“Todo lo que sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
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“Todo lo que sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
Albert Camus
Si eres un aficionado del Real Madrid y compartes las afinidades políticas típicas del madridismo, ¿a quién odias más, al Barça o a Pedro Sánchez? Si eres un aficionado normal del Barça, catalanista como Dios manda, ¿a quién odias más, al Madrid o a Isabel Díaz Ayuso?
Lo sé. Son preguntas de una finura extrema, abiertas a las más matizadas interpretaciones. Quizá me equivoque, pero me inclino a pensar que son los políticos los que generan una aversión más visceral. Donde no me equivoco, seguro, es en lo siguiente: es un error caer en la tentación de ver una equivalencia entre las afiliaciones tribales de la política y del fútbol.
Quizá fue valida la comparación en otra época, pero en los tiempos fanáticos que corren, ya no. El futbolero es más racional, frío y contemplativo—menos polarizado—que el forofo político. El impulso es el mismo: el del sentido de pertenencia. Pero la capacidad de autocrítica del futbolero es mayor.

Europa Press News / Getty
Esto se debe en primer lugar a que la mayoría de la gente sabe más de fútbol que de política y de todo lo que le rodea, como el funcionamiento de la economía o la diplomacia internacional. Una persona normal es bastante más capaz de tener una conversación informada sobre los méritos de colocar a Mbappé en la banda o de delantero centro, o de elegir a Lewandowski o a Ferran Torres como titular, que de opinar sobre la idoneidad de Carlos Cuerpo como ministro de Economía o de José Manuel Albares al mando de Asuntos Exteriores.
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En los tiempos fanáticos que corren, el futbolero estándar es más racional que el forofo político
Y cuanto menos conocimiento, más credulidad, más populismo, más lealtad ciega. Los fieles de Vox no se detienen a cuestionar la capacidad de Santiago Abascal de gobernar con el criterio necesario para mantener el extraordinario crecimiento económico de España, muy por encima de la media europea en los últimos años. Pese a que comentaristas cualificados del resto del mundo no dejan de admirar “el milagro español”, el devoto de Vox, o del Partido Popular, se niega a reconocer que semejante milagro siquiera ha ocurrido.
A Sánchez y a su equipo, ni agua. Pero un madridista puede tener la generosidad intelectual de reconocer que Pedri es hoy el mejor centrocampista del mundo, o un culé de que en su día el mejor fue Modric. Tampoco el futbolero es ciego con los suyos. Es leal a su club pero siempre con una sana dosis de escepticismo. Uno puede ser muy fan del Barça pero estar convencido de que la reconstrucción del Camp Nou ha sido un fiasco o que su dirigente máximo es, como dicen las malas lenguas, “un chorizo”. Uno puede ser muy fan del Madrid y creer que su presidente es más déspota que un rey medieval o que su jugador más determinante, al que le “robaron” el Balón de Oro el año pasado, es un tarado.
El fútbol es una religión, dicen. Bueno, hoy en día la fe predomina más en el fútbol que en la política. Hay más contenido ideológico en la mente futbolera que en la mente política. Un aficionado del Barça quiere que su equipo gane, pero con arte. Que combine estética y ciencia, como las obras de Gaudí. Un aficionado del Madrid valora el poder y la fuerza, ganar aplastando, como corresponde por antigua tradición a la capital del Estado. Las identidades de los clubs de fútbol son eternas. No las de los partidos políticos.
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Y no hablo solo de España sino también de muchos países más, entre los que destaca el que mayor capacidad de contagio tiene sobre los demás, Estados Unidos. Trump no tiene ideología. Por ejemplo, los republicanos siempre habían defendido el comercio libre. Ahora, con el apoyo incondicional de sus súbditos en el Congreso, Trump impone aranceles, juega según reglas que nada que tienen que ver con el dogma histórico de su partido. Hace una revolución (como si el Barça de repente jugase al estilo de Mourinho) pero sus fieles no se inmutan. Tampoco si proclama que su consigna es “America First”, no intervenir en los asuntos de otros países, y luego se dedica casi a tiempo completo a resolver conflictos en tierras lejanas.
Para los seguidores de Trump, como para los seguidores de movimientos políticos en España, lo determinante en estos tiempos no es pensar, sino creer. Ojalá las cosas cambien y apliquemos un día el mismo rigor crítico a la política que al mundo más serio del fútbol.
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