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Aunque resulte difícil de creer, a cualquiera que lea la prensa de manera cotidiana, los últimos tres meses han sido excepcionales para la bolsa mundial. Desde que en abril Trump pospusiera la aplicación de los aranceles y se iniciaran las negociaciones comerciales bilaterales, la bolsa global ha ganado más de un 25%. Los inversores creen que estos acuerdos devolverán la economía a algo parecido a la normalidad pre-Trump. Es más, si en breve se firma un acuerdo más o menos benigno entre EEUU y China, podríamos cerrar el año con un rendimiento bursátil espectacular.
¿Es razonable pensar que la dinámica de colaboración mundial puede volver? Permítanme una breve digresión: en lo que sin duda es un síntoma de crisis tardía de los cuarenta, llevo unos meses obsesionado con el periodo napoleónico, y no puedo evitar ver ciertos paralelismos entre el entusiasmo que rodea hoy a los mercados y la narrativa que envolvió la batalla de Waterloo. Por poner en contexto a la gente normal que tiene mejores cosas que hacer: Waterloo fue la derrota definitiva de Napoleón frente a una coalición de tropas europeas. Napoleón se había pasado 20 años esparciendo, a base de cañonazos, las ideas liberales de la revolución francesa: soberanía de los ciudadanos, sufragio universal, centralismo, abolición de privilegios de la nobleza, laicismo y esas cosas. Enfrente tenía a todas las monarquías europeas, conservadoras y con su puntito absolutista, a las que esto no hacía gracia.
Y perdió. La caída de Napoleón se vivió, y se vendió, como una derrota de las ideas republicanas, y una vuelta al orden establecido. Pero era una ilusión. Esa batalla no frenó el avance del liberalismo, apenas lo pospuso unos años. En menos de medio siglo, todos los vencedores habían adoptado el credo del vencido: en 1832 el Reino Unido amplía el sufragio burgués, en 1848 Prusia aprueba una constitución y liberaliza la propiedad de la tierra y en 1861 Rusia libera a 23 millones de campesinos de su servidumbre y les da el derecho a comprar tierras. Las grandes transformaciones de la historia tardan décadas o siglos en formarse, pero una vez en marcha tienen una inercia abrumadora. Por mucho que se celebrara en los palacios europeos, Waterloo no cambió nada.
Los acuerdos comerciales de 2025 tampoco cambiarán gran cosa. No habrá una vuelta a la normalidad, ni siquiera cuando se marche Trump. Tendemos a olvidar que fue Biden el que, además de no revertir los aranceles sobre China cuando tuvo la oportunidad, adoptó medidas fuertemente proteccionistas como la Inflation Reduction Act para impulsar la relocalización a Estados Unidos de muchas empresas.
En realidad, el proceso mundial de desglobalización empezó mucho antes de que llegara Trump, con la crisis de 2008. La cumbre globalizadora se alcanzó en 2007, año récord en inversión (casi un 6% del PIB mundial frente al 1,3% de 2024) y comercio internacional (en 40 años triplicó su peso hasta un 60% del PIB mundial). Además, es falso que sea un movimiento eminentemente americano: unos 100 países que representan más del 90% de la economía mundial están adoptando formalmente estrategias industriales. Desde la pandemia, los subsidios se han disparado y, por ejemplo, en términos de ayudas a semiconductores, EEUU apenas representa el 15 % de lo comprometido por las siete economías más activas.
¿Cómo se invierte en esto? Dos factores a tener en cuenta. Primero, el intervencionismo actual invita a repensar la estrategia pasiva de diversificación total. Si los semiconductores van a recibir subsidios equivalentes al 60 % de sus ventas, y el gasto en defensa se va a duplicar, es difícil argumentar que ignoramos todo sobre el futuro. Estos sectores no están compitiendo en condiciones normales. Es como partir 30 metros por delante en una carrera de 100 metros. Esto impacta en la diversificación geográfica: las grandes empresas de defensa europeas están concentradas en un puñado de países: Reino Unido, Francia y Alemania, principalmente.
Segundo, cada vez más hay que incorporar criterios geopolíticos en las decisiones de inversión. La actividad de sectores como teleco, infraestructuras y bancos se regirá en los próximos años por criterios cada vez menos de mercado y más políticos.
En resumen, estos acuerdos comerciales generan la ilusión de que hemos sorteado un destino complicado, cuando en realidad no son más que pequeños Waterloos. Los procesos que importan siguen desarrollándose imperturbables y hemos de jugar con las nuevas reglas.
Francisco Quintana es director de Estrategia de Inversión de ING España.
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