, Mohamed Bin Salman, príncipe heredero en la casa de los Saud, dio un paso para normalizar la relación con Irán. China facilitó el contacto. La reconciliación aún está lejana, pero Riyad entiende que ha de ayudar a que la república islámica no colapse. Otro Irak y otra Siria, es decir, un Irán descabezado, a merced de grupos armados, sería devastador para toda la región.
Arabia Saudí y los Emiratos se han comprometido a comprar aviones, tecnología y armas a Estados Unidos por valor de miles de millones de dólares. La guerra encarece estas inversiones porque sube el coste de los seguros y el transporte.
Por eso han de ser pragmáticos y mantener la calma mientras presionan a Trump para que no ataque a Irán y disuada a Netanyahu de buscar un cambio de régimen. Le dicen que peligran sus negocios personales en la región, de las criptomonedas a las promociones inmobiliarias, y él lo entiende muy bien.
RUSIA
Putin pierde, pero también gana
Hace cinco meses Irán y Rusia firmaron un acuerdo estratégico. No les obliga a nada pero es indicativo de la estrecha relación militar que mantienen.
Gran parte de los sistemas de miles iraníes tienen tecnología rusa y gran parte de los drones que Rusia lanza contra Ucrania son iraníes. La guerra que ha iniciado Israel debilita a su último aliado en Oriente Medio. Ahora que ha perdido a Siria solo le queda Irán.
Putin, por lo tanto, pierde con esta guerra, pero también gana. Los hidrocarburos son su principal fuente de ingresos y cuanto más se encarezcan, más dinero tendrá para seguir combatiendo en Ucrania.
Asimismo, sabe que mientras la tensión se mantenga alta en Oriente Medio, Estados Unidos y los países europeos se olvidarán de Ucrania.
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